Prólogo

El sol se ponía en el horizonte de la cuidad de Tonwsville. En un sucio callejón, los RowdyRuff Boys compartían una pizza fría. Había pasado aproximadamente un año desde que fueron revividos, pero ninguno de sus "padres" los recibía ahora. Acababan de ser nuevamente derrotados por las PowerPuff Girls, y al parecer ya no les eran de utilidad.

—Otro experimento fallido— dijo Mojo Jojo.

No les importaba, nunca lo consideraron a él o a Him un padre. Pero al perderles, también perdieron la poca estabilidad que poseían. Se dieron cuenta de que no tenían un hogar, un lugar al cual volver. Ellos eran los RowdyRuff Boys, pero seguían siendo niños.Y todo niño necesita una familia y un hogar. Pero ahí estaban ellos, en un horrible callejón, durmiendo en medio de basura, intentando cubrirse con periódicos para no perder el calor.

Esa misma noche, Emma Evans buscaba un taxi. Había venido por una reunión de trabajo y estaba ansiosa por volver a su habitación de hotel a descansar. Mañana volvería a su ciudad, por lo que quería dormir bien y así no perderse su vuelo. Su mente divagaba en esos pensamientos, cuando su pie chocó contra algo y lo mandó unos metros más lejos. Deteniéndose, puso más atención a su alrededor. Avanzo un poco y recogió lo que había lanzado.

Era una gorra roja. Por el tamaño, de un niño (o niña). Preocupada, busco a su dueño o dueña. Un menor no debería estar afuera a esas horas. No vio a nadie, pero se obligó a revisar por precaución. Se asomo al callejón que había cerca, y distinguió tres pequeñas siluetas. Acercándose más, se dio cuenta de que eran tres pequeños niños durmiendo a la intemperie. No le costo mucho atar cabos, esos niños de seguro eran huérfanos.

En sus ya casi treinta años de vida, Emma nunca había sentido lo que la embargaba en ese momento. Sintió tanta preocupación al verlos así, tuvo el impuso de acurrucaros en sus brazos, en darles comida y una cama decente. Darles todo. En cuidarlos. No permitir que les pasara nada. Fue embriagador, no tenía palabras para expresarlo. Lleno cada célula de su cuerpo, y se sintió capaz de todo por ellos.

¿Era eso a lo que le llamaban instinto materno?

Fuera lo que fuera, ya no podía dejar a esos niños ahí. Con la decisión tomada, los tomó en sus brazos y los llevó a su hotel, desistiendo del taxi.

Están bien. Yo los voy a cuidar. Nada ni nadie pueden hacerles daño ahora. Es una promesa.

Y cuando Emma Evans se propone algo, nada, nunca, podía detenerla.


¡Feliz día a todas las madres!