MALOS TIEMPOS PARA LA LÍRICA
Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Este fic participa en el Reto Anual "Nuevo año, nuevas historias" del foro "La Sala de los Menesteres"
Personaje 1: Bilius Weasley.
Palabra 1: Lago.
1
Cuentos familiares
La Madriguera. 30 de noviembre de 1970.
Bilius mira al bebé recién nacido. Es muy pequeño, está calvo y tiene la piel enrojecida y arrugada.
—Se parece a mí.
—¿Qué dices, Weasley? Es clavadito a nosotros.
Arthur y los hermanos Prewett se enzarzan en una discusión que pretende ser amistosa. No obstante, de cuando en cuando se lanzan dardos envenenados bien disimulados entre risas porque, aunque Molly ha tenido un parto difícil y está agotada, no tolera peleas en su presencia.
Se fija en su cuñada. Tiene el pelo rojo, los ojos marrones y un carácter de los mil demonios. Al principio, Bilius creyó que su hermano se estaba equivocando al casarse con Molly. Consideraba que eran demasiado jóvenes y que la guerra no era el escenario propicio para historias de amor. Arthur le dijo que precisamente por eso se habían fugado: por la guerra y la juventud, porque no querían dejar pasar el tiempo y que el día menos pensado algún mortífago se cruzara en su camino y acabara con su futuro juntos.
—Bilius. ¿Qué dices tú?
Parpadea. La pregunta de Arthur le pilla desprevenido y no sabe qué decir. Observa con detenimiento al bebé y finalmente niega con la cabeza. Quizá su hermano espera que se ponga de su parte, pero nunca le ha gustado decir mentiras.
—Si te soy sincero, Arthur, no creo que se parezca a nadie.
—¿Cómo?
—El crío acaba de nacer. ¿Qué esperabas?
El recién estrenado padre frunce el ceño y centra toda su atención en su hijo. Los gemelos Prewett hacen lo propio, planteándose quizá la posibilidad de estar equivocados. Molly es la única que no mira al bebé puesto que está ocupado agradeciéndole la ayuda a un Bilius que sólo se encoge de hombros.
—¿Habéis decidido ya cómo se llama?
Molly y Arthur intercambian una mirada. Bilius sabe de primera mano que durante todo el embarazo han estado convencidos de que su primogénito sería una niña, así que tenían bastante claro que la llamarían Ginevra. No obstante, Ginevra ha tenido a bien nacer siendo un varón y amerita un nombre distinto.
—William Arthur Weasley —Afirma el orgulloso padre, sentándose junto a su esposa y pasándole un brazo sobre los hombros.
—Pero le llamaremos Bill.
Bilius asiente. Le gusta el nombre. Nota que los Prewett fruncen el ceño, tal vez disgustados o decepcionados porque esperaban que su hermana optara por nombrar al crío como a alguno de los dos.
—Encantado de conocerte, Bill Weasley —se inclina hacia delante para besar la frente del pequeño. Después, mira a su hermano—. Será mejor que me marche, Arthur.
—Vuelve pronto, Bilius.
Percibe que las palabras de Molly no son una despedida normal y corriente. Sabe muy bien que todos en su familia se preocupan por él y realmente le encantaría disimular un poco mejor su estado anímico, pero se siente incapaz de hacerlo. De un tiempo a esta parte su carácter se ha ensombrecido y se ha convertido en un amante de la soledad. Tanto es así que llevaba más de medio año sin visitar a sus hermanos, algo que se volvió inevitable tras el nacimiento de su sobrino.
—El domingo vamos a organizar una comilona para celebrar el nacimiento de Bill —Dice Arthur mientras le acompaña hasta la puerta—. Estás invitado.
—No sé si podré venir. Estoy muy ocupado.
—Es el domingo.
—Lo lamento, Arthur, pero tengo asuntos muy importantes que atender.
Por un instante cree que su hermano no le reprochará nada. Nunca nadie lo ha hecho hasta ese día, pero Arthur aprieta los puños y se pone ligeramente colorado antes de hablar.
—¿Qué asuntos son más importantes que la familia?
Las palabras le azotan como un látigo. Arthur le mira a los ojos en busca de una respuesta y, aunque Bilius se siente herido por la acusación, el dolor de su hermano es incluso mayor. Y, pese a que últimamente no es capaz de pensar con demasiada claridad, entiende que debe ser duro ver cómo alguien a quién quieres se aleja de tu lado cada vez más.
Piensa en desaparecerse sin responder, pero siente que sería injusto. Arthur sólo quiere ayudar, recordarle que su familia siempre estará allí y que no necesita pedir permiso para formar parte de ella.
—Intentaré venir.
—Te esperaremos.
—De acuerdo —Bilius carraspea y siente cómo su rostro arde. No, definitivamente no le gustan las mentiras—. Hasta pronto, Arthur. Y enhorabuena por el niño.
En otro tiempo, cuando aún era capaz de sonreír y disfrutaba de las cosas sencillas de la vida, Bilius hubiera abrazado a su hermano con esa camaradería que tuvieron desde niños. Esa tarde, inclina la cabeza y abandona La Madriguera en un parpadeo.
Hogsmeade. 14 de febrero de 1965.
Bilius sonrió cuando la parejita abandonó el Salón del Té de Madame Pudipié. Abandonó Hogwarts tres años atrás y, aunque al igual que el resto de alumnos varones solía renegar de semejante lugar, las chicas siempre se las apañaban para arrastrarlos al lugar más hortera sobre la faz de la tierra.
Recordó con nostalgia su último curso en Hogwarts. Edith y él comenzaron a salir poco después del inicio del curso y se convirtieron en una prolongación el uno del otro. Iban juntos a todos sitios, se sentaban juntos en clase y aprovechaban cualquier instante para comerse a besos. Tres años atrás, justamente el Día de San Valentín, Bilius invitó a un té a su novia y le regaló el anillo que tiempo atrás había pertenecido a la abuela Weasley.
Esperaba que Edith comprendiera lo importante del gesto. Uno no regalaba reliquias familiares así como así y le alegró que la chica valorara el anillo en su justa medida. Esa tarde se habían besado y prometido que pasarían el resto de sus vidas juntos y Bilius se había sentido muy feliz.
Ese nuevo San Valentín también sería especial. Si bien era cierto que últimamente Edith y él se habían peleado bastante, consideraba que tan solo estaban atravesando una mala racha y que lo suyo con Edith tan solo necesitaba un empujoncito para salir de su estancamiento. Por eso deseaba hacerle un nuevo regalo y comprometerse con ella en serio. No como lo haría un adolescente, sino como un hombre.
Vivían en una casa alquilada a las afueras del pueblo. Edith había conseguido un trabajo temporal como cocinera en Las Tres Escobas y él trabajaba en el Ministerio de Magia. Entre los dos no ganaban demasiado dinero, pero al menos podían vivir juntos, tal y como habían soñado. Ciertamente, su madre había puesto el grito en el cielo al enterarse de que compartiría casa con su novia antes del matrimonio y, los padres de Edith eran de la misma opinión pero, ¿qué importaban las formalidades cuando había tanto amor de por medio?
Bilius sonrió y apretó el paso cuando faltaban unos veinte metros para llegar a su destino. Aunque fuera San Valentín y hubiera mucho trajín, madame Rosmerta le había dado la tarde libre a Edith. El brujo entró y cerró la puerta, aún sonriente, y llamó a gritos a su novia como solía hacer todos los días. No obtuvo respuesta. Insistió, pensando que quizá ella no le había escuchado, pero nuevamente le respondió el silencio.
Intrigado, Bilius comenzó a buscarla, primero en la sala de estar y luego en la cocina. Y allí, sobre los fogones, encontró una carta escrita de su puño y letra en un pergamino de mala calidad y repleto de borrones de tinta.
Cuando empezó a leer, no se imaginaba ni por un momento que Edith se estaba despidiendo de él. Le había abandonado para irse a Estados Unidos con un brujo que conoció en el trabajo.
Fabuloso.
Lago Negro. 31 de noviembre de 1970.
Hace un frío de tres pares de narices. Bilius sabe que no es buena idea estar allí, pero una vez más su cuerpo lo ha llevado hasta el único lugar en el que siente que el dolor en menos intenso.
Durante años, había visto el Lago Negro desde la otra orilla, con el castillo de Hogwarts a sus espaldas y el frondoso Bosque Prohibido a un lado. De un tiempo a esta parte, acostumbra a sentarse al otro lado, mirando hacia el colegio y con Hogsmeade de fondo. Al principio acompañado por Edith. En los últimos años, en la más absoluta soledad.
Recuerda la primera vez que estuvieron allí juntos. Últimamente ha estado recordando mucho y, aunque es vagamente consciente de que eso no le hace ningún bien, no puede evitar dejarse embargar por la melancolía. Cuando un hombre posee un pasado tan feliz y espera un futuro tan oscuro, no le queda más remedio.
Fue idea de Edith, por supuesto. Su novia siempre tuvo un espíritu aventurero y un poco alocado y, pese a que la noche anterior había nevado copiosamente, creyó conveniente organizar una merienda al aire libre. Bilius quiso convencerla de que no era buena idea, alegando que ambos cogerían un buen resfriado y tendrían que pasar semanas ingresados en San Mungo, pero Edith era testaruda y se las arregló para llevarlo hasta allí. Y ciertamente terminaron con fiebre, tos y muchos mocos, pero la experiencia mereció la pena.
Desde entonces, ese lugar se convirtió en un sitio muy especial para ambos. Allí pasaron largas tardes veraniegas, sentados a la sombra de un árbol y charlando mientras comían tarta de chocolate recién preparada. Allí hicieron el amor media docena de veces, nerviosos y excitados por si alguien les pillaba en pleno acto. Y allí acudía Bilius cada vez que las fuerzas le flaqueaban, incapaz de soportar el dolor que su ausencia le causaba.
De joven, no creía posible que un hombre pudiera morir de amor. Ahora, daba por hecho que le estaba pasando a él. Cada día al levantarse buscaba una forma de seguir adelante. Después de todo, Edith era feliz con su amante estadounidense y él también se merecía una segunda oportunidad. Se repetía una y mil veces que tenía motivos sobrados para seguir viviendo y que tal vez, si tenía un poco de suerte, en el futuro podría encontrar a otra mujer que llenara de dicha su corazón roto. Lamentablemente, no podía convencerse.
Bilius a veces piensa que sería bueno pedir ayuda. Hablar con sus hermanos o sus amigos. Alguien. Sin embargo, nunca lo ha hecho y nunca lo hará. Porque, pese a ser consciente de su debilidad, en el fondo no quiere salir del pozo. No si Edith no acude a rescatarle y se queda a su lado para siempre.
Suspira. Es increíble pensar en lo mucho que su visión del mundo ha cambiado. De niño había sido alegre y fanfarrón. Muchas veces se había metido con Arthur a causa de su gusto por todo lo muggle y siempre fue el Weasley con la risa más rápida y el espíritu más despreocupado. Ya no es ese niño. El adulto en que se ha convertido no se parece ni un poco a él.
Observa el lago. Comienza a anochecer y supone que es la hora de irse a casa. Preferiría quedarse allí a dormir, pero bien podría morir congelado en mitad de la noche. Echa un último vistazo al firmamento, recordando lo bonito que le pareció Hogwarts en otro tiempo, y se da media vuelta.
Es entonces cuando escucha el gruñido. El Bosque Prohibido oculta muchas cosas, la mayoría de ellas muy mágicas y aterradoras, pero también sirve de hogar a especies de animales mucho más normales: perros.
A Bilius no le gustan los perros. Su abuela solía decirle que eso se debía a que de pequeño había visto un Grim y posiblemente fuera cierto. El animal está agazapado entre unos arbustos. Tiene el pelaje de un marrón claro y los ojos le brillan como dos faros encendidos en mitad de la noche. Es evidente que está enfermo de sarna y echa espuma por la boca. Bilius piensa en sacar la varita y deshacerse de él por la vía rápida, pero antes de poder reaccionar el animal se le tira encima y le muerde un brazo.
La Madriguera. Verano de 1989
—Y entonces, el tío Bilius vio un Grim y se murió.
—Veinticuatro horas después.
—Se volvió raro y dejó de hacer bromas.
—¡Pobre tío Bilius!
Ron parpadeó sin dar crédito a lo que estaba escuchando. Pensó que los gemelos le estaban engañando otra vez, pero había cierta solemnidad en su mirada que le incitaba a creerles. Además, ¿por qué iban a inventarse algo así?
—Ya sabes, Roniesky.
—Cuidado con el Grim.
Ron asintió. George y Fred le lanzaron una última mirada de advertencia y se fueron a jugar al jardín. Siempre era divertido meterse con su hermanito. El pobre se tragaba todas las trolas y, como nadie se había tomado la molestia de explicarle que el tío Bilius en realidad había muerto de una enfermedad muggle, podrían engañarle durante todo el tiempo que les diera la gana.
Además, la historia del Grim era mucho mejor que la realidad. Según papá, el tío Bilius salió a pasear una tarde, le mordió un perro y le contagió la rabia. Murió en San Mungo sin que los sanadores pudieran hacer nada por él. Papá a veces se preguntaba qué hubiera pasado si hubiesen llevado al tío Bilius a un hospital muggle. Por lo que sabía, muchas de sus enfermedades se curaban con relativa facilidad y, aunque se lo sugirió al resto de miembros de su familia, ninguno de ellos lo consintió.
En cualquier caso, el hombre de Bilius Weasley era leyenda. Al menos entre sus sobrinos.
Hola, holita.
La verdad es que me hubiera gustado empezar a publicar este conjunto de one-shot un poco antes, pero entre unas cosas y otras nos hemos metido en el mes de abril. Menos mal que ya estoy aquí.
Para este primer capítulo he elegido al personaje que menos me inspiraba. Me he inventado una historia distinta para el bueno de Bilius y espero que os haya gustado. Tiene 2.255 palabras según Word, así que voy avanzado despacito y con buena letra.
Nada más que añadir. ¿Reviews?
