Digimon no me pertenece ni su historia y personajes. Esto lo hago solo por hobbie.
El Destino de la Luz y la Esperanza
La Isla File
¿Por qué el cielo se ponía negro como presagio de una densa lluvia? Era una pregunta que se hacía un pequeño niño de cabellera dorada y ojos azules como el mismo cielo de verano. Con cada gota que descendía el pequeño, de no más de cinco años, temía por que el tejado del establo cediera perdiendo su único resguardo.
Un joven mayor por tres años se aproximó al pequeño para tranquilizarlo, reconocía que su hermano menor temía por la lluvia y lo fuertes truenos.
El menor de los rubios agradecía tener a su hermano mayor con él, siempre encontraba resguardo en sus brazos y su mirada seria por algún motivo lo reconfortaba. Por la mente del pequeño surgió una pregunta derivada de un recuerdo; mejor dicho por la falta de uno.
—¿Algún día tendremos un mejor porvenir, hermano?
La pregunta pareció impactar en lo profundo de su hermano, quien guardo silencio por unos segundo como sopesando la respuesta que le daría.
—No solo uno mejor, tendremos un excelente por venir —aseguró con su voz más firme—. Sé que estamos destinados a cosas grandes, enano, y nada nos detendrá.
El pequeño esbozo una sonrisa que pasó de oreja a oreja, y ni el trueno más estridente lo borro de sus labios. Poco después el pequeño cayó rendido en los brazos de su hermano para transportarse a un mundo alejado de ese establo arremetido por una densa lluvia.
El mayor de los rubios sonrió al ver a su hermano dormir tranquilo, vivía para esos momentos; luchaba para que su hermano no sufriera.
El Digihuevo
5 años después
El pequeño Takeru corría cuanto sus piernas le dieran por el sendero que su mente ya conocía de memoria. Pasaba por los mercados del pueblo atiborrados de personas, se abría paso como podía por la prisa que tenía encima. Él era un pequeño educado, pero en ese momento empujaba a quien se le pusiera en su camino, el tiempo lo traía justo y no podía permitirse una distracción.
Necesitaba llegar al bosque ubicado a las afueras del pueblo, se había quedado dormido por lo que cada minuto contaba. Corrió por un tiempo más hasta que llego a las periferias del pueblo, y pudo ver el sendero que daba al bosque. Estaba agotado, pero estaba a solo unos metros de su destino.
Sin embargo, se detuvo al momento que sus piernas se acalambraron y sus pulmones gritaban por oxígeno. Al detenerse colocó sus brazos en sus rodillas encorvando su espalda hacia adelante. Levanto la mirada mientras atrapaba oxigeno con grandes inhalaciones de su nariz.
A lo lejos una silueta se dibujó entre los troncos de los árboles, y sobresaliendo de unos arbustos. Con una fuerza renovada se irguió y retomo su camino solo que con una calma que no tenía momentos antes.
—¿Tienes mucho esperando? —preguntó al acercarse a la figura encapuchada.
—No, acabo de llegar —sonó una voz de niña.
La figura encapuchada con una túnica rosa se descubrió el rostro y se pudo ver a una pequeña niña de la edad del rubio; castaña y de grandes ojos marrones. La niña era muy bonita, y tenía en su labio dibujado una sonrisa amplia por ver a su amigo.
—Te extrañe, T.K
—Y yo a ti, Hikari.
Los pequeños se miraban uno al otro con una alegría singular, como aquella de quien tiene años sin ver a un ser amado.
—Ya te he dicho que me puedes decir Kari —le reprimió la pequeña, frunciendo el ceño en forma de molestia—. Si no lo haces ya no te dire con cariño T.K.
Sentencio la pequeña girándose con los brazos cruzados para dar la espalda al pequeño niño rubio.
—Está bien, te diré Kari —dijo apresurado Takeru, quien levanto sus manos en forma de disculpa.
Kari sin voltear a ver a su pobre amigo sonrió para ella misma, haría sufrir a Takeru un poco más fingiendo molestia.
—Vale, ya no estés enojada conmigo.
La niña se giró y le sacó la lengua en forma de juego a su amigo que suspiro aliviado de ver a la castaña de buen humor.
—Más te vale que no vuelvas a decirme Hikari.
—Prometido.
—Genial, ahora vamos a la fuente.
—Te sigo.
Los dos pequeños empezaron a caminar por el bosque, apartándose del sendero marcado en tierra. Caminaron por un trayecto que ellos solo conocía, y sus pasos eran tan seguro de quien no temía por perderse.
Su trayecto tuvo final al momento en que llegaron a una hermosa cascada, el cual terminaba en un lago de agua cristalina. A los costados de la cascada unas esculturas de mármol blanco se erguían majestuosas; se trataba de un par de ángeles.
Los ángeles estaban de espalda chocando sus alas con las del otro, y sus manos derechas entrelazadas. Las figuras tenían adornos en oro como los brazaletes de las manos que se sujetaban. A los pies de las esculturas un jardín de flores solo pintaba de mayor color la escena que presenciaban los pequeños.
El paisaje era hermoso para quien lo viera, salvo que ese lugar solo era conocido por los pequeños quienes lo llamaron La Fuente. Y ese lugar, apartado del pueblo, se convirtió en su favorito para pasar un rato de juegos y platica.
—No me canso de este lugar —comentó la pequeña, corriendo entre las rosas blanca y rojas— ¡Hermoso!
Hikari se detuvo bajo los ángeles y elevo su mirada para quedar impactada con tan bella obra de arte.
—No entiendo porque nadie del pueblo conoce este lugar —se cuestionó el rubio, posándose a un lado de su amiga para de igual manera apreciar a los ángeles.
—No tengo idea —Hikari se giró para verlo—, pero es mejor para nosotros.
Takeru asintió y de improviso sintió como las manos de su amiga lo empujaban, iniciando de esa manera una batalla.
Hikari salió corriendo al ver como su amigo, que se tambaleo por su empuje, se recuperaba de su embestida y salía tras ella. Entre risas burlonas por parte de la castaña, y amenazas huecas por parte del rubio empezaron a jugar en aquella mañana que terminaba y daba la bienvenida a la tarde del día.
Una hora transcurrió desde que habían llegado a la fuente, y en ese tiempo lo aprovecharon para jugar por el campo de rosas y mojarse los pies en la orilla del lago. Al final terminaron acostados uno al lado del otro sobre el césped. Estaban cansados por aquel tiempo de juego.
Entre las copas de los arboles los pequeños podían divisar el cielo azul, y platicaban sobre lo que habían hecho en aquellos días en que no se habían visto. La plática parecía ser interminable, tenían tanto que decir uno al otro y eso les gustaba. Les encantaba ver la vida desde los ojos del otro, e imaginarse esas aventuras que vivían a la par.
Su plática prosiguió hasta que escucharon unos pequeños pasos aproximarse, lo que les hizo levantarse del césped instintivamente. Posaron su atención sobre unos arbustos que se movían abruptamente, Takeru se puso enfrente de su amiga y extendió su brazo para protegerla.
Esperaron hasta que los arbustos dejaron de moverse, y de estos una figura blanca emergió. Una gata muy bonita se hizo presente a los pequeños; poseía unos ojos azules y grandes que los miraban con cautela, pero su mayor característica era esa manera peculiar de caminar en sus dos patas traseras mientras en las delanteras unos guantes cubrían sus garras. Su cola blanca tenía franjas en morado, y en la punta un anillo dorado lo adornaba; se trataba del digimon acompañante de Hikari.
—¡Gatomon! —anuncio la castaña, con voz triste.
La presencia de su digimon solo podía significar una cosa, la hora de volver a casa había llegado.
—Hola, T.K —saludo Gatomon con cortesía, después se dirigió a su compañera—. Es tiempo de irnos, tu padre no tarda mucho en llegar.
—Bien —dijo con desgana—. Nos vemos pronto, T.K, lo prometo.
—Cuídate, Kari.
En eso el rubio vio cómo su amiga se alejaba despidiéndose con un movimiento de su mano, y que devolvió de igual forma. Cada que se tenían que despedir era un momento amargo que detestaba, pero que entendía tenía que suceder; su amistad era limitada por la situación de ambos.
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El pequeño caminaba tranquilo por aquel sendero invisible del bosque que lo llevaría al pueblo. Al salir de los límites del bosque observo como el pueblo se abría ante él como una pintura. Ubicado sobre lo alto de una colina podía observar más allá de la iglesia en el centro del pueblo.
Siempre le había gustado la arquitectura del pueblo en el que vivía, pero sobre todo lo que le gustaba era aquel castillo sobre la colina más alta de la zona. En aquel lugar vivian los reyes que gobernaban todo lo que los rodeaba.
Siguió su camino hasta entrar en por las calles del poblado, las personas se hicieron una constante que iba y venía. En su trayecto pensaba en tantas cosas que no prestaba atención por donde se dirigía, por lo que chocó con alguien en su andar; y fue tal el impacto que el pequeño se fue de espaldas cayendo al suelo terroso.
—¿Te encuentras bien, pequeño?
El niño mantenía los ojos cerrados por el dolor, pero la gruesa voz que le hablaba le hizo abrirlos enseguida. Frente suya se encontraba un digimon de gran tamaño y corpulencia, el pequeño lo reconoció como Leomon.
Aquel digimon imponente en forma de león, que caminaba en dos paras, le tendió su "mano" para ayudarlo a levantar. El pequeño dudo, no por temor sino por cautela, pero al final acepto la ayuda.
—Gracias —dijo mientras era levantado con facilidad—. Perdón por la molestia, pero iba un poco distraído.
—No te preocupes, pequeño, solo mantente más despierto para la próxima.
Con eso ultimo dicho el digimon emprendió su camino, y se alejó de Takeru que lo había visto solo un par de ocasiones de lejos. Por su mente paso lo que había escuchado oír de la gente sobre aquel digimon. Lo denominaban como El Solitario, porque siempre estaba solo, también había escuchado que era un aventurero que viajaba por las islas en busca de tesoros.
Ninguno era un rumor, todo era bien sabido en aquel lugar. Takeru siempre había soñado ser como Leomon, un joven de espíritu aventurero dispuesto a vivir cualquier cosa en cualquier parte del ancho mundo.
—Enano.
Una voz saco de sus pensamientos al rubio, y por la voz sabia de quien se trataba.
—Hermano.
Un rubio como él se aproximaba corriendo hacia donde se encontraba, se miraba alegre más sus facciones eran duras.
—¿Cómo te fue con tu novia?
—No es mi novia —respondió molesto, sabía que le encontraba molestarlo con ese tema.
—Ya, venga, hermanito —le dio unas palmadas en la espalda, y lo invito a que caminaran—. Tengo buenas noticias.
—¿Qué?
—Hoy en el palacio, por mi gran trabajo de limpieza en los establos, me han pagado el doble —expresó sacando una bolsa llena de monedas en plata—. Sabes lo que significa, ¿verdad?
—Si —soltó con alegría el pequeño.
Lo que le alegraba a Takeru no era el hecho de que su hermano trajera mucho dinero, y que con ello compraran de comer algo sabroso. Lo que en verdad alegraba al menor de los rubios era el hecho de que el gran esfuerzo que su hermano empleaba se viera recompensado.
Estaba agradecido con la vida por tenerlo, por estar con alguien que se preocupaba por él y daba todo para que no le faltara nada. Agradecido por tener a su familia con él, a pesar de no tener padres. Y por todo el esfuerzo que su hermano daba para él, prometió a lo más sagrado que pronto le regresaría el favor, y sería e quien velaría también por el bien estar de ambos. Porque su hermano no le permitía trabajar para ayudarlo, pero en cuanto estuviera más grande ayudaría sin importar que su hermano se negara.
—Bien, vayamos a casa.
A lo que llamaban hogar se trataba de un establo viejo y abandonado un par de kilómetros fuera del pueblo.
Los hermanos caminaron en dirección hacia su hogar, y en su andar por el pueblo pudieron ver como la comunidad era una mezcla entre humanos y sus digimon acompañantes; reconociendo que algunos eran conocidos como digimon salvajes por no tener compañeros humanos.
En su trayecto el pequeño Takeru observo la vida pacifica que se vivía en aquel reino, y eso se debía a sus reyes que gobernaban justos, pero sin perder su mano firme.
En su camino se detuvieron en un mercado para hacer las compras, allí sus ojos se posaron en un anciano que descansaba en el borde de una fuente, a su lado se encontraba un Choromon que brincaba alegre. La amistad que vio entre el hombre y su digimon provoco que el corazón se le estrujara ante el recuerdo de que el era un humano sin compañero digimon. Y desde que tenía memoria el añoraba tener un compañero, sin embargo, no todos los humanos tenían ese gran privilegio.
—Hemos llegado —anunció su hermano, una vez que salieron del pueblo y caminaron hasta el establo.
Cuando estuvieron cerca de su hogar una figura bajita y corpulenta, de azul y blanco con pecho amarillo, corrió hacia ellos con una felicidad de quien está frente algo que ama. El digimon de su hermano, que poseía un cuerno en la frente, abrazo ambos en muestra de que los extrañaba.
—¿Cómo les fue?
—Muy bien, Gabumon, esta noche habrá de cenar algo delicioso —Yamato alzo la bolsa de los vivieres que había comprado con anterioridad.
—¡Excelente! —Saltó de alegría Gabumon—. Tenia el presentimiento de que sería hoy uno fantástico.
—Hermano.
—¿Qué sucede, enano?
—¿Por qué no tengo un compañero digimon?
Yamato se giró hacia su hermano con un pesar en su corazón, aquella pregunta ya la había respondido pero entendía el dolor que embargaba el corazón de su hermano.
—Dime.
—Ya lo sabes, hermanito —el rubio tomo el hombro del pequeño, que cabizbajo se envolvía en su angustia—. Recuerda que tener un compañero debe ser una conexión especial.
—Si, eso lo entiendo.
—No cualquiera lo tiene, es tan especial que no sabría describirlo.
Takeru suspiro largo y tendido pensando en las palabras de su hermano.
—No te pongas triste, no todo humano tiene un compañero digimon —trató de animarlo. Revolvió su cabello y lo empujó hacia el establo—. Vayamos hacer la cena.
La cena pasó de lo más normal entre charlas de como pasaron el día los tres, para Takeru el tema del compañero no había pasado, pero estaba dispuesto a que su noche no se amargara. Entre bromas por parte del mayor de los hermanos, y agradecimiento del digimon y el pequeño por tener que comer la hora de ir a descansar se aproximó sin previo aviso.
La fogata que Yamato encendió para hacer la cena ahora les servía para calentarse en aquella noche que empezaba a refrescar. Cada uno paso a reposar en sus camas de paja vieja y dura que encontraron en el establo. Takeru se quedó observando el techo mientras los ronquidos de su hermano y Gabumon sonaban como una sinfonía mal orquestada.
Los pensamientos del pequeño niño oscilaban en recuerdos fallidos, sentimientos olvidados y esperanzas falsas. Se preguntaba si quizás el tuvo un compañero digimon, si lo había perdido cuando perdió a sus padres. En noches como esas deseaba recordar lo sucedido años atrás, deseaba tener recuerdo de los rostros de sus padres.
Molestado por su mente decidió que tenía que despejar cualquier angustia pasada, se levantó de su cama y salió del establo. Caminó por los alrededores que conocía como la palma de su mano. Observo el velo de la noche como una viuda que lo había perdido todo, se dejó abrazar por la soledad y permitió que el viento helado acariciara sus mejillas rosadas.
Cuando estaba decidido a regresar al establo y recostarse en su cama de paja para dejar que el calor del fuego en la fogata lo arropara un ruido lo puso en alerta. Unos arbustos se mecieron ligeramente, el pequeño se puso en guardia por lo que pudiera salir; no sabía pelear, pero podría defenderse. El meneo de las ramas se detuvo y pasado uno par de minutos y con la curiosidad a flor de piel se acercó, deseaba ver que había provocado aquel movimiento.
Dudoso se aproximó a su objetivo, pero conforme avanzaba el miedo se disipaba como si el mismo viento se lo llevara en cada soplido. Cuando estuvo junto a los arbustos con su mano movió un par de ramas, y lo que observo lo dejo helado del asombro.
Una pequeña figura ovalada se posaba entre las ramas, de blanca hechura y con franjas amarillas en forma de anillos se colaron por sus ojos. Takeru no dudo en tomarlo entre sus manos, y por unos minutos lo aprecio como el objeto más valioso del mundo. No obstante, su razón le hizo formular una pregunto… ¿Qué debía hacer con el huevo?
