Perfección.
Summary: Nada es perfecto. Él lo sabía y también ella. Pero nada costaba detallar cada imperfección de forma recíproca y eróticamente tierna. Hablando de carácter, eran incomprendidos por el otro. Pero si hablabas de algo físico, eso era perfecto.
Diclaimer: Los personajes no me pertenecen, son de Rumiko Takahashi. Sólo son prestados, bueno InuYasha es mío (Sigue soñando), es verdad no, no es mío. La historia si me pertenece.
Nota: Hecho para un reto de FFL (), Llamado "Vocales extraviadas". La idea es hacer un escrito de cualquier índole sin una vocal. Yo lo haré sin la "U", espero tenga sentido.
Adevertencia: Mi primer lemon casi, o limme, no sé decirlo. Lo que sí…¡LÉASE BAJO SU PROPIO RIESGO!
No de Palabras: 725.
Parte 1:
Ella.
Perfiló cada detalle del rostro femenino. Para mantenerlo memorizado. Cada desnivel de la cara fina y redondeada a la vez, la tersa piel se extendía en cada rasgo formado.
Labios: El inferior era rebosante en carne.
―Apetecible.
El de arriba era sonrosado, fino, y sedoso al tacto.
―Delicado ―Y los besó.
Los ojos, esos orbes dóciles y apreciables. La ventana al alma, limpia e inmensamente bondadosa como ella sola. El inofensivo chocolate de los orbes, predilecto en la lista de favoritos. También los besó.
Se dirigió a la nariz mientras ella sonreía atrayéndolo y pidiendo ser besada, petición aceptada. La naricita era fina y respingona.
―Tierna ―Depositó serie de besos allí, robándole risas tímidas.
El retrato de toda ella era fascinante, trabajado por los artesanos con esmero y paciencia.
Comprobó lo visto antes. No era diosa, poseía algo como rin tintín parcialmente fastidioso al reír sonoramente por la nariz. Todavía no aclaraba cómo lo hacía.
Le miró atentamente, esa chica también lo miraba. Lo volvía loco, era hechicera o algo, pero lo alborotaba como todo adolescente hormonal. Despertó al sentir los labios femeninos en el pecho, acariciándolo, incitándolo. Correspondió con la misma intensidad.
Se paró en los pechos de forma lenta y descarada, sin ser visto, aparentemente. No eran colosales pero tampoco chicos.
―Lindos ―jadeó sobre ellos, los acarició con las manos y los labios. Arrancándole gemidos a la chica bajo él.
Se estremeció de forma agradable al percibir los leves gemidos y jadeos saliendo de los labios sonrosados. No creía lo percibido por las caninas orejas. De esa adorable boca normalmente salen gritos y reclamos ―acertados y con motivos bien racionales cabe decir―. Y llanto, como odiaba oír y oler las lágrimas de la sacerdotisa del presente ―ahora de esa época―, pero sin embargo, él deseaba parar ese llanto. Besar las perlas nácar hasta secarlas. Hasta detener el lamento. Agitó la cabeza, apartando eso.
Descendió hasta el vientre; plano, blando, manejable. No era firme, pero encantador para él, ella no era modelo pero los elipses se expandían a donde más lo necesitaba.
Rió, rara combinación, le fascinaba.
―Moldeable.
Posó la mirada ámbar en las piernas, bronceadas y resistentes, se enroscarían fácilmente a él. Sonrisa socarrona adornó los labios vigorosos del medio demonio.
Observó los ojos chocolates al besarla con vehemencia. Verlos era excelso. Besarlos, la gloria. La recorrió con ahínco y pasión desbordante. Con las manos recias y delicadas a la vez, la exploró toda.
―Te amo ―dijo. No evito ser besado y recostado boca arriba.
Ella le acarició tal y como él lo había hecho. Le miró escéptico, siempre era más cohibida. La azabache se encogió de hombros y acosó al medio demonio, con besos y lamidas, caricias y bisbiseos. Con amor.
Se cansó se ser especialmente atendido y la volteó. Dejándola boca abajo. Le abrazó por la espalda, se frotó contra ella y sonrió arrogantemente al momento de oír más gemidos ocasionados por él. Besó la nívea piel hasta alcanzar los cabellos azabaches. Sedosos, salvajes, alborotados y aromatizados. Ese olor, el de ella embotaba los sentidos. Adoraba el cabello al aire, moviéndose con el capricho del viento. Enredó allí las manos, acarició la melena con la mano derecha, mientras la otra se perdía entre las piernas femeninas.
―No te retengas ―espiró en el oído de la chica.
Oyó grititos placenteros al momento del clímax de la joven, la dejó desplomarse en la cama con delicadeza. Volvió a colocarla boca arriba, para todo él, era de él. La entrepierna le ardía dolorosamente, la deseaba ¡ya!. Le besó con parsimonia, adentrándose en ella. Le oyó gemir, y él también lo hizo, algo similar al bramido ronco escapó, y empezó a moverse lentamente dentro de ella.
Le besaba, y ella jadeaba. Compartían todo lo posible entre ellos, y no le mortificaba. La mente la tenía relajada, se sentía en casa.
Ella siempre había sido el hogar del híbrido, si ella no estaba, nada más le importaba. Incrementó la velocidad y potencia de las embestidas. Le sintió estremecerse, atraparlo y darle placer. La llenó con la semilla, esperando irrevocablemente ser padre y ella madre. Deshizo la coalición entre ellos y se acostó al lado de la fémina, abrazándola por la espalda.
―Perfecta ―sopló con amor.
―Lo sé ―dijo la chica―. Para ti― completó y le besó.
Se entregaron a Morfeo, mañana sería otro día para detallarse.
