Prólogo

Una tras otra, once campanadas retumbaban dentro de la estación King Cross. A pesar de ser hora punta estaba vacía, y pese a estar vacía, un incansable murmullo la recorría. El revisor paseaba con aire despistado en el andén que separaba los andenes nueve y diez, cuando se paró junto a una de las enormes columnas. De su chaqueta sacó una cajetilla de tabaco y cogió uno de los cigarrillos. Le prendió y le dio una primera calada. De pronto algo lo sobresaltó. Del interior de aquella columna brotaban voces y un agudo pitido de máquina de tren. Llevándose de nuevo el cigarro a la boca meneó la cabeza en actitud negativa. Llevaba muchas horas trabajando. Se apoyó contra la sólida pared de ladrillo y...

¡PLOF!

Cayó al suelo. Rápidamente se levantó y lo que vio no le ayudó mucho, pues estuvo a punto de volver a caerse. A su alrededor parloteaban cientos de personas con extravagantes túnicas de colores, despidiendo a niños, los cuales, en su mayoría, iban vestidos con ropa muggle, aunque otros llevaban lo que parecía un uniforme con una capa negra. Los niños estaban montados en un tren escarlata con una inscripción en la locomotora: Expreso Hogwarts, junto con un escudo que representaba a cuatro animales, un león, una serpiente, un tejón y un águila, con una banda en la que se leía: "Draco Dormiens Nunquam Titilandus"

Asustado, el revisor se echó hacia atrás. Las once campanadas callaron, haciendo que se fuera con ellas el tren y toda la gente de su alrededor, sin embargo, él no se había movido, seguía allí, tirado en el suelo, junto al cigarro, el cual se había roto. Una brisa fantasmagórica movió un pequeño cartel que pendía de un poste, que rezaba: "Andén 9¾"

En el instante en que lo leyó en voz alta, una mano lo agarró por el hombro. Una voz de mujer le informó:

- Soy miembro del cuerpo de Regulación de Magia. Todo cuanto ha visto u oído ha sido tan solo obra de su cabeza, en unos instantes, estará de pie, junto a esta misma columna, fumándose otro cigarrillo. Nunca más se acercará a esta columna. ¡OBLIVIATE!

Un haz de luz anaranjado y después, ahí estaba él, prendiéndose un cigarrillo en el andén que separa las vías nueve y diez, lanzó una mirada rápida al reloj de la estación y se sorprendió al ver la hora

- Vaya, las once y diez... como pasa el tiempo...