Teen Titans NO me pertenece ni sus personajes, a no ser si son O.C'S inventados, éstos inventos sí me pertenecen al igual que la ideología de este relato.

¡Buenas noches, queridos lectores!

Vaya, vaya, vaya... apuesto a que no se esperaban nada de esto, ¿no es así?

Por motivos de personajes OC's, dedazos y faltas de ortografía (esta historia la escribí teniendo catorce años), decidí hacerme un hueco para corregir esta pequeña parte del inicio de mi adolescencia. Me da gusto traer de nuevo esto a la vida, y de alguna forma mejorado, para que muchos otros de éstas épocas puedan disfrutarlo tanto y más que aquellos que lo leyeron en su momento.

Desde ya, gracias a todos aquellos que dejaron su pedacito de sí mismo en un review aquí.

Reescribí esta historia escuchando "the place where wishes come true", del anime Clannad (un anime que marcó mi vida literalmente). Es una bellísima canción que pueden escuchar mientras leen.

Sin más para agregar, los dejo por aquí.

Nota de autora original:

¡Que tal! Como muchos saben soy Mayqui. Soy una gran seguidora y súper fan de la pareja Raven & Robin, y hace unos días se me vino una idea de verlos un poco en el pasado mucho antes de que se conocieran, tipo como si fueran niños xD... intenté y me gustó mucho, espero que lo disfruten al igual que yo. Es una historia muy corta, consiste en no más de dos capítulos (a lo mejor tres pero no creo). Quisiera que me digan cómo estuvo este comienzo y podré analizar mis errores. ¡Sólo les ordeno a que disfruten! :D.

Capítulo I: Un recuerdo olvidado (editado)

Los rayos de sol enriquecían todo el ambiente, resaltando con más énfasis los colores de la naturaleza del lugar. Las risas de diferentes niños y las charlas generadas entre grupos de personas llegaban a los oídos de cualquier transeúnte que pasara cerca de allí; y así fue como un niño de aproximadamente ocho años de edad, arrastró a su madre para que le dejara ir a investigar más a fondo la plaza, casi suplicándole para ir a divertirse un poco después de tanto tiempo sin salir.

Su madre, que hablaba por teléfono celular, le había dedicado una sonrisita aprobadora y se dirigió de la mano con su pequeño hacia los senderos del parque. Su cabello negro ondeaba por la brisa fresca de la primavera, destellando en brillo bajo la luz solar. El niño contempló fascinado la belleza de su progenitora, distrayéndose después mientras miraba a los muchos preescolares que corrían felizmente por el césped y se subían a los distintos juegos.

Él ya no encontraba tan divertidas las hamacas, acostumbrado a entrenar en el circo y dejarse llevar por el peligro de la altura... sin embargo, no podía negar que el parque era muy diferente al circo.

Resopló un mechón rebelde de cabello que le cubría los ojos, y extendió su mano para intentar aplastarlo contra su cuero cabelludo: su pelo era una lucha todo el tiempo.

―Lo lamento, pero no, esta noche tengo función. ―un silencio después, prosiguió hablando ―Tampoco, estoy ocupada ahora mismo.

El pequeño muchacho seguía curioseando con sus ojos por cada rincón de la estancia, topándose con niñas muy bonitas con unos bellos peinados y vestidos de colores. Frenó su andar en cuanto su madre se detuvo junto a una vacía banca de piedra, y tomó asiento junto a ella.

―Claro, podré agendarlo siempre y cuando tenga paciencia.

Moviendo sus pies de adelante hacia atrás, el pequeño divisó a lo lejos una hamaca solitaria, por lo que tomó la decisión de ir a jugar un rato.

―Mamá, ¿puedo ir?. ―preguntó, señalando el lugar en cuestión. La aludida lo observó y le ofreció una de sus cálidas sonrisas, para después tapar con una mano el micrófono del celular y apartarlo un poco de su boca.

―Claro cielo, pero procura cuidarte. ―susurró. Luego le regresó su atención al móvil otra vez ―.Sí, creo que para ese día podré.

Tras la confirmación de su madre, saltó de la banca y emprendió trote hacia los juegos sonriendo de oreja a oreja, sintiendo la ventisca rozarle las orejas y sacudirle el cabello. Se sentó en el columpio, tomando con ambas manos las cuerdas que lo mantenían firme y comenzó con el balanceo, entrecerrando los ojos por el viento que chocaba contra su rostro, queriendo empujarlo de espaldas. En el punto máximo, se soltó de los lazos y salió volando, trazando una parábola en el aire para acabar de pie en el suelo verdoso. Rió con ganas tras la experiencia.

Estuvo a punto de regresar para volver a iniciar el juego, cuando un par de ojos le frenaron en seco. Entonces sonrió con simplicidad, y se acercó a la pequeña que le miraba sin parpadear.

―Hola. ―saludó con cortesía. La niña no respondió hasta trascurrido un rato.

―¿Aún seguirás usándolo? ―preguntó en un tono bajo, tanto que al chico le costó un poco entenderlo.

―Ah, ¿al columpio? ―inquirió, señalándolo. Las trenzas doradas de ella bailaban suavemente a cada lado de sus hombros dándole un falso aspecto risueño, pues ella aparentaba ser tímida.

―Sí.

Enunció una sonrisa más ancha, negando con la cabeza para cederle el juego a ella. Miró su vestido verde, pensando en que quizás era el más simple de todos los vestidos que traían las demás niñas del sitio, pero que en verdad era el más bello. Quiso hacer un comentario a su ropa mientras la observaba balancearse en la hamaca para esperar su turno cuando, entre los muchos gritos, risas y voces, notó una pequeña diferencia...algo que no debería estar en ese ambiente de alegría y diversión.

Sí... si afinaba el oído, podía sentirlo con más claridad. Era un llanto.

Inmediatamente se giró sobre sus talones para verificar el estado de su madre, y su acelerado corazón se calmó en cuanto la pudo divisar sentada en el mismo sitio en donde él la había dejado para ir a divertirse, aún manteniendo una conversación por teléfono.

Bueno, no era su madre... pero entonces, ¿quién estaba llorando?

Llorar era algo realmente grave... él pensaba que cuando las personas lloraban, eran porque se sentían realmente apenadas y tristes. El muchacho comenzó a dirigir una serie de torpes y variados pasos en distintas direcciones del parque, buscando acercarse más a ese tormentoso lamento para poder dar con el origen del mismo. Estuvo un buen rato tratando de encontrar al remitente, sin darse por vencido ni detenerse.

Así fue como se topó con la niña más extraña que jamás había visto en su corta vida.

Debajo un árbol, sentada y escondiendo la cabeza entre sus rodillas y brazos, estaba la generadora de los diversos sollozos que creaban esa atmósfera helada y solitaria, apartada de la multitud. De todas maneras no era eso lo que tenía al niño en estado de sorpresa: podía ver con completa claridad que ella era realmente innovadora... su piel era muy blanca, casi gris, y tenía el cabello violáceo, como el color de la goma de mascar de uva que él siempre le pedía a su madre que le comprara.

Y su ropa... bueno, un vestido no era, claro estaba.

Supuso que ella no había notado su presencia, porque no había parado de llorar y tampoco le había dedicado ninguna mirada curiosa. Se armó de valor, tomó aire inflando el pecho y carraspeó, frenando velozmente el lamento y generando un silencio sepulcral que era mitigado por el cántico de los pájaros.

―Hola. ―dijo, rascándose el antebrazo casi con culpa. No quería admitirlo, pero de pronto se había arrepentido un poquito de haberla interrumpido. Igual ya era tarde para echarse atrás, así que tomó asiento frente a ella y comenzó a arrancar el césped con los dedos, procurando no mirarla demasiado ―¿Por qué estás llorando?

La cosa se mantuvo en silencio un buen rato, y él intentó distraerse un poco contando la cantidad de hojas que iba tirando desde la tierra. Por el rabillo del ojo, pudo ver un movimiento por parte de su nueva compañera, quien reveló su rostro a la luz clavando sus iris en aquel que había osado a cortar su tristeza. Él, curiosamente nervioso, metió su dedo índice en uno de los pequeños agujeritos mal remendados de su pantalón de tela, subiendo sus orbes hasta los de ella, hallándose frente al par de ojos más hermosos que vio nunca.

Eran del mismo color que su cabello, pero tenían ese brillo tan especial... y no necesariamente por las lágrimas. En la frente tenía una pequeña gema brillante que terminó por confirmar una teoría que él había estado pensando.

Esa chica estaba disfrazada para ir a una fiesta. Es decir, con sólo ver sus prendas ya era obvio... porque sino, ¿quién se pondría esa capa, ese leotardo y ese... cinto para ir a pasear por la ciudad? Un poco más animado por su brillante descubrimiento, dejó a un lado el miedo y se propuso actuar con naturalidad.

―¿En dónde es la fiesta? ―quiso saber, intentando distraerla. La pequeña siguió hundida en su sepulcral silencio, escondiendo todo rastro emotivo de sus gestos.

―Ya déjame.

El tono cortante, seco y determinante que le puso a esa frase, dejó en una pieza al muchacho que no se esperaba en lo absoluto una respuesta de esa índole. Era terreno peligroso, que nunca antes había explorado... por lo que tenía que ser cuidadoso. No iba a resignarse tan fácil, no señor...

―¿Puedo quedarme aquí, en silencio a tu lado?

La chiquilla no parpadeó en ningún momento, instalando una máscara de frialdad sobre su joven rostro. Esperó a que él saliera huyendo en algún instante, aburrido o asustado, cualquiera de las dos opciones le era válida si eso significaba dejarla a solas otra vez.

Así fue como pasaron los próximos cinco minutos, entre el silencio y bajo la sombra de un frondoso árbol viejo, siendo acariciados por la brisa suave de una primavera en sus primeros pasos. Las últimas hojas amarillentas de las plantas eran arrancadas por el viento, viajando en bajada hasta el suelo verde al igual que muchas otras partículas. Siguiendo el camino de aterrizaje de una de esas hojas, el niño divisó un diente de león a su izquierda. Sintiéndose afortunado, la arrancó y se la acercó a los labios, listo para pedir un deseo.

En cuanto lo hubo pensado, lo sopló y miró fascinado cómo se desarmaba en el aire, flotando e iniciando un camino sin destino imaginable con ayuda de la corriente eólica.

―¿Por qué has hecho eso?

La pregunta lo tomó desprevenido. Por un ínfimo instante había olvidado que no estaba solo.

―Mi mamá dice que es para pedir deseos. ―confesó, con los ojos perdidos en el paisaje.

―¿Deseos? ―repitió ella, alzando las cejas con interés ―¿Puedes pedir un deseo y esa flor te lo concederá?

―Bueno... ―cabeceó, sin saber exactamente cómo proseguir ―, no siempre todo lo que deseas se cumple. ―Hizo una pausa, ahora contemplando los ojos violáceos que habían borrado todo rastro de tristeza momentáneamente. Sonrió con el resultado ―.Pero si lo deseas con todas tus fuerzas, siempre terminará por cumplirse.

La niña siguió quieta, y dejó de dialogar con él para también empezar a observar con un poco de curiosidad todo lo que le rodeaba.

―¿Era necesario que la arrancaras del suelo para pedir tu deseo? ―inquirió, ladeando su cabeza.

―Si lo pienso, en realidad creo que no. ―admitió confundido, rascándose el antebrazo a medida que bajaba la mirada.

―Entonces le has quitado la vida para pedir tu deseo, sin importarte ella. ―Lo que la chica le decía en sí tenía sentido ―.Destruyes algo hermoso por egoísmo.

―No soy egoísta. ―repuso él, frunciendo el ceño ―.Sólo... no había pensado en las consecuencias.

Entonces la vio sonreír, tenuemente y sin nada de emoción.

―Sí, ya había oído cosas así antes. ―declaró, dando por finalizada la conversación. De la nada había pensado en su madre, y por lo que había pasado por culpa del demonio de Trigon... ese ser repugnante, su padre. El que había destruido algo hermoso, a su madre, sólo por egoísmo, sin importar que casi le hubiera quitado la vida. Agachó la cabeza, abrazándose más a sí misma y se propuso dejar de recordar esas cosas que no le eran nada favorables para su adiestramiento.

―Me gusta tu disfraz, es muy real. ―comentó de pronto el ser que se hallaba sentado frente a ella como si fuese lo más normal del universo ―.Si llegaran a hacer un concurso para saber cuál es el mejor de la fiesta a la que irás, estoy seguro de que la ganadora serías tú.

Le costó mucho entender eso, y no terminó de entenderlo pero, por algún motivo, supo que era un cumplido... de esos que su madre le hacía cuando la veía: «Qué linda estás hoy, Raven...» o «Me encantan tus nuevas muñequeras, cielo»

No supo cómo responderle, ni cómo reaccionar... una cosa era su madre, pero él era un absoluto desconocido que se había acercado hasta ella sólo por fisgonear.

De pronto se puso de pie, guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón gastado y moviendo el pie en círculos.

―¿Quieres venir a buscar dientes de león conmigo? ―propuso él, aguantando la respiración luego. Ella lograba intimidarlo. La pequeña le observó con singularidad, preguntándose qué había llevado a ese niño a plantearle esa idea a ella, una completa extraña ―.Prometo que no los arrancaré... si quieres podemos pedir los deseos desde el suelo.

―¿Por qué quieres que vaya contigo? ―preguntó, realmente queriendo saber la respuesta.

―No sé, así es como se invitan a las personas a pasar buenos ratos. Jugando.

La chiquilla tapó su gesto con su pelo, volviendo a sentir esas tontas sensaciones que le desequilibraba los ánimos. La comezón regresó a sus ojos.

―No quiero pasar buenos ratos, sólo quiero regresar a casa. ―El niño se alarmó cuando vio el giro que había dado la situación, ahora con su compañera al borde del llanto y la confesión de por qué estaba triste.

―Oh, ¿estás perdida? ―cuestionó, agachándose cerca de su silueta pequeña ―Bueno, seguramente tus papás se habrán dado cuenta, estoy seguro de que pronto regresarán por ti. ―animó sonriendo un poco y jugueteando con sus dedos ―.Mientras tanto... ¿te gustaría venir a pedir deseos conmigo?

Ella se secó los primeros rastros de sus lágrimas que habían escapado sin permiso de sus orbes, empuñando su mano y frotándose los ojos. Contempló al muchacho, creyendo en que a lo mejor estaba tomando una muy mala decisión, ¿pero qué más daba? Después de todo no estaba en su dimensión.

―Tú ganas.

Así fue como ambos emprendieron un sinuoso camino por el césped de la colina en aquel parque, con los ojos puestos con atención sobre el suelo y un silencio pactado, simplemente roto por las palabras «aquí encontré uno» o «allí hay otro, pide un deseo tú esta vez». Cada vez que la pequeña se agachaba -claramente avergonzada e insegura-, él sentía un cosquilleo realmente incómodo ajustándose a la altura de su estómago, contemplando el brillo de su cabello al sol y sus pequeñas manos tolerando su peso sobre la hierba.

«Seguro que es hambre» pensó con inocencia. Por cada diente de león que ella soplaba, su rostro denotaba su genuina fascinación al ver las partículas siendo arrastradas por la brisa de la tarde. Las cosas no eran así de brillantes en su planeta... así de coloridas. Aquel resultaba ser un sitio de lo más exótico, jamás en su mente había llegado a imaginar en un lugar tan único; seguro que si se lo contaba a su madre no le creería... si es que volvía a verla...

―Oye, mira esto. ―El chico le dio la espalda unos segundos, y cuando ella estaba a punto de preguntarle qué estaba haciendo, se giró ―¡Tarán!

Y entonces un auténtico gesto de sorpresa apareció en el rostro de la niña.

Ahí estaba él, igual que siempre... con la única diferencia de un rastro gigante de barro alrededor de los ojos y parte de la frente. No supo qué decir realmente.

―Creo que... ―arrugó el entrecejo, intentando mitigar las ganas de sonreír que tenía... debía que controlar sus emociones ―, tienes algo en... ―Oh, al diablo. Dejó de aguantarse y enunció una pronunciada curva con sus labios de forma positiva, subiendo los ánimos también de su acompañante: ¡por fin la había hecho sonreír! ―¿Qué te pasó en la cara?

La pregunta había sido formulada con un rastro de carcajeo pequeño, casi inexistente. Pero él estaba tan jubiloso que no le importó que ella siguiera tratando de esconder que se sentía feliz de nuevo.

―Soy un superhéroe, ¿no ves? Tengo mi antifaz. ―explicó, señalando los rastros de barro con los que había dibujado cerca de sus ojos. Para ser sinceros, se asimilaba más a un oso panda, pero él no tenía por qué ni cómo saberlo.

―¿Y qué hacen los superhéroes? ―inquirió, prestando atención. Ese planeta era una completa locura.

―Ayudan a los que lo necesitan, y luchan contra los villanos... ¡y tienen superpoderes!

―Oh, ¿y qué superpoder tienes?

Un silencio incómodo, en el que él se sonrojó con torpeza, dejó el ambiente algo espeso.

―En realidad yo no tengo ningún superpoder, sólo estaba jugando... ―luego sonrió, emocionado ―, pero hay gente que sí tiene, y que ayuda a los que lo necesitan, y luchan contra los villanos... ―enumeró por segunda vez, contando con los dedos bajo la atenta mirada de su nueva amiga ―, y todas esas cosas de superhéroes.

Ella se giró un poco para apreciar a lo lejos al conjunto de niños que producían ese ruido alegre en la plaza, contemplando la forma de jugar de cada uno y su inocencia ante toda la maldad que existía en las diferentes dimensiones... ¿cómo podían estar tan contentos?

―¿Y ellos tienen superpoderes? ―quiso saber.

―¿Quién sabe? Quizás sí, y nosotros jamás lo sabremos... porque los superhéroes esconden su identidad. ―le dijo, cruzándose de brazos y alzando la barbilla ―.Quizás yo sea un superhéroe, y tú no lo sepas. ―sonrió con picardía, queriendo imponer misterio ―.Oye, ¿quieres jugar a otra cosa?

―¿Ugh? ―el cambio de tema de conversación desorientó a la chica, que volvió a poner sus orbes sobre el remitente del mensaje ―¿Jugar a otra cosa?

―Sí, ¡tenemos muchos juegos para divertirnos! ¿Qué te parece? ―sugirió con más confianza. En respuesta, ella se encogió de hombros, no queriendo admitir que le agradaba un poco estar en compañía suya. Por algún motivo, ya no tenía tantas ganas de llorar al saberse perdida... y todo gracias a esa torpe hechicera, que creó un portal por accidente y dejó que ella se viera arrastrada lejos de su hogar, sin quererlo. De no ser por ese suceso, seguramente la niña de cabellos violáceos se hallaría aprendiendo nuevas enseñanzas de su mentora Azar.

Dejó de maquinar en cuanto el muchacho emprendió camino hacia la multitud de personas ajenas a ellos y lo siguió, no sin algo de pena. A ella no la habían acostumbrado a relacionarse con mucha gente a su alrededor, y no porque no quisiera: según una conversación que escuchó entre su madre y su mentora, si ella llevara la misma vida que tenían los demás niños de su edad de Azarath, provocaría muchos accidentes por culpa de sus poderes mal controlados y sus emociones.

―¿Q-qué haces? ―preguntó, al verlo sentarse en una silla que colgaba de dos cadenas.

―Me columpiaré, ¿qué tal si te sientas en el de al lado? ―opinó sonriendo, iniciando su balanceo. Con cierta inseguridad, ella tomó ambas cadenas con sus pequeñas manos y se impulsó hasta sentarse sobre la silla, tan lejos del suelo que incluso podía mover sus piernas en el aire. Ese efecto era casi como levitar, aunque todavía no había aprendido dicha arte... Azar le repetía una y otra vez que aún no estaba preparada para ello, y que habían cosas que discernir antes. Copiando los movimientos de su compañero, emprendió su vaivén sobre la hamaca, disfrutando de la brisa y del sol. Por ahora, las cosas no iban tan mal.

Pasado un rato, el niño se bajó de su columpio, contento de ver que sus intentos por hacer sentir mejor a su nueva amiga estaban más que funcionando.

―¿Quieres que te columpie yo?

―Emm... ―escondió su rostro detrás de sus cabellos, deseando que no se notara el sonrojo que decidió aparecer sobre la piel de sus mejillas. No sabía por qué, pero ese muchacho le estaba haciendo sentir cosas muy buenas... y su cabello era muy salvaje ―.Como prefieras.

Fue así que ambos terminaron frente a frente, él empujando su hamaca con suavidad y ella tratando de reducir el ancho de su sonrisa tímida. Después de unos momentos, tomaron la decisión de regresar debajo del árbol, con energías renovadas.

―¿Te sientes bien? ―quiso saber él, sentado a su lado sin tocarse.

―Podría decir que sí. ―susurró, con la mirada en el horizonte perlado de partículas brillantes y rayos de sol dibujando el aire, escabulléndose entre las hojas de los árboles ―.Gracias.

Una gran sonrisa se delineó sobre los labios del pelinegro.

―No agradezcas, mmm... ―hizo una pausa, jugueteando con el césped distraídamente ―¿Cuál es tu nombre?

―Me llamo Rachel. ―murmuró, sin dirigir sus ojos a su cara. De alguna manera, ella estaba escondiendo la verdad... pero eran instrucciones de su madre: jamás revelar su verdadero nombre a menos que de en serio conociese a esa persona ―¿Cómo te llamas tú?

―Dick. ―contestó, casi que con orgullo. Extendió su mano hacia ella, esperando estrecharla ―.Es un gusto conocerte, Rachel.

―Ugh... ―con timidez, tomó su tibia mano de piel pálida con la suya, comparándolas para distraer sus nervios... no era normal mantener contacto con nadie. A diferencia de la mano de aquel ser, su piel era helada y gris ―.Has sido muy amable conmigo hoy, Dick.

―Siempre que quieras, podemos jugar. ―determinó, queriendo sellar su amistad ―.Por cierto, ¿dónde vives? ―inquirió una vez que se soltaron.

―En Azarath.

―Vaya, nunca había oído eso, aunque yo jamás he salido de Ciudad Gótica... creo. ―frunció el ceño, sin entender demasiado sobre límites y ciudades ―¿Azarath queda muy lejos? Me gustaría ir a visitarte algún día, o que tu puedas venir a verme en el circo.

Ella sonrió, entendiendo que él era inocente ante muchas cosas que no podría comprender jamás. Y así era mejor... Dick no tenía ni idea de que en realidad era la última vez que se verían.

―Queda muy, muy lejos. ―se limitó a decir, bajando sus iris hasta sus rodillas. En ese momento, el niño se sintió apenado por primera vez en lo que iba de su encuentro.

―Oh... bueno, tal vez podremos volver a reencontrarnos alguna vez. ―animó, tomando entre sus manos una piedra del suelo ―¿Te gustaría tallar nuestros nombres aquí, en señal de que alguna vez nos conocimos?

Rachel no comprendió del todo su sugerencia... no hasta que él hizo su trabajo, marcando sus iniciales sobre el duro tronco del árbol que señalizaba el inicio de una enorme amistad... más grande que la distancia, si uno miraba hacia el futuro.

―Es muy... lindo. ―admitió, tentada en pasar la yema de sus dedos por su inicial, la "y" y la inicial de Dick ―.Aunque es triste que tuvieras que lastimar el árbol.

―Se curará. ―le hizo saber ―.Los árboles son muy fuertes, y cicatrizan sus heridas.

―¡Raven!

El alarido a sus espaldas los obligó a girarse sobre sus talones. El muchacho se quedó viendo a una mujer alta casi corriendo hasta Rachel, arrodillándose frente a ella para envolverla en un asfixiante abrazo.

―¡Oh, pequeña! ¡No sabes lo mucho que nos asustamos Azar y yo! ―confesó la dama, separando de sí a su hija para evaluar los daños de su cuerpo, sin encontrar nada fuera de lugar.

―Viniste por mí, mamá. ―manifestó con alivio la pequeña, tratando de no dejar salir de control sus emociones. Ver a su madre sonreír le gustaba muchísimo.

―Claro que sí, mi niña... siempre te encontraré. ―su vista periférica se halló de lleno con una tercera persona ―.Oh, ¿qué tenemos por aquí?

―Él es Dick. ―presentó Rachel, volviendo a la seriedad ―.Estuvo junto a mí casi desde que me perdí.

Arella le dedicó una sonrisa de lo más amplia al adorable chico que continuaba de pie allí, atento a ambas.

―Te agradezco por haber cuidado de mi hija. Eres un muchacho muy bondadoso. ―Dick, para ese entonces, se sentía intimidado y nervioso: ellas eran iguales. Asintió con la cabeza como única señal de haber escuchado ―Será mejor que nos vayamos, querida. Puedes despedirte de tu amigo, yo estaré en la colina esperándote. ―le indicó, señalando con su dedo índice dicho sitio ―.Adiós, Dick, y gracias de nuevo.

Cuando los dos vieron a la madre de Rachel a lo lejos esperando, ella se animó a hablar primero.

―Es momento de irme. ―repitió, esquivando los ojos azules de su compañero. Un cálido rubor se dejó ver sobre la piel de sus cachetes ―.Hoy pude adquirir conocimiento, de alguna forma, y todo gracias a ti. ―se animó a poner sus orbes sobre los suyos, tomando valor ―.Nunca hay que ignorar o dejar de insistir cuando alguien necesita ayuda... porque siempre hay un camino que nos lleva a la resolución, y a la felicidad.

―Eso fue... algo muy bonito. ―reconoció, totalmente avergonzado y nervioso ―.Gracias por ser mi amiga.

Una sonrisa que enseñó sus dientes se dejó ver por primera vez, anonadando al niño. Con ayuda de su magia, Rachel elevó todas las hojas sueltas del suelo, deteniéndolas frente al viento. La cara de sorpresa de Dick no demoró en aparecer, quien quedó boquiabierto a medida que ella se alejaba corriendo de él para alcanzar a su madre. Las vio desaparecer a las dos camino abajo de la colina, delante de un sol de atardecer anaranjado y tibio.

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Por ahora, hasta aquí nos quedamos.

Desde ya quiero agradecer a todos, ya sea por leer, comentar, poner en favs o seguir :)

Una última cosa, antes de que me olvide: recientemente he escrito un one shot RobRae en relación a la navidad, pues acepté un reto con la temática "adornos". Aquel que guste, puede pasarse por allí y disfrutar de la lectura, que se titula "¿Quién dijo que los roedores no tienen espíritu navideño?".

Nos veremos dentro de muy, muy poco :)

Mayqui, ¡cambio y fuera!