TRES DÍAS
Oh, las Navidades siempre son una época de alegría y esplendor. Una época en que las familias se reúnen, comen juntas, bueno, más bien se ceban juntas, ríen y cuentan anécdotas de tiempos pasados, decoran la casa de una forma totalmente hortera y por supuesto se intercambian regalos. Bueno, en realidad se tendía a gastar el dinero que no se tenía en regalos muchas veces absurdos y estúpidos, donde fingías que te gustaba al abrir el papel brillante y estridente acompañado del sempiterno lazo. Hortera a poder ser, por favor.
Quizás esa era la parte que le molestaba a Albus más que nada. La estridencia de su familia a la hora de celebrar las Navidades. Todo ese color rojo, esas guirnaldas, ese árbol de Navidad que casi ningún año cabía completamente en el salón de la casa. Su hermano James pidiéndose el privilegio de colocar la estrella en la punta, mientras su hermana Lily lloraba desconsolada porque su padre se lo había prometido a ella primero, las Navidades pasadas.
En cambio él siempre se quedaba en un segundo plano, generalmente sentado en el cómodo {mullido, para no repetir la palabra cómodo} sillón orejero cercano a la chimenea, donde se sentaba cómodamente a leer algún libro, aunque muchas veces, de reojo, miraba cómo sus hermanos disfrutaban de esas cosas que a él se le antojaban muchas veces bastante extrañas.
Echaba de menos la Sala Común de Slytherin, más acorde con sus gustos. Estaba decorada con motivos navideños, por supuesto que sí, pero algo mucho más discreto, más… familiar, por decirlo de algún modo. Nada rojo y grana, sólo verdes, platas y algún que otro dorado…
Albus se arrebujó de nuevo dentro de su túnica mientras continuaba caminando en dirección a la enorme casa que lo esperaba al final del camino. Prefería caminar, era una manera de darse tiempo a sí mismo y poner sus pensamientos en orden. Sonrió al pensar en las amenazas de su padre si no iba aquel año a pasar las Navidades con ellos… con su familia.
Suspiró de nuevo caminando lentamente para darse más tiempo. Aquello era una tortura lenta y dolorosa.
El divorcio de sus padres cuando tenía catorce años fue la última Navidad que había pasado en su antiguo hogar. Y lo cierto es que no eran buenos recuerdos, aunque tampoco podía quejarse, sus padres, en mayor o menor medida se llevaban bien, nunca discutían delante de ellos y todas las fiestas importantes, cumpleaños, y había muchos dentro de la familia Weasley, y Navidades las pasaban todos juntos de nuevo.
Pero él vio la forma de escapar. No le gustaban las Navidades y no terminaba de explicarse por qué. En cambio, su padre las disfrutaba hasta saciarse de ellas, él siempre había supuesto que se debía a esa privación de cariño que había tenido cuando era pequeño por parte de sus tíos y que su madre se encargaba de recordarles a él y a sus hermanos a hurtadillas cuando se quejaban de la cantidad de cosas que su padre quería hacer con ellos en las vacaciones cuando ellos tan sólo querían tirarse a la bartola y comer como cerdos.
Pero las cosas cambian, como cambiaron al año siguiente del divorcio, cuando decidió que no iría a casa por vacaciones porque pensaba irse de intercambio esas tres semanas a Francia, a la parte masculina de la escuela Beauxbatons para un curso sobre pociones.
No había sentado muy bien en casa, pero lo que menos le apetecía era estar rodeado de primos pelirrojos y una abuela sobre protectora que intentaba que engordara al menos cinco kilos.
Pero la verdadera razón de no querer volver a casa era esa incipiente sensación que comenzaba a crecer dentro de él cada vez que los veía. ¡Hombres!
La primera vez que tuvo un sueño subido de tono, tenía la maravillosa edad de catorce años y aunque no le dio más importancia que la de la mancha en sus calzoncillos, los sueños comenzaron a ser recurrentes, cada vez más atrevidos y desde luego nada inocentes. Al principio pensó que era un bicho raro, al final iba a resultar que sus hermanos y sus primos tenían razón.
Y si algo había faltado a su más que alterado estado de nervios, la visita de la nueva delegación masculina de Beauxbatons que tan sólo tenía unos pocos años de antigüedad había terminado de trastocarlo del todo. Ver a todos aquellos francesitos había hecho hervir su sangre y los sueños eran ya algo más que simples sueños.
Y no pudo evitar sonreír al recordar su primer beso con uno de esos deliciosos franceses, en uno de los pasillos que conducían a la Sala Común de Slytherin, con mucha saliva y dientes, inexperiencia y temblores… había sido simplemente maravilloso.
Por eso no pudo desaprovechar la maravillosa oportunidad que se le presentó con el intercambio de invierno… y desde luego que había hecho intercambio entre aquellos muros.
Pero ese no era el problema, se había dado cuenta que no era un bicho raro ni nada por el estilo, simplemente le gustaban los hombres y no las mujeres, ya, fin de la discusión. El problema radicaba cuando había uno en particular que le atraía.
Resopló de nuevo quejándose mentalmente por la extensión demasiado exagerada, a su parecer, de los jardines. Ni siquiera recordaba que en Hogwarts hubiera tantos metros. Bueno, en verano o primavera si era agradable tener tanto sitio para hacer lo que uno quisiera, aunque en aquellos momentos, con cinco grados bajo cero, no era precisamente un paseo que le estuviese entusiasmando hacer.
Recordó perfectamente la primera vez que estuvo allí, con doce años, durante las vacaciones de verano. Había insistido e insistido, rogado y suplicado, se había esforzado por sacar las mejores notas y ser un alumno modélico, todo, con tal de que lo dejasen ir a casa de Scorpius en verano. Su mejor amigo lo había invitado a pasar unos días en la Mansión de la familia en Whiltshire antes de poner rumbo a Hungría. Él había soñado con esos días de vacaciones en la inmensa Mansión, con muchísimos elfos domésticos a su servicio, cientos de habitaciones para explorar y un padre incluso más permisivo que el suyo propio por lo que le había contado su amigo.
Albus sonrió al volver a rememorar en su mente los fantásticos días que había pasado allí, volando en escoba, levantándose tarde, sin tener que hacer ninguna tarea de la casa, comiendo todo lo que querían y con el Señor Malfoy llevándolos de excursión por las tiendas más exóticas e interesantes que hubiese podido imaginar que existían en Londres, aunque claro, todo con la condición de no decirle jamás, nunca jamás a su padre ni a su madre nada de todo aquello.
Bueno, eso tampoco era muy difícil de cumplir, era el único Slytherin en medio de una manada de leones, sabía defenderse bien cuando quería hacerlo.
Se obligó a volver a la realidad, a su fría realidad. Apenas si le faltaban unos doscientos metros para llegar a su calvario. Tres días de intenso sufrimiento. Casi podía ver ya los abrazos de su padre casi hasta asfixiarlo, los reclamos de Lily por no escribirle más a menudo, la insistencia de James por jugar al Quidditch… y por supuesto él.
¿Cómo había descubierto que definitivamente lo suyo nunca serían las mujeres? En realidad eso le había quedado casi completamente claro después de las Navidades en Beauxbatons, pero si le quedaba alguna duda, algún resquicio de esperanza en ser hetero, se había desvanecido la noche que soñó con Scorpius.
Al principio lo había achacado a las hormonas de los dieciséis años. A esa edad casi cualquier cosa era capaz de excitar a un adolescente sobre-hormonado. Pero no fue un sueño, ni dos, era EL SUEÑO. Todas las noches, todas las malditas noches, de una manera u otra.
Soñaba con un sumiso Scorpius que se tumbaba en la cama y se dejaba hacer, otras veces era una salvaje serpiente que aparecía por la puerta de su cuarto, le arrancaba la ropa y le hacía el amor hasta que perdía el conocimiento. Otras veces soñaba con una romántica y cursi cena a la luz de las velas, chocolate y la piel blanca del rubio…
Si alguna vez hubiese visto el más mínimo indicio por parte de su mejor amigo que le gustaba lo mismo que a él, lo hubiese encerrado bajo siete llaves y habrían ambos muerto de inanición, más ocupados en recuperar el tiempo perdido follando como salvajes. Sin embargo, nunca una mirada, comentario o roce le había hecho pensar eso, y él se había tragado su frustración y congoja lo mejor que pudo, dejando escapar sus impulsos cuando tenía oportunidad, aunque siempre era la cara de Scorpius la que imaginaba.
Quizás hubiese podido soportar aquella situación, mejor o peor, pero lo hubiese soportado, suponía que aquella obsesión por su mejor amigo se pasaría y poner distancia era lo mejor. Pasar las Navidades fuera de casa y los veranos era lo mejor. De esa manera, pudo conocer gente, chicos en realidad, sin tener que dar muchas explicaciones de ello y de ese modo poner un muro entre sus sentimientos y el simple sexo.
Y de sexo había aprendido mucho. Nunca le estaría lo suficientemente agradecido a la maravillosa institución de Beauxbatons.
Había sido un buen parche. Había echado mucho de menos a Scorpius y le habían dolido las recriminaciones del rubio cada vez que volvían de las vacaciones de verano o invierno. Él simplemente se limitaba a disculparse.
- A veces creo que disfrutas más de la compañía de esos franceses que de la mía.
Eso fue lo que le dijo una de las veces y en cierto modo, tenía razón. Subió los siete escalones que lo separaban de su infierno. Tocó el timbre, respiró hondo y rezó a los dioses porque esos días pasasen rápido.
- ¿Por qué has venido andando? Afuera está helado, podrías haberte resfriado, deberías haber llamado para ir a recogerte al Ministerio - Harry no dejaba de abrazar a su hijo al tiempo que lo examinaba de arriba abajo para comprobar que seguía vivo y sano.
- Hermanito –dijo Lily uniéndose a su padre –estás demasiado delgado, deberías comer más, dentro de poco podré cogerte en brazos –dijo bromeando la pelirroja.
- Eh, enano, desde que tienes la nariz metida en los libros tantas horas estás hecho un asco. Deberías de hacer algo más de ejercicio al aire libre, ¿los franceses no juegan al Quidditch? –ahora era el turno de James de estrujar y abrazar a su hermano pequeño.
Ahí estaba su familia. Su padre y sus hermanos, su sobreprotección que siempre conseguía agobiarlo y sus comentarios que le crispaban los nervios. Siempre lo trataban como si fuese un tarado que no supiese cuidarse solo.
- Yo también me alegro de veros –dijo armándose de paciencia –Y siento no haberte escrito Lily pero como venía, no veía necesario el escribirte, total eran sólo dos semanas…
- Me gusta que me escribas todas las semanas, Albus.
- Siento mucho no tener una vida tan interesante como la tuya para rellenar dos pergaminos, pero mis días son muy monótonos y créeme…
- Eso no me vale, tienes que escribirme más a menudo. Siempre soy yo la que tiene que sacarte la información, nunca me cuentas nada de lo que haces.
- Ya niños –dijo Harry con inocultable alegría de tener de nuevo a todos sus niños reunidos, le encantaba tener de nuevo allí a su Albus, su niño preferido, aunque jamás lo dijese en voz alta –Me alegro de que estés aquí con nosotros –abrazó de nuevo a su hijo.
- Yo también me alegro de estar de nuevo aquí, papá –mintió Albus dejándose abrazar por su padre.
- Bienvenido Albus, me alegra que al fin te hayas decido a pasar con nosotros las vacaciones.
La voz de Draco Malfoy le dio la bienvenida a su Mansión. Más comedido que su padre, le dio un sutil abrazo, más por procedimiento que otra cosa. Si le hubiese ofrecido la mano, como estaba seguro Albus que Draco haría, su padre hubiera puesto el grito en el cielo. Para ser sinceros, él prefería la mano a tantos abrazos.
Albus miró de nuevo la figura en segundo plano de Draco Malfoy. Por un segundo fantaseó con la posibilidad que Scorpius fuese igual que su padre con aquella edad, y lo que veía le gustaba. No es que le gustase Draco Malfoy, sino que le gustaba el aspecto que podría tener Scorpius con esa edad... Decidió que lo mejor era apartar esos pensamientos de su cabeza y centrarse en el presente.
Miró de nuevo a su padre. Siempre con esa sonrisa de niño de cinco años en el rostro. Aún no le había soltado el brazo, quizás para asegurarse que no se escapase. En cierto modo podía entenderlo, casi no había aparecido en los últimos tres años, alegando mucho trabajo en la Universidad Mágica de París, prácticas de verano e intercambios.
Bueno, no es que todo aquello fuese mentira ni mucho menos, pero también era cierto que aprovechaba la mínima ocasión que tenía para poder evitar visitar la Mansión Malfoy porque aquello, indefectiblemente, sobre todo en época de vacaciones, significaba encontrarse con Scorpius.
Siempre había tenido la secreta esperanza que un día, el menos esperado Scorpius se daría cuenta que en realidad estaba perdiendo el tiempo con esas chicas de Ravenclaw que tanto le gustaban durante su época de colegio y sería consciente de una buena vez que los chicos molaban mucho más, en concreto los chicos Slytherin, para ser más exactos él, Albus Potter.
Entonces Scorpius acudiría a él y se lo confesaría todo y él en su magnanimidad le daría una palmadita en la espalda, para a continuación, mostrarle todas las posibilidades del sexo gay. Las veces que hiciera falta mostrárselo.
Aunque aquella maravillosa fantasía se había empezado a truncar el día que sus padres se divorciaron. Su madre los había "abandonado" por un mago ruso de nombre impronunciable, al menos para ellos, rubísimo y de unos fríos ojos azules Pero su madre se había enamorado locamente de él. En el fondo Albus podía entenderla. Suponía que no debía de ser nada fácil ser la mujer de Harry Potter y también entendía que la rutina podía ser mucho peor que otras cosas. Podía entender a su madre. Realmente él no sentía que lo hubiera abandonado. Hablaba con ella, la visitaba en su nueva casa en Rusia y hasta podía decirse que le tenía aprecio a su amante. Sus hermanos aún no la habían perdonado y eso era algo que a él le dolía profundamente. Al fin y al cabo su madre era su madre y se comportaba como tal, con quien se acostase era algo que no le incumbía a ninguno de ellos.
Incluso parecía que su padre lo había entendido de ese modo. O así se lo había hecho entender Draco Malfoy. Nunca le quedó del todo claro a Albus cuando empezaron a quedar y hablar como personas civilizadas, al fin y al cabo, cuando iba a casa de Scorpius y su padre lo recogía él y Malfoy apenas si intercambiaban un par de monosílabos.
Por eso el día que su padre los sentó a los tres en el salón de su antigua casa y les empezó a hablar de cosas sin sentido, para, sin saber cómo, acabar confesando que tenía una relación con el Señor Malfoy, Albus aún recordaba cómo el aire se podía cortar en aquella habitación. Si bien sus hermanos pusieron el grito en el cielo, él se quedó mudo.
Al fin y al cabo, sus hermanos eran leones, rugían un poco pero acaban aceptando las cosas, en cambio, él era una serpiente, podían fingir que lo aceptaba y en realidad estar escandalizado.
Y realmente estaba escandalizado cuando su Padre se lo dijo. Porque si era cierto todo aquello que su padre hablaba sobre una estúpida relación con Draco Malfoy, si aquello era cierto, entonces… jamás sus esperanzas con Scorpius podrían pasar de ser eso, una simple fantasía.
Sonrió y asintió con la cabeza ante la verborrea de su padre, que aún no le soltaba el brazo y lo conducía hacia su habitación. Para ser sinceros no tenía ni idea de lo que le estaba hablando.
Cerró los ojos y se dejó caer en la mullida cama. Desde luego que los Malfoy sólo tienen lo mejor de lo mejor. Por un momento, Albus no pudo evitar pensar que si la calidad del colchón en la cama de invitados era así, ¿Cómo no sería el de la cama principal de la casa?
Era algo absurdo, lo sabía, pero necesitaba distraer la mente en cosas absurdas para no pensar en cómo iba actuar cuando viera a Scorpius. Hacía más de un año que no tenía ningún tipo de contacto con él y su relación se había enfriado bastante. Aunque aún no sabía si eso lo alegraba o lo entristecía. Quizás, después de todo era un masoquista, pensó Albus, definitivamente le gustaba sufrir gratuitamente. Empezaba a arrepentirse de haber ido a esa casa. Tendría que haberse quedado en París, en su habitación en el Colegio Mayor, o tal vez ir a casa de Pierre, ese guapo francés facilón y enamoradizo, asquerosamente rico que últimamente calentaba su cama.
¿Qué pensaría su padre de sus aficiones? Pensó divertido. Seguro se escandalizaría aunque ahora ambos bateasen en el mismo equipo. Pero a diferencia de él, seguramente su padre… Bueno, en realidad no le apetecía imaginarse a su padre haciendo ese tipo de cosas, al fin y al cabo los padres llegan a una edad en que la palabra sexo no es más que algo anecdótico, ¿no? O al menos eso le gustaba pensar. No quería imaginar a su padre follando con el señor Malfoy, ni mucho menos.
- ¿Puedo pasar? –la voz de su padre a través de la puerta lo sacó de sus bizarros pensamientos.
- Claro papá.
Harry entró, con la misma sonrisa de niño de cinco años que Albus le había visto cuando llegó. Avanzó hacia la cama y se sentó en la orilla, junto a su hijo mediano.
- Me alegra mucho que hayas venido –repitió de nuevo el moreno mientras sujetaba el brazo de Albus.
¿Cómo podía decirle a su padre que no había querido ir? Tenía que mentir.
- Yo también me alegro de haber venido. Es bueno que nos reunamos de nuevo todos.
- Si –dijo Harry – Albus… bueno yo quería que hablásemos primero tú y yo.
- ¿Hablar? ¿De qué?
- Bueno… -dijo dudoso de cómo empezar –De todo esto. De que Draco y yo vivamos juntos, que ahora viva aquí… que hace tres años que no vienes a casa por Navidad.
Ahí estaba… la temida conversación.
- Papá – Albus tosió para darse tiempo y pensar en algo convincente que poder decir –no es cierto. Si no he venido a casa en las últimas Navidades ha sido porque he estado muy ocupado, las prácticas que he estado haciendo son una gran oportunidad para mi, puede que cuando me gradúe el año que viene consiga trabajo dentro del departamento de investigación .
- Eso es fantástico, Albus… ¿Pero no has pensado volver a Inglaterra? Por lo que sé la Universidad Mágica de Londres tiene muy buenos departamentos de investigación, estoy seguro que con tus notas te recibirán con los brazos abiertos.
- Me gusta Francia papá, el clima es mejor.
- ¿Es por eso que no has venido tampoco en verano? Quizás el clima inglés no sea el mejor, pero tampoco es el peor, sigo sin entender por qué nos evitas, Albus, por qué evitas a tu familia. Lily no hace más que hablar de ti y tu manía de contestar sus cartas cada mes, James se queja de que nunca estás. Apenas si te comunicas conmigo. ¿Tanto te incomoda mi nueva situación? Eso puedo entenderlo, puedo comprender que no aceptes que ahora viva con un hombre, puedo entender que eso te haga sentir incómodo, pero no debes de pagarlo con tus hermanos.
- Papá, papá –cortó Albus – ¿Crees que no he venido a casa últimamente porque me molesta la relación que tienes con Draco Malfoy? ¿Es eso lo que intentas decirme?
El moreno se sonrojó. Era tan difícil hablar con los hijos…
- Sé que es difícil de aceptar… el divorcio de tu madre y yo. Pero tenemos derecho a rehacer nuestras vidas, bueno tu madre lo ha hecho y a ella vas a verla. Nosotros os seguirnos queriendo igual, que yo esté con Draco o que no esté con nadie no cambia el hecho que te quiero, soy tu padre, eso no va a cambiar nunca.
Otra vez los discursos sin sentido de su padre intentando explicarle todo y nada al mismo tiempo.
- Papá, me alegro mucho por ti y si eres feliz con el Señor Malfoy a mi me parece estupendo, además tiene una buena casa y es rico, no querrá aprovecharse de ti –bromeó –Pero de verdad, simplemente no he tenido mucho tiempo libre y… quería aprovechar el tiempo en la Universidad, poder estudiar en la Universidad Mágica de Paris es una oportunidad única en la vida. No puedo desaprovecharla aunque eso implique abandonar mi vida privada.
Harry resopló. Su hijo Albus se parecía a él mismo más de lo que pensaba. Su hijo mediano era como un caracol. Al menor indicio de algo que no le gustaba, se refugiaba en su concha hasta que el peligro pasaba.
- Sólo quiero que todo vuelva a ser como antes. Me gustaría… que volvieses a confiar en mí. Soy tu padre, Albus.
- ¿Me dejarías dormir un rato antes de la cena? Estoy cansado, he tenido un día muy duro hoy.
- Claro –dijo Harry – vendré a avisarte cuando la cena esté lista. Pero te advierto que no te vas a deshacer de nosotros tan fácilmente después de cenar. James está deseando de jugar un partido de Quidditch dentro del jardín cubierto. Además, Scorpius estará a punto de llegar también desde Irlanda. Así podrás ponerte al día con tu amigo.
Ahí estaba el mazazo en el pecho.
- ¿En serio no vas a ir a casa en Navidad? –preguntó extrañado Pierre mientras se acurrucaba al lado de Albus – ¿Por qué?
- Tengo muchas cosas que hacer –fue la respuesta automática –Quiero ayudar en el departamento de Investigación, quiero ganarme la confianza del viejo Lestret, quizás así consiga la matrícula de honor en su asignatura.
Pierre rió entre dientes.
- ¿Sabes? Parece que te diese miedo volver a Inglaterra, vas a Rusia a ver a tu madre y sales de viaje de vez en cuando, pero nunca pasas más de tres o cuatro días en Inglaterra. Es como si hubieses hecho algo malo allí y no te gustase volver.
- ¿En serio te parezco un chico capaz de hacer algo malo? –intentó desviar la conversación Albus.
- No eres completamente claro, pero eso no me molesta, me gusta –dijo el francés al tiempo que besaba al moreno.
Albus se dedicó a corresponder el beso, haciéndolo más ardiente, recorriendo con sus manos el cuerpo que se le ofrecía con descaro y lujuria, pero indefectiblemente, no era la cara de Pierre la que veía, sino la de Scorpius.
Se levantó de golpe. Otra vez soñando con eso. Albus sabía que al volver a casa, bueno, en realidad a la casa de él esto se produciría, sabía que soñaría, sufriría y desearía no haber ido.
Pasó sus manos por la cara y el pelo en un intento de tranquilizarse.
- ¿Puedo pasar? –sonó la voz a través de la puerta.
Aquella era la voz del dueño de la casa.
- Claro, señor Malfoy – Albus se apresuró a levantarse de la cama y ofrecer el mejor aspecto posible para el dueño de la Mansión y amante de su padre.
El rubio entró por la puerta. Con pasos elegantes y comedidos, echó un rápido vistazo a la habitación, cerciorándose que todo estuviese de acuerdo a su invitado. Se percató de su pelo revuelto y su ropa un poco arrugada.
- Siento haberte despertado –se disculpó el rubio –Pero quería hablar contigo en privado y supuse que lo mejor sería esperar a que tu padre y tus hermanos se tranquilizasen.
Malfoy era igual que él, pensó Albus, al fin y al cabo los Slytherin se comprenden entre ellos. Podía adivinar sin dificultad que el rubio había adivinado su repentina congoja por la efusividad de su padre y sus hermanos. Al fin y al cabo, él nunca había sido tan cariñoso como ellos.
- ¿Te gusta tu habitación? –rompió el hielo Draco – He pedido que te den la que está orientada hacia los jardines, si no recuerdo mal, solías decir que te gustaba mucho cuando venías aquí durante las vacaciones de verano.
- Ah, se lo agradezco mucho, señor Malfoy.
- No es nada que debas de agradecerme, sólo lo mejor para las personas que aprecio.
Aquellas palabras en boca del rubio era mucho más de lo que muchos podrían esperar. Quizás otros lo verían como algo demasiado formal y frío, pero Albus sabía ver debajo de la superficie, entendía esa actitud. Con esas pocas palabras le demostraba que lo consideraba alguien cercano.
Un silencio bastante prolongado se instaló en la habitación.
- Albus – comenzó de nuevo el rubio – quiero que hablemos antes de bajar a cenar.
- Claro, señor Malfoy.
- A tus hermanos puedes engañarlos y tengo que decir que no es algo demasiado difícil –sonrió le rubio – A tú padre puedes engañarlo, cosa que tampoco es demasiado difícil, debo de añadir –dijo esto con una leve sonrisa en su rostro –Pero a mí no. Tus padres se divorciaron y cada uno ha rehecho su vida de nuevo. Vas a visitar a tú madre a Rusia, pasas algunas semanas con ella, cosa que está muy bien, ya que tus hermanos aún no se dignan a hacerlo. Pero a esta casa casi no vienes –el rubio levantó su mano para frenar lo que Albus iba a comenzar a decir – ¿Por qué?
- Señor Malfoy, yo si vengo a esta casa – a él mismo le había sonado como la excusa de un niño de cinco años.
- ¿Te molesta que tu padre esté conmigo? ¿Esa es la razón? –el rubio avanzó un par de pasos, acortando la distancia entre ambos.
- No, no me molesta –fue la respuesta.
El rubio escrutó su mirada de nuevo, intentando adivinar si era cierta o no la respuesta del hijo de su amante.
- ¿Te molesta que no estemos casados?
- No
- ¿Crees que tu padre va a quererte menos por estar conmigo?
- ¿Qué…? No, señor Malfoy – dijo Albus empezando a perder un poco los nervios –No tengo cinco años, sé perfectamente que eso no influye en mi padre. Soy un Slytherin, sé diferenciar perfectamente esas cosas.
- Pues si de verdad eres un Slytherin… – dijo Draco acortando de nuevo la distancia entre ambos hasta que fue casi imprudente –Te sugiero que empieces a comportarte como tal y dejes esa actitud de Gryffindor orgulloso y dramático que tan empeñado estás en seguir.
Albus optó por apretar sus mandíbulas antes de contestarle lo que tenía en la punta de la lengua.
- Bueno, es hora que baje a ver si todo está en orden –dijo el rubio dando por finalizada esa conversación –Tu padre vendrá a buscarte para cenar dentro de un rato.
- Señor Malfoy…
- Por cierto… –dijo Draco antes de salir –También te sugiero que hables con Scorpius y que resolváis vuestras diferencias. No es agradable estar todos sentados en una mesa donde dos de los comensales apenas se dirigen la palabra.
Si algo bueno tuvo aquella cena fue el retraso de Scorpius en su llegada, aunque como toda Ley de Murphy que debe cumplirse, si algo va mal, siempre puede empeorar. Así que allí estaba Albus, sentado en la enorme mesa de caoba del salón principal de la Mansión Malfoy donde hacía no muchos años disfrutaba cenando con Scorpius y escuchando las historias del Señor Malfoy sobre pociones extrañas y sus aplicaciones.
Sin embargo, ahora él simplemente removía su sopa, escuchando de fondo el parloteo de sus hermanos, contestando de forma monocorde las preguntas de su padre y esforzándose por seguir una conversación que ni le interesaba ni le incumbía.
Pero llegó el momento. Llegó uno de los elfos domésticos anunciando la llegada del señorito. Aún podía recordar cómo odiaba Scorpius que le dijeran de ese modo, aunque había sido una costumbre que nunca había podido quitar a los elfos.
Apareció por las puertas, tan guapo como Albus lo recordaba la última vez. Con su pelo rubio y fino cayendo sobre sus ojos en un flequillo rebelde que su padre siempre le insistía en que lo domase, con su traje de chaqueta negro, su fina corbata negra y su camisa color plomo.
Albus no pudo evitar pensar que en aquel instante uno de esos modelos muggles tan famosos de las grandes casas de modas que poblaban Paris había hecho acto de presencia en aquella cena. Sonrió y saludó. Ocupó su lugar en la mesa.
Lo intentó, lo intentó de verdad, fingir que todo era como siempre, sonreír cuando era necesario y contestar cuando le preguntaban. Intentó recordarse que Scorpius era su amigo del colegio, con quien había compartido habitación siete años, el hijo del amante de su padre. Tenía que verlo como a casi un hermano. No debía pensar en él como lo hacía. Tan sólo serían tres días, sólo tres días y podría volver a su vida en París, a los brazos de Pierre o de cualquier otro.
Contestó cuando su amigo le preguntó qué tal le iba todo por la capital francesa.
