Prólogo
Un hermoso anochecer está cayendo, junto a este, un clima cálido y una brisa refrescante. Una paz hogareña muy agradable se siente a mi alrededor. Después de haber jugado por largas horas con nuestros niños ha llegado el momento de recostarlos. Como es habitual luego de llevarlos a la cama, me preparó un té negro para tomarlo en la sala junto a la chimenea, antes de ir a mi recámara. Pero el día de hoy con este bello ocaso que la naturaleza está brindando, los recuerdos llegan a mí, esos recuerdos de nuestra bella historia, la historia que nos marcó a él y a mí para siempre.
Ese día, a diferencia de hoy, estaba cubierto de nubes. Vivía con mis padres, mis hermanas; Jannette y Clarissa, una señora que nos ayudaba en la cocina y nuestra nodriza, una pobre señora que se había quedado viuda de joven por culpa de la guerra contra Inglaterra que nos atraviesa hace años. A diferencia de lo que se puede pensar nuestra familia no pertenecía a la nobleza, solo éramos campesinos, pero al contrario de muchos otros en nuestra misma posición, teníamos derecho sobre nuestras tierras y nos encargábamos de explotarla, nos dedicábamos a la agricultura; las personas como nosotros siempre fueron conocidas como aloers.
Era hora de levantarme, y ponerme mi ropa, me puse la saya que más me gustaba y encima el pellote como era costumbre. Adoraba esa saya, sobre todo, por la dedicación y esfuerzo que había puesto Jannette en hacerla; ella era la encargada de hacer todas las prendas para la familia, era la mejor en tejido y además le fascinaba hacerlo; mi hermana Clarissa tenía pasión por la agricultura debido a que siempre fue la más apegada a mi padre y él le había enseñado todo sobre ese mundo; a mí me encantaba cocinar y hasta el día de hoy me sigue gustando hacerlo; además no es por aladear pero mis hermanas dicen que lo hago perfectamente bien. Realmente todo se lo debo a nuestra cocinera, Amelie, ella me ha enseñado todo lo que sé.
Como cada mañana luego de terminar de alistarme, pasaba a saludar a mi madre antes de que parta hacia donde se encontraba mi padre para ayudarlo con los cultivos, lo amaba mucho y desde el día que se casaron había prometido ayudarlo en todo lo que podía, y así lo hizo. Me dirijo hacia mi lugar favorito de la casa: la cocina. Al llegar allí, Amelie ya me estaba esperando con el desayuno listo, ella era la primera en levantarse; siempre la he querido como una segunda madre y su té era exquisito; nunca me quiso confesar el secreto de su tan aclamado té. Al verla le sonrió y ella me devuelve la sonrisa. Entonces la saludé como cada día.
-Buenos días Amelie.
-Buenos días, señorita. ¿Cómo se ha levantado hoy?
-A pesar de este día gris me he levantado de muy buen humor. ¿Y tú?
-Yo también. El día de hoy estoy alegre porque haremos algo que nos gusta mucho a las dos.
-Creo imaginarme a lo que te refieres. ¿Iremos al mercado del pueblo?
-Así es. Por eso, luego de que tomes el té, prepárate así salimos.
Ir al mercado con Amelie siempre ha sido de mis cosas preferidas. Nuestras tierras de cultivo estaban alejadas del centro del pueblo donde se realizaban las ferias, sin embargo, y a pesar de la lejanía, intentábamos ir allí cada dos semanas. La gente de Flandes, como así también, sus vendedores eran personas muy amables y alegres; la algarabía recorría las calles. Sorprendentemente a pesar de la guerra bélica que nuestro pueblo estaba sufriendo, de la miseria económica que iba in crescendo y la terrible enfermedad que acechaba a varios países hace años; los ciudadanos mantenían un optimismo digno de admirar.
Al fin había terminado de tomar el té, estaba muy ansiosa, era hora de partir. Entonces como era costumbre agarré mi cofia para cubrir mi cabeza y emprendimos viaje hacía el centro. Como hace dos semanas atrás el optimismo de las personas estaba intacto. Estaban aquellos que vendía telas, los que vendían carnes y pescados, aquellos que ofrecían frutas, entre otros. Nosotras esta vez no debíamos comprar demasiado solo algunos utensilios, algunas frutas y las telas que Jannette nos había encargado.
Luego de comprar los utensilios, ahora era el turno de las telas, pero esta vez el vendedor no tenía esa euforia que a él le caracterizaba. Amelie lo notó de inmediato y no tardo en hacer notar su preocupación así que le preguntó que le estaba sucediendo y ofreció su ayuda; era una persona muy pura. El vendedor le contó que su nieto hace algunos días estaba presentando dolores, le habían dado fuertes jaquecas, el día anterior había tenido fiebre y ese día se levantó con su cuello hinchado. Todos estos síntomas correspondían a esa enfermedad, su nieto la había contraído y él no creía que pudiese salvarse. Tan solo tenía cinco años y aún le faltaban muchas cosas por vivir; eran estas circunstancias las que me estrujaban el corazón. Cuando esta enfermedad arrebataba vida de niños y no podíamos hacer nada.
La última parada era el puesto de frutas, debíamos comprar algunas peras, naranjas, manzanas, entre otras. Sin embargo, aún me encontraba distraída pensando en aquel pequeño; en las cosas que se perdería, en la tristeza de su familia y en el porqué de esta injusticia. Perdida en mis pensamientos y sin prestar atención a lo que sucedía a mi alrededor, Amelie me entrega las bolsas que contiene peras y manzanas, y yo me doy media vuelta cuando de repente alguien me choca y hace que las bolsas se me caían. Mi humor no era precisamente el mejor en ese momento. Ofuscada recogiendo la fruta tirada en el piso, le habló a esta persona y le digo:
- ¡Debería prestar más atención sobre el camino que recorren sus pasos!
- Y usted señorita debería mirar a sus alrededores y estar menos distraída.
Esa fue la primera vez que oí su voz, recuerdo que tenía un tono petulante, a pesar de eso sabía que él tenía razón, era yo la que esa vez no había prestado atención por andar pensando en varias cosas al mismo tiempo; pero yo jamás me quedaba callada.
-Señor usted me va a disculpar, pero yo solo estaba dándome la vuelta y para haberme chocado, usted tendría que andar corriendo.
Le dije estas palabras aún con la cabeza a gachas. Entonces decidí alzar la mirada; para mi sorpresa era un joven casi de mi edad y no un adulto como pensaba debido a su voz un poco ronca. Tenía tez blanca, poseía una cabellera dorada y unos ojos azules que brillaban.
Esa fue la primera vez que lo ví…
Notas del autor:
*Aloers: Eran los campesinos a quienes se las había otorgado el derechos sobre sus tierras y estaban exentos de cualquier pago.
*Saya: Pieza de tejido largo y cerrado que cubría de la cintura hasta los pies y podía tener en algunos casos una abertura lateral. Fue el precedente de lo que hoy conocemos como falda.
*Pellote: Prenda que se colocaba encima de la saya. Era un tipo de vestido largo cuya principal característica era la ausencia de mangas.
*Flandes: Región en la edad media del norte de Francia. Actualmente se le conoce como Dunkerque.
