¡Al fin soy libre! La universidad estaba acabando conmigo, pero este mes espero recuperar el tiempo perdido y escribir bastante. La trama de esta historia es un capricho mío, pero espero que se animen a darle una oportunidad aunque ahora parezca muy extraño. Además es un experimento por hacer capítulos más largos, así que esto será dos o tres veces más largo de lo que normalmente escribo. De momento espero que sean seis capítulos. Ojalá les guste, y si al final tiene muchas dudas pueden dejarlas en un comentario, quizás se resuelvan más adelante.
Advertencias: AU, espiritual, suspenso, drama, muchas preguntas sin respuesta
Disclaimer: Los personajes no me pertenecen, hago esto sin fines de lucro.
Back to me
En la oscuridad, lo único que resaltaba era la silueta de un hombre varios centímetros más alto que él. Levi no estaba asustado, pero mentiría si dijera que estaba cómodo. Viéndolo a la distancia, corriendo desesperado hacia él, Levi se preguntó si quizás desaparecería de nuevo en cuanto estuviera a su lado. Ya estaba tan acostumbrado a esa clase de sueños, que incluso sabía en qué momento se convertiría en una pesadilla. Por fortuna, el timbre del teléfono logró despertarlo justo antes de que llegar a la peor parte del sueño.
Aún sobresaltado, buscó a tientas el aparato sobre el buró sin querer abrir los ojos, maldiciendo en silencio por haberse olvidado de apagarlo antes de ir a dormir. Lo que menos necesitaba ese día era ver lástima reflejándose en los ojos de los amigos a los que hacía tanto que no veía. Ni siquiera se detuvo a ver el nombre que aparecía en la pantalla. Cortó la llamada y lo apagó inmediatamente, antes de que tuvieran oportunidad de volver a llamar.
No necesitaba escuchar de nuevo el molesto timbre que tanto detestaba, tampoco quería acabar por contestar de forma accidental y escuchar otro sermón sobre por qué no debía pasar ese día sólo o sobre cómo todos estaban muy preocupados por él. Además, si respondía sus llamadas, inevitablemente acabaría con una multitud fuera de la puerta de entrada, deseando asegurarse de que seguía con vida y que aún no se volvía loco por el exilio auto impuesto. Si pudiera, hacía mucho que hubiera lanzado el molesto aparato contra la pared. Pero no podía y, por mucho que lo odiara, tampoco podía cambiar el tono del timbre de llamada. No había cambiado nada.
Un par de horas más pasaron hasta que finalmente se sintió con ánimos para abrir los ojos y enfrentar la realidad, que no era mucho mejor que las pesadillas que le atormentaban mientras dormía. Al menos mientras dormía no tenía que fingir que todo estaba bien y que su vida no se estaba convirtiendo en un suplicio. Tan era así, que en mañanas como esa se cuestionaba seriamente qué tan complicado sería contener la respiración hasta que sus pulmones quemaran y su corazón se detuviera.
Un minuto veintisiete segundos, su propia marca personal y la sensación de haber cometido una estupidez luego de comprobar que, por mucho que aguantara los espasmos de su cuerpo y el dolor provocado por la presión en su pecho, nunca lograría acabar con su vida de esa forma. Realmente no importaba si aquello no servía de nada, Levi lo había repetido cientos de veces con el único fin de obtener más de ese dolor que venía después de liberar el aire y que le permitía olvidarse de todo mientras daba desesperadas bocanadas de aire. El dolor había resultado ser una buena anestesia, casi tan buena como lo era el aislamiento. Alejándose de todos los que alguna vez fueron sus amigos era como lograba evadir los recuerdos e ideas que no dejaban de acumularse en su mente.
Salió de la cama sin prisas, pero al mismo tiempo manteniendo un ritmo más acelerado que el de cualquier otro día. Era el cumpleaños de Erwin, tenía que ir a visitarlo. Apenas el pensamiento tomó forma en su mente, un abrumador sentimiento de abandono y un nudo en su garganta amenazaron con hacerle correr al baño y devolver lo poco que había ingerido el día anterior. O tal vez un par de días antes, no estaba seguro de cuando había sido la última vez que se había alimentado adecuadamente. Inhaló y exhaló conscientemente varias veces, logrando calmarse en tiempo récord. Tenía que hacerlo, necesitaba estar bien para salir de casa. Necesitaba estar bien para Erwin.
A pasos lentos, pesados, se dirigió hasta el armario que habían compartido por casi ocho años desde aquella boda simbólica, clavando su mirada en la parte que le correspondía mientras evitaba por todos los medios desviar la mirada; un poco más a la izquierda, tan cerca que resultaba casi imposible ignorarlo, se encontraba la ropa de Erwin. Todos sus trajes, camisas, ropa casual, pijamas… el traje negro que había sido confeccionado especialmente para él y se ajustaba perfecto a su figura, la playera sin mangas que a Levi tanto le gustaba, la camisa azul cielo que combinaba con sus ojos, la favorita de Levi… todo conservaba el mismo orden que tenía la última vez que Erwin estuvo ahí. Incluso la corbata verde menta que le había regalado tres años antes en navidad, seguía medio colgada entre los sacos.
Aun recordaba a la perfección el día en que la corbata quedó en esa posición. Erwin había pasado la noche en vela cuidando de él, quien había enfermado a causa del crudo invierno que se negaba a marcharse. Levi había insistido en que debía dormir porque tenía trabajo al día siguiente, pero Erwin se negó a dejarlo sólo con esa fiebre tan alta. Aun cuando no recordaba todos los detalles a causa de su estado, recordaba perfectamente la sensación de sus cálidas manos sobre su frente, jugando con su cabello hasta que finalmente se quedó dormido.
Por la mañana, Erwin se veía tan cansado que le sugirió quedarse a descansar, seguramente podría pedir el día libre y quedarse en casa. Con suerte, pasarían el día juntos en la cama, acurrucados bajo las mantas y tomándose de las manos mientras veían alguna película. Levi no necesitaba nada más para sentirse el hombre más amado del mundo. Pero Erwin se había negado, regalándole una de esas encantadoras sonrisas y disculpándose por no poder faltar ese día, pues tenía un asunto importante que atender en el hospital. Como director, había ocasiones en que no podía ausentarse por mucho que lo deseara y las silenciosas súplicas de su pareja intentaran convencerlo. Mientras se vestía, notablemente afectado por la falta de sueño, Erwin había dejado caer una caja llena de corbatas que guardaba para ocasiones especiales. Había intentado devolverlas a su sitio, pero lo único que consiguió fue tirar algunas prendas y empeorar el desorden.
Levi, notando el apuro en que se encontraba, había intentado levantarse para ayudarlo, pero Erwin lo regresó a la cama con un beso y la promesa de ordenarlo por la tarde en cuanto regresara del hospital. No le había creído, pero Erwin, como siempre, no faltó a su promesa. Esa misma tarde se había dedicado a ordenarlo todo a la perfección. O casi todo, pues Levi no soportó más la ausencia de su calor en la cama y lo convenció de hacerle compañía sin siquiera confirmar que todo estuviera en su lugar. Había sido uno de los últimos días que pasaron juntos, pero también uno de los días en que más dichoso se había sentido de tenerlo a su lado.
Alejando los recuerdos, Levi se vistió sin preocuparse mucho por su apariencia, comenzando a sentir la urgencia de abandonar esa habitación cuanto antes. Con el tiempo, había aprendido a lidiar con esos ataques de ansiedad, que cada vez eran menos frecuentes pero no menos difíciles de superar. No importaba a donde fuera, o cuánto tratara de ignorarlo, el recuerdo de Erwin estaba presente en cada rincón de esa casa, de esa ciudad y de su vida.
Dos tazas de café y un par de rebanas de pan tostado, y estuvo listo para salir. Había pensado en usar el auto, pero no lo había usado mucho desde que estaba sólo, por lo que estuvo seguro de que ahí también estaría lleno de recuerdos agradables que se convertían en material para sus cada vez más variadas pesadillas. Si podía elegir, prefería mantener sus recuerdos intactos en lo profundo de su mente y no convertir los que fueron los mejores años de su vida en un mal sueño. Caminar parecía una mejor idea.
A simple vista, cualquiera podría jurar que caminaba sin rumbo. A pesar de que estaba ansioso por terminar con todo eso y volver a casa, donde podría volver a la cama y hundirse en la terrible misión de seguir respirando, no tenía prisa por llegar. Siempre era lo mismo, cada vez que finalmente reunía el valor de ir hasta ese lugar a visitar a Erwin, terminaba dando vueltas por la ciudad, recorriendo las mismas calles varias veces y alargando el recorrido tanto como era posible, como si de esa forma pudiera cambiar el lugar al que se dirigía, o por lo menos evitar que las personas lo notaran. No era que a alguien le importara, Levi estaba seguro de que nadie siquiera prestaba atención a su recorrido como para saber a dónde se dirigía, pero en su mente, cada persona que se cruzaba en su camino le miraba con lástima, como si pudieran ver través de él y saber que el camino que estaba recorriendo, con un enorme ramo de las más bellas flores, no podía conducir a otro lugar que no fuera el cementerio.
Ya habían pasado casi dos años desde que Erwin se había ido, pero el dolor seguía tan fresco como en el momento en que le llamaron para informarle que su pareja había sufrido un accidente de camino a casa. Fue un día de abril que había pasado con total normalidad. Erwin había salido temprano al trabajo y Levi había prometido esperarlo con la cena para recompensar sus cuidados. Prepararía su comida favorita, pondría algunas velas y cambiaría la ropa de cama para cuando Erwin regresara a casa. Sería una noche perfecta, sólo ellos dos y una copa de vino antes de hacer el amor hasta caer rendidos. Era un plan sencillo, como todos los planes que habían hecho durante el tiempo que estuvieron juntos, pero era precisamente esa sencillez la que le daba el valor agregado a esos momentos. Su pequeño mundo, su pequeño y perfecto mundo, se había desmoronado con una llamada telefónica y el sonido de las sirenas al otro lado de la línea.
Jamás hubiera pensado que algo tan simple pudiera destruir todo lo que habían forjado, pero eso era sólo otra prueba de que la vida era demasiado frágil como para llenarse de planes. El viaje a Vietnam, las vacaciones en la playa, el auto nuevo, la remodelación de la fachada de la casa, el arreglo del jardín, el cambio de los mosaicos del baño, el cachorro, la fiesta de Navidad, las clases de baile… muchos planes pendientes y una lista de lugares por visitar demasiado larga como para recordarlos todos, era todo lo que quedaba de sus sueños de una vida junto al hombre que amaba. Sueños que nunca llegarían a realizarse. Erwin había prometido que, cuando estuvieran demasiado viejos como para salir, conseguiría cientos de documentales sobre los más maravillosos lugares del mundo, esos a los que pocos se atreven a ir, para verlos juntos mientras descansaban sus cansados y arrugados cuerpos en la cama. Levi había bromeado sobre lo aburrido que sería, pero Erwin, con una brillante sonrisa, le aseguró que jamás se aburriría de estar a su lado, aún si ya no podía hacerle el amor y tenía que conformarse con sostener su mano bajo las mantas. Otra de las muchas promesas que quedaron sin cumplir. Un futuro que no sucedería.
Luego de muchas vueltas y varios cambios de rumbo, Levi finalmente llegó a su destino, con las flores en una mano y los recuerdos atorados en la garganta. Caminó ansioso hasta el lugar donde se encontraba la tumba de su amado Erwin, manteniendo la mirada fija en el suelo a modo de evasión. Lo único que esperaba era no encontrarse con nadie al llegar. Luego de la muerte de Erwin, había pasado casi dos meses en que se dedicaba a visitarlo cada día. Despertaba, tomaba un café, y caminaba hasta el cementerio para llorar por horas frente a su tumba. Sus amigos habían insistido en que debía buscar ayuda para superar su pérdida e inevitablemente terminaron acompañándolo en sus visitas diarias pues estaban preocupados por su salud y su estabilidad, pero Levi no se sentía cómodo mostrando su dolor delante de otras personas. Cada vez que llegaba a la tumba de Erwin, alguien ya se había adelantado y le esperaba para acompañarlo en ese momento tan difícil, aunque en realidad no eran más que horas de incómodo silencio, por lo que poco a poco las visitas se volvieron menos frecuentes hasta que terminaron por reducirse a visitas mensuales y ocasiones especiales. No era que no pudiera, era que no quería superar a la persona con la que se suponía pasaría el resto de su vida, una vida que ahora se le antojaba demasiado larga.
Con el tiempo, se le acabaron las lágrimas y el dolor se había vuelto tan común que casi podía ignorarlo para seguir con su vida tanto como fuera necesario. Por fortuna, su trabajo como columnista le permitía trabajar desde casa, dedicándole apenas unas horas a la semana y saliendo tan sólo cuando era necesario, cuando la presencia de Erwin se volvía demasiado intensa como para soportarla. Había abandonado el trabajo por cerca de medio año, mientras vivía el duelo, pero la pensión de Erwin no dudaría para siempre, y Levi no quería depender totalmente de ese dinero, por esa razón había regresado al trabajo, sin mencionar que, aunque se negara a admitirlo, le hacía bien distraerse un poco para escribir algunas secciones para la revista para la que había trabajado desde antes de conocer a Erwin. Olvidar a Erwin por unos momentos era un placer culposo que siempre terminaba en una profunda sensación de malestar y auto desprecio, ¿cómo podría olvidarse de él? Eso no era lo que Levi quería.
Un suspiro de alivio escapó de sus labios cuando, a pocos metros de la tumba de Erwin, finalmente pudo confirmar que estaba sólo. Era mejor así, no necesitaba lástima ni consuelo, tan sólo un poco de espacio y tiempo para recordar. Él mismo no consideraba que estuviera deprimido como tantas veces le habían dicho, directa o indirectamente, más bien era que no podía encontrarle un sentido a su vida si Erwin ya no estaba a su lado. Muchas veces, se descubría pensando qué haría Erwin si estuviera en su lugar, y terminaba basando sus decisiones en lo que él hubiera hecho o lo que él mismo hubiera hecho si Erwin no se hubiera ido. Así era más fácil, así lo sentía cerca.
—Feliz cumpleaños. —Susurró mientras se detenía frente al pequeño monumento que adornaba el lugar, su voz amenazando con quebrarse. Las lágrimas se le habían terminado, pero sus ojos insistían en escocer cada vez que leía el epitafio grabado sobre la fría losa de piedra. Amado desde el comienzo hasta el final de sus días. Levi hubiera preferido aclarar que seguía amándolo aún mucho después de eso, y que seguiría haciéndolo aun después de su propia muerte, pero eran detalles que no parecían tener importancia para el resto del mundo. Hanji le había ayudado a elegir el epitafio, al igual que le había ayudado con los trámites legal y otros asuntos después del funeral, y él estaba sinceramente agradecido con ella, pero en cuanto la pérdida dejó de doler al menos lo suficiente para permitirle pensar con claridad, cayó en la cuenta de que muchas cosas no habían sido lo que él esperaba.
Ese molesto epitafio no era lo único que le molestaba cada vez que estaba ahí. De haber estado un poco más lúcido en aquellos momentos, hubiera preferido una cremación, de ese modo hubiera podido conservar las cenizas de Erwin en casa, donde siempre pudiera tenerlo presente. Tal vez de esa forma no se sentiría tan sólo ni tan fuera de lugar. Pero, ya que aquello no había sido posible, a Levi le hubiera gustado que la tumba de Erwin fuera un tanto más sencilla. Sobre la tierra, justo sobre el lugar en donde reposaban sus restos, había sido colocado un pequeño pero ostentoso monumento de mármol que mostraba un par de jarrones del mismo material, uno a cada lado, siendo sostenidos cada uno por un ángel mientras que un pequeño arco unía ambos extremos, siendo coronado por una pequeña cruz que se alzaba por sobre el resto de las decoraciones.
Si bien el monumento no era feo, nunca le había gustado. Había algo en él que no terminaba de convencerle, pero cambiarlo por otro era una opción que no podría considerar hasta que no tuviera el dinero suficiente para hacerlo, cosa que su trabajo no le permitía. Algunas veces se preguntaba que hubiera hecho si Hanji no le hubiera ayudado con los asuntos legales para poder conservar la casa que perteneció a Erwin y, además, recibir la pensión que el hospital ofrecía a las parejas de los empleados en caso de fallecimiento pese a no estar casados. Al principio, le había asegurado que no necesitaba ese dinero y que se las arreglaría para salir adelante por su cuenta, pues no quería pasar por el molesto proceso de contarle los detalles de su relación a algún juez para comprobar que habían vivido juntos el tiempo suficiente para merecer los privilegios de cualquier pareja heterosexual, pero ella y algunos otros amigos le habían convencido de que era su derecho y que debía hacerlo valer.
Y Erwin, aún después de muerto, parecía ayudarle a encontrar solución a todos sus problemas. En menos de dos meses, el pago de la pensión comenzó a llegar y poco después recibió las escrituras de la casa a su nombre, ya no tenía que preocuparse por dónde viviría si algún día trataban de sacarlo de esa casa, aunque no estaba seguro de que alguien siquiera fuera a intentarlo, después de todo, Erwin no tenía más familiares con vida. Todo lo que tenía, lo que había logrado trabajando hasta el cansancio, Levi lo había heredado como su pareja. Erwin lo hubiera querido de esa forma. A veces tenía que convencerse de que así era.
Hundido en el solemne silencio del lugar, Levi acomodó con cuidado las flores que había comprado para él en alguna de las tantas florerías de la ciudad. Una a una, se encargó de depositarlas en los jarrones a ambos lados de la tumba, prestando atención a cada detalle para que todo fuera perfecto: la misma cantidad de flores en cada uno, lo pétalos ordenados uno a uno con ternura, la cantidad de agua suficiente para que no se secaran tan pronto. El lugar estaba limpio, Levi pagaba una pequeña cantidad mensual para que así fuera, pero eso no evitaba que se entretuviera en retirar algunas hojas que caían sobre la lápida, provenientes de los árboles cercanos.
Él no era mucho de hablar durante esas largas visitas, pero sin duda encontraba una paz que difícilmente podía lograr en cualquier otro lugar. Ahí, de pie frente a su tumba, Levi sentía que Erwin no se había ido realmente. Aunque nunca se lo había dicho a nadie, había algunas ocasiones en que el aroma de Erwin amenazaba con borrarse de su memoria y, desesperado, corría a buscar su colonia para esparcirla por la casa y conservar el aroma un poco más de tiempo. No era lo mismo, no estaba mezclada con el aroma natural de Erwin, pero al menos le devolvía un poco del recuerdo de su amado que ya comenzaba a desaparecer. Levi estaba seguro de que nunca sería capaz de olvidar a Erwin por completo, pero el tiempo comenzaba a hacer de las suyas, y temía que llegara el día en que ya no fuera capaz de evocar con detalle la imagen de su amado. ¿Tenía algún lunar en la espalda? ¿Alguna cicatriz? ¿Marcas de nacimiento? El malestar que le ocasionaba no saber responder a esas preguntas estaba acabando con su estabilidad emocional.
Algunas veces, en plena crisis de ansiedad, Levi enumeraba todas y cada una de las cosas que recordaba de él. Sus largas pestañas, el timbre de su voz, su altura, la sensación de su piel bajo sus manos, el calor de su pecho, su aroma, su risa, el brillo de sus ojos, el sabor de sus labios… y cuando el recuerdo en su memoria no parecía ser lo suficientemente fiel al hombre que tanto amaba, se arrastraba hasta la habitación que habían compartido, buscando al fondo de los cajones y entre los estantes todos los álbumes de fotos que aún conservaba con él, logrando calmarse tan sólo cuando confirmaba que aún no olvidaba nada sobre Erwin. Era un cuento de nunca acabar, un círculo vicioso que lo estaba hundiendo lentamente pero al mismo tiempo le ayudaba a mantenerse a flote. Lo volvía loco, pero lo mantenía cuerdo. Necesitaba sentirlo cerca por su propio bien.
Estaba tan concentrado en la paz que desesperadamente ansiaba, que le tomó un momento darse cuenta de que no estaba sólo en ese lugar. Levi no estaba seguro de en qué momento había comenzado, pero un insistente llanto comenzaba a hacerse notar en el caos que era su mente. Su primer impulso fue ignorarlo, después de todo, sabía que él no era la única persona que visitaba el cementerio y muchas veces había visto niños pequeños acompañando a sus padres o familiares. Sin embargo, apenas fue consciente del sonido, este pareció intensificarse hasta que se volvió imposible de ignorar. Debía tratarse de un niño pequeño, pero Levi no podía ver ningún niño cerca o alrededor de donde se encontraba, en realidad, en esa sección no había nadie más que él y quien fuera que estuviera llorando.
Recorriendo el lugar con la mirada, Levi trató de identificar de dónde provenía el llanto que comenzaba a irritarlo. Un poco más lejos, al pie de uno de los árboles que le daba sombra a la tumba de Erwin, un pequeño niño se abrazaba a sus rodillas mientras continuaba llorando con desesperación. Levi pensó en que lo mejor sería buscar a alguno de los vigilantes del lugar para que buscaran a los padres del niño, después de todo no era asunto suyo, pero finalmente se dejó llevar por su sentido del deber y se acercó lentamente al pequeño para no asustarlo.
Estando a tan sólo unos pasos del niño, Levi pudo notar que repetía algunas frases en medio del llanto como "estoy perdido" o "quiero ir a casa". El pequeño de cabello rubio y piel blanca vestía pantalones claros llenos de tierra por estar sentado en el suelo, y una camisa de manga corta color azul cielo, justo como la que tanto le gustaba que Erwin usara. Aún si quisiera hacerlo, Levi no tenía el corazón para abandonar a un niño a su suerte en un lugar como ese y probablemente tan sólo se había separado de sus padres, ellos también debían estar buscándolo, no sería difícil dar con ellos. Además, había algo en ese niño que le resultaba extrañamente familiar.
—Deja de llorar. ¿En dónde están tus padres? —Se agachó frente a él, tratando de llamar su atención y obtener alguna información útil que le ayudara a devolverlo con su familia. Aunque, ya que lo pensaba mejor, él nunca había sido muy bueno para tratar con niños.
El pequeño levantó la cabeza y, entre gimoteos y lágrimas, clavo sus azules ojos en los grises de Levi, dejándolo sin habla por varios segundos. Nunca antes había visto a una persona con el mismo color de ojos que Erwin, por lo que le tomó un momento reponerse de la sorpresa. Era como tener una versión mucho más pequeña de él. El niño, ante la presencia de Levi, secó sus lágrimas con su antebrazo, y él no pudo evitar pensar que ya había visto ese extraño gesto antes en alguna parte.
—Estoy perdido. —Susurró el pequeño, tan bajo que a Levi le había costado entender sus palabras.
Sus ojos estaban hinchados, tanto que Levi se preguntó cómo había podido tardar tanto en notar su presencia, aunque también podía jurar que no estaba ahí cuando llegó. Tal vez había estado caminando sin rumbo hasta llegar a ese lugar y finalmente quedarse quieto, aunque eso no explicaba por qué nadie más se había preocupado por su presencia antes que él.
—Puedo verlo. —Respondió tratando de ganar su confianza, quizás podría lograr que le acompañara a la caseta de seguridad a la entrada, seguramente sus padres irían allí buscando ayuda para encontrarlo. —¿Cómo se llaman tus padres?
—No lo sé. —De nuevo comenzó a llorar y Levi no pudo sino confundirse aún más por sus respuestas.
La angustia en el rostro del niño fue lo único que impidió que Levi pensara que aquello era una broma. Estaba seguro de que debía tener unos cinco o seis años, ¿cómo podía no saber el nombre de sus padres? Apenas los encontraran, se encargaría de hacerles saber lo que pensaba acerca de la incompetencia con que estaban criando a su hijo y lo peligroso que era perderlo de vista de esa forma.
—¿Cómo te llamas? —Intentó una vez más, seguro de que al menos debía saber algo tan básico como su nombre.
En ese momento, el niño pareció un poco menos angustiado, aunque tardó un momento en responder mientras su cuerpo dejaba de temblar por el llanto. —Me llamo Erwin.
Levi no había conocido a Erwin de niño y su relación con su madre no era tan buena como para que ella le mostrara fotos de su novio durante su infancia, apenas y le dirigía algunas miradas cargadas de odio, pero Levi apostaría cualquier cosa a que era idéntico al niño que lloraba frente a él. Probablemente era culpa de su imaginación y de su necesidad de ver a Erwin a su alrededor una vez más, pero si ese era el caso, estaba llevando las cosas demasiado lejos.
—¿Cómo dices? —Preguntó tratando de confirmar que, en efecto, se había confundido al escuchar su nombre. Estaba seguro de que su mente había confundido las palabras a su antojo para que pensara que se llamaba igual que su amado.
—Me llamo Erwin. —Repitió el pequeño, sus ojos volviendo a llenarse de lágrimas a causa de toda la presión que la situación le provocaba. Por más que intentaba recordar el nombre de sus padres o dónde los había visto por última vez, sus recuerdos parecían estar bloqueados, lejos de su alcance. Lo único que tenía claro, era su nombre.
Levi se quedó mudo por la impresión, incapaz de responder o seguir haciéndole preguntas. Una cosa era que el niño se pareciera mucho a Erwin, pero que además compartieran el mismo nombre era algo imposible. El impacto que aquello le había provocado fue tan fuerte que Levi comenzó a experimentar de nuevo los síntomas de un nuevo ataque de ansiedad. Nunca antes los había sufrido fuera de casa, pero esa no sería la primera vez. Levi no necesitaba a más personas tratando de convencerlo de que buscara ayuda y no les daría motivos para hacerlo. Apretó los ojos, frotando sus sienes con fuerza en un intento por recuperarse.
—Quiero ir a casa.
La voz infantil le atrajo de vuelta a la realidad, aun cuando Levi comenzaba a dudar de su cordura pues sospechaba que ese niño no era más que un producto de su desesperada imaginación. Trató de ignorarlo, intentó convencerse de que no había ningún pequeño rubio de ojos azules que se hacía llamar Erwin. Seguramente si se concentraba lo suficiente, la alucinación desaparecería. Nunca antes le había pasado, pero se prometió esa sería la primera y la última vez. Pero todos sus esfuerzos se vieron frustrados cuando, sin malas intenciones, el niño comenzó a jalar suavemente el borde de su suéter en un intento por llamar su atención de nuevo.
Erwin estaba preocupado. No conocía a ese hombre, pero era la única persona a la que había visto desde que llegó ahí y quizás podría ayudarle a volver a casa, además, se veía tan triste que Erwin se preguntaba qué podría haberlo puesto de esa forma. Estaban en un cementerio, por lo que supuso que alguien importante para él estaba durmiendo en ese lugar. Como sus abuelos, o su tío, o su perro. Erwin los extrañaba a veces, aunque en ese preciso momento no podía recordarlos.
—No estés triste. —Intentó consolarlo. —Mi papá dice que aunque ya no estén con nosotros, nos cuidan desde donde están. Mi abuela me cuida desde una nube. ¿También extrañas a tu abuela?
El infantil consuelo del niño le pareció un poco irónico, pues él mismo no había dejado de llorar ni un momento, pero sus palabras lograron tranquilizarlo un poco. Tal vez no estaba loco, tal vez ese niño sí era real, tal vez sí se llamaba Erwin, debía tratarse de una coincidencia. No podía ser una ilusión. ¿De qué otra forma podría explicar que fuera capaz de tocarle?
—Algunas veces. —Mintió, ni siquiera había conocido a sus abuelos, no había forma de que los extrañara, pero su madre… a ella sí que la extrañaba. —Vamos, busquemos a tus padres, deben estar preocupados.
Levi le ofreció un pañuelo y se levantó, esperando a que el niño, al que se negaba a llamar por su nombre, le imitara. Erwin, un poco más animado al ya no encontrarse sólo, limpio su nariz y sus ojos y se puso de pie, sacudiendo un poco sus pantalones. Su pequeño rostro se cubrió por un marcado sonrojo al notar lo sucio que se encontraba, incluso su rostro estaba hecho un desastre. Su padre se molestaría al ver que no había cuidado su ropa nueva. No queriendo pensar más en eso, Erwin comenzó a caminar junto al hombre que prometía ayudarle a encontrar a su familia mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios. Él parecía una buena persona.
Al ser un lugar tan amplio, caminaron por casi una hora en busca de alguien que reconociera al niño y pudiera hacerse cargo de él, pero Levi tuvo que aceptar para sí mismo que aquello sería imposible si él no ponía de su parte diciéndole al menos por donde había pasado antes o si algo del lugar le resultaba familiar. Pero Erwin insistía en que no recordaba nada antes de encontrarse con él, por lo que por un momento incluso llegó a preocuparse, pensando que quizás el niño tendría problemas de memoria o se había golpeado la cabeza y estaba aturdido. Levi pensó que probablemente había caído tratando de escalar el árbol donde lo encontró, pero tuvo que descartar la idea pues no se veía ningún golpe sobre su cuerpo, además de que le hubiera escuchado caer.
Todo eso estaba resultando demasiado extraño, tanto que Levi incluso se arrepintió de haberse acercado a él para tratar de ayudarlo. Lo único que deseaba era volver a casa y meterse a la cama, ahogándose en los recuerdos felices que dolían. Pero los sueños no se hacían realidad, Levi ya lo había aprendido de la peor forma, y pudo comprobarlo una vez más cuando, a causa del tiempo que pasaron caminando sin éxito, llegó la hora de cerrar el cementerio y los encargados de la entrada no pudieron hacerse cargo del niño. Sin otra opción, Levi decidió llevarlo hasta la estación de policía más cercana. Sólo un par de calles y finalmente acabaría con todo ese asunto.
Para Erwin, sin embargo, aquello estaba resultando de lo más divertido. Habían hablado un poco y se habían presentado por insistencia suya, pues aunque al principio Levi se había mostrado reacio a hablar con él más allá de lo necesario, finalmente había caído víctima de sus encantos infantiles y terminó por decirle su nombre y responder a sus extrañas preguntas como cuál era su color favorito o que era lo que más le gustaba comer. Erwin, pese a todo, se encontraba cómodo a su lado. Levi le daba una sensación de seguridad que le recordaba a cuando salía con su madre a jugar al parque y ella le tomaba de la mano y le sonreía con ternura. Claro que Levi no sonreía mucho, pero al menos no se había negado a tomarle la mano y Erwin sentía que podía confiar en él.
—Entonces, ¿tienes perro? A mí me encantan los perros, pero papá no me deja tener uno. Él dice que son sucios y ruidosos. Una vez tuve un gato, lo encontré de camino a casa cuando regresaba de la escuela, pero papá no me dejó conservarlo y tuvimos que…
Levi se había rendido hacía bastante tiempo sobre intentar que se mantuviera en silencio. El niño hablaba tan rápido que difícilmente lograba responder alguna de sus preguntas. Al menos hasta que se dio cuenta de que ni siquiera tenía que responder, Erwin parecía estar satisfecho con que él le escuchara en silencio e hiciera algún comentario de vez en cuando. Sin embargo, escuchándolo hablar, Levi recordó algunas cosas que había escuchado antes, mucho tiempo atrás, cuando él y su Erwin apenas acababan de conocerse y el atractivo rubio del hospital hacía hasta lo imposible por conseguir una cita con él.
Levi había comenzado a trabajar escribiendo para una revista de opinión desde poco antes de graduarse como editor, por lo que había sido enviado a entrevistar al director del hospital más importante del país, en ese entonces, el padre de Erwin. Había estado muy emocionado, con apenas veintiún años, no esperaba que lo eligieran para entrevistar a alguien tan importante. Lo que tampoco esperaba era que el hombre resultara ser uno de esos ricos que se sentían superiores al resto del mundo y se negara a ser entrevistado por un niño jugando a ser reportero. Levi se había sentido tan ofendido que no dudó en salir de ahí luego de gritarle que él no era ningún niño y que no le importaba no obtener la estúpida entrevista, para luego ir hasta una de las bancas en el patio del hospital a sentirse miserable. Se había dejado llevar por sus impulsos, pero pensándolo con la cabeza fría, había sido una estupidez portarse así con el director del hospital.
Estaba seguro de que perdería el trabajo, ni siquiera tendría el valor de ir y mirar a su jefe a la cara sabiendo que acababa de ensuciar el nombre de la revista por no saber quedarse callado. Fue entonces cuando lo conoció. Un atractivo hombre, bastante mayor que él al parecer, había llegado a sentarse a su lado sin pedir permiso, ofreciéndole un vaso de café con el pretexto de que el día era frío y él parecía estar preocupado. Se había presentado como "Erwin", simplemente Erwin. Levi había tratado de ignorarlo y alejarse, porque no estaba de humor para una conversación que obviamente tenía motivos ocultos, pero tuvo que aceptar que Erwin era muy agradable, además de que no era tan viejo como había pensado y era sólo su impresión a causa de la ropa que usaba, pues realmente era sólo dos años mayor que él.
Había regresado al hospital un par de veces para disculparse y obtener la entrevista, obligado por la revista, claro, pero nunca pudo lograr su objetivo. Sin embargo, sí había logrado conseguir el teléfono del atractivo rubio, como a Levi le gustaba llamarle, quien no había tardado en pedirle una cita. Se había negado, se negó por mucho tiempo, pero casi medio año después finalmente cedió. De cualquier forma, pasaba tanto tiempo con él que casi era como tener una cita. Fue en una de esas primeras veces en que salieron juntos, fuera de los terrenos del hospital, que Erwin le contó la historia de cómo siempre había tenido ganas de tener un cachorro, pero su padre nunca se lo había permitido. También le habló del gato que había acogido por una noche, su nombre era…
—…tigre. —Finalizó el niño con una amplia sonrisa, satisfecho por haber terminado su relato y provocándole un escalofrío.
—Tigre… —Repitió Levi, incrédulo, su mente reviviendo la imagen de su pareja riendo tímidamente luego de confesarle el nombre que había elegido para el animal, avergonzado por lo infantil que había sido al nombrarlo así.
Un extraño pensamiento comenzó a cobrar fuerza en su cabeza, y Levi tuvo que forzarlo a desaparecer mientras intentaba seguir caminando, concentrándose repasar el camino para evitar desviarse como estaba acostumbrado a hacerlo. Eran demasiadas coincidencias, demasiados gestos, tantas cosas en común, que Levi comenzó a preguntarse si ese niño que le tomaba de la mano no era un producto de su dañada imaginación. Seguramente era la depresión que tanto negaba la que le estaba provocando visiones con un Erwin mucho más pequeño, como un intento desesperado por traerle de vuelta.
—¿Levi? —Le llamó el pequeño, jalando su mano para conseguir que le mirara. Erwin no entendía que era lo que pasaba por su mente, pero le preocupaba que Levi estuviera bien un momento y al siguiente pareciera que iba a romper en llanto. Le preocupaba y le confundía.
Levi, sin embargo, le dedicó la mejor sonrisa que pudo lograr y siguió caminando en silencio, cada vez más consciente de ese pensamiento que cada vez parecía menos ridículo. ¿Y si ese niño fuera la reencarnación de su amado? Él nunca había creído en esas cosas, pero no podía encontrar otra razón que explicara las extrañas coincidencias entre ambas personas. Aquello parecía tener sentido, pero una parte de él, la que aún pensaba con lógica, le golpeó con la realidad. Erwin había muerto menos de dos años antes, mientras que este nuevo Erwin tenía seis años recién cumplidos, en sus propias palabras, por lo que era imposible que se tratara de una reencarnación. Además, incluso si lo fuera, sería imposible que compartieran recuerdos del pasado. Entonces, ¿quién era ese niño?
—Dime una cosa, ¿cómo fue que llegaste al cementerio? —Ya le había hecho la misma pregunta antes, pero quizás esta vez Erwin ya habría logrado recordar cómo era que había llegado a ese lugar. No perdía nada preguntándole, necesitaba saber.
—No lo sé. —Respondió de nuevo, igual que todas las veces anteriores. Se mantuvo en silencio un momento, pensando, haciendo un esfuerzo por recordar cómo había llegado ahí, pero no había nada. —Cuando desperté —comentó con seriedad—, ya estaba en ese lugar. No había nadie más ahí, y no me gustan esos lugares, y yo… —Erwin dudó un momento. Él era un niño fuerte, no le gustaba aceptar cuando estaba asustado, pero con Levi sintió la confianza de admitirlo. —Tenía miedo. Entonces llegaste tú.
Levi le miró intrigado, queriendo entender el misterio que envolvía a ese niño. Era imposible que hubiera llegado ahí mientras él estaba visitando a su pareja, pero estaba seguro de que no estaba ahí cuando llegó. Era como si simplemente hubiera aparecido en ese lugar, como si al abrir los ojos se hubiera materializado. Una parte de él, su corazón, que se negaba a dejar marchar a Erwin, quería creer que se trataba de él. Que había regresado de alguna forma, luciendo como un niño, para estar de nuevo a su lado, para que no estuviera sólo nunca más. Pero entonces se sentía enfermo por pensar algo así. Él no era un pedófilo, nunca podría ver a su Erwin en ese niño, incluso si se tratara de la misma persona en un cuerpo diferente. Erwin estaba muerto, ese niño tenía que ser alguien diferente.
Cuando por fin llegaron a la estación, Levi agradeció que el suplicio finalmente llegara a su fin. Ahora podría ir a casa y seguir con sus planes para lo que quedaba del día. Preparar la cena, tomar un poco de vino, llorar hasta quedarse dormido…
—Levi… —Le llamó el pequeño, mirándole con emoción y ánimos renovados mientras daba pequeños saltitos.
Aunque no entendía qué era lo que lo había puesto tan emocionado, Levi estuvo feliz por él, seguramente había recuperado la esperanza de reunirse pronto con su familia ahora que estaban en la estación de policía. Ellos le ayudarían, estaría bien ahí.
—Está bien, Erwin, los policías te ayudarán ahora, ellos llamarán a tus padres para que vengan a recogerte y vayas a casa a descansar. Tal vez ya estén aquí esperándote.
Quería creer que así era, que se habían preocupado por la ausencia del niño y ya habían dado parte a las autoridades para que comenzaran a buscarlo y era sólo cuestión de tiempo para que estuvieran ahí, abrazando al niño y poniéndolo a salvo.
—¡No! —Se quejó, ligeramente molesto con Levi pues no parecía estar entendiendo lo que pasaba. —¡Ya recordé cómo volver a casa!
El niño dejó escapar un grito de emoción, satisfecho consigo mismo por haber logrado recordar, no sólo el lugar donde vivía sino también el camino desde la estación hasta su hogar.
—¿Estás seguro? —Preguntó, incrédulo, sin estar muy convencido de que fuera buena idea seguir con eso. Lo mejor era que lo dejara en la estación, al cuidado de la policía, ellos podían llevarlo a casa. Él no tenía nada que hacer con ese niño.
—¡Sí! ¡Vamos!
Antes de que pudiera negarse o dar un paso dentro de la estación, Erwin había comenzado a correr, jalándole para que apretara el paso y llegaran pronto a casa. Corriendo por las calles, Levi intentaba no tropezarse con el niño que corría a su lado mientras que Erwin le contaba lo mucho que su madre se emocionaría al verlo de regreso. Le dijo que ella estaría feliz y que seguramente le agradecería a Levi por haberlo ayudado. Le dijo que ella era muy amable y bonita y que estaría encantada de que se quedara a cenar con ellos. También, que ella cocinaba delicioso y ese día prepararía su comida favorita porque era un día especial.
Y mientras Erwin le contaba todo eso, Levi maldecía a la vida por ensañarse con él de esa forma. No le había bastado con arrebatarle a la única persona que le quedaba en el mundo, con destrozar sus planes, ahora, cuando estaba comenzando a salir adelante, enviaba hasta él un niño que volvía a ponerlo todo de cabeza. Levi conocía de memoria el camino que estaban siguiendo. Lo había recorrido cada día durante años, a veces más de una vez al día. Era el camino a casa. Descubrió con horror que no se había equivocado cuando Erwin se detuvo, justo frente a su puerta. La puerta de la casa donde había vivido con Erwin durante ocho años.
—¡Llegamos! —Anunció el niño con júbilo, y Levi se olvidó de cómo respirar.
