Prólogo

-¡Vamos! ¡AVANZAD!– Gritaba Alemania a las tropas que se situaban por detrás de él. El rubio se escondió detrás de las ruinas que hace unos meses había sido una pintoresca casa en algún pueblo; pero hace seis meses todo se había ido (No había otra forma de decirlo) a la mierda y ahora, se encontraba luchando contra la persona más importante para él.

Al pasar las horas, sus heridas y su cansancio aumentaban, meses de lucha le habían degastado y su pelo rubio, siempre arreglado, estaba desordenado y aplastado por el casco que llevaba en la cabeza; sus ropa, antes pulcras, estaban desarregladas y en algunos sitios desgarradas por los impactos de bala. Sin embargo, sus ojos de un azul claro seguían igual que siempre, concentrados en ese momento en la batalla que sucedía por todos lados.

Mientras disparaba a todo enemigo que encontraba, intentaba no pensar en lo doloroso que debía ser para Feliciano cada herida, cada muerto italiano. En ese momento, entre los cuerpos de los caídos y entre los combatientes vio al Norte de Italia. Sus ropas, igual que las suyas, estaban destrozadas y multitud de heridas demostraban el estado tan lastimoso en el que se encontraba; el italiano sintiéndose observado, giró la cabeza y azul y miel se encontraron. Pero esto no duró mucho, pues una bala que surcaba el aire impactó en el italiano, tirando del suelo.

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Habían pasado horas desde que la batalla había acabado y dos horas desde que buscaba al castaño, Ludwig sentía como la desesperación aumentaba al no encontrarle, sabía que no le quedaba mucho; algunas de sus heridas, mortales para cualquier ser humano, empezaban a hacer mella en su cuerpo, pero no dejaría de buscarle y siguió gritando el nombre de la nación italiana.

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Italia sentía muchísimo miedo, más miedo que cuando fue secuestrado por los aliados o incluso esa guerra de hace tantos años, el infierno que se obligaba a no recordar. Sus heridas le hacían estar cada vez más cansado, pero no quería dormir, quería que Ludwig apareciese y le dijese que todo estaba bien o que todo hubiese sido un sueño, que pudiesen volver a casa y visitar a las otras naciones, incluso añoraba cuando Ludwig le despertaba temprano para entrenar.

-¡Italia! ¡Feliciano! ¡Italia!...- Escuchó una voz muy conocida por él.

Italia, mucho más feliz y esperanzado, intentó gritar con todas sus fuerzas- ¡Ludwig, Lud!

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Alemania empezaba a perder la esperanza "Quizás he llegado demasiado tarde", pero muy rápido rectificó sus pensamientos "No, no puedo rendirme, debo seguir intentándolo, quizás sólo está dormido o todavía no me ha escuchado"

-¡Ludwig, Lud!- Oyó una voz Alemania, una voz que solo podía ser de Italia, el único que acortaba su nombre y el único al que le permitía llamarle de esa forma.

-¡Italien! ¡Feliciano!- Siguió gritando el alemán corriendo hacía el lugar del que provenía la voz, pero paró en seco cuando vio el estado en el que se encontraba Feli.

En las horas de búsqueda, se había hecho una idea de cómo se encontraba Italia. Sin embargo no lo había preparado para el momento de encontrarle: Una herida en la cabeza le había empapado el pelo castaño, de un color rojizo en esos momentos; otra herida en el pecho de la que no paraba de manar sangre, formando un charco rojo junto a él y pequeñas heridas y rozaduras por todo el cuerpo.

Alemania se arrodilló a su lado y movió con cuidado al italiano, mientras trataba de tapar con su chaqueta la herida del pecho para que dejase de salir sangre de ella.

-Feliciano, ¿cómo estás?- Empezó el oji azul sin saber muy bien qué decir, en ese momento se arrepentía de todo: De no haber intentado parar con más fuerza toda esa locura, de haber liderado a los soldados que le habían provocado las heridas y de no haber reparado en que si le encontraba, no podría hacer nada para curar las heridas; era conocido por tener la mente fría en ese tipo de momentos, pero ahora se sentía como un inútil.

-Ve Ludwig estás herido- Contestó el italiano haciendo caso omiso de la pregunta- Deberías cuidarte más.

-Son sólo rasguños, no te preocupes- Mintió Alemania, refiriéndose a las heridas de bala del hombro, del abdomen y de una que le había rozado las sien- Eres tú el que se encuentra grave.

-Ludwig, tengo miedo- susurró el castaño arrimándose al más alto- ¿Qué va a pasar?

Ludwig, aunque intenta olvidarlo, sabía que le quedaba a los dos poco tiempo, el año pasado se habrían salvado, pero meses de lucha les había agotado hasta el punto de ser casi mortales.

-No te preocupes, yo estaré contigo- le calmó el alemán. Al mismo tiempo apretaba la herida del pecho, sabía que era inútil pero no podía quedarse sin hacer nada mientras Feliciano se desangraba y moría, eso le haría sentirse peor de lo que ya estaba.

-Entonces ¿me darás un beso?- Pidió Italia entre sus brazos.

Alemania se agachó, acercándose a los labios del otro y la unió con los suyos, como tantas otras veces lo había hecho. Los notaba secos y resquebrajado tras horas sin probar agua y tirado al sol, pero le seguían sabiendo a la pasta que solía cocinar el italiano todos los días; sintió como Feliciano subía lentamente sus dedos hasta su cabeza y empezaba a acariciarle el pelo. Quería seguir besándole y olvidarse por un momento de todo, pero notó como el otro se empezaba a quedar sin aliento y separó sus labios de él.

Italia, sonrojado, bajó el brazo que estaba en su pelo y pronunció sus últimas palabras.- Ti amo Ludwig.- Cerrando los ojos y exhalando un último suspiro.

-Ich liebe dich, Feliciano-contestó Alemania cerrando los ojos y cayendo a un lado abrazando a Feliciano.

UNOS DÍAS DESPUÉS

Prusia y Romano se dirigían al lugar donde estaban enterrados sus hermanos; los dos habían decidido enterrarlos en el mismo sitio, un lugar recóndito entre la frontera de Italia y Alemania. Podía ser que los humanos estuviesen en guerra, pero los países no, les había costado dos guerras mundiales para darse cuenta de que lo único que conseguían era hacerse más daño los unos a los otros, en unos pocos años los humanos que lo habían provocado morirían, pero ellos cargarían con la culpa milenios.

Romano caminaba en silencio, mientras miraba el paisaje que rodeaba las dos tumbas, el área era grande, expresando lo que ellos no se atrevían a decir: Si habría más muertes antes de que acabase la guerra.

Ambos se acercaron a las tumbas, sorprendiéndose al descubrir a un niño sentado entre los dos tumbas; sabían que no era un país, pues no había ninguno que aparenta la edad de cuatro o cinco años, quizás fuese un niño perdido, pero no había ninguna aldea cerca y un niño solo no podría recorrer esa distancia.

-Eh, chaval ¿te has perdido?- preguntó Prusia acercándose al niño.

-Cállate imbécil, no ves que le vas a asustar-Gritó el castaño.

-No le voy a asustar-Replicó el albino- ¿Cómo te llamas?

-Me llamo...- Empezó el niño levantando la cabeza. Tenía los ojos de un azul claro y el pelo del color del trigo con un rulo al lado, igual que los hermanos Italia.

Era el hijo de Alemania e Italia. Gerita.

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Espero que os haya gustado, es el primer capítulo y no he escrito mucho antes, así que si veis alguna falta decídmelo.

Estos son los hijos de las parejas que van a salir: Gerita, spamano, usuk, giripan, pruaus, francan, dennor, rochu, lietpol y sufin.

Por favor, mandadme un review e intentaré subir otro episodio la próxima semana, aunque si puedo lo haré antes. Hasta entonces, ¡chao! ^^