Por fin puedo iniciar fanfic. Es increíble como aumentan el número de tareas con el paso del tiempo. A veces parece que no avanzo, pero creo que podré sacar esto adelante.
Este será un fanfic, digamos, largo. Publicaré, como de costumbre, una vez a la semana los domingos. En caso contrario, si lo sé con antelación, os avisaré.
Prólogo
Las paredes estaban manchadas de sangre. El suelo estaba manchado de sangre. Las cortinas estaban manchadas de sangre. Su ropa estaba manchada de sangre. Sus manos estaban manchadas de sangre. ¿Por qué tanta sangre?
Se miró sus propias manos horrorizado por la visión de ese líquido espeso color escarlata que se adhería a su piel. ¿De dónde había salido toda esa sangre? No lograba recordar nada. Su último recuerdo era la visita del hombre más poderoso del pueblo a su hogar. Quería a su madre, siempre había querido a su madre. No la amaba, por supuesto. Ni él, ni nadie era tan idiota como para creer que ese ser pudiera albergar sentimientos románticos por nadie. No, solo deseaba poseerla, como un objeto más.
Izayoi Taisho había quedado viuda pocos meses después de haber nacido su hijo. Nunca fueron una familia rica, pero les quedó una casa, algunos ahorros y una pensión alimenticia mensual. Eso era mucho más de lo que podían aspirar a tener muchas otras familias. Su padre, Inu No Taisho, falleció en la Guerra de Secesión, razón por la cual nunca lo conoció. Lo más cerca que estuvo de él fue en el cementerio, visitándolo anualmente para dejarle flores.
Fue criado por su madre. Ella le enseñó a leer, pues una vez en el pasado fue una elegante señorita de sociedad, le enseñó también a escribir y a calcular. Sabía mucho de la naturaleza, cosas que su marido le enseñó. También le enseñó a amar y lo amó tanto como una madre podía amar a un hijo. Debido a su delicadeza y su fragilidad, se propuso ser un hombre fuerte que pudiera cuidar de ella. Para ello, salía a correr todos los días y entrenaba con un palo de madera, imaginando que era un soldado. Desde los diez años trabajó cargando sacos de maíz y troncos de madera. A sus dieciséis años tenía una musculatura realmente envidiable para cualquiera de esos remilgados que los miraban sobre el hombro.
Sin embargo, toda su inteligencia y su fuerza no sirvieron para protegerla. Su madre estaba muerta. Su cuerpo inerte, frío y ensangrentando yacía sobre la alfombra del comedor. ¿Y qué pudo hacer él? Nada. Ni siquiera lograba recordar nada más allá de la visita de Naraku Tatewaki. No se fiaba de él e intentaba que su madre se alejara de él, pero ella era siempre tan amable con todo el mundo. Ahora estaba muerta, y sabía muy bien quién era el responsable de su muerte.
Se arrodilló en el suelo, junto a ella y tomó su mano. Estaba tan fría. Tenía los ojos abiertos, concentrados en algo más allá del techo de madera. Bajó los párpados con ternura y lloró. Entonces, la puerta de abrió a su espalda.
— Asesino… - musitó.
— Inuyasha, ¿qué has hecho?
¿Cómo se atrevía? Se levantó del suelo con los puños apretados a los lados y encaró al asesino de su madre.
— ¡Tú la has matado! — le gritó.
Naraku no dijo nada. Dio un paso adelante y cerró la puerta a su espalda. Su rostro sereno después de la matanza que se produjo en el hogar de los Taisho le resultó repulsivo. Lo que había hecho con su madre era macabro y jamás perdonaría. ¡Su madre sería vengada!
— Te recomiendo que te entregues, chico.
— ¡Yo no la he matado! — claro que no — ¡Fuiste tú!
— ¿Y quién va a creerte? — se cruzó de brazos — Estás manchado de sangre y yo no tengo ni una sola mancha.
Se habría cambiado de ropa y bañado en su casa. Seguro que si mandaba inspeccionar su hogar encontrarían su ropa llena de sangre.
— Además, tus huellas están por todas partes. — caminó a su alrededor — Incluido en el arma del homicidio.
— Eso es imposible…
— ¿Qué tal estaba el café? — le preguntó.
Entonces, todo acudió a su mente como si un rayo lo hubiera golpeado. Naraku Tatewaki acababa de regresar de un viaje al sur y traía café de regalo para ellos. Su madre puso la cafetera inmediatamente, pero él rechazó tomar una taza a pesar de ser un invitado. Decía que deseaba descansar y que el café lo mantendría despierto, así que solo tomó café él y su madre un té. Izayoi solo tomaba café a primera hora de la mañana. De repente, empezó a sentirse mareado… y ya no lograba recordar nada más hasta que despertó tirado en el suelo.
— Era droga… — se percató al fin.
Lo había drogado y seguro que también esperaba drogar a su madre para aprovecharse de ella. Pero su madre no tomaba café por la tarde. Supuso que, cuando él cayó, intentó lanzarse sobre ella, pero fue rechazado. Azuzado por el rechazo, la mató.
— Ya he llamado al sheriff. Estaba tan consternado como yo cuando le he contado que encontré a tu madre muerta y a ti esparciendo su sangre por toda la casa. A lo mejor tienes suerte y te envían al psiquiátrico en lugar de a prisión.
Gritó y se lanzó sobre él, cegado por la ira, pero Naraku logró esquivarlo a tiempo y lo miró con esos ojos crueles tan característicos de él y su sonrisa burlona.
— No empeores más las cosas, chico. El sheriff ha tenido la delicadeza de permitir que sea yo quien te saque de aquí por las buenas, ya que soy un amigo de la familia. Si tardo demasiado… — insinuó — Bueno, puedes imaginarlo.
Entrarían y usarían sus armas.
— Les contaré la verdad…
— ¿Qué verdad? No has visto nada Inuyasha… — le recordó — Si sigues diciendo eso, te tomarán por loco y te librarás de la horca.
Naraku había actuado preso de la ira hacia su madre por ser rechazado. Después, habiendo recuperado la lucidez, se había percatado de su crimen. Consciente de las consecuencias de un homicidio, había decidido cargarle todo el peso de la ley al ser más cercano que había encontrado: el hijo de Izayoi. ¿Qué razones tendría un hijo para matar a una madre? ¿Quién haría daño a un ser tan bueno como Izayoi? Él sabía la única y auténtica respuesta, pero no podía demostrarlo.
Estaba acorralado. Su madre estaba muerta en el suelo. La casa estaba llena de sangre. Él faltó al trabajo esa tarde porque la droga lo dejó inconsciente. Sus manos estaban llenas de sangre. Además de todos esos factores juntos, tenía que sumarle el testimonio falso de Naraku. Era su palabra contra la del hombre más poderoso de todo el condado. Ya estaba condenado. Nadie creería su historia. Nadie querría escuchar la única verdad…
— Sal con las manos en alto y no sufrirás ningún daño.
Su reacción inmediata, muy por el contrario, fue correr hacia él y darle un puñetazo. Naraku cayó contra la mesa del comedor, tirando todo lo que había sobre ella. Entonces, se empezaron a escuchar gritos desde fuera de la casa. Iba a golpearlo de nuevo, sin importarle lo que a él le sucediera, pero Naraku se sacó una navaja de la chaqueta del traje y amenazó con cortarlo. Saltó hacia atrás esquivándolo y fue retrocediendo hasta que Naraku se tropezó con la alfombra ensangrentada. Entonces, agarró su muñeca y los dos se pelearon por clavarle la navaja al otro. Si Naraku lo mataba, ¿lo juzgarían a él por matar al que se creía que era un asesino?
Se escucharon golpes contra la puerta. El sheriff iba a entrar con sus oficiales, no le quedaba tiempo. Con su fuerza superior a la del hombre que le sacaba casi diez años, logró arrancarle la navaja de entre los dedos en un impulso. Fue el turno de Naraku de retroceder. Lo vio palidecer. Él había matado a su madre y estaba ante la única persona capaz de hacer justicia por su crimen. Le lanzó una estocado tras otra hasta que logró cortarle la mejilla del lado izquierdo desde debajo del ojo hasta la barbilla.
Justo cuando se preparaba para la estocada mortal, la puerta fue derrumbada. Tuvo que escoger entre matarlo ahí mismo y ser llevado a la horca o vivir para demostrar quién fue el auténtico asesino y vengarse. Eligió vivir. Corrió hacia el otro lado de la casa decidido. Antes de saltar a través de la ventana de cristal que hizo añicos, recibió un balazo en el hombro; sin embargo, no se paró a ser cuidadoso o a examinarse los cortes, pues no había tiempo. Corrió hacia el bosque sin mirar hacia atrás ni una sola vez. Al cabo del tiempo, los gritos y los ladridos de los perros se fueron volviendo más lejanos.
¿Qué iba a hacer de ahí en adelante?
