Prólogo:

Llovía.

El agua encharcaba todo lo que había alrededor mientras metía la última maleta en el coche que acababa de alquilar.

Hasta el alma me dolía. Alcé la vista hacia la casa del profesor Agasa y la contemplé por última vez. Sabía que no volvería a aquel lugar, que no iba a haber una próxima vez. Y en el fondo lo aceptaba. Tenía que ser así.

Tenía que ser así.

Cerré el maletero y me dispuse a entrar en el asiento del conductor.

Y entonces, oí su voz.

- ¡Haibara! –me llamaba, cruzando la calle a toda velocidad entre las gotas de lluvia- ¡Haibara!

Mi corazón pegó un bote. Corrí hacia la puerta del conductor y la abrí, pero él fue más rápido.

Su mano se aferró a mi brazo con fuerza.

- ¿A dónde demonios vas?- me preguntó.

Bajé la vista. No quería mirarle. No podía… o no podría irme.

- Lejos de aquí.-murmuré- Aquí lo único que doy son problemas.

Shinichi vaciló, sabía a lo que me refería. Recordaba perfectamente lo que había pasado aquella semana.

Noté cómo su mano se acercaba mi barbilla y me forzaba a mirarle. No hacía falta que girara la cabeza, sabía perfectamente cómo me estaba mirando.

Seguramente sus ojos me miraran con reproche, por ser una cobarde más en este mundo de locos.

Y, sin embargo, cuando alcé la vista lo que vi en sus ojos azules fue preocupación, y pena. Quizá también él estuviera harto de todo esto.

Contuvo el aliento y habló.

- No te vayas. Por favor.

La forma en que me miraba, su voz, lo que acababa de decirme…Dios, ese sentimiento que él me provocaba explotó dentro de mi pecho…y no ocurrió nada más. Me mantuve quieta, perdiéndome en aquel azul.

- Es lo mejor para los dos.-musité.

- No, no lo es.

Me deshice de su brazo de un tirón y me apresuré a colarme en el asiento del conductor. Shinichi me perseguía con desesperación.

Con un movimiento se coló en el coche y se colocó encima de mis rodillas, cogiéndome por los hombros.

Estábamos tan cerca que podía ver cómo le caían gotas de su pelo encharcado y su respiración palpitándome en las mejillas.

Palpé la súplica en sus ojos y suspiré.

- No insistas, Shinichi. –añadí- No tengo ninguna razón por la que seguir aquí. Lárgate.

Mis palabras fueron lo bastante duras para hacer que abandonara, pero el tono de mi voz no dio el pego.

Él me dedicó una mueca que no supe clasificar y volvió a tomar aire.

- Sí tienes una razón por la que quedarte, Haibara: Éste es tu sitio. El profesor Agase te quiere como a una hija, no puedes abandonarle ahora. ¿Qué cara crees que va a poner cuando sepa que te marchas? –La distancia que había entre nosotros se acortó un poco.- ¿Y qué hay de mí, eh? ¿Qué pasa con nosotros? Todo por lo que hemos pasado…¿ha sido mentira? No puedes mentirme, Haibara; y mucho menos a ti misma.

Suspiré y cerré los ojos con fuerza.

Iba a decirlo. Sabía que iba a decirlo.

Nunca se le había escapado una, dudo que ahora no fuera a dar en el clavo.

Me preparé a mí misma para oírlo, sabiendo que nadie podría moverme de allí si Shinichi abría la boca en aquel momento.

- Te quiero, Ai. Y quiero que nos olvidemos del pasado. Ahora solo estamos tú y yo, aquí y ahora… y no quiero perderte. Ni ahora ni nunca. Por favor, Ai. Te quiero.

Hice ademán de reprimir un sollozo, pero mis lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas como si quisieran burlarse de mí.

Shinichi me contemplaba en silencio, esperando una respuesta que nunca llegó.

Me sequé las mejillas con la manga y procuré encontrar mi voz, que se había escondido intentando convencerme también de que lo mejor sería quedarme, pero no hice caso.

Empujé a Shinichi contra el volante, llorando.

- Sal del coche.

Él me dedicó una última mirada. Primero de incredulidad, y luego de dolor.

- Como quieras.

Herido, salió del vehículo y se quedó a un par de metros de mí mientras yo cerraba la puerta, rota en sollozos incontrolables.

Pisé el acelerador y las ruedas se resistieron levemente hasta dar el acelerón que me alejó de él, seguramente para siempre.

Hasta el coche quería que me quedara.

Apreté las manos contra el volante con fuerza y miré por el espejo retrovisor.

Shinichi seguía ahí. Quizá sin poder creerlo del todo.

Sin poder creer que iba a marcharme.

Sin poder creer que yo no le quería.

No, no podía permitirme que creyera eso, después de todo lo que había pasado.

Le pegué una patada al freno y el coche derrapó, dando la vuelta con un ruido insoportable.

A través del cristal pude ver cómo se dibujaba una sonrisa en sus labios.