Prólogo.
- Alfred... - llamó ella.
Silencio.
Las lágrimas caían de sus ojos verdes. No era la primera vez, pero el test mostró el mismo resultado.
Una gota de agua cayó de la llave.
Dio negativo.
- Eso fue lo que pensé - dijo casi en un susurro Alfred, afirmando con más fuerza la mano de su amada.
- Lo lamento, señor y señora Jones - fue el sincero lo siento que abandonó los labios del doctor.
- No se disculpe doctor Honda - suspiró pasándose la mano por los cabellos - En el fondo sabíamos que era así.
- Hay otras alternativas, aun pueden adoptar - trató de negociar.
- No.
La silla enfrente suyo se corrió de improviso.
- Alice - llamó su esposo.
- N-no quiero, ¿me oyes? No estoy interesada en adoptar.
- Pero amor... - dijo casi con lástima.
- ¡No!
Dejándose llevar por su impulso Alice abandonó la sala.
- ¡Alice!
Ella no escuchó. Empujó a la gente e ignoró sus quejas. Era tan difícil. Sus lágrimas empañaban su vista. No entendía, pero era Alfred el tonto. ¿Cómo podrían adoptar? ¿Tomar a un niño y jugar a que era su hijo? Las cosas no funcionaban así, no para la de sangre inglesa.
- ¡Alice!
Corrieron hasta un frondoso bosque. Hacía frío y estaba lleno de barro. Alice corría con gracia, pero una mala pisada costó la limpieza de sus ropas. Alfred que la había seguido hasta ahí se acuclilló a su lado. Sujetó su mano con delicadeza y la ayudó a ponerse de pie.
Alice entrecerró su vista. No quería llorar, las lágrimas no caían por sus mejillas desde hace cuatro años atrás.
- Alice, llora si quieres.
Aun así, las palabras de su Alfred siempre lograban desarmarla.
El menor cerró los ojos al sentirla hipando en su pecho. Deslizó su brazo por su cintura y la juntó más a él.
- Cielo, I love you - dijo con un calor refulgiendo en su corazón - Pero solo te pido que le des a ese niño pequeño una oportunidad.
Alice se separó de él. Su blanca piel estaba fría por la baja temperatura y sus rodillas raspadas por la caída, sin embargo, a pesar de su estado deplorable, le dio una resignada y a la vez alegre sonrisa, como si le cediera a un niño su capricho.
- Esta bien, Afred - se tomó un segundo para inhalar aire y suspiró - adoptemos.
Meses depués.
- ¿Nerviosa amor? - dijo Alfred cerrando la puerta de su carro.
- Algo - respondió con una sonrisa ansiosa. El tiempo fue pasando, con ello fue perdiendo el orgullo y aceptando, que su primer hijo, no sería de su sangre.
- Tranquila Alice, te prometo que la entrevista saldrá bien.
Se sonrieron, como adolescentes enamorados, y tomándose de la mano entraron al orfanato.
"Orfanaro Rullen" se leía en la entrada.
Aclararon su visita con la recepcionista, y luego de algunos minutos de espera los llamaron las asistentes. Se sentían nerviosos, pero recuperaron la calma cuando les entregaron un listado de preguntas. No era estrictamente necesario que hicieran aquellas, solo debían utilizarlo como una guía. Alice y Alfred agradecieron su ayuda y se adentraron en una especie de oficina.
Tomaron asiento y se dieron una sonrisa, que quisieran o no, les bajó los nervios.
El primer niño entró.
- Así que Antonio - leyó Alfred en el expediente - ¿Qué te gusta hacer?
- Me gustan... muchas cosas, comer ensalada de tomates, reírme con Francis y una chica - soltó en un suspiro enamorado.
Alice soltó una risita.
- ¿Tan chiquito y ya enamorado?
- Es que es tan linda... Se llama Chiara - dijo como si estuviera hablando de un tesoro escondido - Es muy tierna, fuerte ¡y le gustan los tomates!
- Me alegro por ti peque - tomó Alfred lugar en la conversación - ¿Algún disgusto?
- No sé, todo me cae bien... Oh, cierto, hay un niño - dijo haciendo una mueca de desagrado - que es muy brusco y cabezota, nunca comparte los juguetes y esta todo el día solo.
- Supongo que no te cae bien.
- ¡Me cae pésimo! Odio decirlo así pero... todos en el orfanato estarían más felices si no fuera por él.
La misma afirmación se oyó de los labios de los niños que le siguieron. Algunos contaban historias fantásticas, decían que era un monstruo que tomaba apariencia de niño para sembrar el mal entre las personas. Alice y Alfred estaban preocupados, ¿cómo podrían vivir con alguien así? Las asistentes deberían hacer algo al respecto. Un niño, egoísta y agresivo, viviendo con un grupo de niños inocentes y amigables, les destruía el ambiente.
Así pensaban, entonces les tocó conocerlo.
- Así que... Arthur Kirkland.
El menor se afirmó al asiento ante las palabras de Alfred.
- Tienes cinco años, ¡eres un nene todavía!
Arthur siguió sin responder.
- ¿Puedes hablar? - preguntó con aires de molestia, lo que dijeron los pequeños sobre su forma de ser seguía picando su genio.
- Si, puedo - gruñó con la cabeza baja.
- ¡Genial! Así que dime, ¿qué te gusta hacer? - fingió estar entusiasmado, pero sus deseos lo traicionaban y solo lo hacían querer alejarse de él.
- Me gusta salir al bosque y... leer.
- ¿Lees?
- Cuentos - gruñó frunciendo el ceño, se preguntaba porque estaba ahí, pensaba que era estúpido, obviamente no lo adoptarían - Aprendí cuando vivía en una casa.
- Woa, eres muy inteligente ¿lo sabías?
En el rostro de Arthur se dibujó lo más lindo que Alfred pudo ver: un sonrojo.
- Gracias - susurró sin hacer contacto visual.
En ese instante, Alfred sintió una calidez en su pecho, confirmando que ese niño era especial.
- No Alfred - fue la fría voz de Alice.
- Pero amor - rogaba Alfred juntando ambas manos.
- No quiero a un niño problemas en mi casa.
Alfred se interpuso en el camino de Alice, acorralándola con una sonrisa contra la pared.
- Créeme, cuando te digo que ese niño tiene algo especial.
- Alfred... - dijo intentando zafarse, pero volvió a acorralarla.
- Es malvado por fuera porque le han hecho mucho daño.
- ¿Cómo sabes eso?
- Lo sentí.
Alice alzó una ceja.
- Enloqueciste.
- Alice - dijo haciendo un puchero - te lo prometo, si adoptamos a este niño me lo vas a terminar agradeciendo.
Alice suspiró, sobándose el puente de su nariz. Caprichos, caprichos para su niño en todo momento. Suspiró, sabía que un día se arrepentiría de esto...
- ¡Y esta es tu pieza!
Los turquesas ojos de Arthur brillaron de la emoción al ver la gran pieza que sería para él. Casi sin pensarlo se subió a la cama y la miró con expectación, tenía muchas ganas de saltar en ella.
Alfred lo notó y con una sonrisa se apoyó en el marco de la puerta.
- Adelante.
- ¡Si! - Arthur dio un brinco y se dejó caer, rebotando, y repitiendo enérgicamente el circuito diez veces más.
Alice se acercó a Alfred por la espalda y rodeó su torso, apoyando su mentón en su hombro.
- ¿No debería ser yo el que esta haciendo eso?
- No seas tonto - le pellizcó la mejilla con una sonrisa - Tarado - luego aceptó dar vuelta los papeles dejándose abrazar.
- Mira lo feliz que esta.
Arthur gritó "yei" dejándose caer en la cama.
- ¿Sabes Alfred? No te lo dije antes, pero... quizá si fue una buena opción.
- Lo fue - dijo él mordiéndole el lóbulo de la oreja - Te prometí que no te arrepentirías - susurró con un tono meloso.
Alice se apoyó en el menor.
- Respecto a esa extraña sensación, ¿vas a decirme como fue?
- Mmm... no - bromeó corriendo donde su nuevo hijo.
Alice se quejó falsamente mientras veía a ambos varones saltar en la cama. Desarrugó el ceño y sonrió de lado. Aun no conocía a ese pequeño, pero sabía que lograría quererlo.
Como si fuese su hijo.
