Free! - Iwatobi Swim Club pertenece a Kōji Oji, Hiroko Utsumi y KyoAni.
Dos.
Las buenas historias comienzas con un despertador anunciado el inicio de un nuevo día; con un nuevo curso escolar, la llegada de un nuevo estudiante, un nuevo empleo, un misterioso caso por resolver; la ruptura de un amor, una trágica separación o la muerte de alguien.
Esta historia no es una de ellas.
Por eso nos centraremos en otro contexto. Ese donde, ahora mismo, me encuentro en el segundo asiento del transporte público; una señora en el par de asientos continuos, atravesando el estrecho pasillo, carga a un bebé de no más de un año, consolándolo para que sus estridente alaridos cesen de una vez y dejen de molestar al resto de los pasajeros; frente a mi, una señora obesa de mediana edad —grosera y amargada—, ella va profesando maldiciones a todo aquél que, sin poder evitarlo gracias a su gran volumen, roza sus lonjas o siquiera la toca; el conductor del autobús maneja como loco y se frena de vez en cuando, haciendo que por mera inercia te tengas que sostener del tubo más cercano para no salir disparado del jodido asiento; atrás de mi subió una pareja de tórtolos quinceañeros que no paran de besarse y crear ruidos incómodos. La suma de todos ellos hacen que desee un ataque terrorista en este momento. En serio.
Mi vida da asco.
Hace apenas siete meses atrás, yo era la promesa de la natación. Hoy día soy un idiota con miedo al suicidio. ¿Qué pasó? Una lesión. Algo tan estúpido que cambió por completo mi vida; adiós regionales, adiós nacionales, adiós olímpicos, adiós vida. Después de tres meses en los que me dediqué a lamentarme de mí mismo —que aún lo hago— Rin me obligó a esto; asistir a una estúpida terapia física. Carajo.
Se supone, dijeron los entrenadores, mi lesión en el hombro derecho no implica una total suspensión de las actividades competitivas; pero sí una terapia de, al menos, dos años. Se supone, una vez más, que para alguien de dieciocho años no significaba el fin. Pero las suposiciones solo sirven para limpiarme el culo.
Depresión. Já.
Y un mierda. No tengo depresión, idiotas, solo ya no me interesa vivir. ¿Y para qué hacerlo, se lo han preguntado? Despiertas todos los días, vas al mismo trabajo insípido que probablemente ni te guste, pero que haz tomado para no vivir en la calle; en su defecto, vas a una escuela ha aprender cosas que probablemente nunca te sirvan, todo para avanzar un nivel más —volviendo al círculo laborar; aspiras a ser más y más, pero, ¿para qué? Seas el hombre más rico del mundo, o el vago que orina en la esquina de la calle, cuando mueres no queda nada. Entonces todo es inútil. La vida, entonces, no es interesante.
¿Por qué hago esto? Por qué finjo estar de acuerdo en ir a una terapia mierdera donde, por más que traten, no van a volverme como antes. Para qué tomar el asqueroso transporte público lleno de gente odiosa, ruidosa y maloliente. Para qué levantarme de la cama si, de cualquier forma, volveré a ella. ¿Para qué, carajo?
Ellos lo hacen por egoísmo, lo sé. Ellos —llámense Padre, Madre y Rin— lo hacen por su propio beneficio. ¿Han oído sus palabras antes?: "Sousuke, me duele verte así, por favor, ve". Ellos lo hacen para no sufrir; a mi no me importa, puedo sobrellevar una vida tal y como lo hecho estos últimos meses, pero ellos no. Ellos son egoístas que no les gusta sufrir y deciden no dejarme en paz. Y, con la promesa de que, si termino los dos años de terapia, mis padres están dispuestos a mantenerme y no presionar, es como me he subido a la mierda de transporte.
Es la parada que me corresponde, y mientras trato de imaginar que estoy recostado en mi cama viendo la pared blanca de mi habitación, no me he percatado que una señora de tal vez igual tamaño que la odiosa de enfrente se ha sentado a mi lado.
— Necesito bajar, permiso —la vieja resopla y refunfuña, moviéndose en lo más mínimo para dejarme pasar. Hija de puta.
— ¡Ten cuidado, mocoso! —Chilla cuando, sin querer, mi trasero toca sus piernas.
Tengo ganas de gritarle un "váyase a la mierda" pero eso solo crearía un conflicto, la parada se pasaría, me bajarían del autobús "por degenerado", todos me mirarían. No tengo tiempo, entonces decido imaginar que esa regordeta frígida vive más infeliz que yo y que su vida es castigo suficiente.
2.
No es la gran cosa, en realidad. Un enorme edificio de color naranja brillante que con letras doradas anuncia "Clínica fisioterapeuta número 3, Iwatobi". Tiene en la entrada tres rampas para sillas de ruedas, en la fachada se asoman cuatro pisos con veintitrés ventanas en cada uno, huele a hospital y mucha gente muy amable le sonríe a todo el que ingresa, guiándolos a sus respectivas áreas —que asco.
Meto las manos en los bolsillos de la chaqueta azul, son los últimos días de invierno, pero parece que han sido los más helados de toda la jodida temporada. A pesar de eso, extrañaré este clima. Invierno es mi segunda estación menos odiada de todo el año, después del otoño; el frío es agradable en cierto punto —a diferencia del verano, en donde ni estando completamente desnudo se puede estar a gusto y el sudor te deja pegajosa la piel, escalda tu frente por su salinidad, y los mocosos merodean por todos lados al no ir al colegio.
Al entrar, una mujer vestida de blanco, con una enorme sonrisa y una tablilla en manos, me recibe cual conocido. Toca ligeramente mi brazo para llamarme. No soporto a la gente como ella, en verdad; con una sonrisa amable para todos, de facciones finas, cabello castaño al igual que sus ojos, y esas manías de gente buena, ¿no se cansará?
— ¿Necesitas ayuda? —Me pregunta. Su olor a fresa me invade por todos lados. Frunzo el ceño, realmente por reflejo o costumbre.
— Yo... creo que tengo una cita, o algo así —"Vete, déjame solo. Vete.", eso es en lo único que puedo pensar.
— ¡Oh! Muy bien, ¿qué te parece si vamos a la recepción? —Aunque en apariencia me preguntaba, fue casi una frase imperativa. El mostrador donde estaba la base de datos se encontraba a unos metros. Ella tecleó en el viejo ordenador algunos códigos—. Que grosera, no me presenté. Me llamo Amakata Miho, puedes decirme Ama-chan. ¿Tu nombre, cariño?
— Yamazaki —gruño entre dientes. Las personas condescendientes no son lo mío.
— Sí, aquí estás —su voz es chillona y delicada, y mira atentamente la pantalla— ¿Yamazaki Sousuke-kun? Estás en el piso... tres. ¡Oh! Yo seré tu terapeuta, que emocionante, ¿no? —"Realmente no, preferiría lanzarme de ese tercer piso.", asiento.
Subimos al moderno elevador —que contrasta en comparación con su rudimentario ordenador. Los elevadores no me gustan, no me aterran, pero no me gustan; cuatro paredes con espejos ¿para qué alguien querría verse repetido tantas veces? Sí, ese que está a un lado de mí soy yo; el cabello marrón obscuro se nota algo opaco, he perdido masa muscular desde que dejé de entrenar, soy muchísimo más alto que la mujer a mi lado, tengo bolsas bajo los ojos —no duermo bien..., mejor dicho, no duermo desde hace no sé cuánto—, el ceño fruncido y el semblante demacrado. ¿Para qué verme otra vez si ya sé cómo soy?
— ¡Es aquí! —Las puertas metálicas se abren, el piso es amplio, casi como un gimnasio pero con aparatos más burdos, el clima aquí es templado por la calefacción así que la chaqueta me empieza a asfixiar—. Por hoy, sólo conocerás el lugar. ¿Eras atleta, no? —Sí, lo era. Ya no—. Por eso mismo es necesario que vengas cada dos días, por lo menos cuatro horas, ¿entendido? Yo te ayudaré con el tratamiento.
Nos acercamos a una de las bancas acolchadas de color blanco, esas a las que te sube el doctor cuando te va a examinar como objeto y no humano, me pide que me saque la chaqueta y la camiseta para evaluar la gravedad del asunto.
— Han enviado ya tus radiografías y exámenes, pero no hay nada como verlo por tus propios ojos, ¿no? —En definitiva, como objeto no como humano. Obedezco con la esperanza de que así podré irme antes de este horrible lugar.
Debajo de la camiseta tengo la hombrera ortopédica color negro, que se encaja de forma aparatosa en el hombro derecho y sus tiras de velcro rodean mi mi pecho. Traerla puesta es como si una serpiente se enroscara por mi cuerpo y quemara; nunca la utilizo, pero a los demás les gusta creer que sí lo hago, por eso me la he colocado este día, la segunda vez que la uso desde que la compraron.
El hombro está amoratado, me duele, no lo negaré, pero te acostumbras tanto que a veces se olvida. Me pide que alce el brazo hacia un costado, al frente, atrás en círculos; yo sólo quiero que la idiota se de cuenta que me está matando con tanto movimiento. Trato de no hacer muecas, no quejarme, no gemir del insoportable dolor.
— ¿Sí usas la hombrera, Sousuke-kun? Parece estar peor que en las radiografías.
No digo nada, no me da la gana —o no sé qué responder, y un no, no es una opción. Me pregunto ¿qué hará Rin ahora mismo? Probablemente esté entrenando, él competirá en las nacionales. Me pregunto, ¿qué estarán transmitiendo en la T.V. a esta hora? Seguramente pura mierda, no hay nada bueno en ese aparato. ¿Qué día es hoy? Según recuerdo, son finales de enero, ¿pero ya estaremos en febrero? Si ya es febrero, el precio del chocolate debe estar por lo cielos, aunque a mi no me gusta el chocolate; una vez, alguien me regaló chocolates el catorce de febrero, sabían a tierra si lo reflexiono.
— ¿Sousuke-kun? —Miro a la mujer, su sonrisa ya no está, por suerte. Pero su mirada seria es más molesta—. Dime algo, cariño, ¿estás aquí por voluntad propia? —"Já, no."
— Sí —mentir es fácil, por eso los políticos lo hacen.
— ¿En serio? —Por supuesto, ella parecía tonta, pero creo que no lo era—. ¿Cómo tomaste el hecho de no poder competir más?
— Me da igual.
— ¿No lo extrañas? A veces, ¿no te sientes triste?
— No —"Sí, a cada segundo."
— ¿A qué aspiras ahora? —"A nada."— ¿Cuáles son tus metas, tus sueños?
— Pensé que esto sólo era terapia física, Amakata-san —ella cierra la boca, casi afligida, no necesito su lástima.
— En realidad...
— ¡Ama-chan!
Una voz tan molesta como la de la mujer llega a la plática, solo que evidentemente se trata de un hombre. Cierro los ojos, descansando del bombardeo de preguntas que la mujer a soltado sin previo aviso. La persona recién llegada platica animosa con la terapeuta; es un sujeto, tal vez menor que yo o de mi edad, pero no pasa los veintidós, estoy seguro. No reparo mucho en él, es molesto prestar atención a las personas pasajeras, como la vieja del autobús, la señora de la taquilla del tren, o este nuevo individuo.
— ¿Makoto-kun? Pensé que tus cesiones eran mañana, ¿qué haces aquí?
— Han cambiado mis horarios —cuando abro los ojos es inevitable no notarle. El cabello castaño casi olivo, ojos verdes, alto, sonriente, casi irradiaba luz cual astro en medio de la sala. De la personas que menos soporto—. Ahora te veré los lunes, miércoles y viernes.
— ¡Ya veo! Me algra, Makoto-kun —sonríe nuevamente—, ¿sigues en la estación? ¿Retomaste las clases?
— Sí, dentro de poco entro a la universidad. Mientras sigo en la estación, aunque soy un tanto inútil en verdad —para colmo, el nuevo sujeto sonríe igual o más que la mujer. Tener a ambos cerca me hace considerar realmente el lanzarme por la ventana.
— ¡Claro que no! —Replica con alegría en el timbre de voz. La mujer castaña me mira por el rabillo del ojo, creo que ha notado que estoy a punto de vomitar por su presencia y sonríe con malignidad—, hey, Makoto-kun, él es Sousuke-kun. Creo que compartirán horarios.
Sus ojos verdes ahora están en mí, y ahora sí creo que vomitaré en cualquier momento. Son brillantes, y sonríen casi tanto como su boca. Me mira, primero confundido, pero en seguida continúa con su actitud alegre y se inclina levemente frente a mi.
— Mucho gusto, soy Tachibana Makoto —tiene la voz amable, melodiosa y amigable. Mierda, que alguien lo aleje de mi.
— Yamazaki —debería imprimir eso en alguna tarjeta para ahorrarme la saliva. Espero, al menos, la escueta presentación deje en claro que no seré nada más que un sujeto efímero en su vida, como lo es él en la mía.
— ¿Entonces nos veremos todos los días aquí para la terapia, no? —Podría alguien golpearle la cara, para comprobar que tiene la sonrisa tatuada al rostro—. Me tengo que ir, Ama-chan. Nos vemos el miércoles, Yamazaki-kun.
Se despide con la mano y se larga por el elevador. Por fin. Un problema menos en mi vida.
3.
Ahí está otra vez; blanca, pulcra, sobria y tan lejana sobre el suelo. Siento la almohada engullir mi cabeza y las colchas arropar mi espalda. No hay ruido de las manecillas del reloj, pues el único en la habitación es digital. El anaquel frente a la cama está lleno de trofeos que por pereza no he quemado. La luna se cuela por la ventana, serán, quizás, las dos de la madrugada.
Por fin terminó el día.
Final del capítulo uno.
N/A. Mientras buscaba SouMako encontré un summary que llamó mi atención; "lisiado", le decían a Sousuke -me hizo reír, sinceramente-, lo que me dio la idea para esta... cosa... Lo gracioso es que la chica es MakoHaru, entonces, le dedico este SouMako porque... soy idiota, ¿qué les digo? Así que si esto está dedicado a Tomato12. En serio, eso de "lisiado" me encantó, me recordó la mierda de persona que soy y cómo me iré al infierno por burlarme de cosas 'serias'. Un saludo a esta autora... si es que llega a leer esto.
Pia~
