Disclaimer: Card Captor Sakura y sus personajes no me pertenecen. Son creación del maravilloso grupo de las Clamp. La historia es de mi autoría. Si hubiese algo similar con otra historia de esta u otra página es mera coincidencia.
Al final, sólo queda la esperanza
Por: Lyra
Tokio, Noviembre de 1860
Aquel anochecer llovía a cántaros. Nadie deambulaba por la extensa avenida que tenía su fin en el barrio portuario. Japón había estado prácticamente aislado del resto de la Tierra por más de un centenar de años y en ese momento, abría sus puertas por fin a un mundo que aún estaba inconsciente de todas las desgracias que se le vendrían encima en los próximos años. Pero todo estaba tan tranquilo en ese momento, en un ambiente apaciguado por el humo emanado desde cada uno de los cañones de las sencillas casas que resguardaban a los habitantes de la capital, amenizada sólo por el sonido de las gotas de lluvia en los techos grises y fuentes de agua de los jardines aledaños.
De pronto, resonando en los adoquines, unos suaves pasos ayudados por sandalias de madera irrumpieron en la presencia desolada de la naturaleza. Una joven de cabellos castaños caminaba atormentada en el silencio de una ciudad que escasamente detenía su movimiento. Empapada, seguía marchando, sin importarle demasiado que su yukata ajado y descolorido se impregnara del agua que caía desde el cielo sin piedad. Con el rostro pálido y sus ojos verdes sin brillo, observaba a su alrededor, pensando, esperando que ocurriese el milagro que sabía en el fondo de su corazón quizá nunca llegaría: encontrar a su hermano.
Sakura había perdido a sus padres hace ya un año, producto de una enfermedad desconocida, al menos en ese momento. Todo marchaba en forma bastante normal en su familia, conformada por su padre, quien era el profesor en una humilde escuela. No ganaba mucho dinero, pero con su aporte se solventaban la mayoría de los gastos de la casa. Su madre, Nadeshiko, realizaba las labores hogareñas junto con ella, quien también recibía la formación académica a cargo de su padre en la tranquilidad de su hogar. Touya, su hermano mayor, se desempeñaba como maestro de artes marciales en un pequeño Dojo del centro de la ciudad. Con una historia familiar así, nadie, menos ella, sospecharía de los giros que puede dar un ritmo de vida tan apacible y rutinario como el que mantenía.
Nadeshiko era una mujer dulce como ninguna. Tenía el cabello negro y ondulado, ojos verdes como el bosque más tupido, y una piel tersa y blanca como la nieve. Poseedora de una belleza admirada y envidiada, pero jamás tocada por sentimientos tan bajos y ruines como aquellos. Siempre mostrándose animada y cálida en cada uno de sus quehaceres, desempeñándose como una excelente madre, mujer y esposa. No tenía (o no demostraba) jamás un sentimiento de infelicidad o desdicha. Un día como cualquier otro, Nadeshiko tendía las blancas sábanas recién lavadas en los cordeles instalados en el jardín. Repentinamente, todo comenzó a dar vueltas en su cabeza y no podía mantenerse en pie. Sakura reaccionó de inmediato al notar que su madre no se asomaba a la cocina de la casa en varios minutos, y cuando fue a ver al patio qué sucedía aquella tarde de Octubre, una sensación lancinante que partió desde el centro de su pecho, recorrió con una energía escalofriante todo su cuerpo, y ahí lo supo: comenzaría a ocurrir lo inevitable.
Los días pasaban, y Nadeshiko no mejoraba. La fiebre que tenía era alta, y a pesar de que Sakura se desvivía día tras día cuidándola y dándole diversos remedios y brebajes, la situación de su madre era cada vez peor. Ningún médico tenía la respuesta a la encrucijada en la que estaba la débil mujer. Pasaron dos semanas y, después de tanta lucha, falleció junto con la tranquilidad, la unidad, el amor y la profunda tristeza de una familia que veía sus últimos días frente a sus ojos sin distinguir su desgraciado destino.
Fujitaka, padre amoroso y dedicado, cayó rendido ante la misteriosa enfermedad unos pocos días después. Ante su inminente partida, Sakura y Touya habían prometido permanecer unidos a pesar del dolor y la impotencia de no poder evitar el desenlace cruel preparado para sus padres. En su lecho de muerte, Fujitaka les hizo prometer no caer ante las vicisitudes de la vida, y a no rendirse jamás.
-Sakura, Touya… sé que esto no es fácil. Gracias a Kami, han sido unos hijos excelentes. No se merecen pasar por esto, pero en esta vida no existen las coincidencias…
-…Sólo ocurre lo inevitable.- Musitó Touya, con un dejo de rabia y tristeza en su voz.
-Tú lo sabes mejor que nadie-Fujitaka observó a sus hijos con ternura a través de sus ojos cansados-No puedo evitar que pasen por esto, si estuviera en mis manos, les evitaría cualquier dolor o tristeza. Pero ya que es imposible, sólo puedo decirles que hagan lo mejor que puedan, luchen por lo que quieren, vivan como su madre y yo les enseñamos. Hagan el bien a quien lo necesite, y no se dejen llevar por las soluciones rápidas, que no llevan a nada bueno…
-Haremos como tú dices, padre. ¡Siempre daré mi mejor esfuerzo!- Sakura intentó sonreír, como hacía cuando era pequeña, pero sus intentos no dieron más fruto que una mueca bastante fingida.
-Sakura, mi pequeña… no olvides nunca que, esté donde esté, velaré por ti junto con tu madre. No te desanimes, y recuerda que: pase lo que pase, todo estará bien.
Pase lo que pase, todo estará bien… ya no sabía si creerlo o no. Todo se había puesto peor desde entonces, cuando los funerales de su padre fueron llevados a cabo aquella mañana nublada de noviembre, hace ya un año exactamente.
Después de todo eso, existía el temor latente de que Touya o ella contrajeran la misteriosa enfermedad. ¿Coincidencia? Nadie lo sabe, pero ninguno de los dos enfermó. Pasaron los días y siguieron viviendo en la casa que sus padres les habían dejado. Al principio, todo transcurrió con relativa normalidad. Sakura era la encargada de mantener en orden la casa, y a pesar de tener apenas 16 años, hacía las cosas en forma casi tan prolija como Nadeshiko. Dominó el arte de la cocina gracias a los consejos de su padre y a la paciencia de su madre, por lo que ahora le era de gran ayuda haber persistido en practicar, a pesar de que su comienzo en esos terrenos había sido bastante desastroso. Siguió estudiando las lecciones de geografía, gramática e inglés que le impartía su padre hasta antes de morir, extrayendo toda la información necesaria desde los libros que él había dejado en la biblioteca particular que mantenían en casa. Practicaba en el piano de la sala principal todas las tardes, intentando mejorar poco a poco. Pero ese era un terreno en el que sabía que no podría superar jamás a su hermano, quien había heredado las extraordinarias dotes musicales de su madre. Mientras tanto, Touya seguía trabajando, perseverante en ser un proveedor constante en el hogar, llegando extenuado cada noche a casa. Sakura lo observaba con preocupación, sabiendo que su hermano hacía un esfuerzo casi sobrehumano para sustentar económicamente el hogar por sí mismo. Ella quería ayudarle y trabajar en algún oficio, mas Touya no se lo había permitido.
Una noche, aquel hombre alto de ojos oscuros, piel morena y cabello negro como el azabache, entró en la casa en silencio, con un dejo de preocupación en su mirada, mientras su cuerpo se notaba casi encorvado, como cargando una mochila invisible llena de problemas. Sakura acostumbraba a tener pequeñas "peleas verbales" con su hermano, quien siempre le ponía diversos motes. Pero desde que sus padres habían muerto, las cosas habían cambiado. Seguían haciendo una que otra broma parecida a la de antaño, pero el ambiente que se generaba en esas conversaciones, se llenaba de una atmósfera que se hacía más densa día tras día. Sin darse cuenta, comenzaban a distanciarse.
-Sakura, ¿Cómo han estado las cosas hoy? ¿Todo bien por acá?
-Sí hermano, todo bien. Llegó esta nota, no la he abierto.-En ese momento, Sakura le pasó el sobre que le había dejado un mensajero esa tarde. Era de los Ishida, lo que Sakura interpretó inequívocamente como una sola cosa: problemas, de los grandes. Touya lo abrió con impaciencia… segundos después lo apretó con fuerza en su puño y lo arrojó a las brasas de la estufa recién encendida. Ella observaba la escena con nerviosismo, sabiendo que él le ocultaba lo que ya temía…
-Touya, por favor-le dijo con sumo cuidado-dime la verdad: ¿Son deudas, verdad?
-Sakura, te lo diré sólo una vez más: no te inmiscuyas en esto.-Sentenció él, con una expresión aparentemente imperturbable.
-Pero si se trata de deudas, ¿Por qué no me lo habías dicho? Yo puedo trabajar. La señorita Amamiya me dijo que hay un puesto vacante en la cocinería del señor Matsumoto y quizá me pagarían bien…-titubeó ella.
-¡NO! Escúchame bien. Tú no vas a trabajar fuera, porque necesito que alguien cuide nuestra casa.-exclamó Touya, bastante exaltado por un diálogo que se hacía cada vez más repetitivo en sus conversaciones los últimos 5 meses. Él sentía impotencia por no poder manejar las cosas en buena forma, como sus padres hubieran querido. Necesitaba proteger a Sakura del peligro inminente que se avecinaba si él no hacía algo rápido… porque había algo que su hermana desconocía, y lamentablemente ya no había pie atrás para enmendar sus errores. Maldita desesperación la que lo había llevado a recurrir al lado oscuro de los "prestamistas".
-Pero hermano… a veces creo que estoy más insegura aquí que en otra parte. Estoy sola prácticamente todo el día, y si trabajo en algún lugar del centro, podría estar con compañía todo el día, y además ganar dinero para ayudar…-expresó con tristeza.
Touya se sentía tan culpable. Sabía que Sakura, en gran parte, tenía razón. Pero a la vez, pensaba que si mantenía a su hermana en la casa, sabría siempre donde estaba. Además, había acordado con los vecinos el mantenerlo alerta en caso de que algo extraño ocurriera en la casa, y que le ayudarían a su hermana en lo que necesite. Por suerte, la gente que vivía a su alrededor accedió, gracias a la buena relación que habían tenido con Nadeshiko y Fujitaka Kinomoto mientras estaban vivos. Touya llegó a tener la convicción absoluta de que mantener a Sakura enclaustrada en la casa era lo mejor, y que haberle pedido dinero a unos yakuzas para poder mantener la casa todos los meses, además de algunas deudas pendientes que dejaron sus padres, era la única salida frente a los acreedores que le cobraban incesantemente. Ya se las arreglaría para resolver cómo devolver ese dinero.
-Sakura, esto sólo te lo diré una vez. Quiero que entiendas que, a pesar de mi mal humor y de que nunca te lo demuestre, te quiero. Sabes que no confío en nadie más, mi vida es bastante solitaria aquí en la ciudad. No entablo más que una relación de cordialidad con todas las personas que conozco. Eres lo único valioso que me queda en este mundo. Además, a pesar de que estés sola aquí adentro, todos nuestros vecinos están alertados de estar pendientes de la casa. Y por si algo ocurre, tienes mi katana para defenderte. Sé que la usarás bien… porque yo te enseñé a defenderte desde pequeña. Confía en mí, yo pagaré todo lo que debamos y seguiremos viviendo en armonía como antes, como mamá y papá hubieran querido.
Esa noche, las cosas transcurrieron con una tranquilidad tan superficial que ninguno de los dos creía realmente en que las cosas marcharían bien, por mucho que lo desearan. Cenaron en silencio, sin mucho más que expresarse con palabras, porque los hechos hablaban por sí mismos: la tormenta se avecinaba.
Un día, la bola de nieve que había nacido a partir de una suma de dinero mal habido, se convirtió en una avalancha para los sobrevivientes de la familia Kinomoto.
Sakura había salido al jardín a buscar agua de la fuente para lavar la ropa. Estaba anocheciendo, pero ella debía seguir con sus labores para no atrasarse. Tomó el balde de madera y se dirigió a la fuente que estaba en el centro del terreno. De pronto, se escuchó un ruido proveniente de los arbustos que estaban en un rincón. Sintió miedo, pero la valentía hizo presa de ella con más fuerza. Se movió sigilosa hasta el marco de la puerta corrediza que daba hacia el jardín, y tomó desde el borde interno de ésta, la katana que su hermano le había dejado en casa para que se defendiera de cualquier peligro. De pronto, alguien la tomó con fuerza por la espalda, aprisionándola entre sus brazos. Comenzó a gritar desesperadamente, pero una mano tapó su boca, acallando sus gritos. Aparecieron cuatro tipos desde las tinieblas, frente a sus ojos, cada uno con una katana y sonrisas socarronas en sus rostros. Los cinco comenzaron a reír y a burlarse de la indefensa joven.
-Veo que Kinomoto tiene un tesorito que podría saldar parte de la deuda con el Sr. Ishida. El jefe estará deseoso de tener una maravilla como ésta entre las manos.
-Pero por qué hay que entregarla directamente, Jin-exclamó otro de los sujetos-si podemos disfrutar nosotros primero de la recompensa ¿No creen?-Rozó su lengua contra su labio inferior. Saboreándose como un poseso de su propia maldad pura y dura. Qué asquerosos pueden ser algunos individuos…
Sakura estaba al borde del llanto. Sabía que aquellos tipos podrían hacerle lo que quisieran, ya ni fuerzas le quedaron para sostener la katana en su mano derecha. El horror había terminado ganando la batalla esta vez, al ver la cantidad de contrincantes que tenía. Perdía la esperanza a cada segundo que transcurría. Hasta que llegó por la puerta principal su salvación.
-¿Qué mierda hacen aquí? Ya le dije a Ishida que le pagaría. ¡Suelten a mi hermana, ahora!-Touya tomó el mango de la katana que traía en el cinto casi por instinto. Estaba furioso. No veía nada más a su alrededor que a su hermana en manos de un tipo repugnante. La cara angustiada de su Monstruo (que era el mote que le había impuesto de pequeña), hacía que su sangre hirviera de la furia y quisiera masacrar a cada uno de ellos.
-¿Y si nos la llevamos como parte de pago? El señor Ishida estará feliz-exclamó el sujeto que sostenía a Sakura, satisfecho por la sensación de tener a Touya entre la espada y la pared.
-Suéltala maldito cobarde, la pelea aquí es conmigo-Touya estaba preparado para atacar, como tigre a su presa. Sólo el bienestar de Sakura frenaba sus ansias de aniquilar a esos tipos. Y es que no tenía contemplado que todo saliera de esa forma. El remordimiento hacía presa de su mente, sus padres debían estar desilusionados viendo que él había sido incapaz de proteger a su hermana sin meterse en problemas. Lamentablemente no le había hecho caso a su padre, y en ese momento estaba pagando las consecuencias…
EL tipo que sostenía a Sakura, sacó un cuchillo que posó sobre el cuello de ella. Touya tragó pesado, sintiendo que sus sienes latían al máximo. La presión lo haría explotar como una caldera hirviendo si no hacía algo, pronto.
-Está bien, tranquilo.-Touya tomó la katana que tenía atada al cinto de su yukata, y la deslizó suavemente hasta el suelo. Acto seguido, levantó las manos sobre su cabeza, irguiéndose lentamente. En sus ojos se expresaba un sentimiento indescifrable, expectante de cualquier movimiento, susurro o respiro. Miró atentamente a Sakura, quien sí supo ver en el reflejo de sus ojos, el plan. Se apoderó de ella un sentimiento de alerta, debía actuar… a la señal de Touya.
La banda de yakuzas creía ciegamente que tenían a ambos hermanos entre sus manos. Los cuatro tipos comenzaron a acercarse peligrosamente a Touya, mientras que el tipo que sostenía a Sakura, bajó la guardia un par de segundos, soltando levemente su agarre en ella y alejando el cuchillo del cuello de Sakura muy brevemente, absorto en la futura escena de la golpiza que le darían al moreno. Ella miró a Touya, y el brillo en sus ojos era la señal esperada. Sakura le asestó un codazo en el estómago a su captor, quien cayó rendido al piso unos instantes. Touya la miró con orgullo, mientras comenzó a luchar contra los tipos que se le abalanzaron como tigres a su presa.
Sakura se quedó paralizada viendo cómo golpeaban a su hermano, quien se defendía con cierta dificultad, dada la cantidad de contrincantes que tenía. No así, él se movía ágil y asestando cada golpe con maestría. Tomó la katana y comenzó a luchar contra los tipos. Él miraba a su hermana cada dos por tres, diciéndole a través de sus ojos que huyera, hasta que Sakura reaccionó al ver que el tipo al que había golpeado comenzaba a levantarse. Corrió con todas sus fuerzas mientras el tipo comenzó a perseguirla con el cuchillo. No paró de correr, dando vueltas por lo que a ella le parecieron una infinidad de calles, hasta que logró perderse entre la gente. Llegó hasta un parque, acurrucándose junto al tronco de un viejo árbol de cerezo. El llanto hizo presa de ella, ya que no sabía qué sería de ella ahora en adelante y, peor aún, no sabía lo que pasaría con su hermano.
Volvió a su casa unos días después del incidente, pero todo estaba destruido y sin rastros de su hermano. No podía regresar, por temor a ser encontrada y secuestrada en cualquier momento… aunque la idea del secuestro era lo más suave que se le pasaba por la cabeza, después de haber visto la maldad en los ojos de ellos.
Así pasaron los meses, mientras que ella vagaba por Tokio, sobreviviendo gracias a la caridad y a los trabajos esporádicos que conseguía. Pero no tenía un lugar fijo donde dormir, lo poco que ganaba le servía para alquilar alguna pequeña habitación por unos días y para comer. Había encontrado un restaurant pequeño en el cual trabajó un tiempo, allí la habían tratado bien, con humanidad. El problema surgió cuando los Ishida se apoderaron del barrio donde estaba. Por culpa de unos mafiosos debía escapar de un lugar a otro, por eso su vida se había vuelto tan inestable.
Y ahí estaba, caminando sola en una noche helada y lluviosa. Después de la última escapada, se había quedado sin comida y sin techo por esos días. De Touya no había noticia. Se sentía sola, perdida, sin ánimos de seguir viviendo. La debilidad física y emocional la estaban consumiendo… no tenía rumbo fijo.
Sin darse cuenta, llegó hasta el puerto. No había más transeúntes que los marineros que ayudaban en el atraco de un barco que, por sus características, parecía extranjero. Tenía unas letras doradas en uno de sus costados, donde se leía "The Hope". Qué nombre más irónico, en un momento tan poco oportuno de su vida. Aunque quizá no lo era… nadie sabe las vueltas del destino.
La señorita O'Connors caminó a través de la rampa del barco. Una brisa fría y húmeda atacó su rostro cubierto sólo por el cuello de su abrigo. El sombrero de alas cortas cubría parte de sus brillantes bucles que, antaño, habían sido dorados, y que ahora los tonos grises atraídos por la edad habían matizado. Tomó firmemente las faldas de su sobretodo de muselina azul y descendió con precaución, a sabiendas de que un mal paso sería fatal en aquellas condiciones.
Logró bajar con éxito. Observó cómo los marineros y algunos de sus empleados, movían los baúles y maletas que ella había traído desde Inglaterra, su tierra natal. Había decidido hacer una escala en Tokio por algunos meses, a causa de los negocios que recientemente había logrado concretar en esas tierras lejanas y tan diferentes a su cultura. De pronto, observó a varios metros de distancia de ella, a una jovencita cabizbaja, que se tambaleaba al compás del viento y que apenas podía mantenerse en pie. La recorrió una sensación de desasosiego, y a la vez, sintió que debía hacer algo.
Sakura no podía más con el frío y la debilidad de su cuerpo. No había comido ya en cuatro días, y nadie la había auxiliado, más bien pasaba desapercibida ante los ojos de los demás. Quizá ya doy aspecto de pordiosera, pensó, y una mueca de ironía muy débil surcó su rostro. Ya no tenía fuerzas para seguir caminando, ni para vivir… Si es que así iban a ser las cosas.
Suzanne O'Connors no se caracterizaba por ser bondadosa con todo el mundo, ni por expresar abiertamente sus sentimientos. Más bien, para la sociedad inglesa donde se desenvolvía desde pequeña, era una mujer de hierro. Pero la vida está llena de opiniones, palabras al viento, y apariencias. Porque nadie sabía lo que ella había pasado, a pesar de haber nacido en una familia acaudalada y de un status social alto. Quizá al ver a esa jovencita allí, sola e indefensa, había visto parte del reflejo de ella misma, hace unas décadas atrás. No eran exactamente las mismas circunstancias, pero no dudó en que esa chica estaba en total abandono, como ella sintió durante toda su niñez y juventud. Sin decir nada, dejó su bolso de mano y su sombrero con Emily, la criada que la acompañaba a todas partes, y tomando su paraguas, se dirigió hacia la joven. Apenas se acercó a ella, la sostuvo del brazo antes que se cayera al suelo. La joven levantó débilmente su rostro, y ambas se miraron fijamente unos segundos. Suzanne quedó sorprendida ante la belleza de la muchacha a la que sostenía. A pesar de tener el rostro sucio, sus ojos verdes eran únicos. Su piel pálida y su cabello castaño casi cobrizo, no se asimilaban en nada a la idea de cómo era la fisonomía de las mujeres japonesas que ella ya conocía. Sabía que tenía algo más… lo que la hacía especial, única, diferente… y a la vez tan parecida a ella misma.
Sakura pudo notar en los ojos azules de aquella mujer, una bondad que ocultaba a través de un rictus casi imperturbable. No sabía por qué ella estaba allí, sosteniéndola, si ni siquiera la conocía. Pero no pudo pensar mucho más, sus ojos comenzaron a nublarse, viendo sólo un color negro en el que las siluetas de los objetos y personas que la rodeaban, se desvanecía en segundos casi imperceptibles. Sólo escuchaba murmullos lejanos, sin entender si eran voces o sólo almas en pena que deambulaban ante ella. Todo se hizo cada vez más lejano, hasta que sintió caerse en el centro del abismo…
Suzanne tomó entre sus brazos con una fuerza renovada, que no creía existente en ella misma, a esa indefensa muchacha que se había desmayado por la debilidad. A sus cincuenta y cinco años, no pensó nunca que estaría en esas, pero algo dentro de ella le decía que era lo correcto. Emily acudió velozmente en su ayuda, quitándole a la joven de los brazos, sin decir absolutamente nada. Los años al lado de su patrona la habían hecho comprender que, ante muchas actitudes de ella, no debía hacer preguntas. Suzanne simplemente la observó y le dijo a su fiel sirvienta, quien no dejaba de mirarla con curiosidad y sorpresa:
-Llévala al carruaje. Esta noche se quedará en la residencia con nosotras.
Continuará…
N/A: No tengo mucho más que decir que, aprovechando la extensión inesperada de mis vacaciones, estoy escribiendo en mis ratos libres. Creo que esta es la última historia que escribiré en este género, porque no creo que después me dé el tiempo de seguir haciéndolo, lamentablemente. Por lo mismo, no prometo actualizar demasiado seguido, pero de que termino esta historia, lo haré (ya tengo la línea completa de lo que pasará, en MUY grandes rasgos, así que lo que me queda es traspasarlo aquí). Pero bueno… hay que crecer y volar, dicen por ahí xD!
Con respecto a la historia: es un género más dramático y adulto del que alguna vez acostumbré a escribir. Con más desastre y romance maduro que cosas melosas, lo advierto desde ya. No desesperéis porque aparezca pronto Shaoran, porque quiero darle a esta historia el ritmo que merece, y faltan varias cosillas para que aparezcan todos los personajes que entrarán en la trama principal. "Piano, piano, si va lontano" :)
No duden en comentar, críticas son bienvenidas ;)
¡Besos y hasta la próxima entrega!
