Fuera, la mañana se cubría de nubarrones que anunciaban la usual llovizna desganada del otoño temprano. Mientras la silueta deambulaba intranquila hacia la ventana, las sombras en la habitación se encrespaban al tiempo que los cortinajes eran corridos con un movimiento lánguido.

-¿Qué hora es? – Preguntó desde la distancia una voz aletargada.

Pero no hubo respuesta. La sombra seguía moviéndose de forma mecánica por el cuarto, al tiempo que la luz grisácea bañaba de forma tenue hasta el último objeto recóndito del cuarto de hotel.
Botellas, ropa, ceniceros abarrotados de colillas muertas, copas de colores vulgares esparcidas por doquier...
Un gran manchón rojo decoraba la ya raída alfombra blanca del piso. El vino… La figura se paró en seco, mientras sus ojos se aferraban sin parpadear a la botella hecha trizas que yacía al lado.

-¿Qué hora es? – Repitió la mujer a su espalda.

-O es muy temprano o muy tarde, no sabría decirlo – Respondió sin ganas la figura.

-Ya veo. Supongo que…

-Creo que, independiente de la hora que sea, no me quedan energías para las cortesías – Respondió la figura con el característico tono de voz lejano que tiene un hombre que se encuentra sumido en sus propias tribulaciones.

Por el rabillo del ojo, pudo notar la silueta de su compañera de cuarto, que, completamente desnuda, se desplazaba con paso confuso en la habitación conjunta, buscando prendas perdidas en la vorágine ambigua de la noche anterior.

A pesar de la lejanía de sus pensamientos, decidió quedarse inmóvil en el lugar que se encontraba; entre las copas sucias y los vidrios rotos. La caballerosidad no lo había abandonado del todo, aunque su atención estuviese a muchas millas de distancia.
La mujer regresó con paso dubitativo, sintiéndose extrañamente ajena en una escena que la noche anterior había sido suya por completa.
La despedida fue forzadamente amistosa, y mientras los últimos centímetros de su cabellera rojiza se perdían en el umbral de la puerta, la figura estática comenzó a moverse con lentitud hacia la silla más cercana a la ventana. El rincón más alejado de las evidencias que resaltaban de aquella anarquía de impulsos.
Con mucha suavidad quitó el flequillo oscuro de su rostro mientras hacía lo imposible por rescatar lo más vívido de la noche pasada.
La verdad era que no podía recordar el nombre de su acompañante, ni la forma de sus ojos o de sus labios. Lo único que podía rememorar con furiosa claridad era que unas cuantas horas antes, había deseado estar en ella como si no existiese piel más dulce que la de esa extraña. Lo había hecho porque podía. Y ese era el sentimiento que debía prevalecer entre tanto recuerdo exiguo.

Buscó su teléfono entre los desperdicios del suelo, recordaba haberlo puesto en silencio antes de arrojarlo a algún lugar entre las botellas vacías, y lo encontró lleno de quemaduras justo entre una pila de cigarrillos consumidos.

Me pregunto que más destruí anoche. Se encontró pensando de forma inextricable.

No había necesidad de buscar el número de teléfono. Estaba en marcado rápido y por lo demás sabía por experiencia, que solo tomaría unos segundos antes de que llegara una respuesta.

-Dime una cosa, ¿después de cuantos minutos se rindió la chica? O no me digas… ¿Tuviste que pagar la cuenta cuando despertaste?

-Dijo que era un honor… - Se escuchó a si mismo intentando contener el tono de diversión.
- Debe serlo. Es un honor que yo ya he disfrutado hasta el punto en que dejó de ser un honor hace tiempo.
- Y que sin embrago no ha terminado por cansarte.
-Puede ser… Aunque si las consecuencias de tener ese privilegio son que me llames después de haber estado con una mujer, no sé si desee ese "honor" después de todo.
- ¿Prefieres que te llame después de haber estado con un hombre entonces?
Incluso en ese momento supo que la pregunta había sido un error, la voz al otro lado de la línea emitió un suspiro de hastío. Tendría que pagar las consecuencias tarde o temprano.

-Espero que termines tu parte. Si quieres hacerte pedazos con prostitutas, hazlo cuando no tengas nada que hacer.
-Pensaba ir a verte…
-Nos vemos mañana en el estudio – Respondió el hombre de forma lacónica antes de cortar la conversación por completo.

Posiblemente forzar una situación como esta, podía acarrear el inevitable peligro de un quiebre absoluto, pero si de algo estaba seguro, era de que había dos caminos para resolver un problema como este. Y el camino número uno había fallado por completo.
No avanzó con rapidez entre los carriles de la carretera, porque en su fuero interno, la estrategia de alargar su momento de llegada era lo más acertado. Dejar que los humos se bajasen aunque fuese unos centímetros, para luego desplegar la solución definitiva ante los ojos del otro.
Se encontraba agotado por los movimientos de la noche anterior, pero sabía que tenía la energía suficiente para llevar a cabo la redención. Siempre estaba ahí aquella intención incansable de avanzar un poco más, sin importar el agotamiento. Aunque esta reserva de energías estaba destinada para una única persona.

Más temprano de lo que hubiese deseado llegó a su destino. Era demasiado pronto para hacer su aparición así que decidió aparcar unas calles más abajo. Encendió un cigarrillo y comenzó a consumirlo con calmada lentitud mientras fijaba la mirada en el volante.
Comenzó a pensar en sus líneas. Esto era algo que había ocurrido en muchas ocasiones anteriores, aunque no terminaba por acostumbrarse a las punzadas de vértigo que lo invadían previas a cada conflicto.
Deseó con todas sus fuerzas haber tomado al menos una ducha antes de haber subido al coche; pero en ese momento no pareció tan importante. Ahora esa decisión lo atormentaba. El perfume de la mujer se había impregnado con furia en su ropa, y el hombre esperaba que el tabaco ayudara a aplacar el aroma.
Comenzó a preocuparse de las marcas. ¿Había quedado alguna? Ni siquiera se había detenido ante un espejo en su carrera al coche, y mientras exhalaba el humo con fuerza, miró su rostro en la pantalla oscura de su teléfono celular… El cabello se mantenía tan oscuro y estático como la noche anterior, pero unas marcas oscuras rodeaban sus ojos. Era la evidencia de la falta de descanso, o de la impulsividad.
Aparecer cayéndome a pedazos puede ser un buen complemento bajo estas circunstancias, pensó. Aunque sabía muy bien que el otro no lo tomaría de esa forma. Esa expresión de cansancio la conocía muy bien, y no se debía precisamente a un agotamiento emocional.
Tiró el cigarrillo por la ventana del auto y bajó con cuidado. El cielo estaba a punto de quebrarse, pero decidió caminar; quizás de esa forma lo que quedaba del perfume de su compañera se extinguiría con la fría brisa.
Mientras caminaba, olvidó todo lo que había ensayado. El preludio a la catástrofe bloqueaba por completo su memoria, y ya comenzaba a sentir las punzadas de nerviosismo en el pecho. Caminó con paso decidido hasta la siguiente casa y metiendo su mano al bolsillo, extrajo un set de llaves prácticamente sin uso. Él jamás las utilizaba. Por lo general después de alguna reunión con amigos era el otro el que lo conducía hacia adentro de la casa.
Le tomó un minuto abrir la reja y abriéndose paso entre las ramas, llegó por un camino hasta el umbral de la puerta. Introdujo la llave sin dudar ni un segundo, pues él sabía muy bien que detenerse a pensar lo llevaría irremediablemente de vuelta al coche, dejando este asunto sin terminar.

Cerró la puerta tras él, y sintió el toque suave de un cuerpo contra su pierna.
-¿Cómo estás, cariño? – Saludó con amabilidad mientras acariciaba el lomo de un pequeño perro que daba saltitos tratando de alcanzar su mano.

- Así que viniste después de todo –Dijo una voz a su lado.
En la blanca estancia, un hombre se encontraba cómodamente repantigado en un sillón de cuero oscuro, en su mano, un vaso con un líquido dorado reposaba calmadamente.
-Bebiendo a estas horas – Exclamó, aún inmóvil en la puerta.
-Y me lo dices tú… - Respondió el otro sin siquiera mostrar el amago de una sonrisa en su rostro.
- Lo sé. Vine a hacer las paces… Tú entiendes ¿no?
-Esperaba recibir tus disculpas mañana, para serte honesto.
- Yo pensaba lo mismo, pero creí que tener público presente no sería lo más conveniente para esto – Respondió con una débil sonrisa, mientras se aproximaba lentamente hacia su interlocutor.
Sus pasos resonaban en el piso de madera, rompiendo por completo el silencio que había llenado la estancia.

- ¿Vas a sentarte a darme algún tipo de explicación? Francamente eres bastante aburrido – Dijo el otro con un tono de voz que no disimulaba ni la ira ni el tedio.
-La verdad es que nunca pensé en sentarme a hablar de la encrucijada de mi subconsciente – Respondió el hombre que estando frente al otro, comenzó a arrodillarse lentamente.
-¿Qué estás haciendo exactamente?
- ¿No te lo he dicho antes? – Respondió, acariciando suavemente los muslos del otro – Hay dos formas de resolver un problema como este – Continuó mientras con cuidado, comenzaba a abrir los broches del pantalón –Hablando… O usando la lengua.
-… Sakurai….
-Tranquilo…