Eran incontables la cantidad de veces que Handy tenía algo en la cara y Petunia por picardía no accedía a ayudarlo o esperaba que él se viera en un espejo para darse cuenta de lo gracioso (y un poco patético) que se veía.
Luego de varias risas de ella, Handy se levantó y se marchó, completamente enojado, logrando que Petunia recogiera todas las cosas rápidamente para seguirlo. Él continuó mirando al frente con expresión de disgusto.
Handy como se sabe no tiene mucha paciencia cuando se trata de no poder hacer cosas debido a su discapacidad. Es muy poco tolerable y se irrita fácilmente.
–Sabes. Aún que no lo creas incluso con esa comida en tu cara atraías la atención de muchas chicas –comentó Petunia en el camino de regreso mientras Handy continuaba ignorándola.
–Hasta por un momento sentí celos –confesó mirando sus manos que sostenían la canasta con comida sin terminar.
Tampoco le molestaba admitirlo, siempre era sincera con sus sentimientos de una manera no molesta. Y al ser su novia también se sentía en derecho de sentirlo. Hay cosas que a Handy le molestan más de todas maneras.
¡Como aprovecharse de que no puede moverse con facilidad y dejándolo en ridículo en pleno parque!
Cuando tenían ese tipo de cruces él se limitaba a gruñir y evitarle la mirada directa. Al cabo de un rato se rendía y la perdonaba. Si bien Petunia solía hacerle esas bromas seguidamente, nunca eran con mala intención; lo podía notar en su sonrisa.
–Si de verdad me estuvieron mirando, dudo que sea por esa razón –dijo Handy.
Petunia se detuvo y lo abrazó por detrás.
–Suéltame –intentó salirse.
Petunia lanzó una pequeña risa y le besó la mejilla. Handy se sonrojó y nuevamente apartó la mirada.
–Como sea –se limitó a decir. Luego de unos segundos de silencio con esfuerzo giró su cuello y la miró para entonces posar sus labios sobre los de ella tan sólo un instante.
Nuevamente no hicieron falta las palabras para arreglar un simple ataque de impulsividad.
