One Piece y sus personajes son propiedad del genio mangaka Eiichiro Oda; no obstante, el fic pertenece a su servidora y, como regalo, pasa a manos de Masamoony (fanficker LawLu).

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Sólo una pieza

Era algo extraño, el cómo se sentía con el Sombrero de Paja.

¿Cuándo fue la primera vez que lo vio? Oh, sí: En el archipiélago Sabaody. ¿Qué hacía él en la casa de subasta? Sencillo: buscar información o algo que fuera de ayuda para su plan contra Doflamingo. El sujeto a cargo del establecimiento debía mantener algún tipo de contacto con el entonces Shichibukai si la insignia sonriente adornaba su oficina, después de todo. ¿Que si revisó el lugar? Quién sabe. A lo mejor envió a Penguin de infiltrado por mera curiosidad, argumentando que, si es que lo hizo, fue únicamente porque algo bueno debía haber en ese lugar al ser frecuentado por los Tenrÿubito y por toda clase de piratas surcando el océano.

No tenía nada qué ver con el aparente instinto natural que lo orillaba a cometer locuras, como planear la caída de un Yonkō y aliarse con el joven más disparatado del universo para tal objetivo.

No era como si tuviese algún tipo de fijación con autodestruirse, creando conspiraciones en contra de un rey mentiroso e idolatrado por su país; liándose en la jodida batalla más importante de la Marina por salvar a un mocoso o convirtiéndose en quizás el ser más ruin, perverso y odiado al robar literalmente los corazones de sus colegas de mar para posteriormente entregarlos a los marines, y luego ¡oh, sorpresa! Traicionar a los marines. No tenía nada qué ver con eso, qué va. Además, en ese entonces Law no imaginó el gran problema en que se metía, ¿quién lo haría? Dos años son mucho tiempo: todo podía pasar.

La primera vez que lo vio golpeando a un Tenrÿubito, Trafalgar creyó que el muchacho de goma era interesante; lo confirmó minutos después, cuando el primer oficial y mano derecha del mítico Rey Pirata le miró de frente y dijo: «esperaba conocerte». De inmediato pensó "este chico es importante", y si acaso llegó a ocurrírsele que tal vez era una persona de renombre por su apellido —el cual le sonó familiar de primera instancia y más tarde supo descendía del propio Monkey D. Dragon—, el inquieto adolescente demostró en batalla que era más bien reconocido por su fuerza. Así lo indicaba la increíble cantidad en el cartel de 'se busca', al menos.

La segunda vez, le tocó verlo inconsciente; le tocó mancharse las manos con su sangre y abrirle el pecho con un bisturí. Más tarde, estando ya el Sobrero de Paja despierto, lo miró entre ilusiones: ilusiones porque eso parecía el muchacho histérico que alguna vez sonrió feliz. Una ilusión. Law no sabía si alguna de las dos versiones era falsa, porque definitivamente la única forma de que ambas tuvieran cabida en el mismo hombre, era que éste padeciera bipolaridad. No era una idea tan rebuscada si la analizaba bien, si recordaba la seriedad con la que el chico observó a quienes molestaron a sus amigos.

El problema del hombre con el sombrero de paja iba más allá de un trastorno psiquiátrico: la muerte de un ser querido tras otra clase de pérdida deja sin aliento a cualquiera.

Siendo honesto, aquella destrucción masiva que hubo provocado el joven capitán, no le llegaba ni a los talones a la locura que asaltó al cirujano en su momento; el día que tocó a la puerta de la Donquixote Family, con granadas y explosivos abrazando la totalidad de su cuerpo, él no sólo pensaba en destruir. Verdaderamente quería matarlos a todos.

"Niño estúpido", pronunció mentalmente —y sonriendo con ironía— al identificar su propio dolor en los gritos del contrario, "incluso si lloras, los muertos no resucitarán". Se planteó decírselo personalmente, pero al final no lo hizo porque no tenía tiempo que perder con alguien indispuesto a escuchar; al menos eso se decía al revivir tal episodio, porque no iba a aceptar nunca y bajo ningún concepto que prefirió irse de la isla antes que alargar su propio sufrimiento. Eligió frenar su renaciente empatía.

Dos años después lo encontró por tercera ocasión en la isla Punk Hazard.

¿Qué sintió? Ni siquiera lo supo.

Hacía años dejó de ser un hombre sentimental; más bien se transformó en uno intelectual y, por tanto, su estilo le exigió observarlo de pies a cabeza. Y pensar. Pensar conscientemente en lo mucho que cambió, porque mentiría si dijera que seguía siendo el mismo. No eran sus facciones o cualquier rasgo físico lo que había cambiado, porque cada línea invisible adornando su piel estaba igual —no era que se hubiera fijado por algún motivo especial, oh no. Fue simple observación innata—; más bien fue su sonrisa. Esa sonrisa ampliada de oreja a oreja daba ahora la impresión de algo más que un hombre alegre.

Tal vez si Law no lo hubiese visto por cuenta propia no lo habría sospechado, pero se atrevía a afirmar que la experiencia con su hermano le otorgó a esa sonrisa un toque de madurez, un brillo que, sumado al de sus ojos, gritaba a los cuatro vientos: "Sé lo que es la tristeza, la desesperación, y aun así continuo sonriendo. Sigo vivo." Entonces sintió envidia y un pinchazo de odio correr por sus venas. Envidió la fortaleza del Sombrero de Paja, porque simplemente logró lo que Trafalgar no pudo: dejar atrás la tragedia y ser feliz.

Otra cosa que notó —para sorpresa suya— fue la facilidad con la que el optimismo del contrario penetraba sus poros y llenaba su ser de esa empatía que tiempo atrás se negó a sentir. A partir de ese instante, el capitán de los piratas de corazón trató de mantener su distancia; no fue tanto porque el Sombrero de Paja resultase inhumanamente torpe y le causara problemas, porque le hiciera sentir cosas extrañas a las cuales temía o alguna mierda de esas. No. Era sólo porque el hombre de los tatuajes no recordaba haber experimentado satisfacción e incertidumbre al mismo tiempo —de hecho ignoraba la existencia de tal cualidad, y más aún que él la tuviera—: necesitaba un ambiente pacífico para relajarse y asimilar la nueva información.

También guardó su distancia porque, incluso sin pronunciar palabra o moverse en lo más mínimo, el chico de goma perturbaba su mente; no llegaba al grado de desviar su línea de pensamiento, pero creaba interferencia y eso ya era bastante malo, y es que por más listo que fuera, Trafalgar no era capaz de procesar correctamente la información mientras recibía nuevos datos. Por ejemplo: las cejas fruncidas del azabache y ojos de igual color, así como sus labios decaídos cada vez que algo le disgustaba, eran datos que sencillamente el usuario de la Ope-Ope no Mi no podía dejar pasar. Eran importantes.

Si bien tales gestos podían corresponder a nimiedades, nunca se sabía cuándo iban en serio. Obviamente esto tenía menos del 30% de probabilidad de suceder, pero siempre estaba la posibilidad y eso era sin duda cosa seria. Si Law se distraía lo suficiente, el muchacho amante de la carne podría ya haber aumentado cien millones de berries a su recompensa, luego de patearle el trasero al bastardo que se atrevió a molestar a sus amigos. Aunque, si reflexiona, eso ya lo había hecho.

Un mes después, tras la batalla en Dressrosa y luego de al fin completar el análisis de su situación, Trafalgar concluye que hizo bien al no quitarle el ojo de encima y que definitivamente la pelea entre Doflamingo y la voluntad de aquel hombre no fue sólo un déjà vu, un recuerdo vago del primer golpe que encajó a un Tenrÿubito. Realmente pasó. Y ahora, luego de desmentir y salvar un país entero —y un par de veces al mismo cirujano—, Trafalgar D. Water Law está seguro de que Monkey D. Luffy no sólo es interesante: es el hombre que se convertirá en el más libre del mundo. "Mentira", se corrigió a sí mismo, "él ya lo es", sólo le faltaba el título.

También está seguro que mantenerse alejado ya no servirá de nada; de primera instancia porque Monkey dejó claro como el cielo que era una persona confiable. En segundo lugar —y quizá más importante—, porque ya no habían más dudas nublando su juicio: ya podía ver al Sombrero de Paja sin que su risita tonta, sus ojos soñadores y su enorme sonrisa redujeran a estragos su línea de pensamiento. A lo mejor porque, después del caos en que se transformó su vida tras la alianza, sencillamente ya no había ninguna línea; o tal vez ésta seguía existiendo, pero Law no notó que su rumbo había cambiado por la sensación cálida anidando su pecho —y si lo hizo, actuó como si nada—.

Ya no importaba si repentinamente se sorprendía rememorando esta historia una y otra vez, él sólo sabía un par de cosas a ciencia cierta: Uno, que su aliado era algo que nunca conoció, un ser de los que ya no había —a lo mejor porque no todos tenían el privilegio de reír junto al futuro Rey Pirata—. Y dos; que ese chiquillo loco le gustaba más de lo que admitía. Que lo estimaba y admiraba, y no le molestaría pasar el resto de sus días luchando si los vivía al lado de él. Aun así, todavía le quedaba un misterio por resolver y es que, en efecto, su aliado le gustaba, pero ¿de qué forma?

Si le preguntaran a Luffy, Law daba por hecho que respondería: "Hay muchas personas que me gustan. Mis amigos, mis nakama, mi familia." Sin embargo, el tipo de gusto que Trafalgar sentía no era similar a ninguno de aquéllos, ni tampoco se vislumbraba de modo romántico con nadie —no aún—; Luffy le gustaba más allá de cualquier interés entendible. A veces, Law optaba por no dar muchas vueltas al asunto y dejarlo llanamente en "me gusta siendo él mismo"; al menos por ahora porque, con el paso de los años, apostaba a que esa oración no saciaría la inmensa fe puesta en el Sombrero de Paja, ni los nuevos intereses acogidos por él.

Era cuestión de ser paciente y dejar al tiempo definir qué tan lejos llegaría con el muchacho. Y también, de esperar que en el proceso el rompecabezas que Luffy hizo de su mente pudiera completarse y mostrara al fin, sin ninguna sombra a la vista, el anhelo auténtico de su corazón. Bastaba añadir sólo una pieza.

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Nota: Las palabras subrayadas pertenecen a frases canon. La primera es por Rayleigh; la segunda la dijo Lelouch, protagonista de Code Geass, mi segundo anime favorito.