CAPÍTULO I: PROBLEMAS PARA TODA UNA VIDA

-Ya he tenido suficientes problemas para toda una vida -dijo Harry mientras se alejaba de los retratos del despacho del Director de Hogwarts. Después de aquella larga y tediosa aventura, el niño que sobrevivió solo pensaba en dejarse caer sobre la cama con dosel de la Sala Común de Gryffindor. La tranquilidad era tal que su mente dejó de lado a sus amigos, a Ginny, a los Weasley durante unas décimas de segundo. Pero la realidad, pesada, se dejó caer sobre sus hombros.

Aunque el logro alcanzado era inmenso, Harry sentía una enorme presión en el pecho. Todas aquellas personas muertas por una causa de la que él era baladí. Miró el rostro de sus dos amigos, aquellos que desde hacía siete años lo habían acompañado y fue entonces cuando sintió la desesperación de la muerte, la tristeza. Hermione abrazaba con fuerza a Ron mientras las lágrimas resbalaban por las mejillas de este hasta morir en sus labios.

-Ron… -sollozó Hermione mientras le pasaba el brazo por los hombros. -Está bien, todo ha acabado.

-Ya… -espetó este con aire sombrío mientras se acurrucaba bajo el cuerpo de la gryffindor. -Pero han muerto muchas personas… Fred, Remus, Tonks… No culpo a nadie, por supuesto, y merecía la pena, pero… ha sido todo tan oscuro.

Ante esta escena, Harry se dio cuenta de que una lagrima emanaba de sus ojos. Se quitó las gafas, las cuales estaban completamente arañadas y se la secó con las mangas de la chaqueta. Los sollozos de su amigo, su mejor amigo, evocaron con fuerza recuerdos de años atrás. Los fuegos artificiales de su quinto año en presencia de Dolores Umbridge de los gemelos Fred y George, las bromas de Tonks y las clases del profesor Lupin.

Los dos sentimientos que inundaban con fuerza la mente del mago eran tan opuestos que no sabía qué hacer. La alegría por el trabajo cumplido y la desesperación por no poder estar, hacían que Harry se sintiese confuso. La impotencia por no haber podido salvarlos a todos era un sentimiento muy egoísta para el mismo, ya que incluso había dado su vida por salvar a los demás. Pero, aun así, aun sabiendo que él había cumplido con su parte, se sentía desdichado. Si todo hubiera sido diferente, si el problema se hubiera cortado de raíz desde el principio… Pero la vida le había enseñado que pocas veces era justa, y que, aunque el bien primara sobre el mal, este último siempre acababa haciendo estragos.

-Ron -comenzó a decir Harry dirigiéndose al pelirrojo, -cada uno de nosotros… cada uno de nosotros hemos dado todo lo posible para alcanzar el objetivo.

-Lo sé, colega -le contestó, -pero algunos hemos dado más, otros menos y otros… todo.

El dolor por la pérdida del hermano era palpable en los ojos de Ron. Mientras su amigo se hundía en el dolor en el despacho del Director de Hogwarts, Harry observó que, desde lejos, los retratos miraban al pequeño de los Weasley. Entonces, de nuevo, la voz de Albus Dumbledore desde su retrato, habló firme:

-La muerte no es más que el comienzo de la próxima aventura, Ron -dijo el antiguo director del Castillo mientras su cara dibujaba un gesto de afecto. -No creo que tu hermano, ni Tonks, ni Remus, ni ninguna de las personas que han muerto en esta guerra, hayan muerto arrepintiéndose de lo que hacían. Han sido precisamente esas personas las que, muriendo por una causa digna, nos han hecho creer en la victoria. Donde quiera que estén, nuestros seres queridos estarán orgullosos de la hazaña que hoy aquí habéis conseguido.

Harry agarró involuntariamente su antigua varita (ahora arreglada) y miró con orgullo al hombre de larga barba blanca que acaba de dirigirse a su amigo. Las lágrimas de ambos cesaron en el momento en el que este les dirigió su última palabra.

-Ya… Supongo que sí… Estarán orgullosos -afirmó con una media sonrisa, poco convincente.

Harry se contentó con la misma, pues era pedir demasiado el hecho de que su amigo saltará de alegría en un momento tan duro como aquel. Entonces agradeció que Hermione cortará aquel silencio:

-Necesitamos comer algo -afirmó con rotundidad, -iremos a las cocinas, descansaremos y después, Harry, harás lo que tengas que hacer con "esa" varita.

El chico afirmó concienzudamente para después salir en dirección a las escaleras, único lugar por el que se podía abandonar el despacho, no sin antes dirigir una última mirada al retrato del profesor Dumbledore, buscando una última mirada de aprobación, la cual obtuvo en forma de sonrisa.

Cuando salieron del despacho, lo que había visto pero no había notado, se hizo palpable. El Castillo estaba completamente destrozado. El olor a humo y la sensación de destrucción imperaban a donde quiera que el mago mirara. Desde que había salido del Gran Comedor en dirección al despacho, parecía haber obviado aquello. Con tristeza, miró los muros que lo habían visto crecer en aquellos últimos siete años mientras que sin mediar palabra avanzaba el trío hacia la cocina.

Las palabras llegaron cuando los tres amigos entraron en el Gran Comedor. Para llegar a las cocinas primero debían de bajar unas escaleras y para eso, era de obligado cumplimiento pasar por aquel lugar tan enigmático. Las mesas estaban partidas, los estandartes de Hogwarts raídos. En los rostros de los allí presentes, la modesta alegría del principio había dejado paso a una sensación de extraña desolación.

Algunas máscaras de mortífagos estaban tiradas por el suelo. Muchas habían sido pisadas seguramente por la rabia y la furia de la muerte. Entre antiguos rostros de acero y olor a quemado, Harry vio el rostro de Ginny hundido en el pecho de su padre, el cual, con la mirada perdida, miraba la bolsa de color pardo que custodiaba el cadáver de Fred. De nuevo, como le había pasado hacía algunas horas, los sentidos del mago dejaron de lado cualquier otra cosa y se focalizaron en la chica Weasley. Su cuerpo, de manera involuntaria, se acercó a ella. El resto del Gran Comedor desapareció mientras Hermione y Ron lo miraban desde donde habían clavado los pies.

Cuando estuvo a muy pocos metros del lugar, el señor Weasley levantó la mirada y clavó sus ojos en los de Harry, entonces le sonrió mientras afirmaba con la cabeza, haciéndole entender que comprendía al joven mago. Con un gesto suave, tiró del hombro de su hija para que pudiera ver la figura del que hasta entonces tanto había añorado. Este pudo observar el demacrado rostro de una joven que a corta edad había vivido también, como él, aventuras espeluznantes. Tenía los ojos completamente bañados en lágrimas e inyectados en sangre. Cuando vio a Harry se levantó firme, clavando también sus ojos en él. Con admiración, el chico vio cómo la pelirroja se acercaba a él para derrumbarse en sus brazos.

-Harry… -susurró como en un suspiro mientras pasaba sus brazos por su cuello. -Se ha ido, se ha ido…

El mago no estaba acostumbrado a ver a Ginny así. La chica siempre había sido de carácter fuerte y estoico. Pocas veces había visto lágrimas en sus ojos. La abrazó y tuvo que coger el peso casi muerto que ella ocasionó. El viejo dragón dormitaba en su interior rugió complacido mientras notaba los húmedos labios de la más joven de los Weasley en su mejilla.

Las palabras, de tantas como quería decir, se le atravesaron en la garganta si poder articular ninguna. De su boca salieron un par de gruñidos inentendibles que hicieron que Ginny levantase la cabeza alzando una ceja acompañada de una pequeña y tímida sonrisa.

-Vamos a las cocinas -le dijo mientras aspiraba el olor del su cabello, el cual estaba lleno de ceniza y polvo.

La chica afirmó con la cabeza y fue en busca de su padre para después volver con el trio, ya que Harry se había acercado a sus dos amigos.

-Mi padre no quiere comer nada, se quedará aquí con mi madre y… -miró a Ron y cortó la frase para mirar al estrellado cielo del Gran Comedor.

-Vamos -dijo Hermione en su peculiar tono autoritario mientras comenzaba a dar pasos hacia la escalera que bajaba a las cocinas y la sala común de Hufflepuff.

Dejaron atrás al Gran Comedor, abandonando todas las miradas que se clavaban en ellos y especialmente en Harry. Las bolsas de color pardo se sucedían en una hilera continua que llegaba hasta la salida del Gran Comedor. Todos aquellos, o al menos eso suponía Harry, eran cadáveres de miembros que habían sido leales a la luz.

Desde hacía algunos años, el mago había entendido que había razones por las que era necesario morir. Razones por las cuales, el Mundo sería libre de la opresión de la oscuridad. De nuevo, evocó a sus viejos amigos caídos en la batalla.

-Harry, no deberías de preocuparte más -añadió Hermione con una sonrisa amable mientras se acercaban a las cocinas, dejando atrás la sala común. -Todo ha terminado, no hay que darle más vueltas, la vida sigue. Esto significa el triunfo de la luz sobre la oscuridad, el triunfo de la verdad sobre la mentira, el triunfo de la vida -espetó con rabia a Harry, el cual observaba como su amiga apretaba con fuerza la mano de Ron.

-Es cierto tío -afirmó este rascándose el pelo, -seguramente Fred se esté riendo ahora de Vold…Volde…

-Voldemort -sentenció Ginny.

-Si… eso, Voldemort -siguió Ron. -Seguramente Fred se esté riendo donde quiera que esté de él… Hemos hecho lo que hemos podido y al fin y al cabo lo hemos conseguido, porque… no volverá, ¿no? O sea… se ha ido, para siempre, ¿verdad?

Harry afirmó en silencio. No tenía mucho que decir. Hasta entonces no se había planteado todo aquello. Harry había hecho todo lo que había tenido que hacer y Voldemort había muerto. No había sido como antes, no había sido como hacía tantos años cuando sus padres murieron… De eso estaba seguro.

Es decir, no podía volver. Cada pedazo de su alma había sido destruido por ellos mismos, debilitando al Señor Tenebroso hasta que poder hacerlo perecer. Todo había sido concebido como un plan perfecto desarrollado por Albus Dumbledore. Era imposible que hubiese habido ningún fallo.

Mientras Harry estaba sumido en sus propias dudas, un crujido lo sacó de su ensimismamiento.

-¡Kreacher! -dijo Hermione con una sonrisa de oreja a oreja mientras se acercaba extendiendo los brazos.

El elfo doméstico, que había servido durante largos años a la noble y ancestral casa de la familia de Sirius Black, el padrino de Harry, hasta la muerte del mismo, pasando a manos de su ahijado. De hecho, Kreacher había sido en gran parte, culpable de la muerte del padrino de Harry, pues había tenido órdenes de mentir a este para que fuera al Ministerio. Pero todo eso había quedado muy atrás cuando descubrieron el secreto del guardapelo. El cambio de lealtad del elfo doméstico había sido notable desde entonces.

-El amo y sus amigos… -dijo el elfo ignorando sutilmente el abrazo de Hermione. Aunque hubiera cambiado, su amor por la sangre limpia seguramente le impediría. Aunque sí que alargo su mano, esquelética y deforme para estrechársela a la "sangra sucia". -¿Qué deseáis?

-Comida -dijo Ron con ansia.

-Entonces es cierto… el Señor Tenebroso ha caído -dijo Kreacher con orgullo mientras acariciaba el guardapelo de su antiguo amo Regulus Black, hermano de Sirius.

-Si -le contestó Ginny mientras los demás comían con verdadera pasión, -Harry lo mató.

-Eh… "y de trugh pobregh hergmmano no…"

-¡No hables con la boca llena de comida, Ronald! -gruñó Hermione obligando a que el mago se callara.

-¿Cómo fue? ¿Cómo lo habéis hecho? -preguntó el elfo con inusitada curiosidad.

-Es una historia bastante larga, Kreacher… -afirmó Harry con una ligera sonrisa.

-La escucharás en el Gran Comedor mañana al medio día, Kreacher -dijo una voz grave a sus espaldas.

Todos, acostumbrados a los sobresaltos de los últimos años se sobresaltaron de tal manera que Ron se atragantó y empezó a toser como un verdadero poseso.

-¡Desmaius! -conjuró Harry.

-Protego -dijo la voz con tranquilidad. -Tranquilos chicos, soy yo, Kingsley.

Más tranquilos se fijaron bien y en la puerta vieron al auror del Ministerio de Magia y miembro de la Orden del Fénix Kingsley Shacklebolt. Tenía una sonrisa de oreja a oreja y sus dientes blancos relucían en la oscuridad.

-¿Cómo que lo escuchará mañana? -preguntó Ron sorprendido cuando dejó de toser convulsivamente.

Aquello era cierto. Muy pocas personas, tan solo cinco, sabían el secreto (más Voldemort), que el Señor Tenebroso guardaba. Y dos de ellos habían muerto.

-Todo el mundo sabe -comenzó a decir el auror, -que vosotros tres guardáis el secreto que ha hecho que Voldemoert perezca de una vez por todas. La explicación, seguramente sea tan inverosímil que la Comunidad Mágica tenga que escucharla de mano de los protagonistas de esta historia.

"La gente aún está asustada. Ni si quiera una décima parte de la Comunidad Mágica sabe lo que hoy ha tenido aquí lugar, y la mitad de los que lo saben, no lo creen. Mañana el Profeta realizará varias ediciones explicando lo sucedido, pero lo principal, es tu declaración, Harry Potter."

A punto estuvo esta vez Harry de atragantarse. Una vez que se recompuso, dijo:

-Eh… Yo… No, no soy dado… a, a los discursos.

-Todo el mundo lo sabe -dijo Kingsley con amabilidad mientras cogía un trozo de tarta de calabaza, -pero así lo ha decidido la profesora y nueva directora de Hogwarts Minerva McGonagall y el Ministro de Magia en funciones, un servidor. Yo también deberé de explicar algunos asuntos, así que nos vemos mañana a primera hora en el despacho del director.

-Pero…

-No hay nada que discutir Harry. Ahora podéis iros a dormir.

Harry se quedó con el reproche en la boca cuando el auror se despidió con la mano y un trozo de tarta en la boca.

-No puede ser…

-Es normal, ¿no? -dijo Ron con un humor visiblemente mejor que de hacía un par de horas. -Es decir, has vencido a Voldemort, la gente querrá saber cómo y por qué. Yo al menos querría saberlo.

-Es cierto Harry -continuó Hermione.

-Yo quiero saberlo -imploró Ginny mientras acariciaba la mano con la que Harry agarraba la varita.

-Lo escucharás mañana al medio día en el Gran Comedor -dijo Ron bromeando imitando la voz grave de Kingsley.

Todos explotaron en una enorme carcajada, incluso Kreacher se sonrió. La presión que habían aguantado había sido demasiado fuerte. Durante varios minutos rieron, lloraron y se abrazaron, pero sobre todo se quisieron y se fundieron en uno, amparándose en lo más bonito de todo: la amistad.

Cuando hubieron comido y bebido a gusto, la seriedad y la tristeza hizo de nuevo sombra a la victoria.

-Deberíamos subir -dijo Ginny con labios temblorosos mientras apretaba con fuerza las manos de Harry.

Entonces este lo supo. Era hora de despedir a los caídos como verdaderamente se merecían. Un gesto nervioso de protección sobre Ginny hizo que pusiera sus manos sobre las de ella y le ayudara a levantarse.

-Vamos.

Como si fuera un cortejo funerario, los amigos, acompañados por Kreacher y varios elfos domésticos de las cocinas ataviados con cacerolas y palos de madera subieron las escaleras hacia el gran comedor.

Las pinturas de los cuadros de las paredes hacían reverencias y admiraban a la comitiva improvisada que se había formado. Poco a poco se fueron uniendo más seres del Castillo, fantasmas y demás.

Cuando llegaron al mismo, el coro de Hogwarts (o lo que quedaba de él) entonaba una bonita sonata mientras que el profesor Flitwick hacía que palomas blancas y mariposas volaran por todo el comedor. Los gritos de dolor, de tristeza, de desesperación y la unidad de la comunidad mágica hicieron de aquel momento uno de los más recordados de la historia.

Una vez hubo terminado la canción, las bolsas de color pardo se alzaron en el aire. Ginny, Bill, Fleur... Toda la familia Weasley más Harry y Hermione se pusieron detrás de los cuerpos sin vida de todos sus amigos, profesores y conocidos caídos en la batalla. El enorme grupo que lo conformaban la mayoría de criaturas de Hogwarts más las personas allí presentes se dirigieron a las lindes del Bosque Prohibido. Allí encontraron a Hagrid que sollozaba como un bebé y a Grawp, el cual tenía heridas por toda la pierna derecha.

-Estimados miembros de la Comunidad Mágica -dijo una voz potente sin necesidad de ningún hechizo la cual Harry identificó como la de la profesa McGonagall, -hoy nos encontramos aquí para dar el adiós que se merecen a todos los caídos en la batalla. No haremos distinción entre buenos y malos, entre luz y oscuridad... Tan solo cabe decir que gloria eterna tengan los caídos por hoy, para siempre y desde siempre.

Dicho esto, con un suave toque de varita las bolsas se unieron todas formando un enorme árbol parecido a una secuoya con una rama por cada uno de los caídos en la batalla.

-Ha nacido, el Árbol de los Caídos -dijo la nueva directora entre sollozos, aplausos y gritos de dolor y alegría.