Disclaimer: Saint Seiya es propiedad intelectual de Masami Kuromada. La siguiente historia se publica sin fines lucrativos, sólo de entretenimiento.
Somno Inordinatio
Primer desorden: Sonambulismo
"El sonambulismo es un trastorno del sueño que ocurre cuando las personas caminan o realizan una actividad aún estando dormidas. A la mañana siguiente no pueden recordar el episodio".
No conoce ese lugar. Es lo primero que piensa cuando el paisaje se vuelve más claro ante sus ojos. Puede decir con facilidad que se trata de alguna zona en Italia, lo sabe con simplemente mirar hacia los campos y las montañas que recortan el cielo, a lo lejos. Pero ¿Dónde exactamente?, no puede recordar. ¿Cómo llegó hasta ahí?, ¿Para qué?, tampoco puede responder a esas preguntas, y piensa en que quizá se extravió durante un viaje, pero enseguida la idea le parece ridícula; quizá una misión le ha llevado hasta ahí, aunque no recuerda cuál. Nota el silencio que reina en el lugar, y lo artificial que luce la naturaleza, las hojas brillantes de los árboles y el cielo de un azul que enceguece con mirarlo. Puede escuchar su propia respiración, cómo sus pulmones jalan el aire y lo sueltan un segundo después. ¿Él asustado?, no, no… nervioso tal vez. ¿Cómo llegué aquí?, trata de recordar, pero la cabeza le duele, es imposible para él hacerse una idea clara del porqué o cómo es que está ahí. Fija la mirada en la humilde vivienda casi perdida entre la colina, alejada del pueblo, no hay nada de especial en ella: dos ventanas, paredes hechas con tabiques de barro y el tejado rojo, de frente sólo un pequeño huerto. Nada especial.
Algo le dice que debe ir, acercarse y ver tras la puerta. Está indeciso sobre ese paso; ese pequeño paso, el primero que debe dar para llegar a la puerta de madera oscura, con herrajes viejos que seguro rechinan al moverse.
Finalmente se atreve a dar ese paso, y otro más. La puerta ante él, cerrada. Da un ligero golpe, con intención de llamar a quien sea que esté dentro, y es, según su criterio, una acción que carece de todo sentido, ¿Desde cuándo él toca una puerta?, pero ésta se abre con el característico ruido de los herrajes sin lubricar. Entonces aguza la mirada: adentro está oscuro, y ni la luz del exterior parece penetrar en la sencilla morada. Se atreve a empujar la portilla para hacerse de mejor vista, la abre completamente y entonces el sol es capaz de dar visión de lo que hay dentro. Una mesa servida, cuatro sillas, y a la izquierda una olla sobre un fogón encendido. Sencilla hasta lo imposible.
-¡Mamá!-
Frunce el ceño de inmediato. ¿Quién ha sido?, entonces ve al niño justo a su costado derecho, aparecido de la nada como un fantasma. ¿Quién es?, el menor no lo mira a él, sino al frente, tembloroso bajo el marco de la puerta, ¿Qué lleva en las manos? ¿Son manzanas? ¿A quién llama?, vuelve los ojos al frente, donde la mesa está vacía, las sillas reducidas a trozos y en el suelo yacen los escombros de la vajilla de cerámica, como atacados por la furia de un ser invisible. El escenario era diferente; no es importante, sin embargo, esos ojos… ¿Por qué no puede dejar de verlos?, el pánico se escapa de ellos, el miedo y el dolor se mezclan con las lágrimas de esos bellos iris azules, como estanques que de pronto han sido perturbados, de aguas llenas de vida y sin embargo envejecidos por la pena.
-Cariño, no pasa nada…-
Un golpe a la cara le es suficiente para callar. Entonces se da cuenta del tercero, apenas logra distinguirlo: alto y fornido, y al igual que ella, sus ojos resplandecen, pero no con miedo sino en ira, en locura como un bosque consumido por las llamas. Las voces se oyen lejanas, como ecos, a pesar de que las figuras están a poca distancia.
-¡Mamá!, ¡Déjala!-
Observa las manzanas rodar en el suelo mientras el pequeño corre hacia el adulto. Carrera en vano pues se ve frustrada con el gran puño que se impacta en su cara, haciéndolo caer.
-¡Ángelo!- la mujer se acerca protectoramente- por favor, Francesco, es sólo un niño- le ruega de vuelta.
-¡Silencio, mujer!- grita enloquecido- he sido bueno contigo, y me pagas con desobediencia. Pero ya aprenderás…-amenazó con voz firme a la vez que arrancaba al niño de sus brazos.
-¡No!-
-¡Suéltame! ¡Mamá!-
Mamá… sí, ella es su madre, ahora recuerda. Y su padrastro ese hombre que lo sujetaba, a él mismo, cuando era más joven… no, no era un hombre, era una bestia disfrazada de ser humano. Incluso a los seis años Ángelo sabía esto. Comenzó a recordar ese día: el nauseabundo olor a alcohol exudando del hombre, su fuerte agarre como tenaza de hierro y la violencia brutal con que comenzó a golpearlo, no por primera vez.
-¡Déjalo, por favor!- la mujer imploró una vez más, tratando de arrebatarle al niño de las manos.
-Míralo bien, Elisa, porque será la última vez...-
Apresó al niño, que luchaba con todas sus fuerzas para zafarse de su férreo agarre. Del suelo cogió rápidamente el cuchillo con que se fileteaba la carne, pequeño y lustroso. Lo acercó a su cuello. Tan frío era el metal…
El Caballero de Cáncer revivió cada segundo de ese día, y lo vio pasar todo tan lentamente. Elisa… la hermosa y joven Elisa, marchita de tanto dolor, un moribundo lirio en el cambio de estación. Ese pequeño era todo lo que tenía en el mundo, todo lo que le importaba, pues el padre de su hijo había partido tempranamente del mundo. Francesco vino como falso profeta a su vida, ofreciendo consuelo a su luto con dulces palabras y esperanza, que no eran sino ilusiones.
Pero ella no podía vivir en el pasado, y el presente gritaba que hiciera algo pronto; se levantó del suelo y clavó sus uñas en la cabeza del hombre, tironeando de él con fuerza, arrancando cabello en el acto. Los golpes vinieron enseguida, y un brazo empujó fuera de la disputa al pequeño Ángelo, quien tardó unos segundos para enfocar su vista, buscando a su madre. La vio forcejear, gritar y retorcerse, entonces él se levantó, pero no llegaría nunca a tiempo. La disputa se volvió feroz y el brillo de la hoja de metal fue algo que apreció de último momento, luego se perdió entre ambos cuerpos adultos, y cuando su madre gritó… sintió su alma quebrarse, y no habría nada nunca que pudiera unir las piezas.
Elisa cayó al suelo pesadamente, escupiendo sangre, los espasmos cada vez más tenues, mientras se aferraba a la imagen de su hijo, la luz de sus ojos extinguiéndose. El hombre se tambaleó en su lugar, de pronto recuperando la sobriedad ante lo que acababa de ocurrir.
Ángelo abrió los ojos, aterrorizado... furioso. Una fuerza despertó en él, un poder que se encendió como una hoguera. A su alrededor el mundo se volvió rojo y no veía nada sino a su enemigo, su víctima, el primero que habría de perecer a sus manos. Se acercó a él, y el hombre retrocedió, de pronto asustado del chiquillo, que resplandecía con la fuerza del sol, agrietando el suelo a cada paso que daba, como si pesara mil, diez mil veces más. A su alrededor se formó un remolino y cuando extendió las palmas de sus manos, a la espalda de Francesco no existía la cocina de la casa, sino un vacío oscuro e infinito. El infante abrió el portal al otro mundo sin ninguna dificultad; él, quien estaba destinado a convertirse en el dueño de las llaves del Yomotsu, él único ante quien sus puertas se abrían y cerraban según su voluntad.
-¿Qué es esto?, ¡Detenlo!-
-¿O si no qué harás?-
-¡Eres un demonio!-
-No... soy peor que eso-
Ángelo se acercó más y con una de sus cortas manos invocó cuántos espíritus pudo, incinerándolos, volviéndolos una llama azul. Pobre y desgraciada sería el alma que se atravesara en su camino. Su destino no sería otro sino el de caer indefinidamente por la colina del monte, en el pozo de los muertos, hasta llegar en algún momento al fondo, muy abajo y profundo, en los territorios malditos del Dios de la muerte para nunca regresar.
Rió con fuerza, cayendo un poco más en la insania mientras las almas ardían en sus manos. El borde estaba cada vez más cerca; la mueca en el rostro del futuro cangrejo celeste fue retorciéndose de a poco, logrando marcar una espeluznante media sonrisa que mostraba dientes afilados. Finalmente estaba ahí, en el límite del precipicio. Miró hacia abajo donde la negrura era vasta e infinita, engullendo a las almas con voracidad y de sus gritos no devolvía sino ecos lejanos, casi inexistentes. Aferró el cuello de su víctima, deleitándose en los gritos de dolor que soltaba al contacto con el fuego. Le obligó a colocarse peligrosamente en el borde, a punto de caer.
-Ahora vas a conocer el infierno…- sus sonrisa se deformó con vileza.
-¡No, espera!-
-No sirve de nada rogar, caerás para siempre- dijo, hipnotizado con el terror en los ojos del hombre; lo acercó aún más a la orilla, a punto de soltarlo.
-¡Por favor!-
-¡Cáncer, detente!-
El caballero arrugó el ceño y antes de que pudiera reaccionar, el hombre en sus manos le fue arrebatado mientras sentía una enorme restricción en sus músculos, haciendo imposible cualquier movimiento; gritó enloquecido por la rabia al saberse despojado de su presa y más aún de su voluntad. Miró a su derecha con ojos centelleantes e iracundos, encontrando el rostro severo del maestro de Libra. Las imágenes de almas vagando desaparecieron, las sombras de alrededor comenzaron a disiparse lentamente, hasta que la luna fue visible en el cielo.
-¡¿En qué estabas pensando?!-
-Casi matas a ese hombre- se unió la serena voz de Mu, manteniendo fuerte su restricción psíquica en el cuarto guardián.
-Él merece morir- respondió ferozmente el peliazul- él... él es un…-
-Es sólo un guardia, Ángelo-
-¿Qué?, ¡No!, él es…-
Ángelo se volvió hacia el hombre, pero no encontró a quien creía, pues completamente aterrado en el suelo estaba un joven, uno de los cientos que servían a la milicia del Santuario, que al encontrarse bajo el severo escrutinio del amo de los espíritus, sintió que le robaban el aire a sus pulmones. Sus ojos se volvieron blancos y azotó en el acto, incapaz de sostener el conocimiento por más tiempo. Dohko cargó al muchacho, dispuesto a llevarlo a la Fuente de Athena. Le dirigió una severa mirada al peliazul.
-Hablaremos de esto más tarde-
Sin más partió, dejando a ambos caballeros. Mu disminuyó la restricción, sintiendo que el cosmo de Máscara Mortal se estabilizaba. Cáncer sintió que despertaba por completo y que a su vez olvidaba algo importante. Una ligera brisa sopló, y él tembló a pesar de su calidez. Agotado, se dejó caer en el suelo y se cubrió el rostro con ambas manos.
-¿Qué he hecho? ¿Cómo llegué hasta aquí a mitad de la noche?-
Mu no respondió, seguro de que nada de lo que dijera aminoraría la confusión de su compañero pues ni él mismo podía explicar el trance del cangrejo dorado, mucho menos detallando la aterradora imagen de él caminando por el sendero, su cosmo como un torbellino mortal, la manera en que acorraló al chico y abrió un portal al inframundo, decidido a lanzarlo a sus profundidades, y que de no haber intervenido él mismo y el maestro de Libra, seguro habría logrado. No, Mu no dijo nada de eso, y en su lugar ofreció una mano a Cáncer.
-Volvamos a las Doce Casas- dijo, ayudando al otro.
El italiano miró a su alrededor, y se sorprendió al notar que estaba en el perímetro del Coliseo, lejos de la calzada zodiacal, aún cuando no recordaba haberse levantado de la cama siquiera. Aceptó la mano de Aries y sin sacudir el polvo de su ropa, comenzó a caminar hacia su templo.
Notas de autora:
Hola a todos, espero hayan disfrutado del primer capítulo de esta colección de historias sobre trastornos del sueño, los cuales encuentro muy interesantes. Esta historia tenía mucho tiempo planteada, más no terminada. Aún no decido si serán historias entrelazadas o independientes, pero ya lo decidiré conforme avance.
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