N/A: Hola! Este es el primer dramione que escribo. Por favor, no seáis muy duros conmigo. Este fic está ambientado en el sexto curso, y como podréis leer a continuación, cobrarán importancia otros personajes aparte de Draco y Hermione, como Theodore Nott (me encanta Theodore Nott *.* ), que será uno de los principales junto con nuestra pareja favorita.

Parejas que pueden salir: Ginny x Harry, Zabini x Ginny, Luna x Theodore, Fred x Hermione x Draco, Ron x Hermione, etc, etc, etc.

Categorizado M por ciertos fragmentos de contenido quizá solo apto para adultos, en un futuro. Eso ya también puede ser que lo deje a vuestra elección.

Os dejo el resumen más elaborado:

Hermione Granger comienza un nuevo curso en Hogwarts, deseando que sea lo más 'tranquilo' posible, tras su terrible experiencia el año anterior en el Departamento de Misterios. Pero no se imagina que distará mucho de serlo. Entretanto Draco Malfoy tiene que soportar la enorme carga del castigo impuesto por Lord Voldemort después del fracaso de su padre a la hora de conseguir la profecía. Sin embargo, Draco Malfoy no será el único alumno de Slytherin que se vea en una situación tan desesperante: Theodore Nott será de especial relevancia en el transcurso de los acontecimientos, viéndose implicado de forma forzosa por culpa de una poderosa bruja oscura.

Mientras tanto, Fred y Ron Weasley tienen cosas más banales por las que preocuparse, como quién de los dos conseguirá conquistar el corazón de Hermione. Pero, ¿en verdad el corazón de Hermione puede conquistarse? ¿O ya tiene dueño? Quizá ya lo tenga desde hace mucho tiempo, pero ni ella misma sea consciente de ello.

Una leyenda olvidada sobre unos poderosos magos y brujas renace de nuevo compitiendo en fuerzas con las del Señor Oscuro. Pero los alumnos de Hogwarts tienen cosas más importantes por las que preocuparse, como el nuevo plan de estudios del viejo chiflado de Dumbledore. Un plan de estudios que implica diferentes grupos de alumnos, alumnos de diferentes casas. Se cumplirá la peor pesadilla de Hermione.

Disclaimer: No me pertenece ninguno de los personajes que aparecen en la magnífica obra de JK Rowling; o sea, no me pertenece ninguno de los que aquí aparecen salvo los salidos de mi retorcida mente.

Y sin más dilación, ahí va el primer capítulo; espero que os guste:

Capítulo 1. Regreso.

Los rayos anaranjados del sol poniente incidían contra el vidrio de la ventana de Hermione, quien en ese momento se hallaba leyendo la nueva lista de materiales que necesitaría para su sexto curso en Hogwarts. Entristecida, pensó que hacía más de dos semanas que no sabía nada de Harry. Desde que el Ministerio por fin aceptara el regreso de Lord Voldemort y desde que tuvo lugar la muerte de Sirius, le preocupaban sobremanera los constantes cambios de humor del niño que vivió, y que no contestara sus cartas no hacía más que acrecentar su angustia. Pareciera que se había puesto de acuerdo con Ron, porque de él tampoco había recibido noticias en los últimos días. Todo eso la inquietaba, por la situación en la que se encontraba el mundo mágico y por lo mal que lo estaban pasando los Weasley en aquellos momentos por culpa de los problemas económicos, de los que Hermione suponía que conocía una ínfima parte, lo poco que Ron le contaba en sus cartas.

Sus padres aún no habían llegado de la consulta, últimamente atendían a más personas de las que debieran, por lo que Hermione comenzaba a sentirse sola. No era algo que la disgustara, incluso a veces buscaba ratos para poder distraerse sin que nadie la molestara. No es que la presencia de sus padres la incordiara, pero de vez en cuando necesitaba adentrarse en su propio mundo. Sabía que no era sano no salir apenas en verano, y sin embargo, no podía evitar echarle alguna que otra ojeada a los libros del curso anterior y practicar magia, para no oxidarse. Era su único entretenimiento en aquellas largas tardes de verano; suponía que, si tuviera amigos con los que pasar el rato en esa estación del año, las cosas serían diferentes.

Estaba nerviosa, porque no veía el día en que por fin pudiera ir al Callejón Diagon a comprar sus nuevas cosas. Siempre le había gustado organizarse, por si por algún casual, a pesar de sus numerosas listas, olvidaba comprar algo. En esas divagaba, adormecida, cuando un repiqueteo contra la cristalera la hizo despertar de su embelesamiento.

Giró la cabeza, con una mezcla de temor y curiosidad por lo que pudiera haber causado aquel ruido. Se trataba de Hermes, la antigua lechuza de Percy, que éste había abandonado en la Madriguera junto con otros efectos personales que consideraba prescindibles tras la discusión que tuvo con su padre. No le sorprendió, ya que Ron y Ginny solían enviarle mensajes con ella.

Se levantó perezosamente, reacia a la idea de dejar de tumbarse sobre el colchón, y fue a abrir la ventana. El ave entró en la habitación, aterrizando de forma violenta sobre el escritorio, gorjeando en un sonido desagradable. Seguramente se habría hecho daño.

-Oh, Hermes- susurró Hermione, apenada, mientras se dirigía a por un recipiente lleno de carne seca preparada exclusivamente para cuando vinieran Hedwig y Hermes, y depositaba unos cuantos trocitos al alcance de la lechuza.

Hermes no tardó en hincarle el pico a aquellas suculentas golosinas. Entretanto, Hermione se dispuso a tomar entre sus manos el pergamino doblado que traía atado a una pata.

Sonrió con cariño, al ver la letra de Ron, entre varios agujeros minúsculos que presentaba el papel, erosionado por las inclemencias del tiempo.

Querida Hermione:

Siento no haberte escrito en estas semanas. Las cosas en casa no andan muy bien, que digamos. Ginny quería ser quien te mandara esta nota, pero no la he dejado. Mamá dice que George y Fred irán a por ti mañana por la mañana. Viajaréis por la red flu, creo. Harry probablemente venga por la noche.

No es necesario que nos envíes una respuesta.

Ron.

"¿Cómo es posible que sea tan escueto?", se preguntó, un poco más tranquila ahora que sabía de él. Al menos, se dignaba a escribirle, pensó con resignación.

A pesar de lo que decía en la corta carta, Hermione escribió en el reverso.

¡Ron!

Estaba angustiada, hace mucho que no sé nada de ti o de Harry. Creía que había pasado algo malo y no me había enterado. Aunque bueno, ya sabes, yo suelo ponerme así por cualquier tontería antes de empezar el curso. Siento que las cosas no vayan bien en tu familia, espero no ser un estorbo estos días. Dile a Ginny que no se preocupe, que ya tendremos bastante tiempo para hablar cuando llegue, y a los gemelos, muchas gracias por tomarse la molestia. ¿Red flu? En mi casa no hay chimenea y no tenemos polvos. ¿Cómo será entonces? Bueno, supongo que no habrá tiempo suficiente para que pueda recibir tu respuesta antes de mañana. Recuérdame que por tu cumpleaños te regale un teléfono muggle, así será más fácil comunicarnos. Me alegra saber que Harry también estará, el pobre lo está pasando muy mal con todo esto.

Tu amiga, Hermione.

Una vez perfeccionada la caligrafía, dejó a un lado el bolígrafo y cogió un sobre donde guardó el pergamino, para que no se estropeara más.

Hermes ya hacía ruiditos, pidiéndole a su extraña manera que permitiera que se fuera. Hermione hizo un nudo alrededor de su pata, con cautela (siempre que lo hacía, tenía miedo de que le mordiera un dedo), y le dio unas palmaditas, para que saliera volando.

Antes de que chocara contra la ventana, la abrió, instándola a que saliera en una muda invitación. Cerró de nuevo las puertas del ventanal y volvió a recostarse en la cama, risueña.

Ginny hubiera querido ser ella la que le escribiera esa carta, y Hermione sospechaba que, si hubiera sido de ese modo, le habría sido detallado todo lo que estaba pasando con los Weasley. Supuso que ya lo sabría cuando llegara.

Le sabía mal que George y Fred perdieran parte de su tiempo para llevarla con ellos a la Madriguera y que la Señora Weasley se preocupara por eso con todo lo que tenían en casa, por lo que decidió que debía darles algo a cambio, a pesar de que lo hicieran por el cariño y la amistad que le profesaban. En eso pensaba, mientras guardaba la ropa en su baúl, las prendas impecablemente planchadas.

-Ojalá este año sea tranquilo- deseó en voz alta, sin saber que en realidad estaba mucho más lejos de serlo que todos los demás.

Al día siguiente, Hermione despertaba con una sonrisa radiante, desperezándose y notando el roce de las mangas largas de su camiseta vieja en la parte interna de los brazos.

Soltó un gritito ahogado cuando uno de los gemelos se apareció a su lado con un chasquido.

- ¡Vaya, Granger, qué atuendo más sensual!

Se sobresaltó al oír la misma voz al lado contrario y percatarse de la poca distancia que la separaba del rostro del otro gemelo que accidentalmente se había aparecido demasiado cerca.

-Sí, ¿quién lo diría? - le seguía el rollo a su hermano, sonriéndose, mientras observaba con extrañeza cómo ella se escondía bajo las sábanas, avergonzada.

George le guiñó un ojo a Fred, con su sonrisa tan característica.

-Oh, vamos, Herms, no seas perezosa- se burló George, dejándole espacio- Seguro que a Christina no le gustará que lleguemos tarde.

- ¿Quién es Christina? - preguntó, asomando los ojos por encima del edredón. Nuevamente, dio un respingo al notar la cercanía (excesiva para su gusto) de Fred.

-Mi nueva adquisición. Seguro que te va a encantar- corroboró George, haciéndole un gesto a su hermano para que se levantara y fuera junto a él- Y ahora, vístete. A ella le gusta la puntualidad.

-Entonces, no comprendo cómo puede estar contigo- repuso ella.

Fred soltó una carcajada al ver el rojo apenas perceptible que adoptaban las mejillas de su hermano. George se rascaba la nuca, pensativo.

- ¿No deberías vestirte ya? - la instó, finalmente.

Hermione arqueó una ceja.

-No pretenderás que lo haga delante de vosotros.

George se cruzó de brazos y echó su espalda ligeramente hacia atrás.

- ¿A qué esperas?

Hermione lo fulminaba con la mirada cuando Fred le golpeó el brazo y ambos comenzaron a reírse, dirigiéndose a la puerta.

-Te dejaremos a solas, no te entretengas- dijo Fred, precipitándose fuera de la estancia.

- ¿Por qué iba a entretenerme? - le contestó Hermione, ceñuda.

Pero lo único que escuchó fueron las carcajadas de los hermanos a través de la puerta.

Se levantó apáticamente y se dispuso a hacer la cama con pulcritud, como solía.

-Tic, tac, tic, tac...- se oía a George, metiendo prisa.

- ¡Cállate, me pones nerviosa! - le gritó, cayéndosele los vaqueros y la blusa que tenía planeados ponerse.

Con un sonido algo brusco propio de la exasperación, empezó a cambiarse de ropa.

-Granger, ¿se supone que tus padres están en casa? - inquirió Fred, asomándose por la rendija de la puerta.

Hermione soltó un gritito, abochornada, y corrió a taparse el pecho, ya que solo tenía puesto el sujetador.

- ¡FRED!

-Perdón- logró decir él, un tanto azorado, lo que no se correspondía con su semblante ufano.

Sacó su cabellera pelirroja del cuarto, con miedo de que lo transformara en sapo. De hecho, Hermione se lo estaba planteando seriamente.

- ¡Qué carácter tiene!

-Te he oído, George- masculló, furibunda.

-Esa era la intención- rió él.

Hermione abrió la puerta de un tirón, haciendo que los gemelos que habían estado apoyados en la pared cercana, se apartaran alarmados.

-Mis padres deben estar alucinando con vosotros- se imaginó, torciendo el gesto.

- ¿Tus padres? ¿Están aquí? - preguntó George, burlón, simulando nerviosismo.

-Así es, chico Weasley, no pretenderías que se fuera sin despedirse de nosotros- le respondió una voz femenina a su espalda, con severidad.

Los gemelos se giraron, como movidos por un resorte. Hermione rió por lo bajo.

- ¿Señora Granger? - farfulló Fred, un tanto tenso.

-Encantada de conoceros a ambos- dijo la madre de Hermione, sus labios curvándose en una ligera sonrisa.

-Un placer, señora- contestaron ambos hermanos simultáneamente.

-Aunque la próxima vez preferiría que llamarais al timbre.

- ¿No habéis usado la puerta de la calle para entrar como cualquier persona normal? - se escandalizó Hermione, frunciendo el ceño a más no poder.

-Pues...- empezó Fred.

-Nosotros no sabemos lo que es un tembre- completó George.

A Jane se le escapó una risita indiscreta al oír aquello.

-Es "timbre" - lo corrigió Hermione en voz baja.

El interpelado se encogió de hombros y le hizo un gesto a su hermano.

-Deberíamos irnos ya- dijo, tratando de olvidar el asunto.

Fred asintió, de acuerdo.

- ¡Jack, cariño! Ven, que la niña ya se marcha- llamó la madre de Hermione a su esposo, cuando acabaron de bajar las escaleras.

El equipaje ya se encontraba en la entrada. Fred hizo un movimiento de varita con maestría, haciendo que desapareciera.

-Pero...- trató de decir Hermione.

-Tranquila, ya está en nuestra casa- la interrumpió él, sonriendo- Ni que no hubieras visto antes este hechizo, Granger.

- ¿Seguro de que has mandado las cosas a la Madriguera? - preguntó, insegura.

-Claro, ¿por quién me tomas?

-Oye, se supone que somos mayores y que tenemos más práctica con la magia- terció George, con mofa- No nos cuestiones, Alice Kyteler.

- ¿Esa quién es? - inquirió la señora Granger, con curiosidad.

Los gemelos intercambiaron una mirada, sonrientes, preguntándose si no sería mejor dejarla con la duda.

-Una bruja famosa, mamá.

Lo que no dijo Hermione, fue que era conocida por sus grandes habilidades haciendo que los hombres sucumbieran ante sus encantos y accedieran a cumplir todos sus antojos. Entornó los ojos, sin entender por qué de todas las brujas famosas existentes la habían tenido que comparar con ella. Se dijo, maliciosamente, que probablemente los gemelos conocieran su nombre, pero no su historia.

Su padre no tardó en hacer acto de presencia, saludando a Fred y a George con una sonrisa algo apagada.

Cogió las manos de Hermione, con tal seriedad, que provocó que la muchacha se preocupara aún sin saber si tenía motivos para hacerlo.

-Hermione- dijo su madre, pues él parecía incapaz de pronunciar palabra alguna, todavía sin despegar la mirada del rostro de su hija- Empiezas uno de tus últimos cursos en Hogwarts, ¿quién iba a decirlo? Eres ya toda una mujer.

Jane sonrió en tensión y siguió hablando.

-Nos hemos acostumbrado tanto a que estés aquí este verano... aunque no hayamos podido pasar tanto tiempo contigo como nos hubiera gustado- los ojos de la madre de Hermione comenzaron a brillar con el resplandor que precede al llanto- Y ahora te vas y no volveremos a verte posiblemente hasta navidad... Queríamos darte esto, como prueba de que a pesar de lo que pueda parecer a veces, te queremos mucho, Hermione.

Fred y George se acercaron algunos pasos por detrás de Hermione, con curiosidad.

Emocionada, Hermione se desasió con cuidado de las manos de su padre para recibir lo que su madre quería entregarle.

Se trataba de un bonito medallón con una gema incrustada de un precioso color topacio. Lo aferró, con cuidado.

-Es una especie de reliquia en nuestra familia- dijo al fin, Jack- Era de tu tatarabuela, queríamos que la tuvieras.

-Pero...- Hermione no sabía qué decir, se había quedado estupefacta- pero, no hacía falta... ya tengo bastante claro que me queréis.

Sonrió entre lágrimas, recibiendo el abrazo de despedida de sus padres.

- ¿Sabes, Hermione? - terció Fred- A veces no viene mal desmostrarlo.

-Exacto, hermano- carraspeó George, viendo cómo Hermione se apartaba de sus padres y les dirigía una mirada compungida ya desde el umbral de la puerta principal- ¿Lista?

Ella asintió, de forma casi imperceptible.

Uno de los gemelos le tendió la mano. Hermione la miró como si no tuviera muy claro qué hacer con ella. Lentamente, alzó la cabeza hacia él.

-Vamos, puedes cogerla- instó, guiñándole un ojo- No te va a hacer nada.

Pese a que no supiera la razón por la que él quería que lo tomara de la mano, Hermione obedeció, confusa. Desde que su madre le había dado el colgante, no podía pensar con claridad en ninguna otra cosa.

Sin embargo, inconscientemente se ruborizó al sentir el suave tacto de los grandes dedos del chico rodeando su muñeca. El hormigueo que percibió la despertó de su embelesamiento. No entendía por qué la avergonzaba el gesto, cuando hacía tanto tiempo que conocía a Fred... ¿o era George?

-Haremos una aparición conjunta- explicó el que la tenía agarrada.

Antes de que se diera cuenta, el estómago se le revolvió violentamente y el mundo comenzó a girar a la velocidad de la luz, cambiando la escena a otra similar. Ahora, se encontraban frente a una lujosa casa, distinta, obviamente, a la suya. Se notaba a la legua que los dueños tenían dinero.

- ¡Christina! - gritó George, sin escrúpulos.

De todas formas, los pocos transeúntes no se inmutaron cuando elevó la voz.

Hermione se soltó, algo mareada, al darse cuenta de que seguía asiendo la mano de uno de los gemelos como si la vida le fuera en ello. Definitivamente, odiaba desaparecerse y aparecerse en un lugar diferente.

El muchacho le dedicó una sonrisa pícara y dirigió la vista al frente, al percatarse de que había alguien más, que acababa de llegar, frente a ellos.

La puerta se había abierto y una chica alta, rubia y de ojos verdes, con un ajustado vestido del mismo color, se plantaba ante ellos, con la barbilla alzada. Miró a Hermione de arriba a abajo, desde su posición, y después les regaló una mueca de enojo a los gemelos.

Hermione pensó que tenía un parecido asombroso con Malfoy en lo que se refería a los movimientos faciales y de las manos.

-Christina, cariño- George fue a abrazarla, pero ella le dio una torta en la mano, arisca.

- ¿Por qué se supone que habéis tardado tanto, George? - replicó Christina, molesta- No tengo tiempo para niñerías. Entrad de una vez.

Al hablarle Christina al gemelo que estaba más lejos de ella, Hermione supo que el que la había ayudado a aparecerse había sido Fred, quien, en aquellos momentos, observaba con diversión cómo su hermano trataba de acercarse a la mujer sin éxito. Parecía realmente enfadada.

-Dijisteis que necesitabais mi casa para trasladar a la vuestra a una muchacha y ni siquiera me la habéis presentado- reclamó, mientras los conducía por un amplio corredor adornado de forma extravagante; el fastidio latente en su voz.

-Ah, sí- dijo George, rascándose la nuca- Ella es Hermione Granger, la mejor amiga de mi hermano Ron.

-Entonces tú debes ser también la que siempre va con Potter- comentó Christina, señalándoles la chimenea a la vez que iba a por los polvos flu. A Hermione le pareció que sus palabras destilaban un leve desprecio- Hija de muggles...

-Lo último es irrelevante- cortó Fred, ganándose una mueca desagradable por parte de la rubia- ¿No decías que había prisa? Pues adelante.

Christina bufó, depositando el polvo sobre las manos de sus invitados, apáticamente.

-Las damas primero- George permitió que Hermione se introdujera en la chimenea, las zapatillas llenándosele de ceniza y hollín- Nosotros vamos justo detrás de ti.

Una vez dentro, levantó el puño y lo abrió, dejando caer el contenido.

- ¡A la Madriguera! - exclamó, tratando de ser lo más clara posible.

De pronto, todo empezó a dar vueltas de manera semejante a cuando se había aparecido con los gemelos, y la oscuridad la acogió para dar lugar a una luz tan brillante que casi le hacía daño.

Nunca se acostumbraría a ese tipo de sensaciones, pensaba, incorporándose torpemente y mirando a su alrededor. Se sostenía el codo, el cual estaba herido por apoyarse mal sobre él cuando aterrizó sobre su trasero en la sala de estar de los Weasley.

En aquel instante no había nadie, pero Molly no tardó en entrar corriendo a la estancia, seguida de Ginny. Ambas mantenían las varitas en alto, con expresión de desasosiego. Enseguida las bajaron cuando vieron quiénes eran sus visitantes.

Hermione sonrió con timidez, acercándose a ellas.

Al verla, Ginny tardó en reaccionar, pero rápidamente dejó escapar un gritito ahogado y se lanzó sobre ella.

- ¡Oh, Hermione! - exclamó, contenta mientras la envolvía en un cálido abrazo- Te he echado tanto de menos...

-Yo también a ti- logró decir ella, pues apenas podía respirar de lo fuerte que la tenía aferrada.

-Ginevra, la estás ahogando- declaró uno de los gemelos, limpiándose la suciedad de la ropa con un gesto exagerado.

Ginny le lanzó una mirada asesina y se separó delicadamente de ella, dejando que su madre la acogiera entre sus rollizos brazos.

-Hermione, querida, siento tanto no haberte invitado unos días a casa- decía Molly, apesadumbrada; las mejillas de Hermione apretujadas contra su pecho- Pero es que, con tanto lío, no hubiera sido conveniente... Seguramente habrías estado mejor con tus padres.

-No se preocupe, señora Weasley, lo comprendo- respondió Hermione, incómoda- Ya me ha contado Ron que estáis pasando por una situación difícil. No me gustaría ser una carga.

-Nunca te consideraríamos una carga...- contrarió Molly, con tristeza.

-Pero sí una persona cargante...- completó uno de los gemelos, entre risas.

- ¡FRED! - lo recriminó su madre, escandalizada.

-Fred soy yo, él es George.

-Me da igual- alzó Molly la voz- ¿cómo se te ocurre decirle algo así a la pobre chica?

-Además de que no es cierto- agregó Ginny, situándose al lado de su madre. Fingía estar enojada, pero una ligera sonrisa quería abrirse paso tironeándole de las comisuras del labio.

-Estaba de broma- se quejó el supuesto George.

-No importa- concluyó Hermione, con una sonrisa un tanto forzada- ¿Dónde está mi baúl?

Ginny señaló a la chimenea. A la derecha yacían las cosas de Hermione.

- ¿Lo ves? No se ha extraviado ni le ha pasado nada por el camino- se burló Fred.

-Había traído unos regalos para agradeceros todo lo que hacéis por mí.

Hermione abrió el baúl y comenzó a sacar varios paquetes cuidadosamente envueltos.

-No hacía falta que te molestaras, querida- Molly se cruzó de brazos, con semblante serio- Para nosotros, eres una más de la familia, como Harry.

-Sí, Hermione, no es navidad- sonrió Ginny, aproximándose para ver de cerca los fardos.

-Este es para ti, Ginny- le entregó una bolsa que dejaba entrever que el interior era blandito.

La pelirroja se dispuso a abrirla y cuando acabó, sostuvo el contenido con impresión.

- ¡Ropa muggle! Muchísimas gracias, Hermione, siempre había querido tener unas zapatillas así.

Feliz, Hermione recibió su abrazo pensando que tampoco era para tanto. Sólo eran unas zapatillas de deporte nuevas que tenía en su casa sin estrenar porque últimamente nunca tenía tiempo de hacer ejercicio. Al verlas la noche anterior, se había acordado de ella.

Había estado reflexionando y no sabía de qué modo podía pagarles a los Weasley todo lo que siempre habían hecho por ella.

-Para usted, señora Weasley.

- ¿Para mí? - reiteró Molly, conmovida, aceptando el regalo.

Se trataba de un libro de cocina gigantesco con más de 200 platos diferentes.

-Gracias, querida. No tardaré en poner en práctica las recetas muggles- sonrió.

Nuevamente, Hermione se inclinó sobre su equipaje y sacó una enorme caja de cartón. Se acercó a los gemelos; su cabello golpeándole en la espalda con alegría.

- ¿Nosotros también tenemos regalos, Granger? - inquirió Fred, la complacencia reflejándose en sus facciones.

-Claro. Me hubiera gustado haber tenido más tiempo para encontrar algo que os sirviera a la hora de innovar en la tienda, pero sé que esto os encantará.

Con ímpetu, los hermanos arrojaron la tapa de la caja al otro lado de la estancia, ante la mirada risueña de Hermione.

-Excelente, Hermione- dijo uno de ellos, con una sonrisa de oreja a oreja.

El rubor se hizo presente en las mejillas de Hermione cuando uno de ellos la besó en la mejilla.

-Sí que conoces nuestros gustos- dijo George, haciéndose con uno de los muffins de chocolate de la caja.

-Me alegro de que os haya gustado- sonrió Hermione. De pronto, sus rasgos se endurecieron un tanto al recordar algo, o, mejor dicho, a alguien- ¿Y Ron?

-Está en su cuarto- contestó Ginny, encogiéndose de hombros- Probablemente como duerme hasta tarde no se haya enterado siquiera del estruendo que habéis montado al llegar. Vamos, te acompañaré a despertarlo.

No hicieron más que subir las escaleras y se encontraron a un somnoliento Ron desperezándose. No parecía percatarse de que hubiera nadie aparte de él en el pasillo. De pronto, sus brazos se detuvieron a medio camino, quedándose quietos en el aire.

- ¿Her..mione?- preguntó en voz baja, incrédulo. Aunque su voz sonó más bien como un gruñido.

Hermione caminó hacia él, animada. Ron cogió su mano zarandeándola de arriba a abajo, con efusividad. Hermione rió; no se le había llegado a pasar por la cabeza que Ron la abrazararía, teniendo en cuenta como era siempre con ella.

Por su parte, Ginny no podía hacer más que negar con la cabeza, resignada. Así era su hermano, Ron no cambiaría.

-Espero que no hayáis tenido problemas con la red flu- dijo él, al cabo de un rato en el que se había formado un silencio tenso entre ambos.

-Ninguno- sonrió Hermione.

Por fin, podía decir que se encontraba entre los suyos. Los Weasley no serían su familia, pero lograban sacar lo mejor de ella.

Lejos de allí, en un entorno lejos de ser afable, un chico de carácter altivo se dirigía al despacho de su padre con los aires de grandeza que lo caracterizaban.

Extrañado, al ver que la puerta estaba entreabierta, ladeó el rostro para ver mejor el interior. No había nadie dentro. Frunció el ceño. No creía que hubiera salido de la mansión sin avisar.

Frustrado, como un buen niño consentido que se lo consideraba, avanzó con los puños cerrados hacia la habitación de sus padres. Sin embargo, se detuvo abruptamente al escuchar unas voces que hubiera deseado no volver a oír jamás.

Ojalá fueran imaginaciones suyas, ojalá que aún siguiera dormido.

Sabía que su padre lo castigaría si se atrevía a intervenir en una de sus conversaciones a las que él no hubiera sido invitado, pero no pudo reprimir el impulso de, al menos, enterarse de lo que decían y así, convencerse a sí mismo de que no era verdad, de que no habían vuelto. Por eso, se situó al lado de una de las puertas que daban al vestíbulo, donde su padre atendía a sus interlocutores.

-Ya hace tiempo que Fulvio acabó sus estudios en Durmstrang, Lucius- informaba un hombre alto, de la misma constitución que el padre de Draco.

Eran casi iguales, pero Caius, que así se llamaba el hermano mellizo de Lucius, tenía el pelo corto y más vello facial, lo que le daba a sus rasgos un aspecto más basto.

-Soy mucho más capaz que... eso que tienes por hijo, sean cuales sean las expectativas del Señor Tenebroso, yo podré cumplirlas sin vacilar- intervino alguien más joven.

Draco casi pudo notar cómo su padre se tensaba al oír a su sobrino refiriéndose de ese modo a su único heredero.

-Fue gracias a él por lo que pudiste escapar de Azkabán- añadió Caius, impasible- No olvides que le debes tu libertad.

-Conozco perfectamente las habilidades de Fulvio y no dudo de ellas- habló Lucius, finalmente. La hostilidad latía en sus palabras- Sin embargo, es el Señor Tenebroso el que lo ha decidido, no yo. La mano de Draco será la que habrá de acabar con la vida de Dumbledore.

- ¿Y crees que alguien tan inútil como Draco podrá hacerlo? - lo increpó Fulvio, con tono engreído- Ni Él mismo se atreve a enfrentarse al viejo; llevará a Draco a la muerte.

-Tu hijo jamás ha matado, Lucius. ¿Me equivoco?

Lucius apretó la mandíbula, con fuerza.

-Ni siquiera ha sido marcado aún- respondió, con apatía- Caius, no deberías meterte en asuntos que no te conciernen.

-Oh, mi querido hermano, estás errado- dijo el padre de Fulvio, con una sonrisa ladina- Puede que Abraxas no me concediera a mí el "honor" de ser el heredero Malfoy de nuestra generación, pero sigo portando el nombre, al igual que mi hijo. No me gustaría que fuera más manchado de lo que está ya, gracias a tu estúpido intento de arrebatarle la profecía a Potter.

-No lo será, Draco cumplirá su cometido- corroboró Lucius, impregnando su afirmación con una seguridad que en realidad no sentía.

Draco se parecía más a su madre. Delicado, de alta cuna, quizá le hubiera quedado mejor el apellido de los Black.

-Permíteme que lo dude- insistió Fulvio, dejando que su flequillo rubio oscuro le cayera sobre la frente, cuando se apoyó sobre la chimenea- Es demasiado blando, sin experiencia. Jamás podría derrotar a alguien como el director de Hogwarts. Está demás añadir que jamás podría enfrentarse a alguien mejor que Crabbe o Goyle; un completo estorbo en batalla.

Draco no pudo evitar clavarse las uñas en la palma de la mano. Unas gotas de líquido rojo argénteo mancharon el diáfano mármol del suelo. No obstante, enfurecido como estaba, Draco ni siquiera sintió dolor.

-Claro está el hecho de que el Señor Tenebroso quería castigarte por tu tremendo fracaso en el Departamento de Misterios- apostilló Caius- Intercedimos por ti a pesar de nuestras evidentes diferencias y así nos das las gracias, tratándonos con frialdad como si fuéramos unos completos desconocidos.

-Rechazaste seguir perteneciendo a la Casa de los Malfoy cuando padre me eligió a mí para que me quedara con toda la fortuna- le recordó Lucius, torciendo el gesto con disgusto- Y después de todo lo que acabas de decir sobre mi hijo y sobre mí, no creo que te importe demasiado que el nombre de los Malfoy sea ultrajado. Renunciaste a él hace mucho.

Caius alzó la barbilla, intercambiando miradas repletas de desdén con su hermano.

-Tienes toda la razón, Lucius- dijo, tras unos instantes de silencio- Pero eso no importa, ya que el Señor Tenebroso está al tanto de nuestros lazos de sangre. A Él le gusta hacer pagar dañando a los que te rodean; no me gustaría que, creyendo que os importamos lo suficiente, Fulvio o yo fuéramos castigados por tu incompetencia, o más aún... la de Draco.

Desde su escondite, Draco sonreía con amargura. Por un momento, deseó fallar en su tarea de acabar con Dumbledore, sólo por que su primo Fulvio o su tío pagaran las consecuencias.

-No olvides, Lucius- continuó Caius, de forma déspota- Nosotros fuimos los que te sacamos de Azkabán. Si por el Señor Tenebroso fuera, estarías ahora mismo pudriéndote, como Igor Karkarov. Volveremos a vernos muy pronto.

-Adiós, tío Lucius- se despidió Fulvio, con un deje de burla.

Padre e hijo se convirtieron en dos manchas negruzcas que atravesaron el gran ventanal abierto del vestíbulo de la Mansión Malfoy, haciendo un feo contraste con el cielo azul despejado de nubes.

Lucius Malfoy permaneció quieto, en la misma posición que había mantenido desde la llegada de su hermano y su sobrino. La visita le había dejado un amargo rictus en su rostro, habitualmente inexpresivo.

Acarició la cabeza de serpiente de plata que conformaba uno de los extremos de su bastón y lentamente, giró la cabeza hacia la puerta tras la que Draco había estado escuchando.

-Puedes venir si lo deseas; - le dijo, con suavidad- ya se han ido.

Draco empujó la puerta con violencia, ensuciándola de sangre que emanaba de las heridas que se había hecho en la palma hacía unos momentos. Lucius arrugó la nariz por el lado izquierdo y la comisura derecha del labio se le torció hacia abajo, pero no hizo ningún comentario al respecto.

Draco se paró frente a él, a menos distancia de la que habían estado Caius y Fulvio, y lo miró con furia.

-Así que, era por esa razón, por la que siempre tengo que firmar todos los documentos a nombre del dueño de todo, ¿no? - espetó el joven, con desengaño- El Ministerio jamás te habría dejado salir de Azkabán después de saber que fuiste tú el que trató de arrebatarle al cara rajada la profecía; era demasiado bueno para ser verdad. No estás aquí legalmente, estás porque ellos te sacaron.

-Así es- susurró Lucius, secamente.

- ¡¿Así es?!- explotó Draco; su rostro habitualmente pálido, ahora enrojecido por la ira- ¡¿Así es?! ¿Eso es lo único que vas a decir? ¡Has estado mintiendo todo este tiempo! Y te has callado que fueron Caius y el maldito Fulvio los que te libraron de Azkabán.

Su padre no dijo nada. A fin de cuentas, Draco tenía razón. El muchacho calló, asimilando la situación.

- ¿Lo sabe madre? - preguntó, más calmado.

Lucius asintió en silencio.

- ¿Y por qué demonios me lo ocultaste? - le reprochó, con enojo.

-No podía arriesgarme a que le contaras algo a Zabini o a Parkinson- respondió Lucius, severo.

- ¿Y qué te hace pensar que iba a contarles nada a esos imbéciles? - gritó Draco, tirando un jarrón con flores deshidratadas que reposaba sobre la repisa de encima de la chimenea- ¡Por Salazar, padre! Tú sabes tan bien como yo que ésos no son amigos míos. Gracias a ti, he aprendido que no puedo confiar en nadie...

-Eres demasiado joven, Draco- lo cortó su padre- Inexperto. Aunque no quisieras, podrías haber dicho algo que nos delatara, y comprende que no estaba ni estoy dispuesto a correr ese riesgo. No quiero regresar a Azkabán, ¿acaso tú quieres que lo haga?

-Esa no es la cuestión, padre- arguyó Draco, incapaz de contestar a esa pregunta- La cuestión es que me has estado mintiendo todo este tiempo. Y sobre todo, probablemente, si no me hubiera quedado a escuchar, seguiría sin saber que Caius y Fulvio han regresado.

-En realidad, no es de ese modo, Draco- dijo Lucius, alzando la mano para que no lo interrumpiera- Eres muy predecible. Te dije que fueras al despacho a la hora que se presentarían porque sabía que, al no encontrarme allí, me buscarías y te ocultarías para oír lo que tuvieran que decirme. Siempre te ha atraído demasiado la idea de escuchar a escondidas.

- ¿Y por qué no me lo has contado tú directamente?

-Era mejor que lo vieras con tus propios ojos- respondió su padre, mirándolo a sus iris grises por primera vez desde que habían comenzado la conversación- Ya lo sabes, Draco. Caius y Fulvio están al tanto de la misión que te ha sido encomendada. Ahora más que nunca debes demostrar que tu fuerza le servirá al Señor Tenebroso, por el bien de la verdadera familia Malfoy.

- ¿Crees que no lo sé? - se jactó Draco- Él me ha escogido a mí, no pienso defraudarle.

-Es por eso que deberías emplearte a fondo. Caius ha estado en lo cierto al afirmar que te ha elegido porque quiere castigarnos a todos por mi error.

Draco apretó los dientes, pero aparte de eso, su expresión no cambió.

Se dio la vuelta y antes de salir de la estancia, Lucius lo oyó decir: "Lo tendré en cuenta".

Airado, Draco fue a su cuarto, si es que a la enorme habitación que tenía por dormitorio se le podía llamar "cuarto". Cerró la puerta de un portazo y se dejó caer hasta acabar en el suelo, abrazando sus rodillas.

Una lágrima inoportuna le recorrió el pómulo derecho, y enseguida se la limpió, con brusquedad. Estaba seguro de que de lo violento que había sido al hacerlo, le habría quedado alguna herida en la mejilla. No se equivocaba.

-Ridículo Fulvio- masculló, cubriéndose la cara con ambas manos ensangrentadas- ¿Cómo se atreve a ponerme a la altura de los zoquetes de Crabbe y Goyle?

Por mucho que le doliera, debía reconocer que, aunque en un principio le enorgulleciera la idea de que el Señor Tenebroso lo hubiera preferido a él antes que a ninguno de sus mortífagos para matar a Dumbledore, Fulvio hubiera sido una mejor opción para llevar a cabo la tarea. Como Lucius había querido antes de que Draco iniciara sus estudios, Fulvio había sido formado en Durmstrang; al contrario que Draco, que, a petición de su madre, había ido a Hogwarts, ya que era la escuela más cercana. Además, se había convertido en uno de los mortífagos más experimentados en un corto lapso de tiempo. Quería pensar que tan sólo era un simple y estúpido advenedizo, pero sabía que eso no era verdad. Fulvio llevaba en la sangre la voluntad de arrasar con todo lo que hubiera a su paso, voluntad de la que, por más que Draco alardeara, carecía.

En verdad el Señor Tenebroso le había asignado una misión imposible, porque precisamente estaba seguro de que no lo lograría y podría saciar así su sed de muerte, acabando con su vida en un intento de castigar a Lucius en el que realmente lo estaba castigando a él por algo que todavía ni siquiera había intentado.

Aún no había comenzado siquiera a vivir de verdad, y ya veía el fin más próximo que el día siguiente. Se planteó la posibilidad de huir, de no volver jamás, aunque eso supusiera llevar una vida escapándose de todos. El nombre de la familia Malfoy no le importaba lo más mínimo, si para mantenerlo limpio debía morir.

Pensó con ironía, cómo Caius y Fulvio habían venido a recordarle a Lucius su deuda para con ellos y lo inútil que lo consideraban a él mismo, cuando debían estar alegrándose en demasía por su próxima muerte y la posterior transferencia de toda la fortuna Malfoy a sus manos.

Se levantó, dispuesto a romper varios muebles para desahogarse, y fue cuando se dio cuenta de que no estaba solo. Narcissa lo escrutaba desde el otro lado de la habitación. Pese a que su rostro no lo reflejara, sus ojos denotaban miedo.

- ¿Qué quieres, madre? - dijo él, a bocajarro- Tú también me has engañado, lo sabías todo y no me quisiste decir nada. ¿No crees que tenía derecho a saberlo cuando es mi firma la que aparece en todos esos documentos importantes?

Narcissa inclinó la barbilla, en un gesto afirmativo.

-Lo siento tanto, hijo...

-Ya- Draco le dio la espalda- Vete, no quiero que me veas así.

- ¿Qué clase de madre sería si te dejara en este estado?

Al oír aquello, Draco ladeó el cuerpo para mirarla.

- ¿Acaso te envía padre?

Narcissa negó con la cabeza, parecía sincera. Draco quiso creerla, haciendo que se refugiara en sus brazos. Narcissa soltó un sollozo en su hombro, y Draco, conmovido, la apretó más contra sí. Se dijo que debería ser él el que llorara y no su madre.

-Mi Draco...- Narcissa se separó de él tan repentinamente como se había acercado- Perdóname, sabes que jamás hubiera querido ponerte en peligro.

-Tú no tienes la culpa. Los dos sabemos quién es el responsable de todo lo que me pase de ahora en adelante- afirmó, con firmeza. Aunque le doliera hablar así de su padre, las ganas de aliviarse contándole a alguien cómo se encontraba por dentro eran más grandes que todo lo demás que pudiera sentir- No estaré en peligro. Sabré hacerle frente a Dumbledore. Fulvio tendrá que tragarse todo lo que ha dicho.

-Cariño, no tiene sentido que finjas una fortaleza que no tienes ahora mismo. Conmigo no- lo recriminó Narcissa, aferrando su rostro entre las manos- Buscaré ayuda, no voy a dejar que te expongas tú solo...

Draco se alejó, agarrando las muñecas de su madre, hasta el punto de que, sin proponérselo, comenzó a hacerle daño de lo fuerte que la asía. No obstante, Narcissa no se quejó y permaneció mirando a su hijo, afligida.

- ¿Tú también? - largó Draco, furioso- ¿Tú también me subestimas? ¿Crees que no sería capaz de acabar con ese maldito viejo chiflado?

-Sólo eres un niño, Draco- murmuró su madre, entristecida- Por muy bueno que seas en las artes de la magia, nadie de tu edad, y si me apuras, tampoco de la mía, se atrevería a encarar a uno de los más grandes magos que haya habido en la historia.

Draco fue a replicarle, pero Narcissa no lo dejó.

-Por muy loco que esté y que se empeñen en negar tu padre y sus amigos, es así, y el Señor Tenebroso lo sabe- prosiguió- No quiero que te hagan daño, Draco.

-Te prometo que estaré bien, madre- aseguró él- Me cargaré al viejo y os demostraré a todos lo equivocados que estabais al subestimarme.

Narcissa le lanzó una mirada reprobatoria, sin decir nada más al respecto.

-Ven. Al menos, déjame curarte eso.

Draco obedeció y se sentó sobre la cama, permitiendo que su madre colocara la punta de la varita sobre sus manos y le hiciera un hechizo no verbal de sanación. Una sensación agradable empezó a expandirse desde las yemas de sus dedos hasta los hombros.

A continuación, la mujer extrajo un pañuelo de uno de los bolsillos de su falda larga y comenzó a limpiarle el rostro con una mano, mientras que con la otra le sujetaba el mentón. Draco hizo un mohín con la nariz, cuando le rozó la pequeña herida del pómulo.

-Puedes usar magia también para eso- murmuró él.

-Lo sé.

-Falta poco para que vuelva a Hogwarts- dijo Draco en voz baja, mirando a su madre, quien había tomado asiento a su izquierda.

Narcissa asintió, expectante a lo que él quisiera decirle. No obstante, lejos de lo que cabría esperar, Draco se abrazó a ella, situando la cabeza entre su clavícula y su barbilla.

-No te separes de mí en un rato, madre- suplicó.

Esta vez no le importó derramar algunas lágrimas más; sabía que había altas probabilidades de que no volviera a ver a Narcissa después de su sexto curso en Hogwarts, si es que lo terminaba.

-Tranquilo, querido. No lo haré.

Narcissa besó el cabello blanco de su hijo.

De ese modo permanecieron varias horas, sin querer deshacerse de la presencia del otro. A ambos, los aliviaba saber que a la persona que más querían no le daba reparo mostrarlo.

N/A: Si alguien se pasa por aquí a echarle un vistazo (espero que así sea), me gustaría que me comentara qué tal le parece, para hacerme una idea de si debo seguir publicando o no. Y bueno, ya me despido, que vais a pensar que soy una pesada (lo que no estaría muy lejos de la realidad e.e) ¡Un saludo!