Disclaimer: La Saga Crepúsculo (The Twilight Saga) y todas sus escenas, personajes, etc., así como las películas basadas en ellos, incluyendo la banda sonora, etc., pertenecen a sus respectivos dueños (Stephenie Meyer, etc.). Escribiendo este fic no pretendo otra cosa que entretener, sin ánimo de lucro alguno.

Nota: Esta historia pretende ser un simple cuento infantil, así que no esperéis mucho más del mismo. No quiero defraudar a nadie. Aunque creo que nunca se es demasiado mayor para leer cuentos de hadas. ;D


La princesa que no sabía bailar

El enorme salón de baile estaba espectacular. Las lámparas de araña brillaban como diamantes y las largas cortinas de terciopelo estaban impecables. Todo el mundo vestía sus mejores galas, las princesas especialmente, pues esa noche el apuesto y encantador príncipe Carlisle elegiría novia y todas deseaban ser las elegidas.

Una de ellas se llamaba Esme Anne. Era la más hermosa de todas las princesas, pero aún no lo sabía y le daba mucha vergüenza estar allí. Pero había ido a ver al príncipe, porque estaba enamorada de él desde que se lo encontró un día en el bosque. Unos bandidos la habían acorralado, y el príncipe, que estaba cazando por allí, la rescató. Jamás olvidaría aquello, y esperaba que él tampoco. Estaba deseando volver a verle, pero bailar con él era lo que más temía. Porque la princesa Esme escondía un terrible secreto: no sabía bailar. Todos sus intentos de aprender habían sido inútiles, era una patosa. Y todo porque el malvado mago Charles la había hechizado cuando ella, enamorada de Carlisle, rechazó al mago educada pero rotundamente. Este montó en cólera y le echó el maleficio que la condenó a ser incapaz de dar dos pasos de baile sin tropezar, toda una vergüenza para cualquier princesa.

Entonces Carlisle hizo una reverencia y le pidió bailar. Esme estaba aterrorizada, pero aquél era su más hermoso sueño, así que aceptó. Él la tomó suavemente de la mano y la condujo a la pista de baile.

—No temas. Yo te sujetaré—le dijo al verla nerviosa.

—Gracias—susurró ella, con las mejillas rojas. Él le sonrió dulcemente, derritiéndole el corazón. La tomó suavemente de la cintura y de la mano y empezó a guiarla en un baile de lo más patoso que provocó las risas de muchos de los presentes. Porque el príncipe Carlisle estaba bailando como un patoso para que no se notara la torpeza de la princesa Esme. Él sabía que estaba hechizada porque había visto en su delicado cuello la marca del perverso mago. Sabía que un acto de generosidad y amor rompería el hechizo, así que decidió ponerse a sí mismo en ridículo para salvar a la princesa del mismo. Y lo consiguió.

La princesa Esme, sorprendida ante los actos del príncipe, le suplicó: —Por favor, parad. No quiero que os pongáis en ridículo por mí.

El príncipe Carlisle le sonrió de nuevo—Ya lo he hecho, princesa. Y ha dado resultado. Ya no estáis hechizada—señaló su cuello. La marca había desaparecido—. ¿Me concederíais otro baile?

Ella asintió, con lágrimas de alegría en los ojos, y juntos bailaron un vals que acalló las risas y las convirtió en aplausos.

Cuando acabó el baile, el príncipe Carlisle se arrodilló delante de la princesa Esme y le pidió que fuera su novia, con la esperanza de que más adelante fuera su prometida y su princesa y más tarde su esposa y su reina. Ella aceptó encantada, su sueño hecho realidad, y él le dio su primer beso, el más mágico de todos, mientras a su alrededor todos aplaudían.