Disclaimer: nada me pertenece, los personajes y los lugares son de George Martin.
Esta historia participa en los Desafíos del foro Alas Negras, Palabras Negras. El desafío me lo lanzó ximsol182 hace una eternidad, el fic es para ella.
Gnomo
Cersei la ha cagado.
Ha sido horriblemente oportuna. Suele cuidarse bastante, porque aunque le traiga sin cuidado cómo me puede hacer sentir, sabe que no debe gritarlo muy alto. No me gusta que mi hermana esté en la Roca, la prefiero bien lejos, en la capital con nuestro padre —la vida es más sencilla con el tío Gerion—, pero por una vez me alegra que haya vuelto.
Vaya si la ha cagado.
Me permitiría una sonrisa triunfante si no fuese demasiado arriesgado, descarado. No, me voy a contener; es más, pondré una expresión dolida en el rostro, para añadir una dosis extra de crueldad. Eso sería la gota que colmase el vaso.
Yo no solía ser así. Me concentraba exclusivamente en mis libros, mis clases de heráldica con el maestre Philipp y en ensayar cabriolas y equilibrios sobre mesas, sillas, incluso sobre el poni. Casi me siento tentado a darle las gracias a mi encantadora hermana. Sin su refuerzo negativo, jamás habría desarrollado estas habilidades para el mal.
La ha cagado y lo sé, esencialmente, por la mirada de Jaime.
Cersei y yo estábamos discutiendo cuando él irrumpió sigilosamente en el salón. Pensábamos que estaría en Refugio Quebrado con los Crakehall, empapándose de caballería y acostándose cada noche con nuevas heridas y cardenales, soñando con alguna batalla y durmiendo con su espada. Supongo que Jaime también creyó oportuno regresar a la Roca para hacer una pequeña visita familiar. Qué buen momento escogió, sin duda.
Discutíamos, ni recuerdo el tema de la disputa, dije algo que la ofendió (es difícil saber exactamente el qué, pues mi hermana es una de esas personas que se irritan con una facilidad pasmosa, se toma como un agravio incluso el comentario más inocente) y entonces ella lo dijo. Dijo las palabras mágicas, esas que ya conozco tan bien. Esas que solían hacerme llorar hasta quedarme sin lágrimas, esas que me empujaban a rezar en el septo y a pedir perdón por ser un enano.
Enano. Me estoy acostumbrando a esa palabra. No, esa palabra solo señala una realidad, ella dijo algo peor. Cersei siempre ha sido particularmente imaginativa a la hora de dirigirse a mí. Una llama de ingenio ardiendo impasible ante la tormenta. Voy a pagar muy caro lo de ser enano.
Se pone en pie y va en su encuentro. Su cara era una máscara gélida cristalizada en una expresión de estupor, pero ha reaccionado a tiempo y ha aparecido la sonrisa que deja sus perlados dientes al descubierto, la que consigue que todos señalen lo hermosa que es, lo dulce que parece, lo mucho que recuerda a nuestra madre.
Jaime sigue bajo el marco de la puerta, sin pestañear. Sus ojos se entornan hasta ser dos rendijas, frunce el ceño y da un paso al lado, evitándola. Ella esconde las manos detrás de la espalda para evitar morderse las uñas. Cuando está nerviosa se las muerde y padre la regaña por ello. Al fin y al cabo, no es tan perfecta.
—Tú mataste a mi madre, Gnomo.
De veras estoy esforzándome por no reír.
Soy un simple espectador en el juego de miradas que intercambian mis hermanos. La de Jaime es firme y está henchida de resolución, la de Cersei pretende serenar la situación. No lo va a lograr. Reina el silencio, un silencio espeso y complicado de digerir, de esos que hasta parece que hacen ruido.
Cersei la ha cagado, sí.
