John extrañaba el olor a café en la mañana. Lo extrañaba a él, reclinado en su microscopio y musitando un seco "buenos días". Extrañaba esa manera en la que , en las noches lluviosas, sacaba su violín y tocaba alguna canción para complacerlo, extrañaba la textura de sus rizos, de la adrenalina que sentía cuando resolvían algún caso, extrañaba la primera vez que lo había besado, y lo sorprendido que se quedó cuando sonrió en su boca murmurando un "Yo también te quiero". Extrañaba acurrucarse contra él cuando tenía una pesadilla. Todo había parecido tan feliz…y luego se había ido, como cuando le quitas el caramelo a un niño. De pronto él se había ido, él y sus besos, sus caricias, su olor y sus rizos, esa manera de besarlo como si lo necesitara para respirar.

Y dolía, claro que dolía, fue como si le hubieran arrebatado el aire de un momento al otro, ahora estaba solo en su departamento, viendo el sofá donde él solía sentarse. Y ya no podía, no podía parar de imaginárselo en todas partes. Lo veía reclinado en la mesa de la cocina, sentado en el sillón de la salita de estar, saliendo de su habitación, lo veía tocando el violín junto a la ventana, corriendo de lado a lado en el departamento cuando resolvía un caso. Incluso un día entró en su habitación, y cayo rendido ante su olor, que estaba en todas partes del cuarto, en su ropa, en las sábanas. Y comenzó a llorar, maldiciendo una y otra vez ese maldito día en el que Sherlock saltó de la azotea, esa imagen inundaba sus pesadillas en las madrugadas, y despertaba con un nudo en la garganta y un vació en el pecho, porque recordaba que él ya no estaba.