Ironman no me pertenece. Fragmento basado en escenas de la primera película.
Teñido de rojo
Lo primero que podía recordar era una explosión. El estallido estruendoso que retumbaba en el aglomerado de sus pensamientos, deslizándose en una columna de humo y fuego. Sólo podía existir para ver el negro y el naranja mezclándose contra el azul celeste y el marrón de las montañas en una combinación inesperada e inconexa.
En alguna parte, las melodías de una música olvidada… El profundo silencio en un mundo de ruido. Ninguna palabra podía rescatar de los diálogos escondidos, ninguna esperanza para la soledad que se arrastraba entre sus dedos.
Una lluvia de balas, la luz penetrando los agujeros, las marcas en la oscuridad del interior. Disparos y miedo. Un miedo que lo mantuvo alerta y aturdido, enfermo y consciente. Más entumecido más de lo que pretendía afirmar alguna vez. Más activo de lo que había pensado ser en cualquier momento. Y luego, tres cuerpos caídos.
Más fuego, más disparos, más explosiones. Tanto caos. Y podía recordar que había corrido. Porque correr era algo instintivo, algo que no haría en cualquier situación, algo que no ameritaba pensar. Tan impropio que se sentía adecuado y que, repentinamente, parecía necesario e imperioso. Corrió, tropezó y cayó cuando todo volvió a sacudirse en un estallido. Vio las letras blancas, enmarañadas en su nombre, en el misil oscuro que aterrizó a su lado cuando su cuerpo se tambaleó. Su apellido impreso en el misil llenó cada rincón de su mente como la prueba de que era sus creaciones serían su propia destrucción.
Tan desesperante. Tan asfixiante.
Nunca se había sentido tan indefenso.
No sintió nada, privado de cualquier sentido y coherencia, hasta que el dolor penetró el chaleco protector. La causa no era sino una nueva explosión sacudió la tierra y lo envió lejos, arrojándolo al suelo. El fuego naranja persistía contra la nube cenicienta que antes no había estado allí. Y todo era polvo y ceniza. Jadeó en busca de aire, con los pulmones ardiendo por las cenizas y la piel rasgada por líneas carmesí. Sus manos eran torpes moviéndose sobre su camisa, rasgando la tela sin cuidado. Sus ojos no podían ver más allá del polvo y el humo. Y cayó, aunque no fue como antes.
Porque ya no había donde caer. Salvo en la penumbra de la inconsciencia, que ya prometía arrullarlo en el canto de la muerte.
Entonces, todo se tornó negro.
Pero era un negro teñido de rojo, como la sangre que brotaba desde su pecho.
N/A: Me gusta escribir a Tony porque Tony es muy complejo.
