CAPÍTULO #1

Eran pasadas las once de la noche cuando salió de su trabajo ese día. Cansada. Aburrida. Harta.

Decidió que caminaría hasta su casa porque no se sentía de humor como para compartir las amarguras de su vida con algún taxista aleatorio de la ciudad de Nueva York y, además, su departamento se encontraba apenas a unas cuadras de las oficinas del noticiero para el cual trabajaba, el del canal siete. Claro, una más de las ventajas que tenía su trabajo, se recordó con molestia.

Era la encargada de dar la información del clima, la chica del clima como todos sus conocidos le decían; a veces en el horario de medio día, a veces en el nocturno, casi nunca en el matutino, pero también sucedía si era lo bastante desafortunada. Las peores veces eran cuando debía hacer los turnos de otros compañeros porque "cosas les surgían" y ella era demasiado accesible como para inventarse algún compromiso y zafarse del problema.

Según su madre, el trabajo era de ensueño, y le permitía tener exposición pública. Pero quizás, solo quizás, a su madre lo que le importaba era poder presumir que su hija salía en televisión con las otras señoras raras con las que se reunía los viernes por las tardes para tomar el té, en lo que era su… ¿club de lectura? Elsa dudaba que siquiera comentaran o leyeran algo en absoluto.

Y luego ahí estaba, la conclusión perfecta para un día que ya de por sí había sido una mierda: lluvia. La atrapó justo cuando estaba a dos cuadras de su departamento, mientras intentar ignorar sus propias quejas y centrarse en lo ridículo de las perspectivas ajenas. Lo irónico era, que según el pronóstico que había dado la noche sería tranquila y llevadera, ¡gran chica del clima que era sin duda! Pero con toda sinceridad, ¿qué carajos sabía ella al respecto? Elsa no era meteoróloga, solo era la cara bonita que el canal siete había puesto a cargo de memorizar la información y emitirla al público televidente. Imagen, lo que importaba era la imagen, su imagen era útil para subir el rating.

Empezó a sentir como el agua escurría por sus zapatos de tacón y la empapaba hasta el punto de, seguramente, arruinar lo que quedaba de su maquillaje. Eso es, estaba caminando en zapatos de tacón alto en medio de la noche y la lluvia, así de harta estaba de su día. Estaba lejos del punto en el que le interesaba.

Antes de percatarse, sin embargo, estaba ya frente a la entrada del edificio en el que se hallaba su departamento, solo le restaba entrar y este asqueroso y olvidable día habría terminado. Pero la cosa era… que no sabía si quería entrar. ¿Estaba harta del día? Sí. ¿Quería que terminara? Claro. ¿Estaba deseando cortarle las bolas a Hans Anderson, el idiota presentador de noticias súper atractivo que derretía con su falsa sonrisa a la mitad de las chicas de la gran manzana? También. ¿Quería un descanso y un respiro de todo? Por supuesto. Y todo eso estaba a su alcance ahora, o al menos la parte del respiro y de descansar finalmente del desastroso día, la castración no se podía, tendría que llevarla a cabo en sus pensamientos nada más.

Entrar a su departamento le daría algo de muy ansiada paz. Pero había algo colgando en el aire, tal vez era el olor rancio de los puestos callejeros de comida rápida o tal vez era el olor de su podrida existencia. No lo comprendía muy bien, no tenía la mente para meditarlo en ese instante, pero por alguna razón sintió que si entraba al edificio y dormía estaría aceptando algún tipo de derrota. Como si el mundo pudiera cogérsela una y otra vez y ella solo regresara a su pequeño refugio a calmar el ardor entre sus piernas para regresar al día siguiente a ser cogida de nuevo.

El pensamiento era demasiado deprimente y oscuro para ella, ¿qué demonios le estaba pasando?

Frunció el entrecejo, ¿de qué era lo que estaba más harta? De no tener el control quizás, de ser la niña de rostro perfecto y modales envidiables que sus padres habían criado. Pero es que ella no era una puta muñeca de porcelana.

Se dio la vuelta. La muñecas no tenían voluntad propia, las muñecas eran predecibles y manipulables porque no podían moverse por sí mismas. Ella no era una. O al menos no lo sería más, no después de esa noche, no en ese momento.

Haría algo que la perfecta Elsa Mikkelsen no haría. Iría a un bar, se embriagaría y hasta lo presumiría después. ¿Qué importaba? Era válido siquiera por una vez, ¿no? Claro que lo era, y al demonio con ella y con cualquiera que dijera lo contrario.

—Disculpa, ¿sabes si hay algún bar cerca de aquí? —preguntó a un transeúnte que pasaba por la acera. El chico la vio con una cara como de espanto que Elsa no entendió hasta que ubicó con sus ojos el paraguas que cargaba él y recordó que "Oh, claro, personas regulares suelen usar de esos para no mojarse". Sonrió tan bien como pudo, aunque no tenía ganas de hacerlo, si acaso para que el joven dejara de verla como una indigente y se dignara a responderle. No podía verse tan mal, ¿cierto?

—¿Día pesado? —le devolvió el chico, con una sonrisa más genuina y despreocupada que la de ella. Elsa movió un poco la cabeza en lo que confiaba y esperaba fuera un movimiento afirmativo. ¿Por qué empezaba a irritarla la cara del muchacho?

Él pareció entender, porque después de todo, era Nueva York y Elsa probablemente no era la primera chica que se encontraba hecha un desastre ese día, y tampoco sería la última, aunque la lluvia hubiera llevado a la mayoría de personas a refugiarse a sus departamentos, o en negocios y establecimientos.

La inspeccionó por un segundo, de pies a cabeza, y luego asintió. Elsa quería golpearlo pero no sabía si sería acertado, tampoco es que se viera como un sujeto malo.

Para sorpresa de ella, él le dijo una dirección al instante siguiente. Elsa abrió los ojos ante la abrupta llegada de los datos, y parpadeó un par de veces antes de inclinar la cabeza y balbucear un "gracias" tan amablemente como pudo. El chico solo sonrió más y luego siguió con su camino, sin cuestionarse siquiera si dejar a una chica sola, en medio de la noche, bajo la lluvia, con una preocupación extraña por irse a meter a un bar, era algo que uno debía hacer. Pero de nuevo, los neoyorquinos no apreciaban a extraños metiéndose en sus asuntos así que no podía culparse por eso. De hecho, podría considerarse servicial solo por proveer un sitio para la rubia que lo había detenido en plena lluvia.

El lugar recomendado estaba bastante cerca, Elsa razonó, después de comenzar a alejarse de su hogar y dirigirse hacia lo que para ella era, en definitiva, un terreno desconocido.

—XXXX—

La puerta de madera sonó al abrirse. Bueno, no tanto la puerta en sí como la cosa que estaba arriba de ella, ¿cómo era que se llamaba eso? ¿Avisador sonoro? ¿Timbres ornamentales deformes? Anna no podía recordarlo bien, solamente sabía que Rapunzel le había dicho que eran buenos para amenizar los hogares y espantar espíritus, algo que ella no le creyó, obviamente. Pero sin importar eso cuando escucho el sonido de uno confeccionado con bambú y lo que parecía ser alguna clase de metal ligero no pudo evitar enamorarse. Compró dos, uno lo puso justo en la entrada de la casa de sus papás, y el otro sobre la puerta del bar en el que trabajaba a medio tiempo, después de horas y horas de suplicas y ojos de cachorro dirigidos hacia Kristoff, el dueño del local.

Una joven de unos veinticinco años de edad entró poco después de que el sonido proveniente de la entrada comenzara a desvanecerse. Anna había girado su cuello para localizar al nuevo cliente del "Troll Rodante" —increíblemente, el mejor de todos los nombres engendrados por la creatividad de Kristoff. Él no era del tipo brillante—, pero para la absoluta sorpresa de la bartender pelirroja lo que entró y se acercó a la barra de la taberna no fue un mugroso y maloliente trabajador exhausto por las injusticias de su trabajo, fue una despeinada y desarreglada —aunque para nada maloliente hasta donde Anna podía percibir— joven, cuya ropa estaba "inundada" —si es que era correcto expresarlo así—, muy seguramente gracias a que había sido acorralada por lo que empezó como una pequeña llovizna y ahora se había convertido en un aguacero feroz. Anna supuso, que la chica había intentado huir de la lluvia, pero al ver que empeoró y no estar cerca de un taxi o su destino decidió entrar al bar para protegerse de la naturaleza hasta que la "emergencia" pasara.

La rubia se aproximó a la barra y Anna la miró con una mezcla de curiosidad y pena, porque realmente se veía como insegura y llena de molestia al mismo tiempo. Era extraño, aunque no impensable, lo más probable era que estuviera enfadada por la lluvia y tímida por el lugar tan poco refinado en el que se había metido. A pesar de su accidentada apariencia, su vestimenta era lo bastante profesional como para concluir que no estaba acostumbrada a esa clase de sitios.

Cuando ella trató de sentarse en uno de los bancos que rodeaban la barra Anna sintió que debía hacer algo, esos bancos estaban lejos de ser nuevos o siquiera bonitos, pero Kristoff enloquecería si los veía manchados y arruinados por la humedad, "incluso si fuera por la humedad proveniente de la falda que cubre el trasero de una chica alta y sexy", pensó Anna. Justo después, se recordó limitar a su lesbiana interna-no-tan-interna al menos en horas de trabajo. Ligar con clientes estaba prohibido, no es que lo pensara hacer, solo que era inesperado que una mujer joven y quizás agradable a la vista —tendría que verla sin su máscara disuelta alrededor de sus mejillas antes de decidir eso— se apareciera justo allí, en una taberna de nombre divertido y clientela usualmente… más apestosa.

—Hey, uhm, ¿necesitas usar el baño? —Anna preguntó a la rubia, con cautela, aunque era más una sugerencia a decir verdad. Cuando la rubia en cuestión levantó una ceja como si no entendiera Anna supo que estaba algo desconectada de la realidad a su alrededor.

—¿No? —respondió Elsa en un tono seco.

Anna reprimió el discurso que podría haberle dado.

—Sí, uhm, tu ropa —apuntó con el dedo para señalar el… ¿uniforme? ¿Traje de mujer? Lo que fuera que se llamaba lo que usaban las mujeres que trabajaban en o eran dueñas de empresas. Esta parecía ser una de ese grupo—, y tu cabello, tu máscara, básicamente toda tú está cubierta en agua y necesita secarse. Así como, ahora, justo ahora —aclaró innecesariamente—. Puedo conseguirte una toalla si quieres así que… ¿Baño? —ofreció, mostrando una sonrisa amigable.

Elsa bajó la mirada, de repente apenada, de repente replanteándose por qué estaba ahí si no bebía. La bartender le había hablado de la forma en que una maestra le habla a un alumno de primaria y eso la hizo sentirse pequeña por un momento. No era mala intensión de la chica, claro, pero a Elsa no le gustó el hecho, no porque no tuviera razón en su observación sino porque la hizo sentirse como la Elsa de siempre, la que se culpaba por todo y la que pensaba en disculparse a la menor señal de roces, para evadir conflictos.

Pero la que estaba ahí no era la Elsa de siempre.

—Claro, eso estaría bien —dijo Elsa, y luego se dirigió a la puerta con una silueta femenina dibujada. Anna simplemente soltó un medio gruñido de insatisfacción porque "Hey, ella solo estaba siendo tan buena como una podía ser y al parecer la amabilidad de una linda bartender pelirroja ya no era un bien apreciado en la ciudad de Nueva York".

—Sale en un segundo —bromeó consigo misma, como si hablara de una bebida y no de una toalla. Tenía suerte de que al menos Kristoff tuviera varias cosas útiles como esa en el local. Aunque no era nada fenomenal ni digno de reconocimiento, cualquiera sabría que en negocios pertenecientes a la categoría favorita de bebedores algunas veces los clientes sentían la hermosa necesidad de dejar salir por sus bocas el contenido de su almuerzo, su cena, o una amorfa mezcla de los dos. ¿Y con qué se limpia el vómito? Un trapeador y toallas oscuras Kristoff le había dicho algo así como mil millones de veces, con el pecho inflado, como si fuera un erudito de la limpieza —lo cual no era—.

¿Se molestaría la rubia si supiera en qué se había utilizado anteriormente la toalla que estaba por usar para secarse? Bueno, no si no se enteraba, Anna sonrió con algo de malicia a pesar de sí misma.

—XXXX—

Elsa salió del tocador con un modo relativamente más fresco sobre sí misma. Tenía que ser honesta, en verdad lucía como una lunática que se había escapado de un manicomio al momento de entrar al bar, así que justo ahora estaba agradeciendo profundamente a la bartender el haberle sugerido tomar un vistazo en el espejo, porque al pensarlo con cuidado, esa joven podría simplemente habérselo exigido de mala manera o incluso haberla echado a la calle, después de todo había dejado el piso todo mojado solo con pasar de la entrada, y casi había hecho lo mismo con uno de los bancos acojinados de la barra. De haber tenido peor suerte, sus planes de desahogo estarían frustrados ya. Al igual que ella.

Tenía frío, ¿acaso iba a pescar un resfriado después de esa noche? Esperaba que no, pero considerando la ruta que habían seguido los acontecimientos de ese día, una serie de eventos catastróficos sería un título apropiado para definir tanto su pasado como lo que estaba aún en su porvenir.

De alguna forma su irritación había bajado bastante, ya no se sentía tan infeliz y miserable como se había sentido cerca de una hora antes, cuando salió de las oficinas del canal.

Ahora, si lo quisiera, podría regresar a su departamento y quizás dormir un poco; sin embargo, por un lado todavía seguía lloviendo afuera, y por el otro todavía llegaría a un departamento vacío y apagado. Y además, aunque su desagrado general había menguado hasta cierto punto, aún tenía el mismo sentimiento de inconformidad y derrota atorado en su pecho. Tenía que presentarse a trabajar al día siguiente, pero al demonio con ese detalle, no era nada semejante a eso lo que importaba. Esto no era respecto a los pros y contras de estar en un bar en noche de miércoles, esto era sobre lo asqueada que había llegado a estar de su trabajo, de cada minuto, y de cada hora, de cada semana y mes.

—No más pensar Elsa —decidió. Seria. No más Hans, no más ser la chica del clima, no más llamadas de su madre, no más nada.

Con unos pocos pasos llegó hasta donde se encontraba la bartender y esta inmediatamente la miró, como por puro defecto en realidad, como lista para recibir la toalla que había absorbido gran parte de la humedad que había en la ropa y el cuerpo de Elsa.

La rubia de ojos azul cobalto no logró descifrar lo que ocurrió después con el rostro de la chica que se suponía estaba ahí para embriagarla. Es decir, atenderla. Como fuera. La pelirroja se había puesto rígida de un momento a otro, como si frente a ella se encontrara un fantasma o alguna criatura de otro planeta.

—¿Todavía me veo tan mal? —cuestionó Mikkelsen, extendiendo su brazo para entregar a Anna la toalla a medio empapar. Anna se forzó a salir de su trance al escucharla.

—¿Qué? No, no, para nada. Mucho mejor, te lo aseguro. —Y por alguna desafortunada razón el color de la piel que iba desde sus mejillas hasta el puente de su nariz ganó dos sombras de rojo.

—Gracias —Elsa replicó suavemente, sin verdaderamente notar nada fuera de lo común, y empezó a ojear las botellas de licor a espaldas de la pelirroja.

Anna observó a la joven de cabello rubio un poco más, trató de desviar la dirección en que sus ojos apuntaban, pero traicioneramente estos no la obedecieron. Tampoco ayudaba el que la joven siguiera contemplando la selección de bebidas alcohólicas que estaban en el mostrador detrás de ella. No se había percatado cuando la vio ingresar pero, ella sabía quién era esta mujer, estaba casi segura de eso. Ahora se sentía un poco abrumada porque era algo sumamente impredecible e improbable que de entre las más de diez millones de personas que habitaban en Nueva York, Elsa Mikkelsen, la precisa chica que fue su enamoramiento juvenil, hubiera llegado a escudarse de la lluvia justo en el andrajoso bar en el que ella trabajaba.

Y no es que el bar fuera realmente tan malo, a ella le parecía un lugar aceptable, ¿pero cómo demonios es que una ex modelo había terminado allí? No podía ser, no debía ser. Era raro, ¿no debería ella estar en algún lugar con… quién sabe, más lujos? La excusa del refugio para las condiciones climáticas ya no alcanzaba para Anna porque, alguien con recursos no tendría por qué estar cerca de zonas tan poco llamativas para empezar.

—Es una lástima que no puedas irte todavía, ¿tu teléfono no funciona? Podría prestarte el mío —dijo Anna antes de que poder detener su lengua. Maldita escurridiza que siempre arruinaba todo y la dejaba a su suerte después.

—Oh. —Elsa quitó su vista de las botellas y la regresó a Anna, quien puso un gesto apologético una fracción de segundo después.

—No me refería a que debas irte ni nada, es solamente que no eres el tipo de persona que veo aquí en una base regular, eres inusual. —Elsa se echó para atrás unos cuantos milímetros, luego inspeccionó sus manos, su falda, su saco, y la camisa debajo de este. Anna quiso abofetearse—. No, no digo que tú seas rara. Espera, no dije rara, inusual. No digo que tú seas inusual, sino que… —buscó auxilio—. ¡Ellos!

Elsa sintió esa reacción de la pelirroja demasiado surreal, ¿estaba poseída por algo? Se preguntó. ¿Era la misma chica que la había recibido y le había indicado que se veía como salida de un drenaje? Quien sabe, tal vez había cruzado a alguna realidad paralela mientras estuvo en el baño, o quizás se había desmayado en algún lado y ahora alucinaba. La pelirroja había saltado de estar en silencio y lanzarle miradas furtivas —porque sí, lo había notado— a excusarse y liarse completamente sobre un tema sin importancia.

Sin embargo, Elsa encontró que ese nerviosismo era la primera cosa entretenida que veía en el día.

Le concedió la oportunidad de aclarar su argumento, cualquiera que pudiera ser este. ¿Existía acaso? Lo que fuera. Se volteó para ver lo que la bartender había indicado con su grito, y resultó que era una de las mesas del bar, o más bien la única mesa que estaba siendo ocupada por alguien. Había dos tipos muy grandes sentados ahí, pelirrojos también aunque con un tono más oscuro que el de la chica de la barra. Eran bastante grandes, vestían mal, estaban sin rasurar por lo que hasta sus cuellos parecían estar peludos, y uno incluso tenía un parche en el ojo derecho, ¿cómo es que no los había visto antes? ¿Cómo es que los hombres podían ser tan repugnantes a veces? Bueno, algunos, algunos como esos.

Una risita se le escapó. Entendió perfectamente lo que la pelirroja quería decir.

—¿Ellos?

—Sí, algo como eso es lo que espero ver en todos mis turnos aquí —Anna dijo, esperanzada en que Elsa captara —. Y bien, a menos de que lleves el mejor disfraz del mundo contigo no pareces tener ese perfil.

—Ya… Debes tenerlo difícil entonces. —Anna negó, sonriendo, porque en realidad disfrutaba de su trabajo, y cosas extrañas como los hermanos Smith —quienes estaban en la mesa— eran responsables de ese disfrute.

—Entonces… ¿Te sirvo algo? Vi que escogías con cuidado, ¿tenemos tu veneno?

Todos eran el veneno de Elsa hasta donde ella sabía. O puede que ninguno lo fuera, sinceramente no tenía cómo saberlo, aunque recordaba los nombres de los tragos que solía compartir su padre con sus viejos y estirados amigos, su propia experiencia con las bebidas se limitaba a no más de una copa de champaña, vino tinto, o cerveza en ocasiones realmente especiales. Cualquier cosa diferente era tan natural para Elsa como lo era el abominable hombre de las nieves o el monstruo del lago Ness.

—Uhm… ¿Bourbon? —aventuró, recordando, Anna no se movió y Elsa creyó que había dicho una estupidez monumental—. ¡Ron con cola! Quisiera algo de ron con cola.

—Seguro —fue la respuesta de la pelirroja—. Por cierto, soy Anna, Anna Laurie, y seré tu camarera el día de hoy, un placer —complementó Anna dejando crecer un brillo amable en sus ojos; esperando dos cosas. Una, suavizar el ambiente un poco estropeado con el que habían comenzado a conversar ambas. Y dos, obtener la verificación final de que esta joven que recién había ordenado ron con cola era de hecho su "crush" de seis años atrás. ¿Contaba decir que estabas enamorada de ella si solo la viste en la portada de una revista y te pareció muy mona? Anna supuso que el haber recortado las fotos de las páginas en las que salía la rubia y haberlas puesto dentro de un sobre con forma de corazón titulado "la mujer ideal" —con un corazón sobre la "i"— era prueba de que sí. También estuvo muy de acuerdo cuando su consciencia le dijo que las chicas adolescentes eran así de ingenuas, o que ella lo fue, como mínimo.

—Elsa Mikkelsen, chica del clima del canal siete —Elsa dijo, sin saber por qué—, ya sabes, ya que te presentaste y me dijiste a qué te dedicabas —trató de salvar.

"Lo sabía", celebró mentalmente Anna.

—XXXX—

Elsa no sabía cómo beber, nunca lo hacía, honestamente no tenía idea. Así que no estaba familiarizada con el ardor que dejaba el whisky al pasar por su garganta. Mucho menos estaba familiarizada con la sensación de mareo placentera o la visión borrosa que venía después de los primeros tragos. Anna prefirió no entrometerse.

Después de presenciar de primera mano el completo desorden en la lista de órdenes de Elsa, era una suposición común para la pelirroja el creer que la señorita Mikkelsen no tenía ni una idea de lo que hacía. Había ido de pedir ron con cola a una margarita a sexo en la playa, para luego pasar a una piña colada y terminar finalmente con un vaso whiskero entre sus manos, lleno de una peligrosa cantidad de Jack Daniel's. Toda la exhibición había sido como ver a una niña tratar de descubrir las funciones de sus nuevos juguetes a baterías, excepto que estos en vez de juguetes eran cócteles, y en vez de una niña esta era una mujer adulta. O bueno, quizá podría pasar por una niña alcohólica. O una niña muy bien desarrollada, con buen busto y caderas, y lo que parecían ser labios suaves y carnosos. ¿En qué putas estaba pensando? ¿Quién era realmente la ebria aquí? Anna se asustaba del camino que podían tomar sus ideas durante sus muy frecuentes divagaciones. Se calló, aunque no estaba hablando.

—… Y luego, es decir, solamente he soportado a ese idiota porque es el presentador principal del noticiero, el favorito de tooodo el puto mundo. Creo que sonríe y hasta Oaken moja sus pantaletas al instante siguiente.

Anna no tenía la menor pista de quién era el idiota o de quién era Oaken, o de si Oaken era el idiota. Las palabras de Elsa habían comenzado a volverse difusas después de la piña colada, y antes de que la pelirroja se enterara de qué pasaba la rubia había empezado a hablar sobre su vida. O sobre algún show televisivo muy dramático. Cualquier opción era posible.

Aunque en la actualidad Anna no estaba tan emocionada de conocer a Elsa Mikkelsen como lo habría estado poco más de media década antes, supuso que le debía a su versión antigua este momento de gloria. Ella básicamente estaba entrevistando a su ídolo de los quince años, o al menos siendo la única espectadora de algo incluso mejor: las confesiones de una ebria hermosa.

Los hermanos Smith se habían marchado del local hacía cerca de veinte minutos, dejando solo a Anna para disfrutar de lo entretenida que se veía Elsa con la mirada desenfocada, descansando su cabeza contra la barra de tiempo en tiempo, y con sus pómulos llenos de un color carmín muy característico de aquellos bajo los efectos del licor.

Anna descubrió que la vista, además de entretenida, era encantadora y algo tierna.

—¿Y quién es Oaken? —preguntó sin hesitar, como si solo quisiera seguirle dando cuerda a Elsa para no perderse del sonido que producía su voz al enredar y juntar las palabras.

—Es el director de operaciones del canal.

—Y él es un idiota, ¿es así?

—No… No —Elsa negó—. Bueno, él sí es un idiota, pero es un idiota del tipo ingenuo idiota, no del tipo malnacido idiota, o del tipo aléjate de mí idiota. En realidad Oaken no es tan malo, solamente es demasiado torpe como para notar que su amabilidad hace que nadie lo respete.

—Uhm, vale, ¿y entonces quién es el tipo malnacido idiota? —continuó Anna.

—Hans. —Los ojos de Elsa se oscurecieron después de que el nombre abandonara sus labios—. Hans Anderson es el idiota de tipo malnacido. —Se quedó apreciando lo que quedaba del líquido oscuro en su vaso y lo bebió de un solo sorbo. Hizo una mueca de disgusto pero la superó rápidamente.

Anna percibió la falta de humor en esa última declaración, de pronto lo que Elsa dijo no fue gracioso.

La rubia golpeó con la uña de su dedo índice sobre la circunferencia del vaso, para indicar a Anna que este se encontraba vacío nuevamente. Anna lo dudó, pero Elsa procedió a poner su dedo en la dirección de la botella de Jack Daniel's, como si pensara que la pelirroja no había captado el mensaje.

—¿Alguna razón específica que haga de Hans un idiota, o solo no te agrada que sea… uhm, popular? —cuestionó Anna, mientras vertía más whisky en el vaso de cristal.

—Esa es la cosa, todo el mundo piensa algo estúpido como eso. Pero no, es solo… Él no sabe cómo aceptar que el mundo no está a sus pies. Es narcisista y no comprende el significado de la palabra "no".

Anna se sorprendió de la claridad con la que Elsa había hablado en esta oportunidad. La dejó continuar, porque al parecer había accionado alguna palanca que activaba el disgusto de su cliente. Y era claro que esta quería seguir hablando ahora.

—Ha tratado de que salgamos desde que empecé a trabajar en el canal. No es que me invitara a cenar cada semana pero sí lo hizo en mi primer día, y en otras ocasiones más a lo largo de mi estancia. Y aunque cada vez lo he rechazado no parece darle mucha importancia y regresa para… insinuarse, e insinuarse de nuevo, continua haciéndolo, no es agradable, nunca lo ha sido. Yo… realmente nunca quise darle demasiado pensamiento a sus comentarios inapropiados o a sus miradas atrevidas —pareció recordar—. Ugh, sus miradas.

Anna curvó sus labios hacia arriba como muestra de simpatía.

—Pero hoy… —paró y entrecerró sus ojos, como reviviendo una memoria, una mala. Su cabeza, sin embargo, no se quedó del todo quieta, su embriagues era cada vez más evidente.

—¿Pasó algo diferente hoy? —Anna indagó, su voz baja.

Elsa fijó sus ojos con los de la señorita Laurie en ese momento, y lo único que la pelirroja pudo ver fue a una mujer agotada, enojada pero sin deseos o fuerzas para expresar ese enojo.

—Nos quedamos solos en la tarde, me pidió ayuda para organizar algunos documentos y archivos. No tengo el más mínimo conocimiento de meteorología, ¿sabes? —Admitió de pronto—. No estudié para eso, y sin embargo soy la chica del clima de canal, estúpido, ¿no?

—No creo que…

—No importa, estábamos ahí, poniendo documentos en carpetas. No solo eran de cosas relacionadas con mi área, eran de noticias viejas y no sé qué más también, para ser honesta no los vi mucho porque parecían muy viejos y estropeados algunos. No sé, no pensé que fueran pura basura hasta que él se acercó por detrás de mí…

Anna puso una expresión horrorizada.

—Espera, ¿él… trató de propasarse contigo?

—Tra-tó —repitió Elsa, como buscando el significado de las sílabas, ¿no se había propasado Hans ya muchas otras veces? ¿Dónde se dibujaba la línea que separaba las charlas indeseadas de las que se podían considerar acoso?—. ¡Él lo hizo! —Balbuceó, aumentando el volumen de su voz unos cuantos decibeles. La rubia comenzaba a sonar como una pequeña que apenas daba sus primeras palabras—. Puso sus manos en ambos lados de mi cadera y empezó a… frotar sobre mi ropa como si… Carajo. Es un imbécil. Sentí su aliento caliente cerca de mi oreja y me dieron nauseas, él dijo que si quería acompañarlo a un concierto esta noche, que sería lindo… —Su voz se quebró al final.

—Maldito idiota —dijo Anna automáticamente, sintiendo su propia sangre hervir con la declaración de Elsa. Algunos "machos" seguían viviendo en la edad de piedra, pensando que las mujeres eran cosas de las que podían disponer, como trofeos a reclamar si nadie lo había hecho antes. Anna supuso, que en su propio delirio, ese tal Hans Anderson había creído que su aproximación podía considerarse romántica. Asco. Tremendo asco.

—Di un salto, y él se retrajo como si estuviera sorprendido. Soltó una risa cuando vio que me volteé, creo que le pareció graciosa mi cara de pánico, en verdad no sé cómo me veía… Le dije que se alejara y se fuera, pero luego recordé que estábamos en su oficina, así que me excusé y salí tratando de evitar tener un ataque. Él solo dijo que no quería asustarme y que lo pensara y le diera una respuesta antes de las siete, porque no quería que llegáramos tarde…

—Oh mi puto Dios —Anna exclamó—. ¿Qué carajos está mal con ese sujeto? ¿Le dijiste a alguien? —preguntó, casi perpleja.

Elsa se quedó en silencio.

—No le dijiste a nadie… —concluyó Anna, respondiendo a su propia pregunta. Elsa le dio un nuevo sorbo al vaso de whisky. Uno largo. Fue suficiente para acabarlo.

—Ni siquiera interesa ya, ¿quién se pondría en contra de él? Él de hecho es alguien ahí dentro mientras que yo soy la "hueca" a la que ponen a sonreír para anunciar que habrá una tormenta tropical sobre Manhattan, es increíblemente estúpido, inútil. —Señaló nuevamente la botella, Anna le hizo un gesto negativo con los ojos pero entonces Elsa pasó a tomarla ella misma, justo del lado de la pelirroja. Anna no quería que siguiera bebiendo, matar a sus clientes de cirrosis no era parte del trabajo de una bartender, y ya desmayados no podían pagar. Ese era el estatuto oficial. El estatuto personal era que Laurie odiaba ver a las personas pasar por estados de ánimo deplorables, más si se trataba de una chica joven, más si se trataba de alguien que en verdad había tenido un día de mierda, más si se trataba de su antiguo amor platónico. Y más aún, si por alguna razón empatizaba con ella, se sentía apenada por ella.

—No estoy segura de que debas seguir con eso Elsa —le dijo, sonando preocupada. Miró la pantalla de su celular y se encontró con que pasaban de la una cuarenta y cinco de la mañana, la lluvia había cesado pero no vendría ningún cliente más. Tenía que cerrar.

Elsa ignoró completamente la advertencia de Anna e intentó servirse más licor, tiró parte del mismo fuera del vaso pero logró reponer su puntería y acertar la dirección después del primer tanteo fallido.

—Todo se está derrumbando. Cada pedazo de mis aspiraciones se viene abajo como si se desvaneciera en el aire. Cada mañana cuando despierto recuerdo a la Elsa de la universidad y todo lo que esperaba lograr, y me doy cuenta de que esos recuerdos son más y más difíciles de reconocer ahora, es como si se volvieran borrosos y se perdieran en medio de una niebla espesa; y no sé qué hacer, en verdad que no lo sé. Inicialmente se suponía que estaría ahí uno o dos meses, fue lo que mamá dijo. Ella me aseguró que sería mientras aparecía un puesto como periodista para alguna revista… Era lo que en verdad quería. Pero dos meses se convirtieron en seis, y luego seis se volvieron un año. Ahora han sido casi dos años y sigo estancada en el mismo noticiero, poniendo la misma sonrisa de porcelana frente a las cámaras… como si me gustara, como si estuviera bien con ello.

Elsa dejó de hablar, sus ojos estaban parcialmente abiertos apenas. Anna vio cómo la rubia los cerró con fuerza, vio cómo la angustia acumulada se materializó en sus rasgos faciales. Y después, vio en mudez cómo una lágrima cayó de ella.

Fue solo una, una lágrima grande se deslizó por su piel y dejó un rastro húmedo a su paso. ¿Por qué una lágrima se sentía más pesada que la gota de una llovizna? ¿Por qué era tan caliente y ardía tanto? ¿Por qué se sentía tan cargada? ¿Por qué no podía recordar la última vez que había experimentado una sensación igual?

—Lo siento —se disculpó—. Soy… Soy un desastre. No debería- No debería estar contándote esto. Lo que pasa es… —Su garganta le falló, como si estuviera sedienta de oxígeno. Las palabras de Elsa quedaron ahogadas justo ahí.

—No te disculpes —dijo Anna, buscando confortarla. ¿Qué debía decir para hacer que su cliente se sintiera mejor? ¿Cuál sería el dialogo correcto? ¿De qué otra forma podría ayudarla? ¿Elsa siquiera buscaba ayuda? ¿Por qué se lo estaba preguntando? No obtuvo respuesta para ninguna interrogante y se sintió extrañamente decaída por ello. Inservible—. Elsa, es mejor que vayas a casa, ¿quieres que llame a alguien por ti? —propuso en cambio.

Casa. Alguien. Todo le sonó tan irrelevante. Elsa estaba mal, bastante más allá del punto de un mareo manejable, estaba intoxicada por la bebida. No le quedaba control sobre sus sentidos o pensamientos, se apagaba lentamente.

—No hay nadie —alcanzó a decir. Y no lo había.

—XXXX—

Una sensación cálida cubrió abruptamente parte de su anatomía. Era muy molesta, se sintió como si acabaran de poner una bombilla justo en su cara y esta la empezara a quemar con su calor. Elsa luchó por mantener los ojos cerrados pero la sensación invasiva la hizo gruñir y sacudirse entre las sabanas y edredones. Seguida de esa, una sensación incluso más "devastadora" llegó, una que definitivamente no había sentido antes.

Su cabeza retumbaba, parecía que alguien estaba martilleando un cincel dentro de ella. ¿Qué clase de mierda era ese dolor tan raro? Era indecente y feo, como si su cerebro hubiera escapado, fuera atacado por maleantes y estos lo regresaran completamente magullado al interior de su cráneo. Uhm, ¿serían maleantes en ese caso? Porque técnicamente… Abandonó esa línea de ideas de inmediato, ¿qué clase de metáfora era esa? Horrible. Su boca estaba seca. Necesitaba agua.

Se levantó de la cama solo para encontrarse con una vista muy desconocida frente a ella.

"¿Dónde carajos estoy?", pensó aturdidamente. Escaneó la habitación con lentitud —todo parecía ir lento aunque solo ella se estaba moviendo—, tratando de no considerar la posibilidad de tirarse a la cama de nuevo y volver a dormir. El dolor, más que insoportable era como extenuante.

La noche. La lluvia. El bar. Una pelirroja con dos trenzas la había atendido y había hablado con ella, y después… Nada.

El horror. "Oh, mierda", la había cagado.

—¿Qué carajos hice? —miró hacia abajo, tenía puesta la ropa del día anterior. Eso al menos la libró de creer que había dormido con algún extraño ridículo durante la madrugada. Pero inevitablemente, el descartar ese escenario la dejó perdida.

—¿Qué carajos hice? —repitió con indignación y un tono mucho más suave.