No podía evitar sentir esa angustia invadir mi cuerpo mientras ella luchaba por sobrevivir. Luego ese alivio cuando fue la ganadora de los Sexagésimos Séptimos Juegos Del Hambre. Mi melliza, Cashmere, había ganado. Luego vino la felicidad de pensar en todo el tiempo que pasaríamos juntos. Hasta que claro, por supuesto, llegaron los Sexagésimos Octavos Juegos Del Hambre.

Adivinen ¿quien salió? Yo. Era el momento de mostrar mi fuerza y habilidad por todos estos años de entrenamiento en el Distrito 1. Y lo logre. Gane. Quizás por ser "una belleza clásica" que cautivo al Capitolio. O por ser el mellizo de Cashmere. O porque Cashmere fue mi mentora. Millones y millones de causas en mi mente, pero al fin y al cabo gane. Y estar junto a mi familia, y Cashmere.

Todo era tan maravilloso, hasta que esa horrible realidad volvió a golpear nuestros rostros.


—En el veinticinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que sus hijos morían por culpa de su propia violencia, todos los distritos tuvieron que celebrar elecciones y votar a los tributos que los representarían. En los cincuenta aniversario, como recordatorio de que murieron dos rebeldes por cada ciudadano del Capitolio, todos los distritos enviaron el doble de tributos de lo acostumbrado. Y ahora llegamos a nuestro tercer Vasallaje de los Veinticinco.

—¿Que otra manera cruel va a inventar?—cuestiono Cashmere, sarcástica. Ni a ella ni a mi nos gustaban los Juegos. Eso estaba bastante claro, sin embargo cada año en el Capitolio nos encontramos con llamativos trajes y una falsa sonrisa, fingiendo emoción y alegría por ver como inocentes niños sin culpa son asesinados sin culpa ni motivo.

—Esperemos que no sean mentores, sea lo que sea.—decía nuestra madre, tomando nuestras manos con una dulce sonrisa. Cashmere le sonrió, mientras yo apreté con cariño su mano. Estaba nervioso y de cierta forma ansioso por ver que sucedía en este Vasallaje, exactamente el primero que puedo "contemplar".

—Tranquila mamá, ya estamos a salvo.—le aseguro ella, con una sonrisa. Solo mire fijamente el televisor, esperando oír. Mire, y note como el Presidente Snow estaba listo para leer. Me acomode en el rojo sillón y pestañeé un par de veces para observar mejor.

—En el setenta y cinco aniversario, como recordatorio a los rebeldes de que ni siquiera sus miembros más fuertes son rivales para el poder del Capitolio, los tributos elegidos saldrán del grupo de los vencedores.

¿Que...?

—¡No pueden hacer esto!—chillo mi madre, con lagrimas en los ojos. Cashmere estaba intentando consolarla. Ha decir verdad, yo estaba asimilando esto. No tenía idea, y realmente no sabía si estaba en peligro o no. O si Cashmere lo estaba...

—Tranquila mamá, en el Distrito 1 hay millones de Vencedores. Hay posibilidades.—dijo ella, aun con una sonrisa. ¿Como podía sonreír?.

La miro sorprendido.

—¿Lo dices en serio?¿Crees eso?—le cuestiono, quizás muy tajante. Ella no me respondió. Suspire, harto. No quería un melodrama. No otra vez. Con los Juegos de Cashmere y los míos ya había habido suficiente e insoportable dramatismo, y sinceramente lo odiaba.

Salí de la casa en nuestros barrios de Vencedores. No tenía muy claro a donde quería ir, pero simplemente no quería estar.

Termine en un bar recordando con amigos viejos tiempos.

Tonto, pero realidad.

Decidí volver cuando estuve lo suficientemente sobrio. No quería causar problemas, aunque suponía tener algunos. Y me daba igual.

Llegue a casa como a las 10. Al entrar me encontré a mi madre tomando un café en la sala de estar. Llevaba su bata rosada ajustada a su delgada y curvilínea figura y su rubio cabello suelto hasta la altura de los hombros. Mi madre era aun joven, como de 50 años, y bastante guapa. O sea, solo miren a sus hijos. Yo y Cash tenemos que haber salido tan bien por alguien.

—¿Donde está Cashmere?—le pregunte, neutral. Ella señalo la cocina. Nunca he sido muy unido con mi madre, pero tampoco tengo una mala relación con ella. Es simplemente poca conversación.

—Lleva en una llamada como una media hora.—dijo, colocando cara de preocupada. Asentí y me acerque a la cocina. En vez de abrir o llamarla, simplemente me quede escuchando.

—No, no puedo. No ahora. Presidente...e-entiendo...esta bien.—decía ella, con un tono suave.—Entiendo perfectamente, Presidente. Haré caso.

Fue suficiente para querer detenerme de escuchar el resto. Me separe abruptamente de la puerta y camine a mi habitación. Me encerré con llave. No se si mi madre habrá notado mi actitud o no, pero no me importaba. Daba igual.

Porque todo era una mierda.

Era una mierda y odiaba esto.

Sabía perfectamente lo que ella estaba pasando, y lo detestaba. No lo nombraba, no lo mencionaba, no le contaba. No lo detenía. Y por eso cada día me odiaba más, por ser un idiota. Por ser un idiota lo suficientemente inútil como para no poder ayudarla.

¡Joder, odiaba esto!

Como un idiota, me desquito con las cosas. Lanzo esa lampara que tengo cerca mío al suelo, destruyéndola. El ruido es enorme.

—¡Gloss! ¿Que sucede?—pregunta mi madre, con un tono preocupado desde el otro lado de la puerta.

—Déjalo mamá. Aun debe seguir ebrio.—le dice Cashmere, probablemente al lado de ella. Gruño, molesto. ¡No estoy ebrio!

Que sea un idiota es distinto. Y la ciega de Cashmere no lo ve. ¡Joder! ¿Por que no lo ve?

—Pero si esta insoportable. Ya ni siquiera lo reconozco.—dice mi madre, enojada. Yo estoy enojado, y que ella se enoje realmente no le convenía mucho. No quería golpear a una señorita, y menos a mi mamá, pero si las cosas se salían de control realmente no sabía como podía terminar esto.

—Mamá, solo déjalo. Ya se le pasará.—le dijo Cashmere, intentando calmarla. Joder, odio a Cashmere siendo pacifista. ¿Que paso con esa actitud presumida y orgullosa de sus Juegos?

¿Que mierda le sucedió?.

No la reconozco. No reconozco a la persona que más he adorado, y esa mierda asusta más que todos los Juegos, el Capitolio y Snow juntos.