Capítulo I

LA RUTINA

¡Ring, ring, ring!, sonó el reloj despertador mucho antes de lo que Lizzie hubiera querido. Dando golpes al azar, intentó apagar aquel "cacharro endemoniado", según ella. Se restregó los ojos con sus manos y se levantó hacia el cuarto de baño, pensando en todas las cosas extremadamente aburridas que le aguardaban por hacer en el día. Al fin se arregló frente al espejo, no parecía estar nada adormilada, todo gracias a las bondades del maquillaje y una buena reprimenda contra sí misma, para obligarse a lucir más amable de lo común. Se colocó su ajustado uniforme, enderezando una placa plateada encima de su pecho izquierdo, que rezaba: "Agente Elizabeth Blackthorne, Departamento de Seguridad Interna, S.H.I.E.L.D". Caminando hacia su diminuta oficina, se encontró con más de un compañero de trabajo, que con falsa amabilidad le dedicaban un modesto "Hola, buenos días". Ella se limitaba a responder "Igualmente" o a simplemente asentir con la cabeza, no estaba de ánimos para charlas triviales.

Sola, en su despacho, tomó una taza que llenó con el peor café que jamás había bebido y se sentó, por enésima vez, frente a los monitores de cámaras de vigilancia. Se acomodó en la acolchada silla, colocando sus piernas cruzadas encima de la mesa, y se dedicó a observar las pequeñas pantallas, para ver si por primera vez en mucho tiempo pasaba algo interesante en aquella gigantesca nave, donde todos y cada uno de los agentes se dedicaban a lo suyo: seguir las órdenes de Nick Fury. Aunque el largo día de vigilancia parecía tan repetitivo como cualquier otro, Lizzie tenía la esperanza de que aquello por lo que había investigado las últimas semanas pudiese ser cierto, o al menos probable. Al tener una credencial como la de Agente de Seguridad, ella tenía acceso a lugares que los demás empleados no poseían, por lo que tomó ventaja y un día, cuando ni Fury ni Coulson estuvieron cerca, se dirigió hacia la sala de archivos de los proyectos recientes. Estaba enterada del P.A.N.T, (Proyecto de Armamento Nuclear Teseractivo) y también, el que más le emocionaba, la Iniciativa Vengadores.

Jugando distraída con un cubo de rubik, notó un pequeño alboroto en uno de los monitores. Un hombre alto, fornido y rubio, (cuyo ajustado traje tricolor era un poco llamativo), parecía caminar al paso apresurado del agente al mando, conversando con calma, mientras muchos oficiales estrechaban su mano y les presentaban sus respetos. Con gesto noble y un poco tímido los aceptó, y siguió caminando junto al emparchado hombre. Blackthorne sintió un vacío en el estómago al ver a semejante personaje desfilar en los mismos pasillos que transitaba cada día, sin falta. Muchos planes de huida llovieron en su mente, de alguna manera tenía que ver a su admirado Capitán América, tenía tantas cosas que preguntarle y comentarle. Entonces, la excusa perfecta apareció de la nada el la pantallita del lado izquierdo superior: la llegada de Natasha Romanoff y de Bruce Banner aún no le había sido reportada al jefe y ella podría hacerlo antes que cualquier otra persona, ya que ambos estaban en la sala de al lado. Saltó de la silla precipitadamente y corrió hacia la puerta de "Asuntos Internos", tocó la puerta con timidez y nerviosismo, casi no se escucharon los golpes, una voz gruesa y áspera la invitó a pasar. Ahí estaba Nick Fury de pie con los brazos cruzados atrás, usando ese abrigo negro largo que tanta intimidación le causaba a la chica. Con su "ojo bueno" escudriñó a la agente, que temblaba de excitación, y asintió una vez. La muchacha pareció no entender el gesto, pues estaba ensimismada detallando minuciosamente aquel perfecto rostro angelical, que apenas estaba cubierto de dorados mechones, que relucían bajo las luces de sodio. El apuesto joven le dedicó una amable sonrisa, lo que le alivió solo un poco, pues no dejaba de tiritar.

– Señorita Blackthorne, ¿quisiera compartir algo con la clase? – exclamó con tono estridente para que la chica reaccionara.

– ¡Ah, sí! Lo olvidaba… – rió por lo bajo, avergonzada de sí, y el muchacho rió con ella. Le guiñó un ojo y así se relajó por completo – La agente Romanoff ha abordado la nave, señor. Y la acompaña el Dr. Banner – dijo con el tono más cordial y serio que se le pudo ocurrir, pero era evidente que Nick no estaba convencido de su "madurez". Después de todo, siempre la vio como una adolescente tratando de encajar en un mundo de adultos.

– Pues bien, llama a Coulson y dile que contacte a Stark, es el único que falta. Gracias – hizo un ademán con la mano para que la chica se marchara, pero ella seguía sonriéndole al capitán, y él hacía lo mismo con ella. El director se exasperó por tan infantil escena y casi gruñendo espetó: – ¿Puedo ayudarte en algo más?

– No, no, lo siento, señor. Hasta luego, capitán.

– Aún no me has dicho tu nombre – profirió el rubio. Ante aquella petición le fue casi imposible a la muchacha no ruborizarse.

– Elizabeth Blackthorne, pero puedes llamarme Lizzie – tal muestra de confianza llenó de dicha al chico, que sonrojado contestó:

– Steven Rogers, pero puedes llamarme Steve – la chica sonrió con todo el rostro, y un brillo de satisfacción relució en sus ojos cafés.

– Sí, lo sé. Nos vemos pronto, Steve'O – sonrió y salió por la puerta sin siquiera darse cuenta de las furtivas miradas coléricas que le lanzaba Fury, y llena de felicidad regresó a su pequeño cubículo.

El capitán quedó sorprendido ante el apodo, pero le agradó. Nadie más lo llamaba así, solo ella, Lizzie. Se quedó pensativo por un momento: ¿era posible tener semejantes sentimientos por una persona que acababa de conocer?, ¿era posible que existiera alguien más como ella en el mundo?, ¿era posible que con solo una mirada cómplice y una tierna sonrisa, pudiese cambiar su mundo entero?, ¿era posible que pudiera amar de nuevo, después de su amada Sharon Carter? Sacudió la cabeza ante tales pensamientos, definitivamente precipitados, y trató de prestarle atención al discurso del comandante en jefe, del cual no entendió casi nada. Si la volviera ver, y esperaba que fuera pronto, se podía sentir como se sintió en aquella inmensa sala de conferencias, como un hombre irrevocablemente feliz.