¡Qué tal bellezas! Se que estoy en hiatus, pero quiero ser participe de la OkiKagu week de todos modos. Es una oportunidad perfecta jujuju.

Espero que les gusten las historias que les traigo y como primer tema les traigo...~~

Día 1: Okita Yandere.

Advertencias: Contiene lemon explícito y gore. (amé este día, pude hacer uso de mis dos coronas jijiji -inserte coraconcitos-

Aclaraciones: El fanfic puede contener (y de hecho contiene) OoC (Out of Character/Fuera de personaje) ya que la historia lo merita.

Se posiciona después del Final Fantasy, o sea, el último arco del manga -llora intensamente.

Sin más que decir, los dejo con la lectura :3


Pertenencia.

— China. Sé mi novia.

Ella lo observaba anonadada mientras la brisa primaveral se llevaba los pétalos de cerezo y revolvía sus cabellos tal como olas jugueteando en el imponente mar azul, azul como los grandes y hermosos ojos de la chica que cautivaba de sobremanera a Sougo Okita. Y que, sin embargo, después de tanto tiempo nunca se había atrevido a pedirle una relación más allá de la rivalidad, porque simplemente siempre pensó que la chica era muy joven y que no entendía lo que era el amor. No obstante, ahora que tenía 16 y la Yorozuya se había vuelto a reunir, encontraba la ocasión perfecta para hacerlo.

— ¿Qué dijiste? – le preguntó con la sombrilla haciéndole sombra sobre su cabello bermellón y observando los maravillosos espinelas que el castaño tenía por ojos. Su mirada seria y decidida era algo que no había visto desde que se hicieron aquella promesa de superarse a sí mismos hace unos dos años atrás, cuando el Shinsengumi se había disuelto por primera vez y ellos habían tenido su propia despedida a su modo.

— Que quiero que seas mi novia.

Y ahí estaba, no había escuchado mal en ningún momento. Fuerte y clara era esa aseveración. ¿Ser su novia? Ella estaba un poco insegura, ¿en realidad no era una broma? Lo podía ver en sus ojos: Okita no estaba bromeando.

Se acercó a él para apreciar mejor esos rojos orbes que con tanta confianza se manifestaban ante ella, y sintió como un calor invadía su pecho al asimilar mejor aquellas palabras que hace unos segundos Okita le había dicho.

— ¿Me comprarás sukonbu todos los días? – le contestó con una sonrisa inocente y a la vez divertida.

— Claro, la tarjeta de Hijikata siempre tiene dinero. – le había devuelto la sonrisa. Se notaba feliz y esperaba con ansias la respuesta de la chica de cabellos bermellón.

— Entonces sí, quiero serlo. – le respondió con una sonrisa cálida mientras los pétalos de cerezo seguían volando, la brisa se mostraba agradable y los labios de esos dos jóvenes se juntaban en un tierno y duradero beso.

Sougo Okita y Kagura se habían vuelto novios.


"Asesinaron a Hisashi"

No daba créditos a lo que sus oídos habían escuchado.

Si bien no lo había visto desde hace bastante tiempo, el solo hecho de escuchar que el chico que alguna vez fue su amigo de ejercicios haya sido asesinado la dejó sumamente sorprendida.

"¿Quién?" y "¿Por qué?" Eran las preguntas que Kagura se hacía a mitad de la noche mientras se encontraba acostada en una nueva habitación de la Yorozuya. El armario ya era muy pequeño para ella así que Gintoki le había hecho una nueva habitación con ayuda del dinero de Sakamoto, quien nuevamente había estrellado su nave contra el hogar de la chica y el permanentado.

Salió de su futón y se dispuso a ir a la cocina por un poco de agua mientras su cabeza no dejaba de pensar. ¿Acaso el pobre chico era perseguido por maleantes y asesinos? ¿Qué habría hecho para recibir una muerte tan brutal? Porque sí, su muerte había sido horrible.

Hace unas noches atrás habían encontrado el cuerpo de Hisashi, o lo que quedaba de él, sin brazos ni piernas, despellejado y colgado desde un gancho atravesando su cuello cerca del muelle de Edo, dónde Sougo se había vuelto a encontrar con ella luego de dos años.

Tomó un poco de agua y dejó el vaso a un lado para dirigirse a la sala de la Yorozuya, sentarse en uno de los sillones y tomar el celular que Sougo le había regalado cuando cumplieron los cinco meses de noviazgo. Según él era para que estuvieran en contacto. Aunque sinceramente poco lo usaba ya que se veían casi todos los días.

"¿Supiste lo que le pasó a Hisashi?"

Fue el mensaje de texto que le había enviado. Eran cerca de las 1AM, pero ella sabía que igual iba a contestar.

Se quedó un rato esperando mirando a la nada y sintió el vibrar del teléfono. Efectivamente era un mensaje de él.

"¿Hisashi? ¿El chico que encontraron en el muelle? Te referiste a él por su nombre. ¿Lo conocías?"

¿Que si lo conocía? Claro que lo conocía. Recordaba haberle hablado de él hace unas semanas atrás, ¿por qué no lo recordaba?

Entonces sintió que volvía a vibrar su celular y era otro mensaje de él.

"¡Ah! Cierto, me hablaste de él. Es una pena. Yamazaki está tomando el caso de todas formas, encontraremos al asesino, no te preocupes, China. Vuelve a dormir, es tarde. No quiero verte mañana con cara de culo y ojos de panda, ¿eh?"

¿Cara de culo y ojos de panda? ¿Qué se creía ese bastardo? Comenzó a teclear rápidamente en su celular. Gracias al cielo tenía el autocorrector activado, o todo lo que había escrito hubiera sido inentendible.

"¡A ti te voy a dejar la cara de culo y los ojos de panda cuando nos veamos mañana, bastardo!"

Apagó su celular enfadada y se dirigió a dormir. Por lo menos el caso ya se estaba investigando.


— Ella dijo que estaría aquí, ¿no? Me envió una carta. – Decía el hombre de extremas dimensiones proveniente del planeta de los gigantes, con cabello azul y rasgos toscos. – Hace mucho que no la veo, ¿quién eres tú?

— Nadie en particular. – fue lo único que respondió aquel joven de traje negro y sombrero a la vez que mostraba una sonrisa sádica. – Veo que acudiste enseguida en cuanto recibiste la carta. ¿Te apetece un poco de sake?

Dai aceptó gustoso y acompañó al extraño hombre en medio de la noche a algún bar que estuviera abierto a altas horas de la madrugada.

Emborracharlo no fue tan difícil como lo pensaba. A pesar de su estatura gigantesca, el peliazul no aguantaba mucho el alcohol, y es que ¿cómo podría aguantarlo? Aún no tenía la edad suficiente para poder tomar después de todo, pero nadie se daría cuenta de eso. Su apariencia aparentaba más años de los que ya tenía.

Salieron del bar con el gigante tambaleándose un poco. El joven de sombrero aún seguía sobrio. No había bebido tanto y tenía buen aguante con el alcohol.

— Dai, ¿cierto?

— S…Sí~ – respondió con una voz un poco pesada por la borrachera. – ¿Vayamos a tomar m…más?~

La oscura noche se hacía presente mientras la luna se reflejaba en el cabello del gigante y se posaba con gracia en el negro sombrero de su acompañante, quien, sin que el peliazul se diera cuenta, portaba una katana en su cadera.

— ¿Cómo la conociste? – le desvió el tema atento a cualquier respuesta que le diera Dai.

Había detenido su andar ante tal pregunta y curiosamente se encontraban en el puente que cruzaba un pequeño estero de Edo.

— ¿A quién? – se mostró dudoso, y aunque estuviera borracho, creía saber a quién se refería

— No te hagas el idiota, Dai. Estamos hablando de Kagura, ¿no? – terminó por decir mostrando una sonrisa sádica y dejando ver sus carmines ojos por debajo del ala de su sombrero. – ¿Cómo la conociste?

— Era una compañera de juegos… – le dijo nervioso. Aquella mirada intimidante lo había puesto en una situación incómoda y no explicaba cómo alguien tan pequeño podía darle tanto miedo en esos momentos. Seguramente todo era culpa del alcohol y su mente estaba divagando como si nada.

¿Compañera de juegos? Al escuchar eso sintió como la sangre le hervía de rabia. ¿Por qué Kagura necesitaría un compañero de juegos si lo tenía a él para batallar cuándo y dónde quisiera? El solo hecho de imaginarse a Kagura jugando o batallando con alguien más lo llenaba de asco e impotencia, de celos y de unas ganas de matar al mal nacido que estaba frente a él. Y es que, ¿acaso eran algo más que compañeros de juegos? Recordaba perfectamente como hace casi tres años el maldito gigante que estaba frente suyo trataba de robar los puros labios de su China frente a todas las cámaras y noticiarios de Japón.

— Ya veo, y querías casarte con ella, ¿cierto? – el gigante veía como el chico castaño de ojos carmín comenzaba a desenfundar aquella katana que ni idea tenía que la portaba a la vez que notaba que su mirada se llenaba de un completo e incorregible sadismo. – No creo que algunas personas aquí hayan estado felices con tu idea de matrimonio.

— ¿Qué planeas hacer…? – Aún no se encontraba completamente en sus cinco sentidos, el alcohol lo había afectado mucho y sentía como se mareaba con los pocos movimientos que daba. – Y…Ya tuve una pelea c…con sus amigos… c…creo que con eso fue s…suficiente… – el nerviosismo no lo dejaba hablar, mucho menos estando borracho.

— No creo que hayas tenido suficiente Dai-chan – le había anunciado en un tono burlón y cantarín. – Esos bastardos ni siquiera pudieron matarte. – desenfundó completamente su katana y apuntó aquel filo que brillaba bajo la luz de la luna en dirección al gigante de cabellos azulados.

— ¿E…Estás l…loco…? – simplemente no podía estar más nervioso. Su voz sonaba irregular y sus manos sudaban de sobremanera. Los pies que hace unos pocos momentos se encontraban moviéndose, ahora no podía hacerlos caminar de ninguna forma. Había quedado paralizado y sin los sentidos activos.

— Por supuesto. – Mostró con sorna aquellos blanquecinos dientes en una sonrisa llena de diversión y sadismo. Podía sentir el olor a miedo de su presa e iba aprovechar todas las oportunidades que se le otorgaran.

Con un solo movimiento rápido, logró cortar uno de los tendones del pie del gigante lo que lo hizo caer inmediatamente al suelo.

El hombre de grandes envergaduras trató de defenderse con sus puños, sin embargo, sus movimientos eran toscos y sin tino, por lo que Sougo Okita podía esquivarlos a la perfección. No por nada era el mejor espadachín del Shinsengumi, teniendo un hábil entrenamiento de combate físico desde que era un niño.

Con el pobre gigante en el suelo, ya a un lado del puente puesto que era demasiado grande para caber en él, el castaño se acercó con rapidez al brazo derecho del mal nacido y lo cortó en un instante. Un corte limpio que comenzaba desde la unión del hombro con el tronco. La katana tenía un filo maravilloso.

— Dime, Dai… ¿Por qué querías casarte con ella? ¿No sabes que ya tiene dueño? – le hablaba en un tono completamente tranquilo, tan tranquilo que incomodaba al gigante.

— ¿D-Dueño…? ¡A-Aaagh! – Se quejaba, aunque el dolor era tanto que apenas podía escucharse su voz, la cual ya estaba un poco podrida por el alcohol. – ¡E-Ella… no… no tiene dueño…!

¿Qué no tenía dueño? Sougo creía ser su dueño. Kagura era de él y solamente de él. No iba a aceptar que nadie más se entrometiera en su perfecta relación. Eliminar a la competencia era su trabajo.

Fue entonces que el castaño quiso rematar todo con un tercer corte, el cual recorrió la garganta del gigante de izquierda a derecha con tal fuerza y velocidad que Sougo pudo jurar que había escuchado caer la cabeza del peliazul en la corriente no tan fuerte del canal que yacía bajo el viejo puente de madera. Lo había decapitado en un dos por tres y con tal velocidad que ni siquiera el pobre desgraciado había alcanzado a defenderse.

Dado que el lugar no era tan solitario como lo era el muelle a altas horas de la noche, decidió dejar el cuerpo allí tal y como estaba. Era imposible despellejarlo y no podía arriesgarse a que alguien lo viera.

Un asesinato limpio y rápido era lo único que necesitaba en esos momentos.


— Sádico, ¿te enteraste? – le había dicho su novia mientras comía un poco de sukonbu y se encontraba sentada junto a él en la banca del parque. – Encontraron el cuerpo mutilado de Dai-chan en el puente… No entiendo qué está pasando. ¿Es raro que conozca a las dos personas a las que asesinaron? Tengo miedo de que asesinen a más gente que conozco… Ese maldito asesino… si algún día lo encuentro, voy a golpearlo tan fuerte que deseará no haber nacido. – Kagura se encontraba con rostro de total preocupación y algo asustada por todo lo que estaba ocurriendo. Sentía que todo era muy raro y quería que tomaran preso inmediatamente al bastardo que le quitaba la vida a esas pobres personas.

— China, no te preocupes. El Shinsengumi es el único que puede hacerse cargo de este asunto.

— ¡Pero, Sádico…!

— Te dije que no te preocupes – la tomó del rostro con dulzura y la miró directamente a los ojos con total confianza, la misma confianza con la que le había dicho hace casi un año atrás que quería ser su novio. – Te protegeré, no dejaré que nadie sospechoso se acerque a ti, ¿está bien? Soy tu policía, recuérdalo. Nada malo te pasará, ¿sí? Estoy aquí, China. – la chica lo miraba directamente a los ojos. Sentía que algo no cuadraba y trató de disimular su inseguridad.

— ¿Por qué te pones tan serio, oye? – sonreía nerviosa mientras tomaba las manos de Sougo para alejarlas de su cara. – Sabes que puedo defenderme yo sola, Sádico.

Sougo la abrazó con fuerza ocultando su rostro en su cabello bermellón el cual llevaba completamente suelto y lo olfateo con tal pasión que hizo que la chica comenzara a tener piel de gallina y su corazón se le acelerara.

— No dejaré que ningún mal nacido se te acerque… – dijo en susurro a la vez que ahora acercaba su nariz a su cuello. – Solo yo puedo cuidarte… Kagura…

— ¿S-Sádico…? – la chica se encontraba nerviosa ante tal cercanía, y más aún porque estaban en un lugar público. Si bien eran novios y llevaban casi un año juntos, él nunca se había acercado de esa manera a ella, y si alguna vez lo había intentado, la chica lo alejaba ya que decía "no estar preparada para eso". – ¿Qué estás haciendo…?

El castaño comenzó a besar con delicadeza el blanquecino cuello de la bermellón a la vez que escuchaba cómo su respiración se entrecortaba. Fue entonces que decidió bajar una de sus manos a la cintura de la chica y con la otra acariciaba sutilmente su espalda.

— Y pensar que hace años nunca hubiera pensado en siquiera tocar tu piel… Eres… exquisita, Kagura… – su lengua pasó con suavidad por la tez de la muchacha haciendo que soltara un pequeño suspiro entrecortado.

— E-Espera… Sádico… Estamos en un lugar público. ¿Acaso estás loco? – la Yato había intentado alejarlo para verlo directamente a sus orbes carmines. Podía notarlo con las mejillas un poco sonrojadas y sus ojos la miraban con pasión.

— Si es posible, creo que podría volverme loco en este instante si es por ti. – Acarició con delicadeza la mejilla sonrojada de la bermellón y le dedicó una de sus más sinceras sonrisas. – Quiero demostrártelo, China. Acompáñame a un lugar más privado.

La chica se sorprendió, ¿acaso lo iban a hacer? ¿Qué era ese sentimiento? Ella también quería hacerlo. El rostro de Sougo la había convencido, quería unirse a él para siempre, pero algo seguía incomodándola.

— ¿Por qué estás actuando tan extraño? Este no eres tú… ¿Pasa algo, Sádico? – el joven de cabellos castaños se acercó a sus labios y le plantó un tierno beso para luego separarse con delicadeza de ella.

— Solo… quiero ser tuyo… – Y que ella fuera suya, pero eso no lo diría. ¿Sonaría muy posesivo quizás?

La chica se sonrojó más aún. Sabía que Sougo estaba actuando raro, sin embargo, había algo que le gustaba en todo eso. ¿El cariño con el que la estaba tratando? Puede ser. Generalmente solo se molestaban y nunca llegaban a demostrarse mayor afecto que el de cuando se besaban o se tomaban de las manos. Aunque ellos bien entendían lo que el uno sentía por el otro.

Y entonces Kagura aceptó.

Se dirigió a un lugar más privado con Sougo. Cerca de allí habían algunos "Love Hotel". No pensaban hacerlo ni en la Yorozuya ni en el Shinsengumi, podían ser interrumpidos en cualquier momento.

Al llegar a la habitación del hotel. Las manos de Sougo comenzaron por acariciar con delicadeza las mejillas de la bermellón, con tal delicadeza que cualquiera pensaría que estaba manipulando una porcelana de la más fina.

Tocó sus labios con su pulgar y comenzó a besarla de a poco, convirtiendo aquel ósculo en uno pasional y lleno de deseo.

Retiró lentamente el qipao que Kagura llevaba puesto y dirigió sus labios con suavidad a su cuello.

— S-Sádico… Esto… No estoy muy segura…

— Tranquila… No pasará nada malo, confía en mí.

La chica se dejó llevar luego de escuchar aquello. ¿Confiar en él? Sinceramente siempre lo había hecho, desde antes de que fueran novios, no por nada siempre lo vio como a alguien inocente cuando lo culparon de asesinato hace unos años atrás.

Sougo la recostó con delicadeza sobre la cama y entrelazó sus manos para que se sintiera más segura a la vez que la besaba y jugueteaba con su lengua de manera tranquila y sensual…

Siguió recorriendo sutilmente su piel con sus besos hasta llegar a su cuello y comenzó a lamerlo delicadamente a la vez que una de sus manos comenzó a dirigirse a los firmes y suaves senos de la bermellón.

— N-Nh… – había suspirado ella cerrando sus ojos. Estaba nerviosa, sin embargo, el trato que estaba recibiendo la estaba tranquilizando un poco.

— No haré nada que te duela… relájate… – le había susurrado cerca de su cuello haciendo que la chica volviera a tener la piel de gallina.

Se alejó un poco de su cuello y se dedicó a observarla detenidamente.

Se veía tan hermosa. Con el cabello suelto y depositado en la cama de sábanas blancas como su pulcra piel. Sus mejillas tan sonrosadas como el vestido que llevaba puesto hace poco. Sus ojos azules entrecerrados y un poco cristalizados por lo nerviosa y emocionada que estaba. Sus labios entreabiertos y rosados… El sudor que comenzaba a salir de su frente… sus senos casi al descubierto… sus hombros tan bellos y delicados… Simplemente, era un espectáculo precioso para Sougo Okita.

Volvió a depositarle un beso en aquellos deseosos labios haciendo que los dos cerraran sus ojos con parsimonia.

Seguía tocando su seno con su mano y comenzó a pellizcar con delicadeza el rosado pezón de la bermellón.

— A-Ah… – gimió un poco dentro de su boca. Acto que había encendido más aún al castaño.

Con su otra mano delineaba su cintura para bajar de a poco sus dedos al precioso monte de venus de la chica de azules orbes para llegar a esos ansiados labios lujuriosos que tenía entre sus piernas.

— ¡S-Sádico…! – le llamó en cuanto sintió como los masculinos dedos de Sougo comenzaron a delinear sus labios vaginales de arriba hacia abajo, entrando de a poco en su cavidad para masajear sus mojados pliegues y detenerse un rato en el excitado clítoris que comenzaba a endurecerse de a poco entre sus dedos.

— Veo que te gusta… – le dijo cerca de su oído para luego morder y lamer con suavidad el lóbulo de la oreja de Kagura.

Ella comenzó a arquear su espalda con cada movimiento que el castaño hacía con sus dedos. Se sentía completamente bien y exquisito. No podía evitar respirar de manera entrecortada o soltar uno que otro gemido con aquello.

Sougo estaba en el cielo. Solo él podía hacerla sentir así y solo por él estaba gimiendo, por nadie más que por él. La estaba haciendo completamente suya. Ahora sí que estaba siendo suya, no solo por mera palabrería.

Su cuerpo era suyo, su alma era suya.

En la mente retorcida de Sougo, él se estaba convirtiendo en su dueño.

Dejó lo que estaba haciendo y desabrochó sus pantalones para sacar a relucir su palpitante miembro, y sin que la bermellón se dieran cuenta de lo que iba a hacer, comenzó a penetrarla lentamente.

— ¡A-Aah…! – había gemido fuertemente al sentir un pequeño ardor dentro suyo en cuanto el joven de castaños cabellos introdujo su miembro viril.

— Kagura… – comenzó a moverse con ritmo entre sus piernas, haciendo que la chica arqueara su espalda suavemente y se sujetara de la espalda de Okita. – K-Kagura… – repetía su nombre con total sensualidad y deseos incontrolables. Sus cuerpos sudaban, sus cabellos se mojaban.

El castaño estrechaba con suavidad el cuerpo de la chica contra la cama.

Sus ritmos de igualaban, era maravilloso. Tenían sensaciones intensas y se llenaban de calor

— S-Sougo… A-Ah… – se aferraba con fuerza a su espalda enterrando sus uñas y besando sus hombros con fogosidad.

Aumentó el ritmo de las estocadas haciendo que la chica gimiera cada vez más fuerte. Agradecían estar en un hotel en esos momentos.

La femenina mano de la bermellón comenzó a sujetarse ahora de las blancas sábanas mientras cerraba sus ojos con fuerza y mordía sus labios de tanta pasión que sentía en esos momentos.

— N-Ngh… A-Ah… – gemía el castaño haciendo que Kagura se excitara aún más al escuchar su ronca voz.

Las manos de la Yato se movieron con rapidez y tomaron las mejillas del castaño para plantar un fogoso beso en sus labios, haciendo que sus lenguas juguetearan dentro y fuera de sus bocas.

Sus cuerpos seguían moviéndose a un ritmo constante y al cabo de unos minutos sentían que ya no podían más.

Sougo se había venido dentro de ella, pero no le importaba, después de todo ahora ese femenino y curvilíneo cuerpo era completamente suyo.


Ella era de él, ya se había desecho de los dos malnacidos que podían haber amenazado su relación y ya la había vuelto suya el día en que su virginidad le fue entregada, sin embargo, ¿por qué seguía sintiéndose inseguro?

No era justo, no quería verla sonreír con nadie más que no fuera él. Y es que solo una sonrisa dedicada a alguien ajeno bastaba para que Sougo se sintiera traicionado, solo una. Y por desgracia, alguien la había obtenido.

No es como si Kagura hablara mucho con Hijikata, lo único que hacía a veces era molestarlo o decirle "Toushi" para sacarlo de quicio. Pero ¿por qué ella se empeñaba en llamarlo por "Toushi" y a él seguía diciéndole "Sádico" cuando estaban juntos? ¿Acaso había una muestra de cariño más grande entre esos dos? Las únicas veces en la que la escuchaba llamarlo por su nombre era cuando estaban intimando.

Pero, sus celos estallaron el día en que el malnacido del vice comandante la hizo reír. Sí, la había hecho reír, y a carcajadas. Nadie merecía ver esa hermosa sonrisa, ni mucho menos Hijikata.

Fue una noche en el cuartel cuando decidió llevar su plan a cabo. Plan que muchas veces había fallado: Matar a Hijikata.

¿Acaso lo lograría ahora? Claro que sí. Sus convicciones eran más grandes que simplemente convertirse en el vice comandante del Shinsengumi. Ahora lo hacía por Kagura.

Sabía que el malnacido se dirigía todas las noches a comer un poco de la mayonesa asquerosa que tanto le gustaba. Así que con sigilo echó un poco de cianuro a la única botella que quedaba en la nevera.

— Veamos si con esto puedes volver a hacerla reír, hijo de puta.

Sonreía con sadismo. Estaba llevando a cabo un plan tan viejo y que, sin embargo, ahora podría ser tan certero.

Se fue a dormir, no tenía nada más que hacer allí. Seguramente al día siguiente sería el primero en encontrar el inerte cuerpo de Hijikata en la cocina.


Tirado en el suelo con la boca abierta botando espuma y los ojos igual de abiertos hasta el punto de mostrarse llorosos yacía el cuerpo de Toushiro Hijikata.

¿La causa de su muerte? Okita bien la sabía: cianuro. Pero él estaba bien, ¿quién sospecharía del joven que siempre intentaba matarlo pero nunca iba en serio? Porque admitámoslo. Si Sougo Okita hubiera querido matar desde antes a Toushiro Hijikata, ya lo hubiera hecho.

Kondo no podía creer lo que veían sus ojos y se negaba rotundamente a que el vicecomandante demoníaco haya tenido una muerte tan horrible como esa.

— Kondo-san… Vengaré a Hijikata, encontraré al hijo de puta que le hizo esto, se lo prometo. – le había dicho Sougo a su Comandante, quien confiaba plenamente en el Capitán de la Primera División del Shinsengumi. Nunca en su vida se le hubiera cruzado por la mente que aquel joven al cual conocía desde niño hubiera asesinado realmente a Toushiro Hijikata.

Sougo se dirigía al parque de siempre, silbando su canción favorita como si nada mientras tenía sus manos en los bolsillos. Sin embargo, se detuvo en seco cuando pudo divisar a su preciosa Kagura hablando con un hijo de puta de estatura más o menos baja, gordo y de nariz igual de gorda. Se le hacía conocido y recordó cuando lo vio por última vez: Hace unos años atrás le había ganado en una pelea de escarabajos.

— China. – se acercó sin que ella se diera cuenta sobresaltándola un poco. – ¿con quién hablas? – le preguntó mirando en dirección al muchacho

— Es Yocchan. Este bastardo está diciendo que es el rey de Kabukichou – le decía al castaño mientras se cruzaba de brazos y se mostraba realmente molesta. – ¡Pero solamente yo puedo ser la reina de Kabukichou! – en cuanto dijo esto, sintió como Sougo suspiraba de manera pesada y posaba su mano en el hombro de la chica para llevársela de ahí. – ¿Qué estás haciendo, Sádico?

— No pierdas tu tiempo en idioteces, China. No es necesario comprobar que eres la reina de Kabukichou. Ese tipo de ahí no podría matar ni a una mosca. – mientras más alejara a Kagura de la vista de otros hombres, mejor.

Fue entonces que pudo llevársela de allí dejando solo al malnacido que se encontraba en el parque. Solo una mirada del castaño había bastado para que Yocchan se quedara completamente paralizado.


— Así que… Yocchan. No creo que puedas ser rey de Kabukichou.

Eran altas horas de la noche y Sougo Okita se estaba divirtiendo de lo lindo con el malnacido que en la tarde estaba hablando con Kagura atado de pies y de manos en el mismo risco en donde hace unos años atrás había tenido una pelea de escarabajos con su novia.

— ¡Suéltame, hijo de puta! – decía entre sollozos el maldito gordo mientras trataba de soltarse.

Sougo se acercó a su rostro y lo miró a los ojos con completo sadismo a la vez que le tiraba de su cabello con su mano derecha.

— Sé que te gustan los escarabajos… ¿te gustaría convertirte en uno? – le dijo con una sonrisa sádica formándose en su rostro para luego ver como los ojos del chico se abrían con sorpresa. Fue entonces que azotó su cabeza contra el suelo con tal fuerza que logró quebrarle la nariz.

— ¡Aaaaaah! ¡Dueleee… DUELEEE, MI NARIZ, HIJO DE PUTAAA! – chillaba como un niño al que le habían quitado su juguete.

— Ya cállate, bastardo. Pareces un maldito cerdo llorando. – fue entonces que pateó con brutalidad el ensangrentado rostro de Yocchan, haciendo que cayera cerca de la orilla del risco. – ¿Por qué te acercaste a ella?

— ¡N-No me mates, por favor! – aún podía hablar y seguía llorando como un marica.

— Veo que eres inteligente al menos. Pero no creo que tus súplicas sirvan, querido Yocchan. – sacó su preciada katana, tomó sus piernas y las cortó desde la unión con su tronco para luego dividirlas en dos.

Escuchaba los gritos del pobre infeliz que yacía bajo sus pies y veía como la roja sangre manchaba la tierra del risco en donde estaban.

Colocó a Yocchan boca abajo y enterró su espada en la espalda del chico, justamente en el lugar más cercano al corazón asesinándolo al instante.

— Vamos a ver… Un pedazo aquí… otro allá… – decía mientras se llenaba las manos de sangre y posicionaba las partes que había cortado de su cuerpo cerca de él para simular que el maldito gordo tenía 6 pies. – ¡Perfecto, Yocchan! Ahora si pareces un puto escarabajo. – le dijo mientras sonreía satisfactoriamente mientras veía esa escultura tan asquerosa que había hecho con los restos del cuerpo del infeliz al que había asesinado.


— Sádico… ¿Qué está pasando…?

La chica de cabellos bermellón se encontraba acostada a su lado en una habitación de hotel. Los dos estaban desnudos y habían terminado de intimidar hace unos minutos.

— ¿Qué está pasando de qué, China? – le había preguntado a la vez que su brazo la rodeaba y la cabeza de ella reposaba sobre su pecho.

—Últimamente… han habido muchas muertes… y todas son tan… brutales… – se aferraba a su cuerpo tratando de encontrar seguridad en el castaño.

—… Aún no hemos podido hallar al asesino, China… Es lamentable que hasta Hijikata haya salido afectado de esto. – le decía sin un ápice de mentira en su hablar. Sabía ocultar muy bien sus verdaderas intenciones.

— Gin-chan me dijo que tuviera mucho cuidado, que ese asesino podría atacarme… Pero Gin-chan sabe que puedo defenderme sola. No sé por qué se preocupa tanto.

Sougo quedó en silencio por un rato. Ella seguía viviendo con el jefe de la Yorozuya, ¿no? ¿Por qué aún vivía allí? ¿Y por qué aún se refería a él como "Gin-chan" si ya había crecido lo suficiente como para tratarlo con un poco menos de cariño?

— China… – acercó su rostro al de ella y acarició lentamente su mejilla. – ¿Por qué sigues viviendo en la Yorozuya?

— ¿Eh? – había quedado anonadada con tal pregunta y abrió sus ojos como platos. – ¿Por qué lo preguntas? Desde que llegué a la Tierra que vivo en la Yorozuya. Papi le encargó a Gin-chan que me cuidara.

— Sí pero… Ya tienes 17… ¿No quieres vivir conmigo…?

La pregunta la había tomado por sorpresa. ¿Vivir con él? Si bien lo amaba mucho, no estaba preparada para convivir con él. Quizás en unos años más aceptaría, pero ahora no era el momento.

— S-Sádico… La verdad… no siento que esté preparada en estos momentos. – le dijo ocultando un poco la mirada en su pecho.

¿O sea que prefería seguir viviendo con Gintoki? ¿Qué especie de relación tenían esos dos? ¿Por qué se llevaban tan bien?

Los celos comenzaron a invadirlo, ¿acaso el jefe de la Yorozuya eran alguien más que podría entrometerse en esa hermosa relación que estaban teniendo? No podía aceptarlo.

Sin embargo, sus verdaderos sentimientos no los dejó a la vista en ningún momento.

— ¿Sádico? – le llamó ella al ver que su novio no le había respondido. Dirigió su mirada nuevamente a rostro del castaño y pudo ver que le sonreía cálidamente.

— No te preocupes – le dijo mientras acariciaba su mejilla y le depositaba un beso lleno de ternura en la frente. – No hay prisa. Lo haremos cuando estés lista.

Y con eso último dicho, la chica se acomodó nuevamente en el pecho del castaño, sin embargo, ahora se hallaba sonriendo.

— Te amo, Sougo. – le dijo con total dulzura. Nunca le había dicho aquello antes y sorprendió de sobremanera al castaño. ¿Un "te amo" acompañado de su nombre? Simplemente no se lo podía creer.

— Yo también te amo, Kagura. Más de lo que imaginas. – le dijo mientras acariciaba su cabello con delicadeza y se llenaba de su aroma.


— Danna… – Sougo había entrado a la Yorozuya aprovechando que Kagura había salido y Shinpachi se encontraba en casa de su hermana. – ¿Estás disponible en estos momentos?

— ¡Ah, Souichiro-kun! Es raro que vengas sin Kagura. – le había dicho el permanentado mientras se hurgaba la nariz y leía la Jump.

— Es Sougo, Danna. Por favor no te equivoques. Nos conocemos hace años y aún no te aprendes mi nombre. – le dijo mientras se acercaba a él y se detenía frente suyo.

Gintoki presentía algo extraño en el joven castaño de ojos carmín. Las veces en las que había ido a la Yorozuya nunca había asistido solo, ni mucho menos con los ojos carentes de vida. Entonces entendió algo que lo estaba incomodando hace unos días atrás.

— Hoy cumplo un año con la China, y quiero hacerle un regalo. – le dijo Sougo cuando pudo ver que Gintoki no articulaba palabra alguna. – ¿Cooperarías conmigo, Danna?

— ¿Vas a asesinarme como a los demás? – le dijo, completamente serio y seguro de sí para luego sonreír cálidamente. – Con eso no la harás feliz, ¿sabes? – Okita se había sorprendido, ¿cómo era posible que Gintoki supiera que él era el asesino de todos esos malnacidos que alguna vez tuvieron alguna especie de contacto especial con Kagura? Era simple, y es que todos tenían algo en común. Todos alguna vez habían entablado algún tipo de relación cercana con la chica. – Aunque me sorprende que no haya sido tu primera víctima. ¿Alguna razón de por qué me hayas dejado para el final?

—… Kagura no quiere vivir conmigo, y es por tu culpa. ¿Cooperarás conmigo sí o no?

— ¿Tan débil eres que tengo que ayudarte para que me puedas matar? Aunque de todos modos no creo que lo hagas. – le dijo tranquilamente a la vez que se acercaba a él. – No tienes por qué hacerlo, Okita-kun. No te quitaré a Kagura, ¿sabes?

— Eso no puede corroborarse, Danna. – le dijo a la vez que comenzaba a empuñar su katana y con habilidad se comenzaba a acercar a Gintoki para atacarlo, sin embargo, el peliplateado lo había esquivado a la perfección. – ¡La única manera de terminar esto será con un duelo a muerte! – le gritó para atacarlo nuevamente haciendo que Sakata se protegiera con su katana de madera.

— Hecho. – sonrió con astucia para comenzar así una batalla con el mejor espadachín del Shinsengumi.


— ¡Gin-chan, ya llegué! – dijo Kagura al entrar en la Yorozuya, sin embargo paró en seco cuando logró ver lo que había delante sus ojos.

Un escenario cruento, tan cruento como la guerra misma.

Los sillones manchados de sangre, las paredes completamente rasgadas por el uso de katanas. El piso se llenaba de un río rojo escarlata, y sobre todo aquello, un hombre se posicionaba parado, con katana en mano y sumamente agitado, mirando el suelo y cubierto de sangre.

— ¿Q-Qué…? – Logró articular ella al ver algo que no quería creer.

— Kagura… Llegaste… – el hombre que se encontraba de pie en aquel escenario se acercó a ella con una sonrisa llena de satisfacción y tomó sus mejillas con delicadeza haciendo que se mancharan de sangre. – Te estaba esperando… ¿Te gusta? Es para ti. ¡Feliz aniversario, Kagura!

La chica miraba horrorizada como el cuerpo inerte de Gintoki Sakata yacía ensangrentado en el suelo y como los ojos de Sougo Okita se posaban sobre ella con felicidad.

— Al fin, Kagura, eres mía, solamente mía. Nadie nos va a separar.

— No… No… – no quería aceptarlo, las lágrimas comenzaron a aparecer en sus ojos y su voz comenzaba a entrecortarse. Su pecho se apretaba a más no poder y sentía el sentimiento de traición que nunca había esperado sentir estando con Sougo. Ella confiaba en él y no podía creer lo que estaba pasando.

— Sí, Kagura. Solo nosotros dos. ¡Vivamos juntos! ¡Casémonos, Kagura! ¡Cásate conmigo! Te amo, te amo más de lo que imaginas. – la abrazaba y sus manos manchaban todo lo que tocaba. Su cabello bermellón, su qipao blanco, su espalda, sus brazos. – ¿Me amas? Dime que me amas. Ayer me lo dijiste, Kagura. Dijiste que me amas.

— No… No… ¡No, no, no! – negaba con la cabeza, estaba a punto de volverse loca, no podía parar de llorar y humedecía la sangre que Sougo había dejado en sus mejillas.

— Sí, Kagura. Ahora podemos estar juntos por siempre y para siempre. – le volvía a decir abrazándola con mucha más fuerza mientras esa maldita sonrisa no desaparecía nunca de su rostro. – Eres mía.

Y fue entonces que ella se dio cuenta de que su vida se había convertido en un infierno sin escapatoria.

"¡Te amo, Kagura!"


Bien~

Espero que les haya gustado y... bueno, de seguro alguno estará molesto por las muertes y todo eso. Me disculpo (?) Aquí solo me dejé llevar y ya :'u y tranquilos, las demás historias que tengo pensadas no son de esta misma índole xD así que, no os preocupéis.

Nos leemos!