La leyenda de Zelda: Caminos entrelazados.
Prólogo: El destino de los dos.
La tormenta arremetía con fuerza el pequeño valle y las antorchas que iluminaban el descuidado camino que lo cruzaba, apenas alcanzaban a iluminar el camino mas de lo que lo hacía la antorcha que sujetaba una poderosa mano.
Las ramas se estremecían con violencia, dando lugar a un furioso y ensordecedor sonido, amedrentando en cierta medida el corazón del viajero.
Un rayo cayo cerca de donde se encontraba y, por alguna razón, el sonido de este al estrellarse le trajo de vuelta visiones horribles y cruentas de las batallas que había dejado atrás.
Su caballo relinchó violentamente, asustado.
-Tranquilo, ya casi estamos en casa- le dijo, casi gritando para que le oyese.
No paso mucho tiempo hasta que vislumbró una pequeña villa, plenamente iluminada y con las chimeneas echando humo. Al fin estaba en casa.
No había terminado de llegar cuando, a lo lejos, pudo ver una figura corriendo en su dirección.
-¡Mi señor, habéis regresado!-gritó, con una emoción de alegría incontenida.
El viajero esbozó una ligera sonrisa. Era Adalbert, un hombre de su misma edad y que había servido en aquella villa desde que el viajero alcanzaba a recordar. Siempre había estado allí sirviéndole…Mejor dicho, apoyándole, pues no era un sirviente, era su amigo, su amigo desde la más tierna infancia.
-¡Adalbert, me alegro de verte viejo amigo!-.
Abaldert ya estaba en frente suya, y pudo ver que su sonrisa era casi tan amplia como la suya.
-Es bueno verte, Leonard-.
Leonard desmontó del caballo y le ofreció las riendas de su corcel a su amigo.
-¿Me harías el favor de ir a encerrar a esta bestia en el establo?-.
El sirviente cogió con gusto las riendas y accedió con un breve movimiento de cabeza.
-Faltaría más…Además, dejándonos de formalismos…¿Estarás ansioso por ver a tu esposa, no, bribón?- le gritó Adalbert.
-Ansioso es una palabra que se queda corta amigo mio- respondió entre carcajadas.
Y asi, tras el agradable encuentro con su amigo, entro en la villa. Cruzó las puertas de roble que tantas otras veces había deseado dejar atrás cuando era joven, y, nada más cruzarlas, sus ojos se depositaron en otros ojos, unos azules, de un azul electrizante y misterioso. Un azul por el que muchos hombres serían capaces de dejarlo todo y partir hacia la mas peligrosa de las campañas, con tal de robar una mirada de esos ojos.
-Liliana…Estás más hermosa que nunca- susurró el hombre mientras avanzaba a paso ligero hacia ella y, tan pronto como la tuvo al alcance, la atrapó con sus brazos, mientras luchaba por evitar que se le escapasen las lágrimas-Pensé que jamás regresaría al hogar, a ti-.
Liliana soltó un pequeño sollozo, mientras devolvía el abrazo con fuerza. No volvería a dejarlo marchar.
-Te hemos estado esperando, mi amor-.
Leonard aflojó un poco el abrazo, para poder verla la cara. Era tan bella.
-¿Hemos?- preguntó, intrigado…En esa casa solo habitaban la servidumbre y Liliana, y esta no se llevaba bien con la servidumbre, sobre todo con Adalbert.
-Si, hemos. Han pasado un año y dos meses desde que te fuiste a luchar junto a nuestro Rey, y, cuando marchaste, esa última noche…En fin, quede encinta, Leonard- paró un momento para mirarle a los ojos-Leonard, eres padre-.
El hombre quedó sin palabras ante la revelación de su mujer. Era increíble…Si tan solo lo hubiera sabido, no habría partido a la guerra.
-¿Dónde está?-dijo, mientras una enorme sonrisa se le dibujaba en el rostro y unas pequeñas lágrimas caían por sus mejillas.
-Ahora mismo los están trayendo aquí- dijo ella, sonriendo con ternura.
-¿Están?-.
-Sí, son gemelos… Dos barones fuertes y sanos, mi amor-.
Leonard estaba que no cabía en si mismo del gozo. Dos hijos, y ambos barones. Debía ser una bendición de las Diosas y, en efecto, así se comprendía el nacimiento de dos barones en un mismo parto…Se decía que si se producía el caso, un gran acontecimiento pasaría, claro, que solo eran supersticiones.
Dos sirvientas de edad avanzada llegaron a donde se encontraban, y le mostraron a sus dos hijos. Se acercó al primero y observó con orgullo la tez morena que poseía el niño y su gran energía a la hora de moverse. También atisbó el pelo pelirrojo que comenzaba a poblar su pequeña cabeza. El niño había salido a él en cuanto a atributos físicos se refieren. Él mismo tenía la tez morena y era pelirrojo.
Recogió al niño y lo sujeto firme pero suavemente con sus brazos.
-Liliana, ¿cuál es su nombre?-.
Liliana se acerco a él por la espalda, abrazándolo.
-Esperaba que pudieras dárselo tú-.
Leonard miro al niño con detenimiento y, tras meditarlo durante un instante, sujeto al niño con ambas manos y lo levanto con orgullo hasta tenerle frente a él.
-Tu serás Ganondorf Fon Alexander, mi primogénito, hijo de Leonard y Liliana , duques y señores de las tierras de Ordón- dijo, con orgullo.
-Un nombre que dará fuerza y orgullo a nuestro hijo, sin duda- dijo Liliana, sonriendo con dulzura.
De repente, un pequeño llanto sacó a Leonard de su ensimismamiento. El otro pequeño bulto había empezado a llorar, casi como intentando llamar su atención. Dejó a Ganondorf otra vez en brazos de una de las criadas y se acercó al otro pequeño.
-Oh, pequeño, ya estoy contigo- dijo con ternura, mientras retiraba las mantas con sumo cuidado, bajo la atenta mirada de su madre.
Enseguida quedó maravillado ante lo que estaba delante suya. Era un niño, pero por sus rasgos, tan suaves y amables bien podría haber sido una niña, su piel era suave y blanquecina, y parecía muy frágil, casi como una de las muñecas de porcelana que su mujer gozaba comprando en el mercado. Y de repente, al mirarle a los ojos sintió la misma sensación que sentía al mirar a Liliana a los ojos. Eran de un azul tan hermoso como los de su madre, pero la pureza que desprendían era embaucadora.
El niño hizo un gorgorito mientras jugaba con uno de los pequeños mechones rubios que comenzaban a crecer en su pequeña cabeza.
-Es igual que tu, Liliana. He experimentado con él la misma conexión que siento contigo cuando admiro tus ojos- dijo, maravillado mientras cogía al pequeño y lo depositaba en brazos de Liliana- Y dado que yo ya he nombrado a uno de nuestros hijos, has de darle tu un nombre a este pequeño ángel-.
Liliana sonrió y empezó a acunar al pequeño, mientras Leonard hacía lo propio con Ganondorf, que había vuelto a los brazos de su padre.
-En ese caso, le daré un nombre en mi lengua natal, el lenguaje del Reino de Termina. Serás Link Fon Alexander, hijo de Leonard y Liliana, duques y señores de Ordon-.
Leonard sonrió al ver a su hermosa esposa acunando a su pequeño.
-¿Link? ¿Qué significa?-preguntó, curioso.
Liliana soltó una pequeña risita y, mirando a los ojos de su marido preguntó.
-¿Qué has sentido al mirarle a los ojos?-.
-La misma sensación que siento contigo…Una complicidad…Una conexión, pero no te andes con rodeos, dime qué significa de una vez-.
Liliana esbozo una sonrisa.
-Tu mismo lo has dicho, una "conexión"- respondió, riendo.
Leonard también rió aquella noche, una noche en la que la tristeza de la guerra había dejado paso a la felicidad de las nuevas vidas y a la esperanza, la esperanza de un futuro mejor.
Lo que ninguno de los dos adultos hubiesen podido predecir aquella noche, es que sus hijos formarían parte de la historia gracias a sus grandes hazañas.
Fin del prólogo.
