Capítulo 1

Mahal, ayúdalo.

Dis observó las estrellas del cielo y esperó como había esperado gran parte de su vida para obtener una respuesta. Era cierto que los Valar los habían bendecido y gracias a su guía lograron recuperar su hogar, Erebor. Sin embargo, después del viaje que había hecho Thorin y su Compañía desde las Montañas Azules y después de que el destino los ayudó a destruir al dragón y librar la Batalla de los Cinco Ejércitos con vida, Thorin se había convertido en rey y… aún así no era feliz. Dis le preguntaba constantemente desde que había llegado a Erebor, había ayudado a su hermano lo más que podía a reconstruir el reino y aunque todavía faltaba gran parte de la población en llegar, muchos de ellos estaban en camino, agradecidos con su rey y dispuestos a continuar con la nueva vida que les ofrecía.

Y aún así Thorin no era feliz. Dis lo veía en sus ojos todos los días y su corazón sufría por ello. Intentó, en muchas ocasiones hablar de ello con él, pero su hermano era un testarudo y no quería compartir sus penas con nadie. ¿Qué necesitas, hermano? Pero no había respuesta, él no necesitaba nada y se conformaba con ver a su pueblo feliz. ¿Y él? ¿Él no merecía serlo?

Dis observó por su ventana; su alcoba era una de las pocas que tenía la fortuna de tener un lugar por el cual mirar al exterior. Su palacio estaba enterrado en la montaña, pero había pocas habitaciones en el castillo en las que se había logrado cavar lo suficiente para ver el exterior.

Comenzaba a nevar. Dis trajo a su memoria las imágenes de su hermano, mucho más joven, cuando se permitía gestos de cariño y una risa de la que ella siempre se quejaba por ser estridente y fuerte, pero que ahora extrañaba más que nunca. Ni siquiera sonreía y cuando lo hacía no era una sonrisa de esas que venían desde el corazón y que llegaban hasta los ojos, iluminándolos para siempre. No, sus ojos ya no brillaban.

Y ella se preguntaba constantemente si aquello era debido a todo lo que había sufrido, a las heridas que se habían quedado con él después de la invasión, después de la muerte de su abuelo. O, tal vez, se dijo, tal vez era porque algo le hacía falta. Pero… ¿Qué? Dis no podía pensar en qué habría allá afuera que tendría que estar allí, con su hermano. Aunque, muchas veces pensó que una vez que el reino fuera restaurado Thorin tendría el tiempo suficiente para hacer lo que jamás había hecho antes: buscar alguien con quien casarse. Ella estaba más que dispuesta a participar en la tarea de encontrarle a su hermano una reina o consorte que lo acompañara en sus años de vida en la Tierra Media. Pero ella no sabía si él estaba atado, no sabía si él tenía un One, un amor Único y lo estaba esperando. Porque era cierto que la mayoría de los de su raza tenían una pareja destinada y que no podían amar a alguien más, pero había excepciones como ella misma y aún así había sido muy feliz el tiempo que vivió con su marido y lo había amado demasiado, y ahora era feliz porque sus hijos se habían quedado con ella, aunque él hubiese muerto muchos años atrás. Sin embargo, tenía miedo, no quería preguntarle a Thorin si alguien le estaba destinado, porque tenía miedo de la respuesta, tenía miedo que su tristeza se debiera a que, como sucedía en algunos casos, su amor se hubiese muerto antes de conocerlo y ya no sintiera ese constante impulso por buscarlo.

Porque existían muchas historias, aunque ella jamás hubiera experimentado aquella sensación de búsqueda, su familia, su pueblo contaba cientos de leyendas y se hacían composiciones que se cantaban antes de dormir para que los niños fueran felices y soñaran con su futuro.

Se decía que se podía verlos durante las noches, porque la luz de las estrellas, aquella fuerza creada por Varda era la que hacía posible tal unión. Se decía que se veían la luz de su aura en sueños y su voz se escuchaba en la distancia. Ellos caminan sobre la luz de las estrellas en el reino eterno de Valinor, en otro mundo, esperando el llamado, esperando pertenecer a la otra mitad. Parte de su esencia se mantenía brillando en ese lugar y ellos vivían incompletos hasta que sus ojos reconocían a su pareja.

Por lo menos así era para el pueblo de Durin y Dis comenzó a pensar si aquello no era una mezcla de maldición y bendición, por supuesto, no podía imaginarlo, pero constantemente se lo preguntaba. Aunque había escuchado relatos sobre elfos, esa raza que no moría por enfermedad o vejez, pero si por el dolor causado por la pérdida del ser amado.

Dis cerró los ojos y mandó sus oraciones una vez más, sólo que esta vez añadió a otro de los Valar para lo que deseaba. Yavanna, madre de las cosas brillantes, madre de la vida y de todo lo que da paz y tranquilidad a la tierra de Arda, escúchame. Háblale a tu esposo de mí, háblale de esta familia…

Porque ella sabía que Yavanna escuchaba y que tenía un lugar en su corazón para todos los seres vivientes y aunque la creación de su raza sólo fuera obra de Mahal, Dis sabía que Yavanna era compasiva y amaba a los hijos Mahal.

Pero cuando Dis estaba por terminar con sus plegarias, fue interrumpida bruscamente cuando alguien tocó a la puerta de su alcoba. Pensando que podrían ser sus hijos, estaba preparada para reprenderlos, sin embargo, se encontró con la sabia y conocida cara de Balin, el consejero de Thorin.

-¿Qué sucede? –preguntó inmediatamente, porque conocía esa expresión que se había formado en el rostro de su amigo.

-Un grupo de hobbits ha llegado a Erebor, buscan asilo. Creo que uno de ellos está herido…

Dis levantó su mano, interrumpiéndolo, seguramente no había escuchado del todo bien.

-¿Disculpa? ¿Hobbits?

-Hobbits –Balin asintió.

No era que Dis no conociera hobbits, cierto que había visto pocos a lo largo de su vida, pero jamás se habría imaginado que algún día un grupo de ellos tocaría a la puerta de su hogar. Según lo que ella sabía, aquellas criaturas vivían muy lejos de ahí.

Peor aún, que Balin estuviera ante la puerta de sus habitaciones anunciándole algo así significaba que Thorin no estaba. Las últimas semanas tenía la costumbre de salir en las noches, pero jamás decía a dónde iba o qué hacía, lo único que podía concluir Dis, era que, de alguna manera, sus paseos lo hacían verse más triste y más acabado.

¿Qué buscas allá afuera, hermano?

Pero no había tiempo para pensar en ello, así que Dis le pidió a Balin que la llevara hasta donde se encontraba el grupo de hobbits.

Estaban todos en el salón del trono, esperando algo que ella no podía saber bien qué era exactamente. Se veían exhaustos y desesperados, algunos tenían heridas menores y en sus ojos se reflejaba el hambre, el dolor y el cansancio. Fue un duro golpe para ella, era como ver a su pueblo en un espejo extraño, era como regresar al pasado y ver Erebor siendo atacada por un dragón nuevamente.

Aquello le dolió más de lo que esperaba.

Entonces, una hobbit de cabello rubio se acercó lentamente.

-No pedimos mucho, su majestad. Sólo queremos que nos ayude a curarlo y que nos de hospedaje por una noche, sólo una noche… -rogó ella, con lágrimas en los ojos, mientras que un hobbit se acercaba a ella, él llevaba a otro cargado entre sus brazos.

Dis se acercó y alcanzó a ver unos increíbles y brillantes rizos de un rubio oscuro y un rostro blanco y suave. Y ella parpadeó, sorprendida. Aunque los enanos tenían sus propios estándares de belleza eso no significaba que no podrían apreciar la belleza proveniente de tierras extranjeras cuando la veían, y ciertamente, ese hobbit que en aquel momento se encontraba inconsciente en esos momentos la hizo pensar en la hermosura de los Valar.

La hizo pensar en Yavanna. Y, de pronto, ella se dio cuenta de que ese grupo de hobbits dentro de los pasillo de Erebor no era coincidencia.

-De acuerdo –dijo, después de un rato.

-Gracias –dijo la hobbit que le había hablado en primer lugar.

-Se podrán quedar cuanto deseen –continuó Dis. E inmediatamente se fue ideando el plan en su cabeza; todavía les quedaban casas sin ocuparse, sus parientes de las tierras del norte no habían llegado aún y bien podrían aquellas casas ser ocupadas por el grupo de hobbits. Dio las órdenes a los guardias, para que un grupo de enanos acompañara a los extranjeros. Balin la observaba como si estuviera tentado a hablar. Ella lo conocía, sabía lo que diría y no le interesaba.

-No creo que Thorin… -comenzó Balin, volviendo a hablar en Khuzdul, sólo para ella.

-Él no se encuentra, así que no importa lo que opine, en estos momentos yo soy la que tengo la última palabra. Y lo que quiero es que traigas a Oin.

Le pidió a Dwalin que la ayudara; el enano se acercó al hobbit, cuyo nombre era Drogo y tomó al hobbit inconsciente entre sus brazos. La hobbit, Primula, quería seguirlos, pero Dis le pidió que confiara en ella, que en la mañana podría verlo.

Mientras llegaban a su alcoba, Dis notó las miradas que Dwalin dirigía al hobbit que tenía en brazos. Se rió para sus adentros, sabiendo que no era la única y definitivamente no sería la única que notaría esa extraña belleza que irradiaba el pequeño hobbit.

Rápidamente encendió la chimenea y le pidió a Dwalin que pusiera al hobbit en la cama. Cerraron las puertas de la habitación. Dis se acercó al hobbit y observó sus mejillas encendidas; había pasado mucho tiempo cuidando a sus hijos como para no reconocer que aquel era un síntoma de fiebre. Con cuidado, le puso unas cobijas encima.

Afortunadamente Balin no tardó en llegar con Oin y el enano se acercó a la cama inmediatamente para ver a su paciente. Según informó momentos después, el hobbit tenía una herida en la cabeza y unas cortadas en los pies, así como un poco de fiebre a causa del frío que se había apoderado de él durante el viaje. Sin embargo, estaría bien dentro de unos días.

Mientras él lo vendaba, Dwalin pidió permiso para retirarse y antes de concedérselo, Dis le pidió que no le permitiera la entrada a sus hijos, quienes seguramente estaba afuera, tratando de escuchar todo lo que sucedía. No los había visto desde hacía horas, pero estaba segura que, de alguna manera, se habían logrado enterar de la llegada de los hobbits y curiosos como la naturaleza los había hecho, seguramente estarían ansiosos por echarle un vistazo al hobbit herido.

Poco después de que Oin terminara con su trabajo, Dwalin regresó, anunciando que Thorin había llegado y que ya sabía lo que había pasado.

-Quiere hablar contigo.

Dis puso los ojos en blanco, por supuesto que su hermano quería hablar con ella.

Le pidió a Balin que se quedara un momento con el hobbit y salió junto con Oin y Dwalin, aquellos dos se alejaron en el momento en que observaron a Thorin acercarse. Por supuesto, él no se veía nada contento.

-No podemos permitir que se queden, ellos pueden representar un peligro, ni siquiera sabemos de dónde vienen o por qué…

-¡Están asustados! ¡No tienen nada que comer y no tienen a dónde ir, Thorin! –exclamó ella, interrumpiéndolo-. ¿Recuerdas que nosotros estábamos así? ¿Y que sufrimos porque se nos negó la ayuda? ¿Quieres negarles ayuda a ellos?

-¡No me compares con ese…!

-Entonces no te comportes como él –lo interrumpió nuevamente ella. Sabía que Thorin recordaba el momento en que el rey Thranduil les negó ayuda.

Vio como su hermano trataba de tranquilizarse, pero era muy difícil para él.

-Sólo quiero protegerlos.

-Lo sé –dijo ella-, pero no creo que estos hobbits vengan aquí a hacernos daño. Es más, casi puedo estar segura que, aunque quisieran no podrían hacernos nada.

-No podemos confiar…

Dis emitió un sonido exasperado y tomó a su hermano del brazo y abrió la puerta para que entrara en la habitación. Balin los observó con curiosidad.

Ella lo acercó hasta la cama para que él pudiera ver al hobbit que yacía en ella.

-Dime… ¿de verdad crees que una criatura como esta nos podría hacer daño? –pero se olvidó de su enojo cuando escuchó el sonido que había brotado de la garganta de su hermano. De pronto se giró para observarlo. Se había quedado completamente paralizado, observando la pequeña figura que respiraba regularmente.

Escuchó otro ruido y vio que Balin se cubría la boca para evitar soltar una risita, sus ojos estaban fijos en su rey. Entonces Dis volvió a observar a su hermano, esta vez más detenidamente y vio muchas emociones en su rostro al mismo tiempo, era como observar una tormenta eléctrica danzando.

Y entonces ella sonrió, disfrutando ver a su hermano sin palabras, por primera vez. Notó que, inconscientemente, había dado un paso más cerca de la cama y que su cuerpo parecía inclinarse más cerca. Sin embargo, pareció recordar que había más con él en la habitación y se alejó, cruzándose de brazos de una manera tan decidida que parecía querer contenerse a sí mismo.

Se aclaró la garganta.

-Puede ser… que yo haya juzgado mal y que estuviera equivocado… -comenzó, mirándola. Aunque sus ojos regresaban constantemente a la figura sobre la cama-. Tienes razón, no creo que ellos… representen ningún daño para nosotros.

Balin comenzó a toser ruidosamente y Dis supo con certeza que aquello era precisamente para ocultar otra risa que amenazaba con brotar de sus labios. Por fortuna, Thorin estaba demasiado distraído para notarlo. Y, a decir verdad, no lo culpaba, observar a su hermano disculparse y admitir que estaba equivocado era algo extraño.

-Y… -Thorin ahora parecía estar luchando con las palabras, como si le costara hablar-. ¿Sabes cómo se llama?

La pregunta había sido formulada de tal manera, como si fuera simple curiosidad, nada a lo que Thorin Oakenshield le diera mucha importancia. Dis ahogó una risa.

-No me lo dijeron. Pero supongo que cuando despierte él nos lo dirá –respondió y esperó la siguiente pregunta, porque ahora sabía que no tardaría en salir de los labios de su hermano.

-¿Qué fue lo que dijo Oin? –preguntó Thorin, nuevamente su rostro no mostraba ninguna emoción.

-Sólo un golpe en la cabeza y un poco de fiebre. En unos días estará mejor.

Los labios de Thorin formaron una fina línea y Dis supo que estaba luchando para no hacer otra pregunta. Estaba a punto de pedirle que hablara, cuando se escuchó un movimiento en la cama y todos pudieron ver cuando el hobbit se incorporaba hasta quedar sentado y sus ojos se abrían lentamente.