¡Hola a todos! Estoy aquí para presentar lo último de mi repertorio más o menos creativo XD Bien, antes que nada, no estaría aquí de no ser por Ai-san ¡Y esto va dedicado a ella! Es un reto, la verdad, escribir después de tanto descanso ¡La disciplina cuesta! Créeme que casi no lo logro XD Tuve que sentirme heroica escuchando 'Bolero' de Ravel cada vez que pasaba a limpio lo que tenía escrito jajaja Pero fue divertido :3 Por cierto, tengo muchas cosas que aclarar:
Lo primero es que el tema central fue dado por Aishiteru-sama. Sin embargo, hay un bifurcación un poco rara en lo que concierne al inicio, a la puesta del contexto y el rumbo que sigue la trama XD Hay algunos temas más tocados, pero en la segunda parte me enfocaré mejor a lo que me pediste. Lo segundo es que parte de esto fue inspirado en Skins 'Pure' acerca de mi querida Cassie :D Amé la serie, y a pesar que ese capítulo no fue mi preferido, sentí que debía adoptar de alguna u otra forma una parte que me impactó bastante (no daré detalles para no malograr la feliz lectura XD). Por otro lado, añadí un poquillo de EscociaxGales (lo siento, no me pude contener) xDDDD También traté de dar un ambiente un poco más bohemio al fic, algo muy vinculado al arte ¡No sé si lo logré! Por último, hacia cierto punto perdí la noción de lo que quería hacer y no sé qué tan bien resultó D: Pero espero que guste :D Le puse emoción, que es lo importante.
Y bien, creo que eso es todo :D Feliz lectura y Ai-san, ya me darás tu opinión :D Esto es para ti con mucho cariño.
¡Disfruten!
A thousand photos of her
Parte Primera
Caló y torció su cuello hacia atrás, con los ojos cerrados y el ritmo cardíaco lento, nostálgico, sobrio. El viento, esa brisa vespertina de Londres, soplaba contra sus párpados, sus mejillas, su nariz roja por el fresco ambiente de la intemperie. Sus brazos, apoyados sobre la baranda del balcón de madera, yacían rectos, como si se proyectaran, con una mano bien agarrada de la superficie y la otra ligeramente sosteniendo ese cigarrillo entre los dedos, jugando de vez en vez, balanceándolo sobre el abismo de la distancia entre su cuarto de pensión y la vereda de esa larga calle capitalina de South Kensington. Tras echar el humo hacia el cielo, dio un suspiro largo, uno que luego llenó sus pulmones con el conocido aroma del tabaco y la nicotina y, arqueando la espalda curveada, dejó ir el aire una vez más, pensando, inquiriéndose cuál era el lugar que ocupaba en ese preciso punto de la Tierra.
Ya habían pasado meses desde que llegó a esa ciudad y no mucho había cambiado realmente. Le parecía hasta irónico pensar con qué propósito original había salido de su hogar en Gales, que hasta caía en el bien conocido cliché de dar el salto a la fama que necesitaban las personas que no habían nacido con todas las cartas a su favor. Su carta en contra, más allá de apelar a los invencibles obstáculos físicos o intelectuales. Apuntaba a esas dificultades geográficas que muchas veces obligaban a muchos a abandonar su tierno lugar de nacimiento en busca de mejores oportunidades y reconocimiento en las grandes ciudades. Fue así como llegó a Londres, en busca de cumplir con el cometido de toda una vida de bailar bajo los reflectores de Royal Albert Hall y lucir los movimientos que la llevarían a la gran ópera de París para interpretar el papel protagonista que daría de qué hablar a todos los diarios de la ciudad. Buscó una pensión que comenzó a pagar con su salario de camarera en un café muy concurrido en aquella zona, justo después de enlistarse en la English National Ballet School, el punto de partida que la llevaría a presentarse en uno de los más conocidos teatros del Reino Unido.
Seis meses después estaría allí pensando todo lo que había sido de ella desde entonces, exhibiendo su figura ante el nervioso ajetreo de las puertas de la nochem ignorándolo todo por completo. El cigarrillo, ya consumido en su totalidad, terminó por caer en el pavimento, al tiempo que Gwen Llywellyn se acomodó el cabello a un lado y giró el cuerpo, adentrándose en su habitación, cerrando las puertas detrás de ella. Una voz se oyó, ella se enfocó, y ya estaba a los pies de su cama cuando respondió tranquila al hombre que se hallaba recostado sobre el edredón, cubierto apenas con una manta azul marino.
-¿Ya tomaste suficiente aire fresco? Si no fuera porque no puedes lucir más aburrida, pensaría que estás intentando huir de mí.
-Ajá. La noche está algo fría, nos es conveniente quedarse mucho tiempo afuera. Quizá va a llover.
-Si está frío, ¿por qué no vienes y te echas aquí conmigo? No es como si vaya a comerte o algo parecido. Bueno, no mucho- Vio cómo sonrió con descarada galantería y palmeó el lugar a su costado. Traía esa sonrisa de como quien planea algo, pero en sus ojos verde botella se distinguía cierta seriedad, cierto brillo hermético, mas frío, siempre muy frío.
Scott solía acompañarla en esas tarde solitarias en las que uno no tenía mucho qué hacer. Lo había conocido en el metro un día en el que se le hizo tarde al salir de su ensayo, cuando él, a pesar de sus rápidos y precisos reflejos, chocó con ella en un movimiento abrupto del vehículo. De allí fue natural que intercambiaran unas cuantas palabras, que eventualmente ella le diera su númerodeteléfono y él prometiera llamarla, llegándolo a hacer tres díasdespués de su primer encuentro.
Lo que le gustaba de él era muy difícil de definir. Sin embargo, se contentaba con oír sus típicas maneras de detestar al mundo y de situarse por encima de todo, como si la realidad se tratara de un mero chiste para él. Sus conversaciones siempre lograban sacar algo interesante y la competencia era notable cada vez que ambos intentaban validar su punto de vista. Y aquello era lo que el admiraba de ella, su indudable capacidad de retarlo a pesar de lo intimidante que pudiera ser en ocasiones, inclusoindisponiéndolo a la vergüenza de ser vencido a costa de sus propios razonamientos. Ella sabía bien cómo él veía las cosas que lo rodeaban, pero especialmente gustaba de saber cómo la veía a ella, con pasión poco romántica y como si se tratara de una criatura mística, como si no dejara de maravillarse con su perspicacia y raciocinio, con sus ojos sin brillo y su vacío, su cabello largo y cobrizo y la finura de cisne que hacía que descifrara cada uno de sus movimientos. Su relación con el engrandecía, de manera egoísta y caprichosa, además de bien disimulada, su vanidad de mujer, sin caer en falsas promesas o sentimientos trascendentes y verdaderos. De la misma manera, él se deleitaba de poder tocar sin poseer y de tener salida libre pararetirarse cundo quisiera, cada vez que sintiera que aquella mujer pudiera arrancarle la cabeza con sus encantos y sus maquinaciones. Así, Gwen y Scott se limitaban a ser compañeros de cama ocasionalmente, a ser amigos de vez en cuando y amantes cuando ninguno se lo esperaba. Así dictaba su extraño orden natural de las cosas.
-Está bien.
Se acomodó la camisa antes de meterse entre las mantas, una que le quedaba larga y suelta y que olía a él, a whisky escocés y a purosrecién fumados. La vista hizo que un escalofrío recorriera su espalda, ella lo notó, pero él no hizo másque mirarla y volver du vista hacia el frente.
-Así que... ¿Ya clasificaste para ese grupo alque quieres entrar? ¿O esperarán que les patees el trasero hasta a tus estúpidas instructoras?
-Aun no- Suspiró, y Scottsintió algo de cansancio en su respuesta - Y no, no soy tan buena como para hacer eso...
-La modestia ya no es tan valorada estos días, querida- ronroneó-Eres buena, lo sé, apuesto a que intentan contenerte para que no desplaces a ninguna de sus putas bailarinas- Como si fuera lo másnatural del mundo, se encogió de hombros y añadió-Te has dedicado a esto toda tu vida, ni siquiera deberías estar en esa escuela.
-Pero debo perfeccionarme. En mi pueblo en Gales las cosas no eran tan exigentes como aquí. Necesito un background, al final de cuentas.
-No sécómo tienes tanta paciencia.
-Es una virtud, supongo.
-Una virtud, claro-
La ojeó de arriba a abajo, inspeccionándolapor un momento. Su largo cuello le pareció una presa suculenta por un instante, y el imaginar sus piernas alrededor de su cintura lo volvió loco una fracción de segundo. Sin embargo, se limitó a besarla, despacio, disfrutando de aquello que nunca tendría entre las manos. Fue cuando Gwen pensó en que pasaría otra vez, y no lo detuvo, solo lo dejó ser. La noche acabo justo como cuando comenzaron en aquella habitación, y para la mañana siguiente solo había un espacio vacío que todavía recordaba a un escocés pelirrojo que prefería evitar las mañanas compartidas por su poca costumbre de hacer amigos.
A ello siguió lo usual: Salió del cuarto hacia el baño de aquel edificio, saludando cordialmente a quien habitaba el dormitorio contiguo en el camino. Una ducha rápida, vestirse, y en unos minutos ya se hallaba pidiendo la orden de una pareja de críos indecisos que seguramentequerían hacerla perder toda la mañana. El turno se le paso en eso, en ir y venir de mesa en mesa, apuntando y entregando órdenes. No fue hasta casi el final de su jornada cuando atendió a un norteamericano que se presentó de forma un poco inusual. Le mostro los dientes, y sin la intención de ordenar algo, prosiguió.
-Soy Alfred. ¡Es un placer conocerte!
Aquella introducción le tomó por sorpresa, mas en su apático gesto solo se distinguió una levísima curiosidad, la que creció cuando el chico rió nervioso, como quien no pudiese creer lo que estaba viendo.
-¡De veras eres tú! No me lo puedo creer.
Se preguntó entonces si lo conocía de algún lado. Sin pista alguna, se animó a responderle al fin, sin cambiar su ceño.
-¿Nos conocemos?
-Pues ¡No sé si tú me conozcas a mí!- volvió a reír -Pero yo sí que te conozco a ti- Dijo, como si se tratara de lo más obvio del mundo.
-¿De qué hablas? Disculpa, pero no sécómopodríasconocerme si yo no te conozco- No se inquietó, aunque de antemano se imaginaba que se trataba de un malentendido que prefería ahorrarse -Ahora, ¿ya puedo tomar su orden?
El americano se detuvo a razonar por un momento. Se le veía confundido, y no encontrar pista en ella que le indicase que supiera de lo que estaba hablando, pareció hacerlo reaccionar y volver a la realidad. Sonrióotra vez, como iluminado, y sacó la laptop que traía en el morral beige sobre su falda. Tecleó unas cosas en las que ella no reparó y cuando encontró lo que buscaba, la giró para que pudiese ver. -Ésta eres tú, ¿no? ¡No hay duda de eso!
Gwen se congeló. No podía creer lo que tenía frente a sí, a pesar de que en la mayoría de situaciones se sintiese preparada para lo que fuera. Se acercó un poco más y, allí, leyó el encabezado que decía "Pureness" y, debajo de este, yacía aquella fotografía que tanto llamó su atención.
Era ella.
Ella, afuera de su balcón, con la camisa blanca de él, los ojos cerrados, el cigarrillo, el cuello hacia atrás, el cabello al viento y los colores del final de la tarde en el rostro pacífico y terso.
Apenas procesó lo que estaba viendo y el chico bajó el cursor, revelando, para su mayor sorpresa, una serie de fotografías profesionales que tenían una sola protagonista: Ella.
Ella en su balcón, ella al otro lado del gran ventanal del café, ella entrando a casa, ella en una presentación en un teatro local, ella mirando, respirando y juzgando, haciendo eso que ella siempre hacía en una infinidad de tomas y ángulos.
Perpleja, visualizó lo que pudo. Alfred siguió hablando y hablando y ella no lo escuchó, porque razonó que para después del ensayo más agotador de aquellos días, estaría en su cuarto y lo primero que haría sería encontrar aquel blog, esa Purezaque desbordaba su imagen y la exhibía, como si ella fuese parte de un mundo que no tenía idea que existía. La halló sin dificultad, y se le erizó la piel del cuerpo al pensar que no estaba tan alejada del factor de lo desconocido que tanto atemorizaba a los hombres. Más de cien fotografías habían sido tomadas, exactamente a partir de los dos meses de su llegada. Observó la última de esos días. Era la del día anterior, cuando estaba con Scott, en ese break en que se disponía a tomar aire y sentir la abarcadora libertad de hacer lo que quería. Se le hizo increíble pensar que estaba tan cerca de alguien que no conocía. Fue entonces cuando se lo preguntó: ¿Quién tomaba esas fotografías?
Se puso de pie en el mismo instante en que la pregunta la golpeó y casi corrió hacia el balcón. Se paró allí, buscando algo, lo que fuese, estudiando ángulos, posiciones, posibles paraderos y tomas, cualquier cosa que la acercara al extraño que la seguía insistentemente. Todo le indicaba un solo punto de partida: Frente al edificio de la pensión, se levantaba una construcción de considerable tamaño, una serie de oficinas, por lo que entendía. El lugar estaba abandonado; el gras a su alrededor, crecido, y una muralla de rejas lo enmarcaba, protegiéndolo.
-Quien sea que fuese, debe entrar por ese lugar para tomar las fotografías- Pensó. Se propuso visitar el edificio lo más ante posible, y lejos de asustada, se sentía curiosa, curiosa por el verdadero propósito de quien insistía en fotografiarla como si se tratara de lo más interesante del mundo. Con el poco tiempo que contaba antes de ir a trabajar, a la mañana siguiente, tomó sus cosas y salió presurosa hacia las oficinas. Rodeó el lugar y justo en la parte trasera, que daba para una calle bastante cerrada y discreta, halló una cadena desatada y un candado que apenas aparentaba mantener la puerta cerrada. Lo movió, y para su sorpresa la reja se abrió con un chirrido que indicaba lo oxidada que estaba. Entró sigilosa, y pronto ya se hallaba trepando por una ventana rota. El polvo era lo primero que saltaba a la vista. Algunos escritorios y sillas eran lo único que adornaba el desolador ambiente, por el que ella continuó con mucho cuidado, observante, alerta a cualquier cosa que pudiese salir a su encuentro. Subió las escaleras y, en el rincón que tenía vista directa hacia su balcón, notó una silla y una mesa. Al acercarse, vio sobre ella unas revistas y la ausencia de polvo, lo que indicaba su uso. Había hallado el escondite; no obstante, fuera de sentirse satisfecha, indagó más, hasta que encontró, bajo la mesa, una caja de cartón acomodada al fondo, contra la pared, escondida. La jaló hacia ella y la levantó, poniéndola en la mesa. Abrió la tapa lentamente y vio su contenido. Consistía en una cámara profesional, unos cables de la misma y, debajo, unas fotografías reveladas con sus respectivos negativos. Tomó la serie de imágenes y las revisó, una por una. Se trataba de paisajes, generalmente del Támesis o del Big Ben, el Palacio de Westminster y el Puente de Londres. También habían paisajes de la campiña y ocasionalmente gente al azar que pasaba por las calles, pero la que llamó su atención fue una foto bien enfocada de un joven de aproximadamente su misma edad. Era rubio y de cabello corto con ojos verdes y una mueca un poco enojada, como si en ese momento no hubiese querido que lo fotografiaran. Lo quedó observando un rato sin saber bien el por qué, preguntándose quién podría ser él. El sonido de la alarma de su celular la sacó de sus cavilaciones. Tenía que irse, y al no poder perder más tiempo, se limitó a poner las cosas en su lugar y volver a ocultar la caja. Sin embargo, antes de simplemente irse, se le ocurrió hacer algo distinto, algo en lo que no reparó demasiado y cuyas razones no examinó, a pesar de que su carácter solía preferir la meditación y el cálculo. El contexto mismo le parecía irreal e insólito, y se mimetizó muy bien con él al arrancar una hoja del cuaderno que traía en su bolso sin pensar. Tomó un bolígrafo y, de todas las cosas que pudo escribir, de todos los reclamos y de todas las advertencias que pudo imaginar, escribió la pregunta que necesitaba responderse a sí misma.
"¿Quién eres?"
Dejó el folio sobre la madera y salió de allí. Caminó por ese sendero que describía el camino al café. El viento, el mismo que la hacía sentir viva cuando vibraba contra su piel, le daba en la cara y enredaba su cabello suelto con su ritmo. Recordó una vez más todos los motivos por los que estaba en Inglaterra. Recordó que quería ir a París, que quería bailar y olvidarse de su trabajo de medio tiempo y de su pensión de las cosas inútiles que la rodeaban. Recordó que no volvería a ver a Scott, que volvería a Escocia, que tan solo pasaría a ser un pasajero en su vida y que sus conversaciones de cosas vanas o profundas se habían acabado. Recordó, también, ese sentimiento de libertad que se descubría con la torsión de su cuello y sus párpados resentidos, que alguien la veía a través de la lente de una cámara y que con su cuerpo expresaba cosas que ella nunca imaginó dejar entrever. Se alzó como una reina, con y sin el interés de que capturaran su momento, su esencia desfigurada por los ojos de ese alguien que se mantenía en secreto. Recordó la nota, pero aún así no tuvo ni la menor idea de lo que significaba y lo que traería.
Jamás imaginó que después de unos meses se enamoraría, y que otra tarde de primavera leería:
"Sí, estaba en algo. Pensaba que compraré dos boletos a París, conseguiré una audición para que logres presentarte en la Ópera y así bailes, bailes siempre que estés conmigo: Pensaba en que me encantaría que fueses mi esposa"
…
"¿Te casarías conmigo?"
