Este fanfic está protegido legalmente por Safecreative. No apoyes el plagio.

Los personajes le pertenecen a S.M. La historia es mía.

Agradecimientos a; VickoTeamEC y Sol Cullen. Sin ayuda jamás habría publicado este fanfic. Gracias por la paciencia y por ayudar a ordenarme, las adoro.

Find the way to heaven

Prefacio

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Era una fría mañana de inviernoen Nueva York, el molesto sonido de la alarma se ganó un profundo suspiro y un gruñido de mi parte. Di un salto cuando vi que me había quedado en la cama mucho más que cinco minutos, sin molestarme en tender el desorden de mantas me puse en marcha, tomé el primer cambio de ropa limpia que encontré, hice una visita exprés al baño para darle un aspecto medio decente a mi rostro y cabello, y salí disparada del departamento.

Al cruzar las puertas de cristal del primer piso el gélido viento invernal me azotó el rostro sin piedad, observé por un par de segundos el típico ajetreo matutino y comencé a caminar, dejando atrás el edificio de ladrillo, mi cama calientita y mis ganas de ir a trabajar.

Envolví mi torso con mis brazos, en un intento de entrar en calor, no podía sentir los dedos de mis pies y mucho menos mis manos rojas. Traté de acomodar la bufanda sobre mi pequeña nariz congelada, pero era imposible sentir o pensar en algo que no fuera el frío y la nieve.

Quería darme prisa, las calles estaban atestadas de gente que sólo se preocupa de sí misma y de sus terribles problemas. Caminé con la vista fija en el pavimento, mirando mis pies tratando (o más bien recordando) no tropezar. Gané muchos insultos y empujones a lo largo del camino, pero los ignoré…, había algo que me preocupaba mucho más que eso.

—¡Llegas tarde! —Su voz sonó dura y autoritaria. Me negué a contestar, no quería argumentar mentiras cuando en realidad me había quedado dormida, hubiese dado cualquier cosa por quedarme en casa durmiendo hasta tarde con una gran taza de algún buen té entre mis manos.

—Lo siento. —Me disculpé bajando la mirada, no quería verle el rostro. Sus tacones hicieron eco entre las cuatro paredes que nos rodeaban, provocándome un escalofrío de pies a cabeza.

—Isabella, mírame cuando te hablo. —Suspiré profundamente y levanté el rostro para mirarla. Me intimidaba mucho…, en realidad, todo el mundo me intimidaba. Era demasiado introvertida para socializar con otros—. Tienes que ser más responsable.

Su voz se escuchó más suave, miré directamente hacia sus ojos color miel, ella me sonrió con dulzura.

—Ahora, a trabajar. —Ordenó.

—Lo siento, señora Esme —susurré al pasar por su lado.

Ella no dijo nada más, así que rápidamente entré a la cocina para quitarme el enorme abrigo, la bufanda y el gorro que traía puestos; luego anudé un delantal negro a mi cintura y salí al local.

—Abriremos en tres minutos —dijo ella.

Puse a calentar el agua, rápidamente traté de ordenar los tipos de cafés y comprobé que todos los pasteles estuvieran en el lugar correcto de la vitrina. Sobé mis brazos intentando entrar en calor, vi cómo la señora Esme prendía la chimenea de la cafetería, cosa que agradecí infinitamente ya que me estaba congelando viva. ¡Como odiaba esta época del año!

Jamás supe como llegué a trabajar en este lugar, fue hace más de dos años cuando, por motivos de fuerza mayor, tuve que salirme de la carrera de medicina.

Una mañana fría como la de hoy buscaba trabajo para no quedar en la calle y la señora Esme, a pesar de mi juventud e inexperiencia, me aceptó. Y aquí estoy, dos años más tarde, viviendo exactamente dentro de la misma monotonía.

Viví toda mi vida en Nueva York, pero jamás me sentí como una mujer neoyorkina. Nueva york, la cuidad de la moda, es una completa tontería para mí. ¿Quién podría estar más de tres horas dentro de una tienda de moda? ¿De qué sirve tener tanto cuando eres una mujer completamente desgraciada por dentro? Simplemente no le veía sentido a aquellas personas que pasan su tiempo en la peluquería, arreglándose las uñas y viviendo una vida que es una completa mierda: aparentando ser como no son…, como mi madre, por ejemplo.

—Estás muy distraída hoy, Isabella. —La señora Esme me regañó y pude identificar a una señora mayor de edad que esperaba con impaciencia por mi atención.

—Un Capuccino de vainilla y un pie de limón, querida. —La señora tenía la voz dura. Casi podía apostar que era una de esas típicas viejas sin nada qué hacer, que se iban toda una tarde de sábado a arreglarse el cabello sólo por gastar el dinero en algo.

Me volteé y comencé a hacer el capuccino rápidamente, entre más rápido pasara la jornada mejor.

Me concentré el resto del día en el trabajo. El clima frío nos vino muy bien…, bueno, al menos a la señora Esme, que tuvo mucha clientela. Por lo tanto, más trabajo para mí. Terminé agotada.

No tenía una compañera de trabajo, ya que no muchas personas soportaban a mi jefa. Yo la respetaba, ella me tendió la mano cuando nadie se dignaba a contratar a una chiquilla, en ese entonces de veinte años. Estaba muy agradecida con ella…, pero las que fueron mis compañeras de trabajo no.

Llegó la hora de marcharme, el cielo estaba nublado y nuevamente me refugié en mi ropa de invierno.

Navidad estaba cerca y las calles de Manhattan eran un verdadero caos. Ahora la nieve cubría los techos de los enormes edificios y las luces de colores cegaban mi vista; así que, como siempre, bajé la mirada y ni cuenta me di de cuándo fue que mis pies se dirigieron a casa.

Vivía en Chelsea. Un distrito histórico que había ganado su nombre por la cantidad de eventos, dentro y fuera de la farándula, que habían sido protagonizados en el área; además de la cantidad de impresionantes edificios que se habían mantenido en pie con el paso de los años. Más recientemente, el barrio se había estado haciendo fama como el distrito de las galerías de arte.

Caminé por las ahora casi desiertas calles, hasta llegar al anticuado edificio donde vivía.

Subí hasta el décimo piso casi a tropezones, me sentía más torpe de lo normal, quizá era el frio. Sólo quería mi cama calentita y un buen té. El café estaba totalmente descartado, lo aborrecía desde dos años atrás.

A pesar de que vivía sola jamás me había faltado nada, pues no tenía en quién gastar y tampoco me la pasaba derrochando dinero en mí. Así que se podría decir que vivía bastante bien, no me faltaba comida, ni abrigo.

Me quité las botas y el pantalón de tela negra, comencé a desabrocharme la blusa y luego encendí la chimenea. Me desvestí, no me apetecía quedarme con la ropa fría que había usado. Al siguiente día era domingo, lo que significaba que tenía el día libre, o por lo menos eso quería pensar. También era el cumpleaños de mi mamá y prácticamente, estaba obligada a ir.

Deseché aquel pensamiento tan inoportuno, necesitaba tranquilidad…, pero tranquilidad de verdad. Suspiré y me lancé al sofá, justo al frente de mi cálida chimenea. El calor se sentía exquisito, si hubiese podido estar desnuda lo habría hecho, pero el cansancio me estaba venciendo poco a poco y mis ojos se cerraban con facilidad, ni cuenta me di cuando Morfeo me tomó entre sus brazos.

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Miré la enorme residencia de mi madre, al parecer le estaba yendo muy bien. No nos veíamos mucho, en realidad no nos veíamos; solamente nos reuníamos para su cumpleaños o cuando ella me visitaba los trece de septiembre, que es el día que vine al mundo…, veintidós años atrás.

Ese año me había llamado desde algún lugar del mundo, ni siquiera recuerdo cuál; ella estaba lo suficientemente ocupada como para no preguntarme cómo estaba, sólo dijo: "Feliz Cumpleaños, Bella, que tus sueños se cumplan". ¿Qué tus deseos se cumplan?, ¿qué clase de saludo tan maternal era ese?, ¡qué tontería! A veces prefería que no me llamara, pues cada vez que lo hacía salía a la luz una Isabella completamente histérica.

Observé las enormes y escalofriantes paredes de ladrillo que rodeaban la casa, caminé por el lindo sendero de árboles que daban hacia la puerta principal de la residencia, tenía la vista fija en el suelo…, como siempre. Me resultaba incómodo mirar a las personas a la cara.

Varios automóviles pasaron junto a mí, si no fuese tan estúpidamente tímida y desconfiada les hubiera pedido que me dieran un aventón…, pero preferí caminar.

El frío era casi insoportable. Usaba un pantalón marrón y una blusita blanca; además, tuve que peinar mi cabello, cosa que extrañamente hacía. Siempre usaba una cola de caballo, pero ese día lo dejé caer sobre mi espalda.

—¡Isabella! —Alice me dio la bienvenida a su hogar, le sonreí pero mi vista estaba como siempre perdida.

Ella trató de abrazarme pero rápidamente retrocedí unos pasos ante su cercanía. Alice era extraña, a veces podía llegar a ser dulce…, pero cuando estábamos a solas era una arpía y sinceramente, no la soportaba.

—Hija, pensé que no venías. —Renée, caminó hacia mí y me dio un frio beso en la mejilla. Alice tomó la mano de mi madre y ambas se abrazaron—. Vamos adentro, hace frio aquí.

Y como las mejores amigas se dirigieron hacia la sala, donde había un montón de gente platicando, bebiendo y riéndose de alguna tontería.

—Feliz Cumpleaños, mamá —dije cuando tuve la oportunidad de hablar nuevamente con ella. Renée me sonrió cálidamente y se tomó la molestia de darme un abrazo.

Mamá nunca fue fría…, yo sabía perfectamente que le parecía demasiado extraña. Simplemente no encajábamos; mientras ella era sociable, hermosa y compradora compulsiva…, yo era tímida y como decía ella, una completa amargada. Pero ella jamás ha visto lo que yo sí, jamás ha sentido el frío, la desesperación y el miedo; ella jamás vio o entendió lo que me ocurría desde que tenía memoria.

—Esperaba que te pusieras un vestido, Bella —dijo con desaprobación.

Me avergoncé, todas las mujeres de la fiesta vestían elegantes y sofisticadas. Ésta podría haber sido una buena ocasión para tratar de entrar al mundo sínico de Nueva York, pero yo no era así, jamás lo fui.

—Vine a saludarte…, no a modelar —murmuré.

Alice llegó sacudiendo su hermoso cabello corto, su color era tan oscuro como la noche, su piel clara y sus ojos color miel, casi parecidos a los de mi mamá.

—Isabella, puedo prestarte algo mío. ¿Mami, no te molestarías? —le pregunta a Renée con ojos de gato maltratado.

Negué con la cabeza rápidamente. Primero: no estaba segura si alguna de sus prendas me quedaría bien, pues ella era más pequeña y voluptuosa que yo. Y segundo: no me apetecía aparentar algo que no soy.

—No te preocupes, no tardo en irme —declaré mirando mis uñas disparejas. Necesitaba relajarme o al menos distraerme.

—Ahí están mis amores —dijo una voz masculina llamando la atención de Renée y Alice. Ésta última prácticamente se lanzó a sus brazos, llenándolo de besos mientras repetía una y otra vez "Papi te quiero, que hermosa fiesta le has dado a Renée, ella es prácticamente mi madre, no hay otra mejor". Porque sí, Alice no es hija de Renée, no es mi hermana ni mucho menos, ella es sólo la hija del marido de mi madre…, pero Renée la ama y sé que la ama mucho más que a mí.

—Isabella, toca el piano para nosotros. —Pidió él amablemente. Miré sus ojos color miel pero rápidamente me intimidaron, quiero irme pronto…, el frio allá afuera debe ser insoportable y el camino a casa es largo.

—No.

—Vamos, Isabella, tu madre me ha dicho que tocabas el piano cuando eras niña. —Carlisle me inspeccionó con la mirada, me sentí cohibida y temerosa.

—Sí, eso fue hace mucho… Alice puede tocar, estoy segura que Renée le enseñó bastante bien —Alice, que tiene veintiún años, comenzó a saltar como si tuviese cinco y prácticamente corrió hacia el hermoso piano de cola color caoba.

—Oh sí, lo ha hecho perfectamente… mami tiene mucha paciencia —dijo Alice antes de comenzar a tocar.

La melodía es alegre, nada comparado con lo que yo solía interpretar con mis manos…, pero era obvio, Alice tenía una vida perfecta con su familia, una familia a la cual jamás pertenecería, aunque quisiera.

La tarde avanzó y me sentí cansada. Estaba prácticamente tirada en el rincón de la habitación llena de personas celebrando, todos me miraban como un ser extraño, seguramente ni el dos por ciento sabía que yo era la verdadera hija de Renée Cullen. Pero ya estaba acostumbrada a este tipo de tratos. Mamá quería educarme en los mejores institutos de la cuidad, quería que fuera a la universidad y no que trabajara en una cafetería ganándome la vida, sabía que yo la avergonzaba desde mi trabajo, mi ropa… hasta mi forma de ser tan inusual.

Los invitados reían por algún chiste que Carlisle decía en un pequeño escenario improvisado que habían montado en la sala, creo que agradecía a los presentes por estar ahí y todo ese tipo de cosas, Renée lloraba a su lado abrazando a su "hija" Alice. Ambas se amaban mucho, lo sabía y se podía apreciar, Alice tenía una conexión con mi madre que yo jamás tuve.

Mi vista se perdió por el salón, los invitados comenzaron aplaudir fuertemente cuando de pronto, lo vi.

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Hola mis lindas, les dejo este short fic. La idea principal era un One Shot pero al darme cuenta que sería demasiado largo he decidido dividirlo en pequeños capítulos. La historia no está terminada aun.

Espero de todo corazón que les haya gustado el primer capítulo.

Sus comentarios son mi única paga y me hacen muy, muy feliz.

Gracias por tomarse el tiempo de leer esta pequeña locura que estaba guardada desde Enero de este año.

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Un beso y abrazo enorme, Las quiere. Ani.