Disclaimer: Hetalia no me pertenece es obra de Himayura-sensei. Tampoco me pertenece la historia, es de Kate Noble.

Advertencias: semi-nyotalia.

Todo está en juego.

Prólogo

Carta de una hermana a su hermano

25 de abril de 1821

Querido Arthur:

Lamento decepcionarte de nuevo faltando a mi promesa. No puedo ir a

Londres este año y, como seguramente supondrás, la razón no es otra que la

misma del año pasado, cuando no pude viajar al sur y reunirme contigo en la

ciudad: vuelvo a estar encinta. Lo más seguro es que te estés llevando las

manos a la cabeza y exclamando: «¡¿Otra vez?! ¡Si la pequeña Anna no ha

cumplido siquiera un año!» Yo reaccioné de manera similar. Iván, por

supuesto, acepta la culpa que le corresponde en este desafortunado estado de

cosas... sin embargo no manifiesta ningún remordimiento, que yo pueda ver.

Si decides no posponerlo hasta que pueda reunirme contigo el año que

viene, nadie te lo reprochará. Los hombres disponen de más libertad de acción

en estos temas que nosotras, las del sexo débil. Ten en cuenta que nuestro padre

se casó con nuestra madre cuando ya era casi cuarentón. Seguramente tú eres

demasiado joven. Además, me sentiría mucho mejor si supiera que no vas a

tener que enfrentarte a las hordas de mujeres casaderas sin ninguna

orientación. Puede haber buitres, y tú, con esa cara lampiña, que todavía no has

cumplido los treinta y posees un título, eres una pieza apetitosa. Lo sé, porque

yo fui en su día una de esas mujeres.

A lo mejor podrías venir al lago este verano. Estoy segura de que a Anna

le encantará que la visite su tío preferido (tú, sinvergüenza, el tío que le dio a

probar el mazapán). E Iván dice que el señor Johnston, del Oddsfellow Arms,

tiene un taburete en la barra reservado para ti... y una zona frente al

establecimiento para cuando decidas caer redondo de cabeza en el barro.

Tuya afectísima,

Emily.

Carta de un hermano en respuesta a la de su hermana

1 de mayo de 1821

Querida Emily:

Discrepo acerca de varios puntos de tu última carta, por el orden

siguiente:

1. Los veintinueve años son una edad estupenda para que un hombre

contraiga matrimonio.

2. No tengo la cara lampiña. Simplemente, la barba rubia no se nota

tanto como la oscura. (Como bien deberías saber... ¿No tenías un ligero bigote

en tus años de adolescencia?) Te prometo que mi ayuda de cámara refunfuña

todas las mañanas mientras me rasura.

3. No soy una pieza de carne que haya que pesar, y escoger. Creo que en

el espantoso y encarnizado mundo de maquinaciones matrimoniales que tienes

en mente puede que sean las jovencitas en cuestión la presa, no yo.

4. Creo que seré capaz de manejar la que está destinada a ser una

decisión bastante sencilla. Estaré bien sin ti.

5. Así que soborné a tu hija con dulces para gustarle... No fue difícil: era

sobradamente inocente y propensa a ello. Simplemente tuve éxito como tío allí

donde tú fracasaste como madre. Gano yo.

En cuanto al señor Johnston y su taburete de bar... ¡POR DIOS, ESO FUE

HACE CINCO AÑOS!

Tuyo afectísimo,

Arthur.

Carta en respuesta a la respuesta de la carta de una hermana a su hermano

17 de mayo de 1821

Querido Arthur:

Puede que me consideres cruel e insensible, que creas que no sé que ya

eres un hombre hecho y derecho. Te conozco lo bastante como para saber que,

cuando te empeñas en algo, no te rindes. Admiro lo decidido que estás a hacer esto

por tu cuenta y riesgo, desde luego (algo que rara vez intentas). Pero como

llevas mucho tiempo evitando la Estación y sus partidas de caza de altos

vuelos, tengo que advertírtelo: no serás tú quien vaya detrás de esas mujeres.

La presa vas a ser tú; tú serás el cazado; tú el acechado. Carne tierna que

arrancar del hueso a tiras para marinarla, asarla y servirla en finas lonchas.

(Perdona la metáfora. Iván insiste en que en mi estado me vuelvo

tremendamente carnívora.)

Dicho esto, la invitación al lago sigue en pie, por si cambiaras de

opinión. Incluso me morderé la lengua, dado el caso, para no decirte: «Te lo

advertí.»

Tuya afectísima,

Emily.

P.D.: Ni he tenido ni tengo bigote. Pero, si comparas tu barba a la cara

tersa de una mujer, dudo que tu ayuda de cámara refunfuñe por la dureza del

trabajo... más bien debe refunfuñar por lo innecesario que es. Palabra de heroína.

Carta de un hermano a su hermana en tono enfadado y de protesta

24 de mayo de 1821

Emily:

Si paso por alto tu pulla acerca de mis escasos intentos de ser

responsable (y acerca de mi barba, que puede que me deje crecer sólo para

fastidiarte) es únicamente porque debo reunirme con los administradores, que

desean que firme varios documentos ducales que tú, francamente, no

entenderías. Pero eso no será hasta después de la sesión de la mañana en la

Cámara de los Lores. Mis secretarios me dicen que ésta es una votación

tremendamente importante. Así que, como ves, si soy capaz de estar a la altura

de las exigencias de un ducado, seguramente puedo escoger a una novia entre

un motón de enaguas.

Tuyo afectísimo,

Arthur.

Noticia sacada de las páginas de un periódico sensacionalista muy leído e

influyente

25 de mayo de 1821

La noche pasada, en casa del señor y la señora R., hubo un tremendo revuelo durante la presentación en sociedad de su hija menor, en una fiesta trágicamente mediocre..., mediocre de no ser, claro, por el encierro del duque.

Lord K., duque de rancio abolengo, perteneciente a una gran casa y sin duda el marido más ambicionado de Inglaterra, fue encontrado encerrado en un almacén del sótano de casa del señor R., en St. James, no con una ni con dos, sino ¡con tres jóvenes debutantes!

Cuando las rescataron, la expresión del semblante del duque oscilaba entre la palidez del horror y el profundo alivio, puesto que cada una de las tres jóvenes aseguraba ser con ella con quien el duque había sido pillado en situación comprometida y que, por tanto, debía tomarla a ella en matrimonio.

Afortunadamente, una de las espectadoras, la joven señorita Z., cuya condición de debutante oculta una mente razonable y sensata, aplicó la lógica a la situación. Hábilmente señaló que lord K. no había puesto en un compromiso a ninguna de las tres, puesto que cada una había hecho de carabina de las demás y que, a menos que dos de las jóvenes estuvieran dispuestas a testificar que algo inapropiado le había ocurrido a la tercera, no podía decirse que hubiera habido allí nada inadecuado, aparte del descubrimiento de los tristemente aherrumbrados y pegajosos picaportes.

Como las codiciosas muchachas discutían acerca de cuál de ellas exigiría compromiso y reclamaría para sí al duque (y su enorme fortuna), su historia se fue a pique y le proporcionaron al afortunado hombre la más angosta de las vías sociales de escape.

No es de extrañar que el carruaje del duque haya sido visto saliendo de la ciudad por la carretera norte a primera hora de la mañana. Quien esto escribe no se lo reprocha. Tres debutantes chillonas bastan para llevar a cualquiera al borde de la locura... demos gracias a que el carruaje no lleva al duque más que al campo.

Carta de un hermano a su hermana

26 de mayo de 1821

Querida Emily:

Me parece que fui imprudente al rechazar tu invitación para que fuera a

visitaros; por tanto, he decidido remediar mi error... inmediatamente. Y no te

atrevas a decir: «Te lo advertí.»

Arthur.

Carta de una hermana a su hermano

Arty:

No temas. No voy a decirte: «Te lo advertí.» Dejaré que te lo diga Iván.

Emily.