Disclaimer: The Vampire Diaries no me pertenece, es de L. J. Smith y The CW. Solo la trama es mía.

Aviso: Este fic participa en el Reto Anual "The New Long Story" del foro The Vampire Diaries: Dangerous Liaisons".

Advertencias: AU. KLAROLINE. LEMON. VIOLENCIA. LENGUAJE ADULTO.


Prólogo.

Los pasos tronaban sobre el suelo de piedra, escudados por las fuertes paredes que impedían que llegara todo el ruido de la calle. Una gruesa capa de polvo cubría cada rincón de la casa, la falta de luz otorgaba un aire fantasmal e irreal al patio que una vez fue un lugar lleno de vida.

— Hogar, tétrico hogar.

Klaus miró a su hermano, Kol, claramente disgustado por el estado de la casa. Todos lo estaban. Cuando se marcharon hacía ya ochenta años no imaginaron encontrar, el que fuera su hogar por más de dos siglos, tan desmantelado. Cuando los reyes abandonan su reino, la maleza y la suciedad se apoderaban de él, permitiendo a las alimañas campar a sus anchas, sin ningún control ni autoridad que pudiera parar el deterioro.

Pero ellos no lo abandonaron, encargaron a las brujas el cuidado de la ciudad, de su hogar.

Klaus sabe que fue un iluso. Tenía que haber confiado en sus instintos, nunca hay que ceder poder ante nadie, eso denota debilidad.

— Lo arreglaremos. — Dijo Rebekah. La rubia estaba inmersa en sentimientos contradictorios; por un lado se alegraba de regresar a la que por tanto tiempo consideró su casa, pero también furiosa al ver el estado tan ruinoso en el que se encontraba. Sin embargo lo peor era haber vuelto en la forma en que lo habían hecho, de noche, esquivando las miradas, colándose en su propia casa, como unos vulgares ladrones.

Klaus se giró en redondo para observar a sus hermanos con atención, su familia. Los tres, Elijah, Rebekah y Kol, habían acudido a su llamada para recuperar la ciudad que les pertenecía, Nueva Orleans. Todos estaban igual de deseosos por recuperar lo que por derecho era suyo. Ellos habían creado la ciudad, la habían visto envejecer sin que por ellos pasara el tiempo, la habían ayudado en tiempos de crisis, la habían defendido. Estaban igual de sedientos de venganza que él.

— Hermanos, hemos vuelto para recuperar lo que nos robaron. — Comenzó diciendo Klaus, captando la atención de sus hermanos. Hablaba con voz suave pero decidida, recorriendo uno a uno a los miembros de su familia. — Nueva Orleans es nuestra ciudad. Fuimos engañados por aquellos a quienes se la encomendamos proteger. Actuamos de buena fé y fuimos traicionados. Están buscando la forma de acabar, no solo con nosotros, sino con todos los vampiros. Dicen que es la hora de las brujas, pero la noche siempre será de los vampiros… y el día de los Originales. —Hizo una pausa, serio, para que sus hermanos absorbieran la intención que había tras esas palabras. — Son el aquelarre de brujas más poderoso que hemos visto en siglos, eso es verdad, pero precisamente ahí radica su debilidad. Se creen tan poderosas, tan inalcanzables, que hará que su caída sea mayor. Esta noche empezamos la guerra para recuperar la ciudad que nosotros creamos, la ciudad que nos pertenece. Es hora de recordarles quién manda en nuestro reino.

Sus hermanos alzaron las barbillas, orgullosos y decididos, con una fiera determinación brillando en sus ojos.

— Siempre y para siempre. — Dijo Rebekah, pronunciando las palabras mágicas. El juramento que llevaban por lema y que siempre tenían presente.

La guerra había comenzado


El caldero estaba en el fuego, y su contenido hervía, mientras una mujer lo removía con una cuchara de madera, pronunciando unas palabras en voz baja. El olor a hierbas e incienso impregnaba la sala que estaba iluminada por velas y la luz de la luna.

Cuando la mujer calló, el contenido del caldero dejo de hervir para quedarse completamente quieto. La bruja se acercó a una estantería repleta de vasijas y recipientes, cogió un cuenco de manera y volvió al fuego para echar parte del contenido del caldero en él. Lo llevó a la gran mesa cuadrada que se encontraba en el centro de la habitación, repleta por distintos objetos como cuchillos, libros, velas, un pequeño espejo, hierbas e incluso una jaula con un búho en su interior.

La mujer apartó los libros para hacer hueco en la mesa y dejar el cuenco que llevaba. Con un movimiento de la mano, encendió las velas que faltaban por iluminar a su alrededor y a su vez apagaba las se encontraban lejos, incluido el fuego. La estancia quedo en penumbras, solo iluminada la mesa del centro.

Murmurando en voz baja, la bruja cogió una de las hierbas, la cual tenía flores de color azul y hojas afiladas. Mientras aplastaba la flor para que cayera en el cuenco, no paraba de recitar las palabras. Cuando terminó se acercó a una estantería cercana para coger dos frascos y variar su contenido en el cuenco. Satisfecha, se hizo con el último ingrediente. Abrió la jaula del animal y lo sacó, acercándolo al cuenco. Sin dudar ni un segundo, entonó en voz cada vez más alta un cántico que tenía al animal hipnotizado. La bruja cogió uno de los cuchillos curvados de la mesa, un athame, para sacrificar al animal. Con cuidado, dejo que la sangre del animal se fundiera con la mezcla, al juntarse la mezcla se removió sola, tornándose en un color cada vez más parecido a la sangre. Cuando terminó, apartó el cuerpo del animal, tirándolo al suelo.

Hostis monstras. — Pronunció la bruja en voz alta.

A continuación bebió el brebaje que había preparado, sin parar hasta que vació el contenido del cuenco. Acto seguido, se concentró mirando al espejo que se encontraba encima de la mesa.

Al principio solo vio su reflejo, su piel oscura levemente iluminada por la luz de la habitación, sus ojos negros resplandecían con un fulgor mágico y una suave brisa agitaba su oscuro cabello. Hasta que esa imagen se fue desvaneciendo poco a poco para ser sustituida por el cementerio de la ciudad. Cuatro personas caminaban entre las tumbas, decididas. Vio como daban con tres brujas. Supo qué eran esos seres antes de verlos entrar en acción. No era fácil sorprender desprevenidas a sus brujas, pero así lo hicieron. Los visitantes atacaron a las mujeres, mordiéndolas, bebiendo su sangre. Dos sucumbieron rápidamente, casi sin ser conscientes de lo que había pasado. La tercera no tuvo tanta suerte.

El vampiro rubio que la sujetaba levanto sus labios del cuello de la bruja. Dejando que un reguero de sangre se escurriera entre sus labios, parecía un monstruo. Los otros, se acercaron a la escena.

— Siempre me ha gustado el sabor de la sangre de las brujas, es muy… especial. — Dijo el vampiro que la sostenía. Sus palabras fueron recibidas con una maldición de la mujer.

— Mátame ya, no te diré nada. No me dan miedo los chupadores de sangre, las brujas te atraparán y te harán arrepentirte de haber pisado esta ciudad.

La amenaza causó carcajadas entre sus captores.

— Creo que no lo entiendes, amor. — Dijo el que parecía estar al mando. — No quiero nada de ti. Solo voy a hacer una cosa contigo: enviar un mensaje. — Dijo con voz suave el vampiro mientras sonreía.

— ¿Qué mensaje?

— Marchaos de mi ciudad ahora y puede que no os mate a todas.

— Estás loco. Ningún vampiro le va a ordenar nada a ninguna bruja. Nosotras no obedecemos a los muertos. — Respondió ella orgullosa. La bruja que observaba desde la distancia reconoció su valor.

— Peor para vosotras, será vuestro fin. — Dijo esta vez el más mayor de los recién llegados. Con pose tranquila se acercó hasta ella. — Dime, ¿cómo se llama vuestra suma sacerdotisa?

— Aja. No tenéis nada que hacer contra ella, huid ahora.

Sin esperar más respuesta el sereno vampiro le rompió el cuello.

— ¿Puedes ser más aburrido, Elijah? — Preguntó burlón el más joven de los hombres. — Deberíamos habernos divertido con ella.

— Aún podemos hacerlo, queda mucho tiempo por delante y muchas brujas que matar. — Propuso el hermano rubio.

La imagen se fue desvaneciendo poco a poco. Al principio la bruja no hizo nada. Se quedó mirándose en el espejo mientras respiraba furiosa.

Eran ellos. Los Originales habían vuelto. Por fin, todo su plan se ponía en marcha. Limpió el líquido rojo, tan parecido a la sangre, que manchaba sus labios. Y con paso decidido salió de la estancia, tenía muchas cosas por hacer.

Cuando la puerta se cerró, sonaron las doce campanadas que marcaban la hora de las brujas.