Todos los personajes pertenecen a Hidekazu Himaruya, sin ánimos de lucro.
Introducción
Romano estaba terriblemente aburrido mirando a la gente pasar. Ni siquiera podía ir a visitar a su hermano menor, pues estaba más que seguro que cierto alemán estaría haciéndole compañía y prefería morirse del bodrio antes que ser parte de ese trío. Suspiró profundamente. Estaba molesto, se preguntaba si alguna vez Veneciano dejaba a Alemania en paz. Bueno, sabía que eso no iba a ocurrir en un tiempo futuro.
Sin embargo, estaba más preocupado por alguien más: España. La última semana se había comportado de una forma bastante extraña. No le fue a visitar en todo ese tiempo, no le respondía los mensajes y tampoco había aceptado la invitación de tomar un par de copas del mejor vino. No comprendía qué había pasado con el español, pues nunca había actuado de esa manera.
Repasó mentalmente todo lo que había hecho en los últimos meses y no hallaba una razón para que el hispano se hubiera distanciado de esa manera. Lo había tratado como siempre, ¿por qué entonces había decidido por ignorarle?
—Qué fastidio —opinó el italiano mientras que observaba la silla vacía a su lado.
Con el transcurso del tiempo se había acostumbrado a su compañía, a pesar de que por momentos le molestaba que estuviese tan pendiente de él. Pero al menos en esos instantes, España demostraba interés por él. Esa absurda y casi asfixiante atención que siempre recibía era mucho más preferible que esa súbita indiferencia. Golpeó su puño contra la mesa, se esforzaba por hallar un motivo y no lo conseguía.
Definitivamente, lo extrañaba. Esa estúpida sonrisa y esos enormes ojos verdes fijados en él… ¿Acaso se había vuelto loco? No comprendía qué era lo ocurría con él en ese mismo instante, pero necesitaba tener al español todo el tiempo a su lado. La presencia de su antiguo jefe, que antes le parecía hasta fastidioso, ahora le resultaba imprescindible. No pensaba admitirlo, por supuesto. Iría a averiguar qué sucedía y por qué demonios al español se le había antojado ignorarle.
Ya se imaginaba toda la conversación dentro de su cabeza. Con un buen regaño, era más que suficiente. Nunca había tenido que pelear demasiado por la atención del hombre, ni siquiera cuando había traído todos esos niños del continente americano. ¿Por qué iba a ser distinto esta vez? Agarró el teléfono y comenzó a marcar. Se lo había buscado.
—¿Hola? —preguntó una voz del otro lado.
—¡Estúpido España! ¿Qué demonios estás haciendo a mis espaldas? —Romano fue directo al grano.
—Yo, bueno… —Se notaba cierto tono de nerviosismo en el español. El italiano lo había tomado desprevenido.
—Lo que sea, ven a mi casa. Estoy demasiado aburrido… —Casi sonó como si fuera una orden.
—No puedo, Romano. Estoy… —pausó por un momento —.Estoy ocupado.
El muchacho se quedó en silencio antes de estallar. ¿Qué podía ser más importante que él? Le había jurado y recontra jurado que estaba enamorado de él y que lo amaba. No entendía de dónde provenía ése súbito cambio en España. No lo quería creer, era imposible.
—¿Has estado ocupado toda esta estúpida semana? —Interrogó sarcásticamente.
—Sí... Romano, no puedo hablar —Éste estaba sumamente apurado por finalizar la llamada en cuestión.
—¿Por qué no? —Enseguida escuchó una risa muy familiar en el fondo. Era de alguien a quien detestaba —¿Ese es el estúpido Francia…?
—Adiós, Romano —cortó sin prestar atención a la pregunta del italiano.
Al escuchar ése tono, Romano se volvió loco. No quería ni siquiera imaginarse la situación que estaba viniendo a su cabeza. Sabía que ese francés no era de confiar, nunca le había agradado. Pero nunca creyó que incluso aquel pudiera caer tan bajo. ¡Y con la persona que más amaba! Estaba seguro de que lo habían hecho a propósito, no hallaba otra razón. Nunca se había dado cuenta de la manera en que el rival de Inglaterra miraba a España, aunque ahora parecía tener todo sentido.
Sin embargo, las cosas no se iban a quedar de ésa manera. No iba a permitir que nadie le pisoteara el orgullo o el ego. Aun cuando se tratara de España. Le haría saber lo que sentía al respecto, y que no lo compartiría. ¡Ja! Ese estúpido francés iba a sufrir las consecuencias de haber tocado a alguien que le pertenecía a él y solamente a él. Después de eso, se encargaría de darle un castigo ejemplar a España.
No había tiempo que perder, era hora de ponerse los pantalones y hacer al respecto. Efectivamente, Romano tomó un par que había en su armario y se puso en marcha a la casa del español.
Mientras tanto, el hombre se secó el sudor de la frente y suspiró. Había sido una plática por de más difícil. No solamente porque tuvo que tratar de quedarse callado acerca de lo que en realidad estaba haciendo, sino porque extrañaba demasiado a su querido gruñón. La verdad es que habían sido días complicados de sobrellevar pues no dejaba de pensar en el italiano.
No obstante, al recordar la razón por la cual lo estaba haciendo todo, sonrió.
—¡Oye, España! ¿Vas a ponerte a trabajar ya? —indagó el francés que observaba el proyecto en el que ambos se habían involucrado, por pedido del dueño de casa.
—Sí, ya voy —se remangó la camisa nuevamente y puso las manos sobre la masa.
—¿Era Romano? —preguntó para cerciorarse mientras que revisaba las gavetas del español.
—Sí… —Respiró profundamente.
—Debes aguantar un poco más y valdrá la pena —afirmó el francés quien no despegaba sus ojos de los manteles —.Creo que tendré que prestarte uno mío… —explicó ya que ninguna de las decoraciones le convencía.
España no prestó mucho caso a lo que había mencionado el francés. En todo lo que podía pensar en aquel instante, era en Romano. Todavía no estaba muy seguro si la sorpresa que estaba preparando sería de su agrado, pero sabía que debía arriesgarse. Esta vez, el italiano no le iba a rechazar. Quería a su antiguo subordinado mucho más de lo que cualquiera podría imaginarse y sólo les faltaba un paso para demostrar su amor al resto del mundo y el español estaba preparado para eso.
Sin embargo, había algo que no había contemplado en ese plan y eso era el hecho de que Romano malpensara. Mientras que aún cocinaba para la cena que había estado planificando durante ese tiempo, el italiano estaba yendo a su casa. Éste estaba realmente furioso, pues no podía creer que su exjefe se atreviera a engañarle con Francia. Tampoco sabía que estaba a punto de hacerle una de esas escenas que siempre quiso evitar.
El mayor de los hermanos Italia iba refunfuñando durante su marcha. Trataba de preparar lo que le iba a decir a ese hombre de ojos azules y además, agarrar un poco de coraje ya que el miedo que le tenía, aún persistía. No le interesaba quien se interpusiera en el camino, tenía un objetivo más que claro: Llegar a la casa de España en cuanto antes.
Pronto comenzó a sentir los efectos de no tener un estado físico decente. Estaba sudando de tal forma que su costosa camisa estaba empapada y por instantes, parecía perder el aliento. No obstante, no iba a detenerse. En tanto Francia estuviera en la casa de España, no iba a parar. No podía ni imaginarse lo que realmente estaba sucediendo en dicho lugar.
Al estar a unos cuantos metros de la puerta, pudo escuchar unos ruidos bastante sospechosos que provenían del interior de la casa. Romano estaba cada vez más seguro de que España lo estaba engañando, definitivamente. No tardó demasiado en oír la risa de Francia, que no se cortaba demasiado en hacerlo. El enojo y la furia de Romano estaba creciendo más y más, pero también lo mal que sentía en su interior.
Sin embargo, no iba a dejar que nadie viera eso, hasta que mandara al demonio a quien se le cruzara por el camino. Sabía que el dueño de casa no esperaba por él y que si tocaba la puerta, lo más probable era que le ignoraba o le mandara de paseo. Menos mal que le había comentado donde dejaba la llave de emergencia, que se ubicaba debajo de la alfombra. No tardó en abrir y girar la perilla.
Tenía un poco de miedo con lo que iba a encontrarse, su corazón le latía bastante fuerte. En eso, Francia salía del baño con el cabello mojado y aprovechó la oportunidad para reclamarle absolutamente todo.
—¡¿Qué demonios estás haciendo con España, imbécil? —Romano le señaló con el dedo, aunque temblaba.
—¿Eh? ¿De qué estás hablando? —Se limitó a reírse un poco.
—¡No te hagas del idiota! ¡Sabes de qué carajo estoy hablando! —exclamó con furia el italiano.
—No lo sé. No te pongas así, que te ves feo —explicó con calma el francés.
Por su lado, España estaba metido en la cocina. Sin embargo, no tardó en reconocer los gritos de su querido y antiguo subordinado. No tendría por qué estar allí, debía hacer algo lo más rápido. El español salió vistiendo un delantal para entender qué era lo que estaba sucediendo. Aunque enseguida se dio cuenta de que estaba en problemas.
—¡Estúpido! Así que por este imbécil me has reemplazado —acusó el mayor de los hermanos Italia sin dejar que el otro pudiese dar una explicación.
—¡Romano! ¿De qué estás hablando? —España se puso algo pálido al sólo pensar en estar con Francia en ese sentido. Nunca se le hubiera ocurrido y tampoco tenía planes de hacerlo en el futuro.
—No me hablas, no me respondes los mensajes, no quieres pasar el tiempo conmigo… ¡Ahora entiendo todo! —En ningún momento se le vino a la cabeza otro motivo que no fuera ése.
El hispano trató de acercarse a Romano, mas éste dio un par de pasos hacia atrás. Estaba demasiado enojado como para permitir que el hombre le pusiera una mano encima. España respiró profundamente, lidiar cuando aquel se ponía histérico era toda una aventura. No obstante, a pesar de eso, aún tenía las ganas de pedirle matrimonio como lo había pensado desde hacía tiempo.
—Yo tengo una solución que podría contentar a los tres —aseguró Francia con un brillo en los ojos —¿Qué tal si montamos un trío…?
En un abrir y cerrar de ojos, el francés terminó en las afueras de la casa del español. No sabía cómo había llegado ahí y cuando quiso asomarse para que le volvieran abrir la puerta, España había cerrado las cortinas y de esa manera, tener más privacidad.
—No saben apreciar un diamante —se limpió un poco —.Ellos se lo pierden —Francia se retiró para ir en busca de alguna presa.
De nuevo, en el interior de aquel hogar, Romano continuaba sospechando de la conducta del español. Todavía no le estaba dando ninguna explicación para su extraño comportamiento y aquello lo enojaba muchísimo.
—¡Aún no me has dicho que carajo hacía Francia aquí! —rompió el silencio que se había interpuesto entre ambos.
—No pasaba nada, te lo prometo —rió nerviosamente.
—¿Y por qué no me llamabas, imbécil?
—Lo que sucede es que… —No quería joder la sorpresa que tenía preparado pero tampoco quería que Romano pensara que le estaba metiendo los cuernos.
Luchaba por encontrar alguna frase, alguna oración que pudiera explicar todo eso sin develar la sorpresa que con mucho esfuerzo había estado preparando para Romano. Pero era algo difícil al ver que éste lo miraba con una mirada de desaprobación. Justamente ahora que requería de alguna idea para zafar de esa discusión, su mente se había puesto en blanco y le atacó su dolor de estómago.
La poca paciencia que tenía el italiano ya se había acabado y no planeaba escuchar una sola palabra del español. Pese a que le dolía esa decisión, no podía estar con alguien quien no disfrutaba de su compañía y sobre todo, que le engañara de manera tan descarada. No era capaz ni siquiera de decirle frente a él lo que estaban haciendo con Francia y para Romano, ése silencio lo había dicho todo.
—Lo que sea… Me voy, imbécil —Se encaminó hacia la puerta sin siquiera mirar al español. Estaba más preocupado por contener sus lágrimas, productos de la decepción que se había llevado.
—Romano, espera… —España procuró ganar un poco más de tiempo pero el muchacho no quiso saber nada.
—¡No me vuelvas a molestar, no te necesito! —Romano dio un fuerte portazo y se dirigió hacia su propia casa.
El español no estaba seguro de qué acababa de presenciar, o cómo su sorpresa que se suponía que debía ser lo más romántico para ambos había sido lo que estropeó la relación. Se tiró encima de su sofá y respiró profundamente. El trabajo que le había costado convencer al italiano acerca de sus sentimientos se fue por la borda y ahora todo lo que le quedaba por hacer era volver a empezar. Tendría que ganarse de nuevo la confianza de Romano y estaba dispuesto a lo que fuera…
Sé que escribo muchísimo pero es mi manera de sacar la ansiedad que tengo.
Veremos si tengo un poco de suerte con esta historia. Va a constar de diez capítulos, por el momento.
Gracias por leer.
