INSEPARABLE

Capítulo 1

18 años después


El Expresso de Hogwarts había partido a las once en punto. Mientras la neblina que inundaba el andén poco a poco se dispersaba, las familias seguían saludando al aire, mirando al tren perderse en la distancia. Varias madres se secaron las lágrimas con la punta de los pañuelos de sus maridos, quienes las abrazaban afectuosamente. No como Astoria, quien era lo suficientemente firme como para no permitirse tales muestras de afecto, aunque en realidad, amase a su hijo más que a su propia vida. No como Draco, quien nunca se hubiese permitido el mostrar tal cariño por su mujer, sobre todo en aquel lugar tan concurrido.

Se encontraban de pie, lado a lado, sin tomarse siquiera de la mano. Mientras Astoria seguía mirando el punto en que el tren había finalmente salido de su campo de visión, Draco miraba disimuladamente a aquel grupo que se encontraba a su izquierda, a unos escasos veinte metros de ellos.

No veía a ninguno de los pelirrojos, o al hombre de cabellos negros que durante su infancia había sido su rival. De entre aquel grupo de seis personas que conversaban animadamente (contando a los dos niños de nueve años), solo tenía ojos para la mujer de largo cabello castaño.

Un torbellino de pensamientos inundó su mente, provocándole una punzada en el estómago. Aquellos recuerdos que había guardado durante dieciocho años habían regresado a él, mientras veía a la mujer tomar de la mano a su esposo pelirrojo, y alejarse para regresar al mundo muggle, con su hijo menor, tan parecido a su padre, caminando delante de ellos.

-Draco… -su esposa pronunció su nombre en un susurro firme, con lo que él la miró. Se parecía a aquella leona, pero al mismo tiempo, eran diferentes. Cabello castaño, mismo color de ojos, estatura similar…

Tomó la mano que la mujer le extendía (era después de todo ya hora de marchar), y al igual que el resto de magos y brujas que aún se encontraban en el andén 9 y ¾, los Malfoy también emprendieron el camino para cruzar la barrera que separaba los andenes 9 y 10. Sintiendo un dolor en el pecho, Draco se apuró a ignorar aquellos pensamientos, y concentrarse en lo que era ahora su vida.


Quizá los Malfoy no hubiesen llorado por la partida de su único hijo a Hogwarts, pero los Weasley y los Potter si habían derramado un par de lágrimas. Hermione, Ginny, e incluso Lily, la menor de los Potter, habían sucumbido a la emoción, y ahora se apuraban a limpiarse el rostro, mientras sonreían. Ron había igualmente abrazado a Hermione, rodeando sus hombros (y con Hugo pegado a su pierna izquierda), mientras que Harry daba un tierno beso a Ginny en la mejilla, al igual que a Lily, la menor de sus tres hijos.

Ambas familias se quedaron mirando un rato más a la distancia (el tren había desaparecido completamente de la vista y la neblina finalmente se había disipado por completo) antes de mirarse entre ellos, dispuestos a despedirse. Después de todo, la rutina que se había vuelto su día a día debía de continuar su curso. Los Potter fueron los primeros en marcharse. Tomando ambos de la mano a la pequeña Lily, no tardaron en cruzar la barrera que dividía los andenes nueve y diez, para adentrarse al mundo muggle.

-¿Te encuentras bien? –preguntó Ron en un susurro, mientras veía a su hermana y su mejor amigo alejarse, aún con aquella sonrisa en el rostro, para que su hijo Hugo no los escuchase y no sospechase que algo raro sucedía.

Hermione se limitó a sacudir levemente la cabeza, indicándole que lo olvidara. La sonrisa con la que ella respondió, indicaba que no había sido nada de qué preocuparse. Ron, ya fuera porque en verdad confiaba en que no era nada importante, o para evitarse una preocupación que no le interesaba, prefirió no discutir: durante aquellos últimos años, Hermione estaba tan ocupada con el trabajo, que no era nada extraño que debido al estrés, sufriese pequeños mareos. No le costó mucho el convencerse a sí mismo que aquel repentino desmayo de su mujer no era nada nuevo.

Así que aún con los rostros sonrientes, Ron se apuró a tomar la mano de Hermione, y con Hugo caminando delante de ellos, los tres Weasley cruzaron la barrera y finalmente salieron de Kings Cross, dirigiéndose a su vehículo.

Para la pequeña familia, la primera parada era la escuela donde su hijo menor, con el mismo cabello pelirrojo de su padre, estudiaba la educación primaria. Había sido Hermione quien había insistido que sus hijos cursasen una educación muggle hasta que fuera la hora de iniciar Hogwarts, por lo que aquella mañana habían pedido permiso a la directora de la escuela para que Hugo entrase tarde, pues debían "llevar a su hermana mayor a tomar el tren para su nueva escuela que es un internado en el norte del país".

Así que tras manejar durante aproximadamente veinte minutos, y despedirse del pequeño niño pelirrojo en el portón de la escuela, esta vez Hermione manejó hasta el Caldero Chorreante, donde detrás de aquel inadvertido establecimiento, se escondía el Callejón Diagon. Aquella era la primera parada para Ron. Como Administrador de Sortilegios Weasley, la tienda de artículos de broma que uno de sus hermanos mayores había fundado, y ahora él era dueño parcial, era su deber el estar al pendiente de todas sus sucursales (habían abierto tiendas nuevas no solo en Hogsmeade, sino también en Cambridge, Glasgow e inclusive Dublín) por lo que tras aparecerse y desaparecerse por todo el país, supervisando cada uno de los locales, el hombre regresaba a casa hasta tarde.

El pelirrojo se despidió de su esposa con un beso en la frente, y tras desearse un buen día mutuamente, la mujer de largo cabello castaño condujo su Ford Fiesta color gris hasta el Ministerio de Magia (un corto trayecto de menos de diez minutos) donde tras aparcar en una calle cercana, finalmente entró al edificio.


-Buenos días, Harry –saludó Hermione de nueva cuenta, apenas entró al Atrio. Igual que ella, el hombre de cabello negro y ojos verdes acababa de llegar al Ministerio, debido a que al igual que los Weasley (mientras Ginny debía regresar a las oficinas de El Profeta, donde era la Editora de Deportes), habían tenido un ligero desvío para llevar a la menor de los Potter, Lily, a su escuela muggle.

-Buenos días, Hermione –respondió Harry, mientras ambos subían a un elevador, y él pulsaba el botón correspondiente a su planta.

Bajaron del elevador al mismo tiempo; después de todo, ambos se dirigían al segundo piso. Sin embargo, debido a que Harry era el Jefe de la Oficina de Aurores, y Hermione la Jefa del Departamento de Seguridad Mágica (y por tanto su superior), se separaron una vez más cuando entraron a sus respectivas oficinas.

La oficina de Hermione era una amplia habitación con una enorme ventana que provocaba que el lugar estuviese muy bien iluminado. La luz del sol hacía brillar las estanterías de madera clara (llenas de libros que abarcaban una infinidad de temas, aunque la mayoría era de leyes mágicas), así como su amplio escritorio (cubierto de mil y un papeles con asuntos pendientes). La mujer de cabello castaño avanzó con paso decidido por su oficina, y tras sentarse en su cómoda silla giratoria de respaldo alto, intentando olvidar aquel repentino desmayo que había sufrido en el andén 9 y ¾, se acercó a su escritorio y comenzó a organizar sus papeles.

Los pendientes de aquel día eran nada fuera de lo común: El Departamento de Sustancias Intoxicantes solicitaba su actualización anual de sus equipos de seguridad, mientras que la Oficina Contra el Uso Incorrecto de Artefactos Muggles pedía una nueva bodega para poner en cuarentena los objetos retenidos. El Wizengamot, como cada mes, solicitaba túnicas nuevas, y la Oficina del Uso Incorrecto de la Magia pedía nuevamente montañas de papelería para mantener sus expedientes bien organizados.

Hermione se dispuso a organizar aquellos pendientes, según el orden de importancia. Rio ante la solicitud del Wizengamot y se limitó a negarla estampando su firma con tinta roja. Posteriormente comenzó a revisar las cotizaciones del nuevo equipo de seguridad, aunque en realidad, no podía concentrarse en ello. Su mente seguía regresando a aquella mañana en el andén 9 y ¾, y como su hija mayor, Rose, regresaba al colegio. Quizá no fuese su primer año en Hogwarts, pero empezaba ya a cursar tercero: aquel era el año de su selección, al igual que James, su sobrino. Estaba seguro que el hijo mayor de Harry y Ginny quedaría en Gryffindor (¡Como todos los Potter y Weasley!), y gran parte de ella confiaba en que Rose le haría compañía en la casa de los leones, pero aun así, no podía evitar sentirse nerviosa.

Mientras miraba el listado de papelería que requería la Oficina del Uso Incorrecto de la Magia, recordó a Rose aquella mañana. Desde que habían salido de casa se le notaba sonriente, y hasta cierto punto, ansiosa, algo extraño en ella, pues la niña era muy tímida y reservada. Sonrió pensando que quizá si la mayor de los Weasley no terminaba en Gryffindor, no estaría tan mal. Y entonces, recordó como su pequeña hija (ya no tan pequeña) había subido al Expresso y regresado al cabo de unos minutos con su túnica ya puesta, y como posteriormente se acercaron los Malfoy para ofrecer un breve saludo…

Y el estómago se le encogió.

Hacía dieciocho años que no veía a Draco Malfoy. Sabía que acudía de vez en cuando al ministerio: la vieja costumbre de los Malfoy de involucrarse en la política parecía también correr por sus venas, aunque durante todos esos años, nunca se había topado con él. Sus visitas eran rápidas, y se limitaban a una breve reunión con el Ministro Shacklebolt, antes de salir corriendo del Ministerio, como si no quisiese que nadie lo viese por allí. También sabía que Malfoy había heredado los negocios de su padre, y que vivía aún en la Mansión Malfoy, pero en realidad, no sabía qué había sido de su vida. Era por ello que verlo aquella mañana la había tomado totalmente por sorpresa. Sabía que tenía un hijo (Harry le había comentado que tenía más o menos la misma edad que Albus), pero nunca lo había visto. Hasta aquella mañana, en que había podido comprobar que era igual a Draco cuando tenía su edad. Y Draco… los años le habían sentado bien. Había crecido un poco más, seguía siendo delgado, pero esta vez un poco más tonificado, su piel seguía teniendo aquel tono pálido, su rostro seguía siendo afilado, su cabello aún era de aquel color rubio platinado, y sus ojos…

Aquellos ojos azules tan intensos que sentía que le leían el pensamiento cuando la veía. Pero, ¿alguna vez la había volteado a ver siquiera? Sintió un escalofrío recorrer su piel al recordar el desmayo que había sufrido aquella mañana. Aquel dolor de cabeza, acompañado por esa visión… ¿Un sueño? No, hacía años que había comprendido que no era un sueño. Un recuerdo tampoco, aquello simplemente se encontraba en un plano que le indicaba que no podía ser real…

Una alucinación, estaba seguro de que eso era. Una extraña alucinación donde por un instante, podía jurar que amaba a Draco Malfoy. Una cruel jugarreta de su mente el hacer que aquellas imaginaciones solo involucrasen a el ex Slytherin, en escenarios y actitudes que simplemente nunca podrían ocurrir, porque no importase si Hermione creía tener sentimientos por el rubio, era más que lógico que a pesar del paso de los años, él la seguía odiando.

Continuó pensando en ello durante el resto de la mañana (no era como si quisiese, pero parecía que le era imposible el sacárselo de la cabeza), mientras intentaba volver a concentrarse en sus pendientes, cosa que simplemente no logró. No le quedó de otra más que darse por rendida cuando el reloj indicó las dos de la tarde, pues era hora de que fuese a recoger a Hugo al colegio, y lo llevase a casa a comer. Sin embargo, acababa de cerrar aquel expediente para la requisición de la nueva bodega por parte de la Oficina de Artefactos Muggles, cuando un ligero "toc-toc" se escuchó en su puerta.

-Adelante –dijo sin prestar mucha atención.

La puerta se abrió al momento, y por allí entro la Jefa de la Oficina del Uso Incorrecto de la Magia, una bruja de cabello negro y piel morena. Era bajita y un poco regordeta, además de que usaba lentes de montura redonda.

-Eleonor, voy de salida –exclamó la castaña en un quejido.

Eleonor Quirke, su antigua compañera en el colegio, y ahora compañera laboral, quien llevaba una gruesa carpeta entre las manos, cerró la puerta detrás de sí, y mientras su rostro adoptaba una expresión de pena, avanzó con paso rápido hasta detenerse frente al escritorio de su jefa.

-Soy consciente de ello, Hermione. Pero esto es urgente. Quería entregártelo antes de que iniciara el fin de semana.

Abrió la carpeta y la colocó delante de Granger. Hermione (quien se encontraba poniéndose el saco) se inclinó sobre la mesa para verlo bien.

-Ley de Detección, Confiscación, Regulación y Registro de Artefactos Tenebrosos –leyó la Jefa del Departamento de Seguridad Mágica.

-Es apenas un borrador –replicó velozmente Eleonor-. Pero el departamento quería que le dieses un vistazo antes de presentarlo ante el Wizengamot, lo cual esperamos sea la próxima semana –Hermione pasó un par de hojas aquí y allá, mientras Quirke seguía explicando-. Básicamente la idea es tener un registro de artefactos que puedan ser considerados peligrosos o relacionados con las artes oscuras, con el fin de tener un control y culpables, si algo llegase a ocurrir.

-"Algo" –repitió Hermione.

-Llevamos casi veinte años de paz –dijo Eleonor, aún nerviosa-, pero nunca está demás ser precavidos.

-De acuerdo –fue la respuesta de Hermione, poniéndose de pie y cerrando la carpeta-. Lo leeré en casa.

-Muchas gracias –dijo Eleonor, apurándose a dar media vuelta y salir de la oficina.

Hermione la siguió prontamente, aunque cuando salió al pasillo, no vio a la mujer de cabello negro por ningún lado. Para ser tan bajita, Eleanor era muy veloz. Sin darle mucha importancia a aquello, la Jefa del Departamento de Seguridad Mágica se sujetó de aquella carpeta con firmeza, y emprendió el camino a los elevadores. Tras un corto viaje de menos de quince minutos desde la oficina hasta la escuela de Hugo, ambos Weasley subieron de nueva cuenta al auto, y emprendieron el viaje de regreso a casa.

-¿Te sentirás solo esta tarde, ahora que Rose ha vuelto al colegio? –preguntó Hermione a su hijo menor, quien iba sentado en el asiento del copiloto.

-No si me entretengo viendo la televisión –fue la respuesta del niño. Su madre no pudo evitar fruncir el entrecejo.

-Después de que termines la tarea.

-¡No es justo mamá! Sin Rose me tomará siglos…

Cuando llegaron a casa, los Weasley continuaron con su rutina de la mejor manera que pudieron. Hermione preparó el almuerzo, aunque esta vez sentados a la mesa solo estaban ella y Hugo. Se podía sentir la ausencia de Rose en la casa (los niños solían discutir todo el tiempo), en especial porque era cierto que la muchacha ayudaba a su hermano menor con las tareas, así como la de Ron, que cada día dedicaba más atención a Sortilegios Weasley.

Para eso de las cuatro de la tarde, Hermione dio un beso a Hugo en la frente y tras hacerle prometer que no prendería el televisor hasta haber terminado la tarea, volvió a salir de la casa para regresar al Ministerio de Magia.


Al otro lado de Londres, la rutina para Draco Malfoy era considerablemente diferente. En especial ahora que su único hijo se había marchado de casa para estudiar en Hogwarts. En años anteriores, mientras el heredero de la fortuna Malfoy trabajaba como director de Industrias Malfoy, Scorpius hacía compañía a su padre mientras lo miraba responder importantes cartas o dar órdenes a sus subordinados. Después de todo, era muy probable que algún día, Scorpius heredase el puesto de Director de su padre; más le valía aprender desde pequeño a manejar los negocios. Sin embargo, también había días en que la presión de dirigir una empresa multinacional era demasiada y era preferible que Scorpius se quedase en casa haciendo compañía a su madre Astoria, mientras ella lo instruía en la magia.

Fue por ello que aquella mañana de 1ro de Septiembre, cuando Astoria y Draco se hubieron despedido de Scorpius en Kings Cross, y se hubieron desaparecido para reaparecer en la Mansión Malfoy, inmediatamente las cosas tomaron un rumbo distinto al usual. Astoria se excusó diciendo que tenía un dolor de cabeza, y se recluyó en su habitación, donde se dispuso a reposar toda la mañana, y gran parte de la tarde.

No era como si la señora Malfoy no sufriese de dolores de cabeza (durante los últimos años se habían vuelto muy frecuentes, y hacía apenas un par de años había comenzado también a quejarse de dolores en el pecho y articulaciones), pero comúnmente para no asustar al niño, Astoria fingía que no era nada importante. Ahora, con la ausencia de su único hijo en la Mansión, Astoria podía simplemente desaparecerse durante todo el día, intentando calmar aquellos dolores que la aquejaban y sólo indicaban una cosa: la maldición que se cernía sobre ella se acentuaba; el tiempo de su muerte estaba cerca.

Aquel era un tema tabú entre ella y su marido. Ninguno de los dos lo mencionaba, aunque cada uno tenía motivos diferentes. Mientras Astoria confiaba en que aquel día se retrasase para poder seguir disfrutando de la compañía de su hijo (lo que más amaba en esta vida), Draco no podía esperar a que el día en que se viese viudo llegase, pues aquel matrimonio sin amor lo estaba consumiendo, lentamente llevándolo a la locura. Si no fuese por Scorpius (al que igualmente amaba con todo su corazón), hacía años que se hubiese rendido. Ahora que su hijo se había marchado a Hogwarts y tuviese que esperar hasta Navidad para volverlo a ver, no pudo evitar preguntarse cómo demonios sobreviviría durante aquellos meses. Esperaba que el trabajo lo absorbiese por completo, para ir a casa lo mínimo posible, aunque se tratase de interminables y aburridas juntas, o problemas legales. Lo que fuera para estar ocupado en sus negocios, y no tener que ver a su mujer.

Fue por ello que aquella mañana, después de que Astoria se perdió escaleras arriba dirigiéndose a su habitación, Draco permaneció en el comedor de la Mansión, tomándose su tiempo para beber una taza de café y leer el periódico, antes de subir a su Mustang Negro (le había agarrado el gusto a ciertos inventos muggles, como los vehículos y los celulares) y emprender el viaje desde Cambridge hasta Londres (un trayecto de poco menos de dos horas), donde el Edificio Central de Industrias Malfoy lo esperaba para atender los asuntos que se había dejado pendientes la tarde anterior.

Industrias Malfoy se dedicaba a todo. Gracias a los Greengrass (quienes eran accionistas de muchas empresas mágicas) y la fusión entre sus negocios debido a su matrimonio, Industrias Malfoy estaba relacionada desde la fabricación de escobas voladoras, hasta la venta de polvos flu, túnicas, pociones y criaturas mágicas. Y si aquello no era suficiente trabajo de supervisión, Industrias Malfoy acababa igualmente de incursionar en negocios muggles: desde montaje de automóviles, hasta venta de celulares y aparatos electrodomésticos.

Sin embargo, aquella mañana Draco Malfoy no pudo concentrarse en aquellos inventos muggles que no dejaban de intrigarlo, ni en el prototipo para la nueva escoba de carreras que esperaba superase a la aún vigente Saeta de Fuego. Lo que ocupaba la mente del Director Malfoy, era nada menos que su hijo Scorpius. Sabía que debido a la nueva política de Hogwarts (que de nueva no tenía nada pues estaban por cumplirse veinte años desde su implementación), los nuevos alumnos no serían sorteados hasta su tercer año, pero no por ello dejaba de sentirse inquieto. Scorpius había aprendido mucho en casa sobre la magia, pero inclusive las mejores familias de magos no tenían mucha ventaja una vez que entraban a estudiar a Hogwarts. Y sin embargo, no era la educación mágica lo que preocupaba a Draco. Sabía que Scorpius era lo suficientemente inteligente como para sacar buenas notas. No, lo que preocupaba al hombre de cabellos rubio platinados y penetrantes ojos azules, era el peso de su apellido: ¿Tendría problemas Scorpius para hacer amigos, por el simple hecho de ser un Malfoy?

Había hecho todo lo posible para dar un significado nuevo a aquel apellido, aún perteneciente a los Sagrados Veintiocho: había dado incontables cantidades de oro al Ministerio de Magia, para ayudar en todo lo posible en su afán por restablecer el orden mágico, había mejorado las condiciones laborales de todos sus empleados, incluyendo sus elfos domésticos en su propia casa, e inclusive había fundado aquella filial de Industrias Malfoy que trabajaba con muggles, en afán de demostrar que los nuevos tiempos que corrían no le eran indiferentes, e inclusive los apoyaba.

Pero se seguía preguntando si aquello había sido suficiente.

Durante sus primero dos años, Scorpius tendría que compartir dormitorios con todo su curso, hasta tercer grado que el Sombrero Seleccionador lo mandase a alguna casa. Sabía (no tenía ni la menor duda) de que su hijo terminaría en Slytherin como él, como su padre, como su abuelo… como la larga tradición de Malfoys que habían pertenecido a la casa de Merlín. Esperaba que dos años fuesen más que suficientes para terminar de limpiar su apellido, y que aquel futuro acontecimiento no lo tirase todo por la borda.

Recordó como Scorpius se encontraba mitad nervioso, mitad ansioso, mientras él y Astoria lo seguían por el andén 9 y ¾. Recordó aquel hurón que su hijo llevaba en su canasta; animal que él había pedido en la tienda de mascotas (¿Por qué no una lechuza? ¡Todos quieren una lechuza!), y que su madre no había perdido ni un segundo en comprarle. Para colmo de males, se trataba de un hurón completamente blanco. Se preguntó si Astoria se estaba burlando de él, pero prefirió no decir nada.

Y así, con aquel hurón que le recordaba malos momentos de su adolescencia, con aquel baúl cargado con libros que él mismo había estudiado hacía muchos años, tomado de la mano de una mujer que pese a ser su esposa no era el amor de su de vida, la visita al andén 9 y ¾ le había llevado a otro encuentro:

Aquella mujer de cabello castaño, piel bronceada y ojos avellana, que él había amado en su adolescencia, y a la cual había dejado ir. Desde hacía dieciocho años que no la había visto. A pesar de que solía acudir al Ministerio de Magia, hacía todo lo posible para no toparse con ella. No podía hacerlo. Sostenerle la mirada, intercambiar un saludo… aquellos simples gestos hubiesen sido suficientes para hacerlo caer de rodillas frente a ella, pidiéndole perdón por lo que había hecho, perdón por algo que ella no recordaba. O peor, quizá se abalanzase sobre ella, abrazándola firmemente y besándola apasionadamente, lo que provocaría que Granger lo repeliese pues simplemente nunca sabría que durante unos cuantos meses, hacía mucho tiempo atrás, ella lo había amado.

El encuentro de aquella mañana en el andén lo había tomado por sorpresa. Fue por ello que había tenido que hacer uso de toda su fuerza de voluntad para contener todos aquellos sentimientos que había acumulado durante tantos años, al verse rodeado por el par de Weasley, Potter, y los hijos que ambos matrimonios tenían ahora. Debía comportarse a la altura, como el Director de Industrias Malfoy.

Sin embargo, su porte se había visto amenazado con desaparecer cuando vio como Hermione se desmayaba delante de él, tal cual había hecho hacía mucho tiempo. ¿A caso sufría de una enfermedad crónica, igual que su mujer? Quizá fuese un simple desmayo debido al estrés de la oficina (sabía que recientemente la habían ascendido a Jefa del Departamento de Seguridad Mágica y eso conllevaba mucha responsabilidad). O quizá simplemente fuera algo sin importancia, un leve mareo por no haber desayunado debido a las prisas por llegar al andén a tiempo…Pero debido a que no tenía ni la menor idea de a qué se debía aquel desmayo, no podía evitar preocuparse.

Intentó ignorarlo, concentrarse en los asuntos que tenía que atender, pero su mente se empeñaba en recordarle como su figura se había estilizado, su cabello se había alaciado y su rostro se veía ahora si bien aún serio, también se veía más amable. Si, a Hermione Granger los años le habían sentado bien. Si como adolescente era ya hermosa, ahora que era toda una mujer, se veía simplemente bellísima, e irresistible.

Se preguntó si tendrían que volver a pasar dieciocho años antes de volverla a ver.


Hola a todxs de nueva cuenta!

Les dije que volvería, y ahora sí, después de casi 6 años, aquí esta: la continuación de Mundos Distantes.

Si he de ser honesta, el motivo por el cual no había comenzado a publicar este fic, era debido al título del mismo (lol). Igual que en todas mis historias, tengo muy en claro qué es lo que quiero que ocurra, y aunado a la necesidad de escribir ya ya ya! esta continuación, mis dedos trabajaron como locos. Pero... pero simplemente no encontraba algún título que le hiciese justicia a la historia.

Al final me decidí por "Inseparable", que nada que ver con "Mundos Distantes", pero ya ven... En fin, dejemos de lado mis traumas de escritora, y comencemos a desmenuzar este fic.

Este capi es más o menos un prólogo: una breve introducción, exactamente donde quedó el epílogo e Mundos Distantes, para que conozcamos un poco de los cambios que han tenido la vida de nuestros protas, así como su día a día. Al igual que en Mundos Distantes, la historia girará en torno a Hermione y Draco, por lo que no esperen un avance o detalle muuuy profundo con otros personajes (ejemplo, Harry y Ron). Igualmente, en uno de los reviews que me dejaron en el epílogo de la primera parte, alguien me hizo la observación de que, ahora que tienen hijos, los niños serían piezas importantes... No quiero dar spoilers, pero sí les puedo decir que no los verán tan seguido como quisieran debido a (más que nada) que la mayoría están en Hogwarts, y no tiene caso describir el día a día de ellos, cuando (honestamente) es irrelevante para la trama principal.

En fin, igual que siempre, mi comentario ya quedó kilométrico. Espero me perdonen por ello. Al igual que siempre, estoy atascada de trabajo en la oficina, por lo que nuevamente no creo tener mucho tiempo de responder sus reviews; pero les aseguro que los leeré todos, y todos (buenos, malos o desgarradores) los aceptaré con gusto, pues para eso son las críticas, para mejorar.

Disclaimer: si ya llegaste hasta aquí, y no has leído la primera parte, la puedes encontrar en mi perfil, como "Mundos Distantes Re:Ed". No vayan a leer el que NO dice "Re:Ed", porque es una versión desactualizada, y este fic se basa directamente en la última versión Re Editada... O hagan lo que quieran, quién soy yo para mandarlos (lel).

Les mando abrazos y besos, y disfruten del fin de semana. Como dicta la costumbre, las ups se harán todos los sábados, a menos que me surja alguna emergencia, para lo cual intentaré avisarles con tiempo. Dicho esto, disfruten del fic, dejen sus reviews, follow, y favorite, y nos seguimos leyendo. Sigan bellos!