"Weeping Willow"
"Un extraño y pintoresco grupo se hospeda en la mansión de Weeping Willow, bajo el cuidado de un tenebroso artista; con el único fin de investigar los sucesos paranormales que, supuestamente, ocurren a medianoche".
(SebastianxCiel)
Prólogo.
«Hacer las paces con el Diablo»
Charcos de sangre. Una camilla en la morgue. La silueta de una casa, en medio del bosque. Sebastian colocó las fotos bien al centro de la diapositiva, para enfatizar su punto.
– El 13 de noviembre de 1974, durante la madrugada, el joven Ronald DeFeo tomó un revólver y asesinó, uno por uno, a los miembros de su familia, adjudicándole el crimen a las voces espectrales que escuchaba en su cabeza… –.
– Doctor Michaelis – exclamó una alumna, levantando la mano –… ¿bajo qué parámetros se rige la ley para determinar si un hecho de esta clase es producto o no de un trastorno esquizoide? ¿Cómo evaluar la situación? –.
– Buena pregunta – admitió el maestro – no soy un especialista en leyes; pero sé que el proceso transcurrió de forma justa. Lo estipulado en la comunidad de Amityville se mantiene en vigencia, todavía hoy. DeFeo fue sometido a un profundo interrogatorio, y su declaración respecto a los incidentes, aunque ambigua, dio a entender que, más allá de la supuesta "posesión demoniaca", no hubo señales rotundas de demencia. El propio abogado se involucró en la mentira –.
– ¿Por qué… – cuestionó un muchacho serio, de traje y corbata, en la última hilera –… si se trata de un truco publicitario, usted le dedica todo un capítulo, en sus informes, a los sucesos de Amityville? Un investigador de lo paranormal querría pruebas fehacientes de que algo "fuera de lo común" está ocurriendo; no más pamplinas al estilo Hollywood… –.
Alzando una ceja, el profesor miró a lo lejos.
– Dígame, ¿leyó mi novela, señor…? –.
– Me gustaría quedarme en el anonimato, si es posible… – gruñó el jovencito, casi sonriendo –.
– Oh, pero si es Phantomhive… – canturreó el literato, fingiendo sorpresa –… mi detractor favorito. Pues, mi estimado compatriota, si de veras usted se toma la molestia de hojear mis publicaciones… –.
– A menudo tengo problemas gástricos; me gusta leer en el inodoro… –.
La clase prorrumpió en carcajadas. Michaelis, no obstante, soltó un suspiro.
– Continúo… – dijo, carraspeando la garganta –… si es cierto que nuestro amigo Phantomhive se preocupa por hacer la tarea, sabrá que mi propósito no es venderle al público un chisme jugoso sobre duendes y leyendas urbanas; sino desarrollar, en el campo de la parapsicología, un estudio acertado sobre la percepción de entidades no corpóreas… –.
– ¿No se ha rendido, luego de diez años de infructuosa búsqueda? – se quejó el reportero, lleno de sarcasmo –.
– Sigo dándole a los escépticos del London Times un motivo para rabiar, cada vez que me otorgan un premio –.
Rechinando los dientes, el ojiazul se hundió más en su butaca, murmurando algún insulto en francés. Se oyeron par de murmullos en la clase, pero nadie más se atrevió a avivar la riña. Ya se encargaría el malcriado de Ciel, en la próxima edición mensual, de burlarse hasta las costillas. Que no pensara el lunático de Michaelis en salirse con la suya.
– Aunque me temo… – enunció el profesor, sacando su reloj de bolsillo –… que en breve concluiré esta charla. Nos veremos la semana que sigue, si todo marcha bien, en el Instituto Harrison, a par de kilómetros de aquí… –.
– ¿Sobre las cinco, doctor? – le cuestionó un colega, repasando el programa –.
– En efecto… y estaré feliz de recibir cualquier ensayo o material sobre el asunto. Les agradezco su atención… –.
Tocó la campana de receso, y los chicos se dispersaron por el salón. Algunos se colaron al frente de la tribuna, pidiéndole al doctor Michaelis que firmara sus cuadernos. Sebastian ladeó el rostro, persiguiendo a su enemigo con la vista. El chiquillo trató de escabullirse con la multitud –no sin voltearse antes, en plena sesión, para sacarle la lengua al conferencista, sin reparo alguno–. Sebastian, en lugar de cabrearse, le regaló su más cálida y seductora sonrisa.
Cuando se trata de Ciel Phantomhive, ganador de un Pullitzer por sus artículos sobre el conflicto bélico en Irak; hijo del magnate principal de Editoriales Funtom, y reconocido columnista de la prensa especializada, London Times, hasta una disputa tonta en el marco académico se convierte en un motivo para flirtear. Ah, y a Sebastian le encantaban tales peleas. En más de una ocasión, sacaba de sus casillas al susodicho, llamándole, cariñosamente, "mocoso mimado".
La recepción tuvo lugar en el noveno piso; justo encima del decanato principal. Un bufete de lujo, champaña gratis y la mejor banda de jazz inglesa animaban al círculo de concurrentes; pero Ciel no se estaba quieto. Solía servirse de cualquier ocasión propicia para humillar, frente a su mediocre audiencia, al arrogante de Michaelis; oh, y cuánto lo disfrutaba. Nada en este mundo le provocaba tanto placer como batirse con su escritor más detestado. A penas entró a la estancia donde los músicos tocaban, divisó al terrible Sebastian, en un rincón, asfixiado por sus cómplices del negocio.
– Rumores, amiga mía, patrañas… – comentaba el barbudo Bardroy, masticando un chicle –… dudo, desde el fondo de mi corazón, que nuestro afamado jefe se retire de la industria. Lo sobrenatural es lo tuyo; ¿eh, Sebastian? –.
Sin quitarle a Ciel los ojos de encima, el aludido tomó un sorbo de su licor.
– No lo sé, Bard… – le contestó Mei Rin, la secretaria –… mira la cara de obstine que está poniendo últimamente. Va a acabar escribiendo relatos de horror para algún periódico local. O ilustrando una historieta de súper héroes… –.
– Menudo rollo que te formó el chico Funtom allá adentro… – gorjeó Agni, rascándose la nuca –.
– ¿Acaso eres ciego, hombre? – se quejó la pelirroja de los lentes –… lo que hay entre los dos es puro deseo sexu… –.
– ¡Hey, basta con el mismo chiste! – se defendió Sebastian, poniéndose colorado –… y trata de no hablar tan descaradamente. ¿Quieres que su padre me lance otra demanda, y esta vez por abuso y corrupción de menores? –.
– Para tu información… – le interrumpe Ciel, quitándole la copa de entre los dedos –… tengo 23 años –.
Un coro de vítores estalló en la atmósfera, y la pandilla se volteó hacia el escenario.
– Joder, ¡ese es mi tema! – clamó Bard, señalando al techo –… ¡están tocando "Ko Ko", de Charlie Parker! –.
– ¡¿Quién se suma?! – invitó Mei Rin, dando brinquitos de alegría –… ¡vamos a por más alcohol! –.
– Hice un voto de abstinencia, creo… pero hoy es mi cumpleaños y Shiva, tan piadoso como siempre, pide espuma –.
– Felicidades, Agni… – le suelta Ciel, haciendo una reverencia –… te mereces un descanso –.
– Que la felicidad te acompañe, hermano del alma… –.
– ¡Larguémonos de una vez, que a Shiva se le respeta! – gritó Bard, arrastrando a los inocentes consigo –. Detrás, sólo quedaban el incrédulo reportero, el doctor en ocultismo y la copa en que ambos depositaron saliva.
– ¿Así que vas a renunciar a tu pasión, Michaelis? – platicó el chiquillo, degustando cada palabra como si fuera un manjar –… me lo pones fácil. Yo me había encaprichado con sacarte del juego a empujones –.
– Hay tres cosas en esta vida, mi dulce y asfixiante Ciel, que me obsesionan hasta la médula… – confesó Sebastian –.
– Prosigue… – le exhortó el muchacho –.
Dando un paso adelante, Michaelis lo tomó por la cintura.
– En primera instancia – murmuró, su aliento sobre la oreja del chico –… quiero desentrañar la verdad, sea cuál sea… –.
– Tus métodos no parecen efectivos… – tembló el periodista, sin apartarse –.
– Si alguna vez lo consigo… – fantaseó el escritor –… me encantaría restregárselo en la cara a Vincent Phantomhive –.
– Pobre idiota… – farfulló Ciel, algo ebrio, y no a causa del champán –… lleno de ilusiones vacías –.
– Y por último… – dejó caer, entre susurros –… me muero de ansias por llevarte a la cama, niño presumido… –.
Procurando, con dificultad, que no le tambalearan las piernas, el chico ladeó levemente el rostro, apoyando su mejilla contra la de Sebastian. Estaba húmeda, y olía a caramelos. Un aroma intoxicante.
– Tu reputación intelectual está bajo tierra, ¿sabes? – gimió Ciel, acariciando los cabellos del doctor –… el sector científico se mofa de tu vago intento por sobresalir. Te llaman "fraude" a tus espaldas… –.
Sin dejarse intimidar, Michaelis estrujó al joven contra sí, y le dio un apretón en el trasero. Ciel dejó escapar un chillido mudo; pero sólo Sebastian llegó a escucharle. El sonido se diluyó, gradualmente, junto a las notas del saxofón.
– Adoro tus artículos sobre Gadafi y los pleitos políticos en Libia, durante el 2011… – reveló Sebastian, preparado para devolverle al crío su ultraje –… sin embargo, la señorita Midford no parece adherirse a la opinión general… –.
– No te atrevas… –.
– La crítica ha sido benévola con usted, joven Phantomhive, gracias a la injerencia de un árbitro poderoso. Papá y sus millones pueden salvar a cualquiera del ostracismo, ¿no? Cuando tu prima, y ex prometida, en un ataque de despecho, quiso ofuscar tu éxito profesional, la echaste del tablero como a una reina rota… –.
– Elizabeth presentó un retiro oficial… no hubo calumnia de por medio… –.
– Sé que obraste "limpiamente"; Ciel. Tu prima no te hizo la vida un infierno por una cuestión de ética profesional; el mundo entero sabe que Lizzy, como hipócritamente le decías frente a la cámara, estuvo al borde del suicidio cuando supo que su futuro esposo, tan perfecto en apariencia, gusta de chupar pollas tanto como ella misma… –.
Ciel tuvo que morderse el labio. Dios, aquello sonaba tan bien, dicho por Sebastian…
– Tu problema, Ciel Phantomhive; tu desprecio histórico hacia mi persona, no es más que el resultado de una insatisfacción infantil, casi inofensiva. No te molesta mi éxito, te importa un bledo si triunfo o no… toda tu persecusión obsesiva tiene un nombre. Mis ganas de follar contigo son tan recíprocas que justo ahora la tienes dura como un… –.
– ¡Basta! – le suplicó Ciel, tapándole la boca, y con las mejillas hirviendo – No soy el único que acaba con una erección gigantesca cada vez que me pones la mano encima. ¿Me dirás que ese enorme bulto en tus pantalones es tu prótesis de vejiga, mal colocada, que se corrió de lugar? ¡Estás perforándome el estómago con esa cosa! Múevete…–.
– ¿Quieres que te meta esa cosa hasta el fondo? – tarareó Sebastian, ajeno al universo –.
Ciel abrió los ojos como par de platos. – Se-sebast-tian… ¡cierra el pico! –.
– Tendrías que ser tarado para no darte cuenta de que estoy loco por ti… –.
– Y lo que te está pasando es tan mutuo, que duele… –.
– Se nota que has bebido… –.
– Una docena de copas… –.
– ¡Rayos, Ciel! ¿Has perdido la cabeza? –.
El jovencito agarro la mano del escritor, y presionó su palma toda encima de su entrepierna.
– Esta otra cabeza la traigo bien puesta… –
– Tengo una habitación de hotel, a par de cuadras de aquí… –.
– Demasiado peligroso. Fóllame en el baño… –.
Sebastian casi se viene, ahí mismo.
– Bonsoir, caballeros… –.
De golpe, Ciel comprimió las rodillas, y estuvo cerca de atragantarse con el champán. Oh, por todos los demonios.
El rostro de Sebastian estaba pálido. Maldita suerte…
– Lizzy… –.
– ¿A qué debo tan grata coincidencia, Lady Midford? – mintió el doctor, inclinándose levemente –.
La chica lo notó algo agitado, y frunció el ceño.
– Señor Phantomhive, professeur Michaelis… – expresó ésta, confundida –… lucen como par de conspiradores –.
– No seas tonta... estábamos discutiendo sobre… – tartamudeó el jovencito, sin poder ocultar su rubor –.
–… literatura erótica – escupió Sebastian, concluyendo la frase con la idea más ridícula posible –.
– ¿Oh, de veras? – se asombró la muchacha, para luego arrugar el ceño – ¿Sade, Bataille, Nerciat, Nabokov? –.
– ¿La tía Frances te permite leer todas esas cosas? – inquirió Ciel, más que atónito, y rojo como un tomate –.
– ¿En qué siglo cree usted que vivo, Señor Phantomhive? Mi mère no tiene que concederme ninguna autorización… –.
– Curioso es que el propio Ciel domine a tantos autores, ¿no es así? – bromeó Sebastian, guiñándole el ojo –.
– Pfff… no conozco ni a la mitad… y si alguno que otro me suena, es debido al semestre de Letras Clásicas y a ese idiota malnacido de Edgar Redmond… que nos obligaba a devorar toda clase de obras… – le engañó el conde –.
– Yo, por mi lado, doctor, he de reconocer que estoy abrumada de tantos libros sobre appareillage… – replicó Lizzy –… hace un tiempo me vi en la necesidad de recurrir a otras fuentes de…. placer o, mejor dicho, de auto-indulgencia; dada la falta, o mejor dicho, inexistencia de actividad en mi lecho nupcial… –.
– ¡Por favor! – se indignó Ciel –… ¡no éramos marido y mujer! Nuestra incompatibilidad emocional ha de mantenerse bajo discreto siencio; con semejante actitud, tan absurda, estás manchando la opinión incólume que tengo sobre ti…–.
– Mis nervios flaquean de vez en cuando, amor mío… regresé justo anoche de mi retiro espiritual… –.
Del puto manicomio, querrás decir… – pensaba el reportero –.
– Nuevamente, señorita Midford, me resulta insólito verla por este lugar… – añadió Sebastian –.
– Oh, pero todos fuímos citados para un encuentro, acá en Weston College. Incluyéndolos a usted y a mi primo… –.
– ¡¿Tú guardas alguna sucia relación con ese tal "Undertaker"?! – rugió Ciel, aferrándola por los hombros –.
– ¿De casualidad, estás celoso? – zahirió ella, ignorando la reacción agresiva del conde –.
– Ciel, trata de mantener la calma… – le instó el profesor, alejándolo suavemente de la chica –.
– ¡Otra vez con ese jodido demente, y su depósito de cadáveres! –.
Al escucharle decir "cadáveres", Sebastian sintió un espasmo subirle por la espalda. No es como si los 'fantasmas' le produjeran pavor alguno; por el contrario. Pero el doctor sí abrigaba cierto tabú respecto a la 'necrofilia'; y el famoso "Undertaker" le recordaba a un montón de cosas desagradables: fetos en formol y gazas teñidas con fluídos humanos.
Por no mencionar; su extraña excitación antes las "muñecas bizarras"…
– Te juro Sebastian, que ese tipo me enferma… – le explicaba el jovencito, enfurruñando la nariz –… se ha dedicado, estos últimos meses, a crear toda una fábula sensacionalista en torno a Weeping Willow –.
– Ha sido todo un escándalo para los medios de difusión…– aclara Elizabeth –.
– Vaya, suena divertido… una vieja y destartalada mansión, convertida en fenómeno de feria para adolescentes… –.
– Es el Amityville de Londres; pero a escala superior… – rezongó el conde, que solía vanagloriarse de que lo "inglés" siempre es superior, en todos los sentidos posibles –. Sebastian le despeinó, afectuosamente.
– Déjate de tonterías; viejo gruñón… – le regañaba su prima – y sé más receptivo con la evidencia… –.
– Ya, claro… ¿te refieres a la sarta de videos en YouTube; sobre rituales de satanismo? Anda ya, una montaña de animales decapitados cerca del río y la plebe enloquece… ¡eres una periodista de carne y hueso, por amor de Dios, ten más respeto por ti misma y busca un reportaje que valga la pena! Hasta los guionistas de Supernatural escriben mejor –.
– Me llegó un billete de tren, anoche, en dirección al norte… ¿a usted también, monsieur Michaelis? –.
– Oui, mademoiselle… – afirmó el doctor, registrándose el chaleco –… y seguidamente, recibí una nota firmada. No creí nunca que su primo y usted estuvieran involucrados; veo que quién planeó esta reunión sabía de mi conferencia… –.
–… y de tu interés por la chatarra paranormal. Apuesto a que Druitt ya se enteró del chisme; por no mencionar a Spears con su pandilla de inadaptados. De una forma u otra, nos acorraló a todos en una misma trampa: quiere filmar un documental sobre Weeping Willow, y para ello escogió un casting muy particular… –.
– Supongo, por consiguiente, que la fiesta privada a medianoche… – dijo Sebastian, atando los cabos sueltos –.
–… ¡exacto! Nos toca asistir, por obligación, y enterarnos aquí mismo de las intenciones que alberga el muy lunático –.
– Pensé que se trataba de una broma de mal gusto… veo que la cosa va bien en serio… –.
– Mi deber, d'une extrême urgence, es implorarles que no se pierdan esta oportunidad… para usted, Michaelis, puede ser el tiro de gracia que venía esperando. Y a ti, mon amour, no te vendría nada mal un paseo de campo… quizás una aventura fuera de casa te ayude a exorcizar tus demonios personales… –.
– Fous-moi la paix, rata de alcantarilla… – protestó Ciel, cruzándose de brazos –… ya te veré en el infierno –.
Con una mueca perversa, la joven les dio la espalda y se perdió entre las sombras.
– Tu novia me inspira desconfianza… – balbuceó el novelista, tragando en seco –… le pediré a Mei Rin que vigile sus pasos… ¡¿viste la forma en que nos saludó?! Creí que de un momento a otro iba a afilarse las uñas… –.
El conde hizo una mueca de asco. Primero muerto que condenado a casarse con una arpía.
– Uhgg, ahórrate los títulos… Lizzy es meramente una prima majadera. Yo que tú, le caigo encima al Undertaker, hay algo sucio y feo en ese "director de funerarias"; no lo sé, deberíamos investigar a fondo… –.
A Michaelis le entró un ataque de estornudos; y trató de disimular su nerviosismo.
– Disculpe, señor Phantomhive… – quiso esclarecer –… ¡¿me está proponiendo que trabajemos en conjunto?! –.
– Ya consulté con tu staff de detectives locos… – admitió Ciel, sonrojándose por enésima vez en la noche –… Bard y Mei Rin están de acuerdo, Agni y Soma fliparon de emoción, y el torpe de Finnian se echó a llorar cuando le manifesté mi deseo de unirme a ti... – por mucho que al conde le costara admitirlo, los colegas de Sebastian le dieron una cálida bienvenida –. El corazón de Ciel latía como una bomba. Nunca antes se le ocurrió una locura tal. Estaba contento, sí.
– He de suponer que esta tregua amistosa es temporal… ¿no? – indagó Sebastian, al borde de la euforia –.
– ¡Pues claro, zoquete! – se apresuró a decir Ciel, cubriéndose el rostro con una servilleta –… mi única motivación en este caso es la curiosidad. No hago esto con fines de lucro; soy un humilde informante. Sólo busco entretenimiento… –.
– Te pareces a mí, más de lo que crees, pequeño Phantomhive… –.
– ¡Cállate…! – le exigió el chiquillo –… sigo estando bajo los efectos del alcohol. Mañana tal vez me arrepienta –.
