Era en momentos así que Seijuurou daba gracias por su carácter calmado y diplomático. Desde luego, no querría por nada en el mundo echarle la risa a Shuuzou en la cara y soportar su berrinche correspondiente.
Aunque por ganas de reírse que no fuera.
—Muchas gracias —dijo Seijuurou con una sonrisa cortés.
—Oye, no pasa nada si no te gusta. Dímelo y punto.
Sería difícil que alguien viese esa bufanda de arcoíris y quisiese ponérsela. Espantosa, horrible o, como dirá el propio Shuuzou, fea de cojones. Claro que en esta ocasión no se iba a tirar piedras contra su propio tejado. Sería una bufanda que rozaba lo indecente —¿podía ser que la bufanda le causase ese picor en los ojos?—, pero la había preparado Shuuzou con todo su amor y, sí, poca habilidad.
—Desconocía esa faceta tuya —Seijuurou cogió La Bufanda y se la puso alrededor del cuello, pese a que ni hacía frío ni tenía ganas de que le saliese un sarpullido—. Veo que has sabido invertir bien la semana en casa de tu abuela.
—Qué gracioso eres —dijo Shuuzou con retintín. Seijuurou agachó la cabeza y sonrió—. ¿Sabes qué? Ella también te ha preparado algo. Mi abuela, digo.
Seijuurou lo observó sin saber qué decir. Shuuzou chasqueó la lengua y sacó de su bolsa infinita un par de guantes rojos —¡menos mal que había alguien en esa familia con buen gusto!— de aspecto suave y calentito.
—Oh, no tenía por qué… Muchas gracias, Shuuzou-san. Tendré que visitar a tu abuela para agradecerle el regalo personalmente.
—Sí, se muere por conocerte —Shuuzou siguió caminando a toda velocidad. ¿Tenía prisa? ¿O estaba nervioso por admitir tácitamente que no paraba de hablar de su novio a su familia?— ¿Sabes? No hace regalos así porque sí. Te considera parte de la familia. Bueno, y mis padres también.
—Y tus hermanos —Seijuurou sonríe al recordar los abrazos asfixiantes de los hermanos pequeños de Shuuzou. No sabía que le gustaban los niños hasta que los conoció.
—Sí, y mis hermanos.
Seijuurou se sintió feliz al lado de Shuuzou, con unos guantes hechos con amor y una bufanda que ya se ha convertido en su favorita. El amor era ciego, decían.
