Desde hace mes y medio, las peleas en la escuela habían disminuido considerablemente. Desde hace mes y medio, sólo había una o dos peleas cada semana sin consecuencias desastrosas. Desde hace mes y medio, los golpes ya no eran tan fuertes y los insultos no eran dichos con la intención de herir. Y si las cosas estaban así, era porque justamente, desde hace mes y medio, Kagura y Sougo habían comenzado una cómica y volátil relación como pareja. Ella como la novia, él como el novio. Era un noviazgo oficial.
Sin embargo…, ¿cuántas veces se les podía ver comportarse como un par de enamorados? ¿Alguna vez alguien los vio tomados de la mano? O aun mejor, ¿besándose? La respuesta era no. Nadie había visto algo como eso. Ésos dos eran oficialmente pareja, pero no había mucha evidencia de ello, salvo el hecho de que sus acostumbradas peleas se habían reducido y, por así decir, ya no se lastimaban tanto. Claro, y también estaba aquello de que no sólo no lo negaban, sino que lo habían confirmado cuando los más incrédulos ―y valientes― se atrevieron a preguntar.
Ahora ya nadie preguntaba. Ahora todos sabían que ellos estaban juntos, a pesar de que no eran muy convencionales en su relación y que pareciese que tenían que observarlos con lupa para encontrar algo de romanticismo entre ellos. Pero eso no podía ser, porque sólo los verdaderamente cercanos a ellos podían notar los cambios y, desde el punto de vista de esas cuantas y selectas personas, los cambios no eran pocos.
Ella, la novia, solía fruncir el ceño y sonrojarse al hablar con sus amigas de aquel bastardo sádico que en dos segundos podía sacarla de quicio. Y, un tanto tímida, también les pedía consejos cuando le surgía alguna duda sobre los temas amorosos, pues ella no tenía ninguna experiencia. Kagura, la novia, no sabía cómo comportarse con Sougo, su novio.
Y por otro lado estaba él, el novio. Desde luego, el de ojos rojizos no se sonrojaba al hablar de aquella bestia china con sus más cercanos conocidos. Se limitaba a responder una que otra pregunta que ellos le hacían, aunque generalmente se guardaba los detalles que quería sólo para sí. Sin embargo, había algo que no le agradaba demasiado, y si no había hecho nada para remediarlo todavía, era porque pensó que era una simple cuestión de tiempo. Sucedía que, Sougo, el novio, quería que Kagura, su novia, se comportara como tal de vez en cuando y le dejara disfrutar de lo que él difícilmente había conseguido.
«No hay que presionar», le había dicho Mitsuba, su hermana mayor, cuando él acudió a ella en su tercera semana de noviazgo con Kagura.
Y ahora estaba cerca de cumplir dos meses con la chica china. Y nada había pasado entre ellos. Y él cada vez estaba más tentado a no sólo presionarla, sino también a exigirle y someterla.
¿Pues cuánto tiempo necesitaba una chica para interpretar su rol como novia? ¡Vamos!, no estaba pidiendo nada sexual ―todavía― para estar satisfecho. Ni siquiera pedía que ella sea ultra-mega-maxi cariñosa con él, porque ese tipo de cosas no iba con ninguno de los dos, pero ¿realmente era tan complicado para ella dejarlo acercarse y entablar una conversación medianamente aceptable sobre lo que había entre ellos? Por lo menos eso debían ser capaces de hacer, ¿no? Porque eso hacían las parejas; eso y algunas cosas más que, desde luego, él también quería hacer.
Pero ellos no hablaban. Él lo intentaba y ella lo evadía. La interacción más duradera entre ambos sucedía cuando peleaban, lo cual normalmente pasaba porque Sougo se acercaba a Kagura con el fin de hablar como la pareja que eran. Y era ahí cuando Kagura volvía a fruncir el ceño, era ahí cuando se sonrojaba y cuando empezaba a insultarlo y a cuestionar las siempre sospechosas acciones de él. En resumen, ella se ponía nerviosa al verlo acercarse, y la salida más sencilla era provocar una pelea. Total, ese sádico siempre iba a devolverle los insultos y golpes, porque si él era la desesperación de ella, ella era la de él.
Al final, la chica conseguía su cometido y ninguno volvía a hablarse hasta que el joven Okita iba a por otro intento. Lamentablemente, las cosas terminaban igual, y entonces Sougo tenía que herir accidentalmente a su compañero Hijikata para desahogarse aunque sea un poco.
Siendo serios, el novio ya estaba exprimiendo las últimas gotas de su paciencia.
― ¡Otae-san se ve muy bien en su ropa de gimnasia!
Escuchando aquello, Sougo levantó un poco su antifaz y vio a Kondo, quien sonreía de manera no muy sana a la par que miraba alguna escena con unos binoculares. Por lo que había dicho, era obvio que observaba a Shimura Tae, su obsesión y blanco de acosos.
Ambos estaban en la azotea, siendo el lugar tranquilo y desolado al que iban en sus ratos libres, y que además era perfecto para que Kondo viera desde una segura distancia a la mujer de sus sueños cuando ésta estaba en clase de gimnasia y daba vueltas a la cancha. Sougo, por su lado, se ponía su antifaz rojo y se acomodaba en algún lugar del suelo para intentar tomar una siesta. Y muy de vez en cuando Hijikata les hacía compañía, porque él, a diferencia de ellos, sí se tomaba muy en serio las responsabilidades que tenía como miembro del comité estudiantil.
― Deberíamos proponer algo más corto para las chicas, ¿no crees, Sougo? ―habló el presidente estudiantil, aún con la cara pegada a los binoculares―. ¡Las pobres sufren calor!
― Más sufrirán si se enteran de que las observas desde la azotea y sonríes como enfermo cada vez que tienen que saltar ―respondió el castaño claro, volviendo a tapar sus ojos―. Kondo-san, eso no es socialmente aceptable, ¿sabes? Harás que los padres saquen de aquí a sus hijas, y entonces las obras de teatro serán incómodas para quienes consigan un papel femenino.
Kondo, como siempre, prefirió no tomarse el tiempo para reflexionar y continuó con su observación.
― ¡Yo sólo veo por la seguridad de Otae-san! ―se defendió. Su mirada seguía a aquella castaña, y por ende, enseguida notó a la chica de ojos azules que alcanzó a la primera para hacerle compañía. Ellas se sonrieron y continuaron trotando, hablando de quién sabe qué―. ¡Oh!, Sougo, ahí está tu novia ―comentó―. ¿Por qué no usa algo más ligero, eh? Siempre con ese pans rojo...
― ¿Insinúas que te molesta que ella no se exponga tanto como las demás? ―cuestionó el del antifaz, usando un sospechoso tono bajo y suave que congeló la sonrisa de Kondo―. ¿Acaso quieres verle algo, Kondo-san?
El peligro era inminente. Y siendo Kondo una de las personas cercanas a Sougo, sabía que éste era ligeramente celoso cuando se trataba de su interés amoroso. Lo había visto celoso varias veces antes, aunque se tenía que prestar atención y conocerlo muy bien para darse cuenta. Su mirada solía afilarse y oscurecerse cuando aquello pasaba. O, en otros casos, hablaba con demasiada suavidad y con una amenaza implícita en la voz…, justo como hace un momento.
― ¡Cla-Claro que no, Sougo! ― exclamó el desdichado, y se dio la vuelta para ver a su querido amigo, el cual continuaba con el antifaz puesto―. Sólo… Sólo fue un comentario, ya que hace un poco de calor como para que alguien esté tan abrigado… ― y tembló, pues el que llevaba una gran S en su camisa hizo el ademán de levantarse―, y… quizá esté… deshidratándose…
― Ya veo ― murmuró Sougo, al estar ya de pie. Se quitó el antifaz y fijó la mirada en Kondo―. Eres amable al preocuparte, Kondo-san, pero no tienes que hacerlo. Esa bestia china tiene bastante aguante.
La voz del chico había regresado a la normalidad, y Kondo ya no percibió ningún peligro hacia su persona, así que se permitió suspirar. Debía tener más cuidado con sus comentarios, especialmente si éstos involucraban a aquella chica.
― Y…, ¿cómo vas con ella, por cierto? ―preguntó, todavía con un deje de temor en la voz. Sougo se había acercado demasiado a él y ahora veía hacia la cancha―. ¿Quieres…?
― Kondo-san ―interrumpió Okita, recargándose un poco en el barandal―. ¿Por qué una chica no deja que su novio se le acerque?
Kondo no supo responder enseguida. La pregunta parecía ir muy en serio, y era fácil hasta para él deducir que la chica era Kagura y el novio era Sougo. Era la primera vez que él sacaba el tema de su noviazgo por cuenta propia, y siendo así, Kondo sabía que ese chico realmente quería y necesitaba un consejo.
― Bueno… ―sonriente, el presidente estudiantil comenzó a hablar, dispuesto a ser de ayuda para su camarada―, te diré lo que leí en una revista, y debe funcionar, ya que lo resaltaban con letras rojas ―hizo una pausa innecesaria a la vez que ponía su mano sobre el hombro de Sougo, y continuó―: «Conoce a tu pareja», eso decía.
Un buen depredador no sólo disfruta de su presa, sino que también disfruta el juego previo de asecho y persecución. Ahora, Sougo comenzaba a entender que esa fase todavía no terminaba. Sí, tal vez Kagura había aceptado ser su novia, y aunque eso era un absoluto logro, no estaba viendo la recompensa.
Definitivamente, la conquista ―o caza―, no había finalizado. Y no había mayor prueba que ver cómo tu presa intenta escapar de ti.
― Detente ahí, China ― ordenó él, a un par de metros detrás de Kagura. Las clases habían acabado, así que todos ya se dirigían a sus respectivas casas, y eso lo convertía en el momento ideal para intentar hablar con ella...
Ah, no. Hoy no habría intentos. Hoy sí habría progreso. Y con algún sexto sentido, Kagura lo notó.
Ella se detuvo, aún dándole la espalda a su novio, y frunciendo el ceño lo miró por encima del hombro. Ya estaba mostrando la iniciativa para comenzar una pelea.
― Se supone que los del consejo estudiantil se quedan hasta tarde. ¿Acaso te estás saltando tus deberes, sádico? ― le cuestionó―. ¡Qué vergüenza! Si van a robar la mitad del dinero recaudado en los festivales, entonces por lo menos…
― Quiero que me presentes a tu familia.
Tan claro como el agua, y tan decidido como nunca. Así había sonado Sougo al decir aquellas palabras. No había vuelta atrás, y por más incrédula y tonta que fuera la expresión que Kagura tenía ahora, él iba en serio. Quería conocer a la familia de su novia, y por ende, conocerla más a ella. Ése sería un gran progreso.
― ¿De… qué estás hablando? ― consiguió articular la chica, todavía con aquella cara de no creerse nada―, ¿conocer a mi… familia? ― y en serio que le costaba hablar, pues la última palabra pareció atorársele en la garganta.
Sougo, de forma imperturbable, asintió.
― ¡¿Y por qué quieres algo así?! ¡¿Q-Qué planeas, maldito sádico?! ― ella ya no le daba la espalda, mas mantenía la distancia entre los dos. Obviamente, la idea de su novio no le parecía buena. Es más, ella sospechaba―. ¡Lo que sea que intentes hacer, más te vale no hacerlo! ¡Te lo advierto!
― Si no es por las buenas, será por las malas ―le respondió él, tomándose con calma los gritos. Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios al notar que la chica se tensaba―. Como miembro del consejo estudiantil, tengo acceso a cierta información de los estudiantes. Y eso quiere decir, que tengo acceso a tu información ― ignorando que Kagura estaba lista para saltarle encima, Sougo comenzó a dar algunos pasos hacia ella, con una mirada llena auto-suficiencia―. Dónde vives, el número de teléfono de tus padres, tu fecha de nacimiento, dónde naciste… Puedo saber todo eso.
Se detuvo justo frente a ella, no pareciendo bienvenido a invadir el espacio personal de la joven, quien lo miraba más enojada que sorprendida. Estaba siendo amenazada, él la estaba acorralando.
― Hijo de…
― ¡Por lo tanto! ―le cortó el castaño, sonriendo más ―, en caso de que tú no quieras presentarme a tu familia como es debido, yo iré solo a tu casa y lo haré por cuenta propia. Les caeré de sorpresa y tú no podrás…
Pero esta vez, Kagura le interrumpió, y no de muy buena manera. Lo golpeó en la cara. Duro. Justo como hace mes y medio no hacía. Y en consecuencia, Sougo cayó al suelo con la mejilla adolorida y casi hasta creyó que sangraría.
― ¡¿Quién demonios te crees que eres, sádico de mierda?! ―gritó la chica, mirándolo desde arriba y con las ganas suficientes para golpearlo otra vez.
― ¡¿Que quién me creo?! ―Sougo alzó la mirada, pero se mantuvo en el suelo, perdiendo por completo la sonrisa que antes tenía―. ¡Soy tu novio, maldita sea! ¡¿Qué parte de eso no has entendido todavía?!
Las mejillas de Kagura enrojecieron, quizá de coraje, quizá de nervios.
― ¡¿Y qué con eso?! ¡Ser mi novio no te da derecho a amenazarme ni a nada! ¡Idiota, bastardo! ― ella se dio la vuelta y enseguida comenzó a correr, a escapar, dejándolo en el suelo―, ¡y no te atrevas a poner un pie en mi casa!
― ¡Ey, todavía no termino contigo! ¡Vuelve aquí!
Sabiendo que aquella chica no iba a hacer caso, Sougo maldijo por lo bajo y se puso lentamente de pie. El golpe en verdad lo había desorientado un poco, pero más irritante que eso, era el hecho de que ahora tendría que hacer las cosas por las malas. Porque sí, él iba en serio. Forzaría el avance entre ellos si era necesario, así que Kagura podía agradecer que al menos fue advertida y que tuvo la opción de elegir una mejor manera.
El departamento en el que Sougo y su hermana vivían no era demasiado grande y mucho menos ostentoso, pero Mitsuba se encargaba de hacerlo lucir bastante bien. Gracias a ella, cada cosa siempre estaba en su lugar, en orden, y desde luego, limpio; sin embargo, la habitación del chico era un tema aparte. Él de vez en cuando limpiaba su cuarto. Muy de vez en cuando. Sabía que debía ordenar el lugar cuando se tropezaba con algo a cada dos pasos que daba, o ya llegando al extremo, cuando apenas podía ver el suelo.
Y hoy, al entrar a su habitación, supo que ya era momento de limpiar. ¡Ni él entendía cómo el lugar terminaba así!
Suspiró.
― Lo haré luego… ―masculló para sí mismo y comenzó a andar hacia su cama, evadiendo los diversos objetos en el suelo. Estaba cansado, así que no quería ponerse a pensar en siquiera tomar una escoba.
En cuanto llegó a la orilla de la cama, se tiró sobre ésta y quedó boca abajo. Sus energías no daban para más, salvo ir a cenar cuando Mitsuba lo llamara a la mesa, y sería ahí cuando ella le preguntaría sobre su día. No comprendía cómo su hermana conseguía estar tan sonriente y amable aun después de la escuela y el trabajo, mientras que él apenas podía permanecer despierto. Tal vez el trabajo de Mitsuba no era tan exigente como el de él.
― ¿Sou-chan?
Al otro extremo de la habitación, Mitsuba se asomó desde la puerta y sonrió luego de ver a su hermano menor. El desorden del lugar ya no le sorprendía, y también se había acostumbrado a ver a Sougo tan cansado al terminar el día. Por supuesto, a veces eso le preocupaba, pero él siempre acababa respondiéndole que estaría bien.
― Aneue…, ¿ya está la cena? ―habló el chico, volteando hacia donde ella estaba y consiguiendo mostrarle una leve sonrisa.
― Lo estará pronto ―contestó su hermana―. Aunque no es el platillo que dije que haría.
― Eso no importa. Tengo hambre, así que comeré cualquier cosa ―Sougo cerró sus ojos, pensando que prefería saltarse la cena y comenzar a dormir―. Iré en cuanto esté la cena.
― Bien, yo te aviso.
Escuchó que la puerta se cerraba, así que otra vez estaba solo en su habitación. Sentía el cuerpo pesado, y su cama nunca antes le pareció tan cómoda. Pero no podía quedarse dormido aún. Además de que debía cenar, también tenía algo llamado "tarea escolar", que esperaba no le tomara mucho tiempo. En serio…, ¿cómo demonios iba a mantenerse despierto?
El celular en su bolsillo vibró y sonó la alerta de un mensaje recibido. Sougo no se movió ni un poco. Si no era Kondo con alguna estupidez, entonces era Hijikata reclamándole alguna cosa de la que se haya enterado finalmente, y a decir verdad, eso también era una estupidez. Aun así, el castaño giró sobre la cama para quedar boca arriba y luego metió la mano a su bolsillo para sacar el celular. Presionó un botón, miró la pantalla, y el mensaje no era ni de Kondo ni de Hijikata.
Era de Kagura, su novia.
Su energía pareció volver al instante, como con un electroshock, pues Sougo se sentó como resorte en la cama y mantuvo su estupefacta mirada en la pantalla del celular. Tuvo que releer el nombre de quien enviaba el mensaje para estar seguro. ¡Y por un demonio, sí era ella! ¿Desde cuándo esa chica le mandaba mensajes? ¿Cuándo había tomado una iniciativa como esa? Mierda, ¿y si en realidad esa idiota se había equivocado al mandárselo a él?
Nunca, ¡jamás!, le contaría a alguien que se puso tan nervioso al recibir un mensaje de su novia. Era un secreto que se llevaría a la tumba. Y sin más, leyó qué lo que ella le había enviado:
«El sábado vendrás a cenar a mi casa.»
Eso fue todo. No más de diez palabras. Y sin embargo, una sonrisa fue extendiéndose lentamente en la cara de Okita. Oh, sí. Su energía había regresado. Conseguir lo que se quiere mejoraba bastante el humor de las personas.
Se apresuró a teclear en el celular y envió su respuesta:
«Estaré ahí sin falta. Oh, y por cierto, bestia china, ¿no has pensado en dejar tu pans rojo en casa y llevar faldas más cortas a la escuela? Yo lo apruebo, así que hazlo.»
De nuevo se recostó en su cama y esperó un par de minutos. Seguía sonriendo, mirando hacia el techo, hasta que finalmente su celular volvió a vibrar. Él sonrió más. Ahora lo último que quería era dormir.
Y ya que estaba decidido, tampoco dejaría que aquella novia suya durmiera.
