"Hay veces que...
mi alma baila tangos con la soledad
y necesito de tabla, tu amor
para asirme a ella en mi tempestad.Pensando en ti
paso el día pensando en ti"
1. Emociones profundas
Había salido de paseo como en todos los ocasos y, entrándose más allá de lo que acostumbraba, lo vio.
No era la primera vez que veía un hombre y, sin embargo, la apariencia resuelta y firme de este le había atraído su atención.
Estaban en un claro circundado de árboles tupidos, él descansando en un tronco caído y ella observándolo desde la espesura. Los limpios rayos del sol le acariciaban sus cabellos anaranjados y alborotados con un brillo cálido que cincelaban, además, su cuerpo viril y fornido. Pero, ella no pudo ver su rostro y se quedó allí, plantada en la oscuridad del follaje, fascinada ante el hombre del claro.
Desde entonces no lo pudo olvidar.
Y el tiempo pasó dejando huellas en las hojas de los árboles. Los pasos de ella se volvían cada vez más gráciles y tiernos pero esbeltos y sosegados a la vez. Siempre yendo a lugares que pronto dejaba y que volvía a la marcha buscando un propósito que aún no llevaba nombre ni razón. Sólo encontrarlo era su propósito…
Su andar la llevó a los pueblos de los hombres. Constantemente arropada por el verdor del bosque, los observaba con su rutina, pensando que podía hallar lo que tenía que hallar en cada tarea que lograban. Y así logró ver, otra vez, al hombre del claro.
Lo reconoció al sólo verlo trabajar con un rastrillo amontonando la paja. Como la vez anterior, tampoco pudo apreciar su cara y se quedó viéndolo trabajar con un viento travieso que revolvía todavía más sus cabellos anaranjados.
Una mujer pequeña, morena y de blanca tez lo interrumpió en su faena, adentrándolo en una apasionada conversación que ella no pudo escuchar. Conteniendo unas extrañas emociones que alborotaron su corazón, se alejó triste sin emitir ningún ruido.
Los días siguientes fueron así, ella desde lejos y él con la morena. Desconocía el dolor que la atormentaba cada vez que lo veía con ella, mas, siguió insistiendo con su vigilia como único consuelo al no tener otro que el recuerdo de su torso moviéndose a carcajadas a cada broma de su compañera.
Cuanto deseaba ella ser esa morena sabiendo que era imposible…
Un día los humos próximos de una guerra inminente se acercaron. Los rumores de masacre de pueblos enteros liderados por bárbaros eran cada vez más fuertes pero no llegaron a tiempo a este pueblo. Vinieron con las primeras luces del alba, arrasando todo.
Ella veía impotente toda la sangre que corría, sabiendo que no podía hacer nada por ayudarlos, los asuntos de hombres sólo lo solucionaban los hombres…
Hasta que el hombre que ella había estado observando se aproximó con una daga malgastada por el uso hacia los invasores, feroz defendiendo su hogar.
Pronto las cuchillas y hachas se vinieron a él, quien las esquivaba en el momento justo. No obstante, no pudo ver una estocada traicionera que iba desde su espalda hacia su corazón.
Un chirrido de metales se oyó, mientras que la hoja que estaba a punto de asesinarle era apartada por otra con fuerza.
-¡Vamos, Ichigo!
Después de gritar, la morena que había visto antes se situó detrás de él y defendió como pudo la espalda de su amigo esquivando y esgrimiendo con una valentía que dejó estupefactos a los invasores.
Mientras que en el bosque, ella cerró por un momento sus ojos grises y susurró algunas palabras en un lenguaje antiguo y perdido. De pronto, seis destellos emergieron a su alrededor y se pusieron delante de ella.
-¿Por qué nos has llamado, Orihime-san? (Dijo un destello)
Ella suspiró y tomó aire antes de contestar:
-Necesito de su ayuda… Este pueblo está siendo atacado y…
-¡Sabes que no puedes interferir en asuntos de hombres! (Le interrumpió uno muy enfurecido) ¡Si se quieren matar, que se maten!
Apretó sus puños con fuerza.
-¡Por favor! (Imploró) Sé que no se debe quebrantar, pero nos necesitan ¡Aunque sea una pequeña! Sé que no infligiremos nada si sólo ustedes van
Los destellos se miraron entre sí.
-Está bien (Dijo una de ellos), lo haremos pero tú asumes las consecuencias
Se juntaron y se lanzaron a la batalla con una estela dorada a su paso. Golpearon y dispersaron a los bárbaros quienes huían despavoridos al pensar que esas luces eran duendes que los torturarían por el resto de sus días. Y así, el pueblo se fue liberando rápidamente de los invasores.
Entonces, una flecha perdida fue dar directamente en el brazo de una mujer que calló dando alaridos por el dolor. Los destellos se fueron ante la sorpresa y el hombre que tanto había defendido, se acercó a ella e intentó alejarla de todos los supervivientes.
La llevó a una cabaña en dónde lo esperaba un hombre más mayor que él, y juntos, la llevaron a una cama en donde la acostaron y le quitaron la flecha.
La pequeña morena seguía gritando con fuerza y, preocupados, inspeccionaron la flecha.
-Veneno… (Susurraron)
Ante una reacción inesperada de su hijo, el hombre más mayor empujó fuera de la casa al más joven quien se quedó golpeando con fuerza la puerta ante la inesperada reacción de su padre.
-¡Quédate afuera! (le gritó desde adentro) No necesito que molestes hasta que sepamos cuál veneno es, Ichigo
El mencionado salió derrotado de la estancia y se alejó al patio. Allí tomó un hacha y comenzó a partir con desesperación los troncos.
-¿Por qué…? (Decía) ¿Por qué no fui yo?
Las astillas salían volando a cada hachazo que daba y en sus mejillas caían un torrente de amargas lágrimas. Tiró lejos el arma, cayó al suelo y se tomó la cabeza con ambas manos, maldiciendo su descuido.
Ella lo veía con un gran hueco en su interior. Algo le impulsaba a ir hacia a él y acunarlo, intentando mitigar todo ese dolor que lo apenaba, esa tristeza que a ella misma la hería.
Pero no podía, no debía hacerlo…
Suspiró, había cosas que nunca podría hacer y verlo allí de desamparado la deprimía muchísimo más.
-No me digas que ahora quieres ayudarlo ¿Desde cuándo te pusiste tan descuidada?
Un elfo de cabello azulado, de ropas blancas con líneas celestes y de un carcaj con flechas colgado de su espalda la quitó de sus pensamientos.
-Ishida-kun… (Dijo ella)
El elfo se situó a un lado de ella con reprobación.
-Inoue-san (Continuó Ishida), sabes que no debemos interrumpir la vida de los hombres porque tienen un destino muy distinto al nuestro. Su raza es la que debe predominar en esta era antes de la llegada de los últimos días y nosotros ya hemos cumplido con nuestro deber cuando el mundo era joven. Ahora les toca a ellos…
-¡Pero Ishida-kun! (Lo interrumpió) ¡Hace unos momentos hubo una batalla que ha dejado muertos y una mujer herida de veneno! Al menos, ¡déjame concederle a aquella valiente un antídoto!
Una extraña sensación le recorrió el cuerpo, pero siguió insistiendo:
-¡No se la entregaré directamente yo! Además, tu raza ha estado muchísimo más con ellos que todos nosotros ¡Déjame ayudarlos aunque sea sólo una vez! Por favor…
Ishida negó con la cabeza un par de veces antes de voltear.
-Haz lo que quieras (Dijo), pero lo que acabaste de hacer en esa guerrilla con tus poderes más con lo que harás ahora… (Hizo una pausa) Sólo ten cuidado antes de que lo sepa algunos de ellos. Tienes mi silencio y espero que las estrellas estén contigo de ahora en adelante
Se adentró en la espesura con rapidez dejándola sola.
Ella dirigió su vista al hombre que ahora se hallaba en el más profundo sueño, apoyado en el tronco en donde cortaba la leña, enfurecido. Salió de su escudo vegetal y se dirigió a él con paso tambaleante. Se arrodilló junto a él y lo observó en silencio, acercando una mano temblorosa que pronto recogía. Tomó fuerzas y rozó sus cabellos naranjas, sintiendo como unos escalofríos le recorrieron por su espalda. Sin fijarse ya de lo que hacía, lo abrazó tiernamente y le susurró unas palabras antiguas y mágicas a su oído, quitándole la tensión y brindándole una tranquilidad que ahora necesitaba antes de volver a despertar.
Luego, se alejó lentamente de él como si cada segundo que pasaba se imponía una barrera muchísimo más poderosa que el que imponía sus razas, una que ya no lo dejaría verlo más.
Sin embargo, golpeó suavemente su cabeza con su mano y disipó esos tristes pensamientos con otros de darle la felicidad que aquel hombre se merecía por ser tan valiente, y más aún, si merecía estar con aquella morena que ahora se hallaba en los umbrales de la muerte.
Entró en la cabaña en silencio, hasta dar con la habitación en donde estaba la morena. Encontró la flecha y se la llevó en un pequeño bolso de hojas. Miró a la enferma y reprimió unos desconocidos deseos de llorar.
"Si mereces estar con él, entonces, yo te daré la vida que ahora te quita este mal. Adiós y que seas feliz" pensó.
Dio media vuelta y se introdujo al bosque con las primeras estrellas de la noche.
