Título: La Danza de la Almas

Autor: Anyara

Fecha de Inicio: 03 de Febrero de 2006.

Capítulo I

Las marcas del ayer

"Perdido en el amanecer,

El palpitar profundo de otro palpitar en mi corazón,

Me traía la esperanza del desesperanzado,

El vestigio tímido de la ilusión.

Me sentía sediento,

De una sed que el agua no saciaba…

Tus labios, manantial de anhelo, brindados a mí en sueños,

Dándome la escasa vida del condenado…

En segundos donde mi amor se hace completo…"

Anyara

El sonido de la respiración en la habitación se hacía cada vez más notorio, el lugar era relativamente modesto, nada cargado de adornos, de hecho, todo lo que lo rodeaba en ese momento ya estaba en el lugar cuando llegó a ocuparlo hacía algo más de un mes.

La figura masculina sobre el futón se tensaba de un modo inquietante, al parecer estaba tendiendo nuevamente aquel sueño que lo perseguía desde hacía un tiempo, siempre del mismo modo, siempre con el mismo resultado. Se veía a sí mismo envuelto en una carrera se desarrollaba de forma frenética, por entre el sin fin de vehículos con diseños aerodinámicos y bastante modernos, nada que existiera en este nuevo Tokio la velocidad, superaba con creces los doscientos kilómetros por hora.

-Vamos InuYasha… tu puedes…- se decía el hombre a sí mismo, mientras agudizaba los dorados ojos hurgando para hallar a la figura femenina que se le había escabullido de forma tan dolorosa. El plateado cabello largo y visiblemente sedoso, se le volaba a raíz de la velocidad que llevaba, pegado a su bólido, sin detenerse ni siquiera en el frío aire que le golpeaba el rostro, así como el pecho desnudo, descalzo y con solo el suave pantalón de seda negro con el cual dormía. – que no se te escape...

Una exhalación sonora, mientras se sentaba en aquella suerte de cama, fue lo que marcó su despertar, el hombre de cabellos oscuros y largos, con el pecho desnudo, se llevó una mano hasta la cabeza, gruño con la voz áspera y molesto, el sueño siempre terminaba del mismo modo, pero la ansiedad por alcanzar a la mujer que se le escabullía en aquella moto se acrecentaba con cada nuevo visión, haciendo su corazón palpitar con una fuerza enhiesta que lo ahogaba incluso, solo lograba vislumbrar en la bruma de lo que su sueño albergaba, una brillante cabellera azabache, tan oscura y hermosa como una noche carente de luna.

-Maldición…- termino diciendo una vez que se decidido a sacar un pie fuera del futón, el piso estaba frió, pero no era molesto, la temperatura se cabía agradable en esta parte del país, nada parecido a los adelantes que veía en sus sueños, no estaba seguro de que aquello fuera alguna especie de premonición, y si lo era con algo de suerte él no llegaría a verlo.

Se acercó a la única ventana de su habitación que se encontraba en un segundo piso, y observó a través de la cortina que olía a tela antigua, los movimientos de la noche en lo que antiguamente había sido una prospera ciudad, un grupo de mujeres se posaban en una esquina, eran tres, que se sonreían mientras que desbordaban sus encantos en bajos escotes y cortas faldas, mostrando al grupo de hombres cubiertos por largas capas oscuras que ocultaban sus cabezas, la mercancía de la que podrían gozar por unas pocas onzas de cuarzo azul, que era el medio de cambio que estaban utilizando en aquel entonces, siendo éste de mediano valor, el rosa era el más atesorado, y el más escaso, … los sujetos, definitivamente exterminadores, no se detuvieron en la marcha y desdeñaron las insinuaciones en completo silencio.

InuYasha se giró y puso sus ojos de un tono miel bastantes encendido, sobre el sitio en el que se encontrara hace algunos instantes, sabía perfectamente que no podría conciliar el sueño otra vez… estas "pesadillas" como las consideraba él, simplemente lo dejaban sin ansias de volver a poner la cabeza en la almohada hasta que el cansancio se hacía demasiado evidente. Tomó de una silla cercana unos pantalones de una tela muy resistente que sabía que los humanos de hace algunas centurias había bautizado como jeans… en este tiempo, se les conocía de diferentes nombres, cada clan tenía su propia lengua, pero todos compartían una en la que les resultaba más cómodo comunicarse para sus tratos comerciales. La camisa suelta y fuera de la cintura fue apenas lo que vistió, no utilizaría ni capas ç, ni tapados, él era un simple humano más en medio de todas aquellas etnias que se cernían en silencio intentando marcar su territorio de los intrusos, nada terminaba en pelea si no se buscaba una, pero la tensión estaba siempre presente, acomodó una daga pequeña tras el cinturón de su pantalón y con algunas onzas de cuarzo azul salió cerrando la puerta.

Las tres mujeres que se encontraban en la esquina con poca luz que se veía desde la ventana de su habitación, comenzaron a dirigirles tentadoras palabras que se sintió tentado a escuchar esta noche, dirigió una mirada catalogando la mercancía, encontrando una cuarta que debió llegar mientras él se vestía, se detuvo en ella, una youkai de piel bronceada, parecía como si una suave cubierta de un vello casi imperceptible se extendiera sobre ella, haciendo de terciopelo su piel, se humedeció el labio, pensando en que el cuarzo que llevaba en el bolsillo le alcanzaría como para pasar el resto de la noche alejado de las "pesadillas".

-Vamos galán… Marfia esta dispuesta esta noche…- dijeron las otras tres mujeres poniendo en lo que parecía una vitrina ante sus ojos al objeto que había encendido sus deseos.

Detuvo el paso y se giró hacía ellas apreciando a la youkai de pies a cabeza, con aquella película aterciopelada que brillaba con tenacidad bajo al luz tenue del faro. Notó que un par de orejas caían en medio de su cabello que llegaba bastante más abajo de la cintura en un color bronce muy similar al vello de su piel, ella le sonrió y sus labios se entreabrieron haciendo resplandecer los colmillos ligeros que se posaban sobre el labio inferior. El golpe de su sangre se acumuló en su entrepierna, pidiéndole un desahogo que no había tenido el último tiempo. De pronto un sonido de risas y pasos algo torpes a su derecha llamaron su atención y la de las negociantes que tenía enfrente.

-Vamos, no querrás perderte a esta preciosura…- dijo una de ellas, haciendo indicación al grupo de hombres que se acercaban evidentemente en busca de lo que ellas ofrecían.

-A ti podría incluso no cobrarte, humano…- escuchó la voz tan aterciopelada como su piel, de la youkai que avanzó un paso hacía él.

"Humano" se repitió en su mente y una mueca de disgustó bajo todo su libido… no tenía nada que hacer un humano con una youkai, aunque sabía bien que cualquier humano se sentiría inclinado a probar los favores de una, era algo tan exótico como conseguir a una sacerdotisa, habían ciertos clanes que no se mezclaban en lo absoluto con el resto, pero como en todo, existía este bajo mundo en el que él se encontraba ahora, donde por un precio adecuado podías acceder a todo lo que la "sociedad civilizada" no te permitía.

Continuó con su camino, ignorando las exclamaciones de molestia tras de él, algunos insultos poco gratos llegaron a sus oídos, pero ciertamente no tenía intenciones de responderlos. Avanzó por entre los callejones en busca de su amigo, que de seguro estaría perdido una vez más en aquel antro al que lo había invitado tantas veces sin obtener un resultado positivo… pero esta noche se sentía algo desorientado, como si las horas no transcurrieran, como si el tiempo se hubiera detenido haciendo de las horas oscuras algo eterno, una extraña sensación de anticipación se alojaba en su estomago con cada paso que daba en dirección a la "Cueva de Midoriko", un lugar extraño, con un nombre igualmente extraño, que alojaba en su interior a todo aquel que deseara un trago y algo de diversión, sin importar el clan al que pertenecía, ya fueran, youkais, humanos, exterminadores o sacerdotes.

El olor al licor rancio le llenó las fosas nasales, obligándolo a hacer un respingo sutil que no fue notado por quienes se giraron a mirar quien era el recién llegado. Como era primera vez que iba a ese sitio en particular, las miradas lo siguieron mientras que avanzaba por entre las mesas que atiborraban el lugar, algunas estaban compuestas por individuas de un mismo clan, otras eran mixtas, se acercó a la barra en la que se encontraba una hermosa mujer, con una mirada demasiado seria para ser una chica que se moviera dentro de este ambiente, con cabello castaño y ojos almendrados que parecían hielo al fijarse en ti. Esperó su turno con cautela, y notó como desde el lado contrario de la barra una voz que conocía le exclamaba algo a la mujer.

-Hey Sango… dame otra…- era su amigo Miroku que asistía cada noche a este mismo antro, esperando la hora en que abría, ahora podía comprender por que, le interesaba la chica de los ojos de hielo, pero aquello no lo sorprendió tanto, como ver la precisión con la que ella se giró y atrapó el vaso en el aire… indiscutiblemente ella era una exterminadora.

Los exterminadores actuaban por iniciativa propia, tenían sus propias leyes y las hacían cumplir, muchos de ellos podían trabajar un tiempo como parte de la policía de las grandes ciudades civilizadas, como también podían hacer trabajos especiales pagados en una buena cantidad de cuarzo, no eran amigos de nadie, pero trataban con todos los clanes, sus servicios eran bien vistos y se les necesitaba con más frecuencia de la que se creía… pero que una exterminadora estuviera atendiendo un sitio como este, era algo inusitado.

-¿Qué vas a querer?...- le preguntó luego de arrojar con gran precisión el vaso de Miroku hasta el otro extremos deslizándose por la barra, obligando a los algo adormilados hombres a dejar libre la pista, y por un minuto InuYasha permaneció en silencio, los ojos castaños se quedaron fijos en él como si estuviera escudriñándolo, era una especie de inspección a la que de seguro se veían sometidos todos los que aparecían por primera vez, así como de vez en cuando los clientes ya frecuentes.

-¿Paga esto un poco de ámbar?...- consultó poniendo sobre la barra un trozo de cuarzo que debía pesar al menos una onza. La mujer tomó la piedra y la puso sobre una balanza pequeña que se encontraba tras ella.

-Sí y puedo darte un trago de la casa incluso… - dijo, metiendo el cuarzo en un cajón metálico con llave que estaba junto a la balanza, tomó una botella sin etiqueta que contenía un liquido de un hermoso color dorado, y lo vertió en un vaso, llenándolo poco menos de la mitad.

InuYasha tomó su vaso y se encaminó hacía donde estaba su amigo, que no despegaba los ojos de la chica que atendía la barra, no se sorprendió en lo absoluto, Miroku solía embelezarse con las mujeres, ya luego se le pasaría. Observó hacía su costado sobre una especie de escenario la figura algo desprovista de vestimentas de una mujer, su cabello vetado entre verde y oscuro, se movía en son de una melodía que interpretaba un hombre algo cansado en un rincón, con un instrumento de cuerdas. Las curvas cómodas de la mujer fueron recorridas sin demasiado entusiasmo, su deseo por las mujeres había acabado esta noche. La música cesó tras él, justo cuando tocó el hombro de su amigo que se sonrió al verlo.

-¡InuYasha!...- pareció gritar, pero la voz se ahogó en el ruido que los rodeaba -… al fin haz decidido liberarte… - le dijo Miroku observando tras de él como un chico joven , de unos dieciséis años se acercaba a su, por el momento, idolatrada Sango, y le susurraba algo al oído, abandonando luego la barra, y dejando como sustituto al mensajero.

-Liberación… - una palabra difícil para él – sabes que de eso ya he tenido bastante… - acotó, mientras Miroku le ponía la mano en el hombro como un gesto de aprecio, conocía hace años a InuYasha, sabía bien que él era el mejor amigo que tenía… quizás el único en el que realmente confiaba, a pesar de su temperamento autosuficiente.

-Ven vamos a una mesa – lo invitó, mientras que avanzaba buscando – esta estará bien, es una lástima que no este lo suficientemente cerca de las chicas que bailan – dijo en tono resignado.

Ambos se sentaron, e InuYasha dejó su copa sobre la mesa, sin haber probado nada de ella todavía, se dejó caer de un modo relajado sobre la silla y acariciaba con la yema de uno de los dedos el borde algo imperfecto del vaso.

-¿Qué te hizo venir?...- consultó sabiendo las veces que había ofrecido a su amigo que lo acompañara, recibiendo siempre la misma excusa, "que ya había visto demasiados lugares como ese"…

-No podía dormir – contestó sin emoción observando aún el color ambarino, como su nombre, del trago que había pagado.

-¿Otra vez los sueños?...- preguntó Miroku, que ya estaba al tanto de los trastornos para dormir que sufría su amigo, bromeando muchas veces con que cuando soñara lo llamara y que él de seguro atrapaba a esa esquiva mujer.

-Pesadillas… sí…- se aventuró a aclarar.

El silencio se hizo entre ambos, mientras que las luces que iluminaban el escenario se apagaban dejando apenas una penumbra, el hombre con el instrumento de cuerda, de pronto pareció más interesado de lo que estuvo antes, tocando algo que al sonido de InuYasha se hizo familiar, alzó la mirada, mientras que un silencio extraño se gestó en el lugar, algunos susurros de expectativa se escucharon, y tras una cortina de una tela visiblemente suave y liviana, comenzó a marcarse la figura de una mujer. La música tenue se acoplaba a la perfección de los movimientos tras la cortina, ¿o era al revés?...

-Que movimientos…- dijo Miroku, sintiéndose ya algo entusiasmado por esta nueva mujer – esta chica debe ser nueva… - aseguró, e InuYasha supo que hablaba muy en serio por la frecuencia con la que asistía a este lugar.

InuYasha sintió como aquella expectativa que lo venía acompañando desde que se acercara, se acrecentaba, los movimientos de la mujer comenzaban a avanzar, abriendo al cortina ante ella, y dejándola a la vista del publico que asistía, las luces del escenario aumentaron un poco más logrando un efecto satinado en la piel pálida que exponía, envuelta en una túnica de un color lila, que se sostenía solo por dos hebillas sobre sus hombros, las manos deambulando ante ella creando movimientos ondulantes que parecían hipnotizar… InuYasha pudo sentir como la respiración se le agitaba en el pecho, al reconocer en ella las vestimentas, el baile, el estilo de música, que comenzó a acelerar su ritmo al compás de su corazón, las caderas femeninas que eran marcadas solo por una cordón tejido y dorado, comenzaron a agitarse en el aire, incitando, atrayendo.

-Es fantástica… - dijo con voz enronquecida Miroku, lo que de alguna manera no le gustó a InuYasha, sabía que la mujer sobre el escenario, con aquel cabello azabache y oscuro como la noche profunda, estaba causando el mismo efecto que tenía en él, en cada uno de los hombre que estaban en el lugar.

Tomó la copa de ámbar y se la bebió de un solo sorbo, poniéndose de pie en medio de la multitud, cada hombre parecía pasmado observando el espectáculo, haciendo caso omiso a las pocas mujeres presentes. Avanzó hasta el escenario, contemplando por un segundo la figura femenina que danzaba de un modo magnifico, apoyó la mano derecha en la tarima y se impulso, escuchando solo el sonido incrédulo de las voces tras de él, entonces ella abrió los ojos y lo enfocó, el castaño de su mirada se quedó fija en el tono casi dorado de sus propios ojos, sintiendo de pronto que la expectativa se hacía insostenible, ella había aletargado los movimientos de su baile ante la sorpresa del intruso, pero por algún motivo los retomó como si no debiera de temer.

Las caderas comenzaron de nuevo a agitarse, y él no pudo evitar observarlas de lleno, deteniéndose en la curva que el cordón tejido marcaba en el centro de la unión de sus piernas, una oleada de deseo e inquietud lo abordó y comenzó a moverse también al son de aquel baile, que hecho de a dos parecía una muestra demasiado grafica de una acto de amor…

-¿Pero cómo?... – la escuchó preguntar, sabía bien que era muy difícil que un hombre supiera bailar la danza que ella estaba efectuando, pero él la conocía y una sonrisa arrogante se curvo en sus labios y los ojos dorados parecieron fulgurar.

-Tu solo haz tu parte cariño… - le respondió.

Los movimientos se efectuaban al unísono, evitando en todo momento que los cuerpos se rozaran, eran simples tentativas que incitaban al observador a esperar más de eso, las suaves ondulaciones de la pelvis de ella se encontraban a escasos centímetros con las que efectuaba InuYasha, sin dejar de mirarla a los ojos casi hipnotizado por su intensidad, la música comenzó en un momento a crear oleadas de un ritmo cada vez más y más frenético que tenía a todos conteniendo la respiración en espera de que la pareja que parecía cada vez más extasiada, se perdiera tras la cortina y terminara con aquella tortura desnudos e intimando realmente.

La música cesó de improviso, y lo que debió ser una culminación con los cuerpos arqueados hacía atrás simulando la unión sin tocarse de los sexos, se convirtió en un choque de los pechos y los labios de ambos, InuYasha apresó la larga melena azabache con la mano izquierda y con la derecha pegó la cadera de ella a su cuerpo, mostrándole con un movimientos sueva de su cintura, la erección monumental que llevaba encima por su causa. El beso fue profundo y angustiante, acompañada por la respiración forzada de la nariz de ambos que buscaban recuperar el aire perdido en el baile, la lengua de él buscaba frenética la calidez de la de ella, y de pronto se vio a si mismo en medio de un paraje silvestre, rodeados de añosos árboles, como en medio de un bosque de otra era, y ella le mordió el labio con avidez. La soltó y al abrir los ojos pareció volver de un lejano lugar, el sabor metálico de la sangre se alojó en su lengua dejando una suave tonalidad roja en los de ella, y su mano pálida y pequeña, le cruzó la cara.

-Haz cobrado un precio muy alto por un baile, hanyou…- le dijo con notable molestia en la voz, pero con una altivez e insolencia que hablaban de una estirpe superior a la de muchas bailarinas como ella, si es que realmente era una simple bailarina.

La soltó ante la impresión de ser descubierto, su disfraz había sido perfecto incluso para los mismos youkais, había conseguido aquello con ayuda de su amigo Miroku, y esta mujer sin más lo había descubierto… la vio alejarse alzando con violencia la cortina para escabullirse, las voces tras de él parecían vitorearlo, y de pronto tuvo total conciencia del lugar en el que se hallaba, pero ni siquiera aquello importaba… la expectativa ya no estaba en su interior y por alguna razón el sabor de su boca le resultó demasiado familiar…

-Es una sacerdotisa… - se dijo, con un brillo de entusiasmo en los ojos dorados que se habían quedado fijos en el lugar por el que ella se había perdido.

"Es cuestión de tiempo,

Antes de que vuelva a perseguir,

La esencia que encontré hoy en tu mirar,

Sintiéndome incierto,

Preguntándome si te amaré en medio de la nada que abracé,

Para proteger tu alma al sentir que podías amarme

Y memorizaré cada sendero para encontrarte, hasta el final,

Pero he descubierto que me importa caminarlos,

Si al final de todo este cambio, te hallo de escondite entre mis brazos."

Séfiro

Continuará…

Aquí estamos otra vez, con una historia que se irá desarrollando en su mayor parte en el camino… tengo mucha fe en ella, me tiene muy entusiasmada y espero que les guste, les aconsejo leer "Mi íntimo enemigo" y "El resplandor de la venganza", que son las dos historias que anteceden a esta, así podrán comprender más o menos lo que deseo explicar… besitos y gracias por acompañarme…

Siempre en amor…

Anyara