Capítulo 1: La noche de bodas.

La iglesia estaba adornada con flores blancas en honor a los novios. Una famosa soprano, amiga de Eleanor, cantaba el "Ave María". El novio esperaba correctamente vestido y con un rostro sin expresiones. A su lado, su padrino, Robert Hathaway, se veía más emocionado. La gente murmuraba que el novio no se casaba enamorado. Muchos podían recordar aún los días en que desapareció misteriosamente de Nueva York, en un abandono aparente de su novia Susana.

La novia avanzaba trabajosamente por el altar. Su pierna artificial había sido colocada hace unos cuantos meses, y ella aún no sabía bien cómo manejarla, pero se había empeñado en que quería casarse de pie, no en silla de ruedas, ya que así luciría más el vestido y se verían mejor las fotos con su amado esposo.

Eleanor Baker miraba seriamente a Terry. Los que la conocían mejor sabían que no era de su agrado este matrimonio sin amor. Por otro lado de la iglesia la madre de Susana lloraba de emoción total, ya que su hija adorada al fin conseguiría lo que era suyo.

Hasta el último momento de la ceremonia, Eleanor Baker tuvo la esperanza de oír un "no" firme y claro que saliera de su hijo... o tener el valor suficiente para oponerse. Pero ni uno ni lo otro sucedió; Terry y Susana se casaron ante Dios y ahora su alianza era indisoluble.

La fiesta fue en un hotel; todos estaban felices, cantando en honor a los recién casados; Susana resplandecía de dicha y triunfo sentada en medio de una gran mesa, mientras Terry, a su lado, se veía ausente y desganado, sin hacer caso de las felicitaciones de sus compañeros y las personalidades de la ciudad. Lo atribuyeron a la emoción propia de una boda. Sólo Eleanor sabía la verdad.

Muy tarde los novios abandonaron la fiesta para subir a su habitación. Susana temblaba de ansiedad, imaginándose las románticas escenas que vendrían: Los besos, las caricias, el lento desvestir... la desfloración... su madre le había explicado todo eso con lujo de detalles, y ahora casi no podía esperar para comenzar. Sólo la presencia del botones le impedía robarle un beso a su esposo.

Su esposo. Lo había conseguido. Tuvo que entregar una pierna y su carrera, pero había triunfado por sobre las demás, y ahora era la única dueña de Terry.

La habitación estaba decorada con flores blancas, iguales a las de la iglesia. Terry tomó una y aspiró su perfume. Se sentó, y pareció desconectarse del mundo. Susana, al ver que él parecía no decidirse a hacer nada, se vio obligada a tomar la iniciativa y se sentó en sus rodillas para empezar a besarlo.

-Susana... ¿qué haces? – preguntó él con tono cansino.

-Quiero... quiero que seamos uno. Hazme tuya, Terry.

Con un suspiro de fastidio, Terry la apartó para dejarla sentada en el sofá.

-Necesito un poco de aire. Voy al balcón, no me sigas, por favor.

Susana quedó desconcertada por el frío recibimiento de su esposo, pero prefirió dejar de lado sus temores y concentrarse en la seducción. Recordó que en su maleta estaba una atrevida ropa interior, un corsé rojo y negro, pantaletas y ligas. Se pondría una capa de satín para disimular la pierna falsa.

Se vistió rápidamente y esperó que Terry volviera. Hacía demasiado frío, así que seguramente él no iba a tardar. Pero pasaba el tiempo y Terry seguía afuera. Ella lo llamó tímidamente.

-Ya voy, Susana – respondió él, entrando aterido.

-Mi pobre Terry... estás helado; déjame abrazarte.

-No, no es necesario – pasó a su lado y volvió a sentarse en el sofá, sin mirarla siquiera. Susana decidió que eso no era normal.

-Terry, mírame.

Él la miró, y frunció el ceño.

-No creo que a tu madre le guste que andes con esa ropa.

-Ella no está acá, y de todas formas, la compramos juntas. Dime, Terry, ¿qué opinas? ¿Me veo bien?

Él la miró críticamente.

-Pareces una mujerzuela. Pero si a ti te gusta, allá tú; eres libre de hacer lo que te plazca.

Ella se sonrojó violentamente; no había contado con esa desagradable reacción de Terry.

-Si no te gusta me lo cambiaré.

-Haz lo que quieras.

-O me lo sacaré. Quizás prefieras que esté sin ropa. ¿Eso te gustaría?

Él no le respondió.

-¿Terry? ¿Preferirías quizás que me desnudara?

Él pareció despertar.

-¿Qué? ¿Qué decías?

-¡Terry! ¡Es nuestra noche de bodas! Necesito que tú... que tú pongas algo de tu parte, yo realmente quiero complacerte.

-Me complacerías más si dejaras de hablar tanto. Me gustaría dormir – sin esperar respuesta, se dirigió al cuarto de baño con su maleta. Susana quedó sorprendida.

-¿Dormir? ¿Esta noche? ¡Terry!

Terry no respondió. Susana intentó abrir la puerta del baño, sin éxito.

-¡Terry!

-Me estoy dando un baño de tina. Por favor, déjame tranquilo unos minutos.

Temblando de ira, Susana se sacó la ropa y se acostó desnuda sobre la cama. Se cubrió la pierna falsa con una sábana. Intentó poner una mirada sexy, como las de esas nuevas actrices de cine. Y esperó...

Terry se dio un larguísimo baño. Mientras más tiempo pasara ahí, más corto sería el tiempo que debería pasar con Susana esa horrible noche de bodas. Desde que debió quedarse con ella, había decidido que entre los dos jamás habría una relación más allá de lo formal. Pero sabía que para ella sería difícil. No para él, pues había decidido mantenerse casto, como única manera de sentirse fiel a su verdadero amor, esa mujer valiente y hermosa a la que jamás olvidaría.

Finalmente, debió salir de la bañera, pues sentía demasiado frío. Se secó lentamente, sorprendido de estar tan calmado en esos momentos tan embarazosos. Se puso un pijama azul y salió del baño.

-Al fin – dijo Susana, con la voz desagradablemente chillona -. Me va a dar una pulmonía esperándote.

Ella estaba desnuda, tal como él lo suponía. Pero esa mujer no despertaba en él ningún instinto. No le atraía.

-Deberías abrigarte. Esta noche está muy helada.

-Lo sé – respondió ella, y él supo que no se refería a la temperatura del ambiente.

Terry se acercó a la cama, y la piel de Susana se erizó con la perspectiva del placer anticipado; sin embargo, él se limitó a sacar una cobija y una almohada, para dirigirse al sofá.

-¿Qué haces? – preguntó Susana, sin creer lo que veía: su esposo rechazándola en la noche de bodas.

-Preparo mi cama.

-Pero si nosotros...

-No hay un nosotros, Susana. Yo dormiré acá, y tú te quedarás allá. Te recomiendo que no sigas desnuda, pero, como ya te dije, puedes hacer lo que quieras.

-¡Terry! ¡Por favor! ¿Qué dirá la gente si no duermes conmigo?

-La gente, querida Susana, no estará al tanto de lo que ocurre en nuestra alcoba, a menos que tú o tu madre quieran divulgarlo. Para todos seremos una feliz pareja de casados, pero viviremos como hermanos.

-¡Terry! ¡Dijiste que te quedarías conmigo! ¡Me aseguraste que te casarías conmigo!

-Sí, pero nunca dije que serías mi mujer.

Ella decidió apelar a la culpa. Eso nunca fallaba.

-¿Es, acaso, que no te atraigo? ¿Es porque me falta una pierna? ¡Te doy asco, confiésalo!

Los ojos de Terry relampaguearon.

-¡Esas artimañas no resultarán conmigo, Susana! ¡Ya nunca más!

-¡Pero, Terry! Si me amas, si no te doy asco, demuéstramelo.

-No me vengas con tonterías.

Susana, furiosa, se levantó y saltando en una sola pierna (pobrecita la coja) fue al balcón.

-¡Me quedaré acá, Terry! ¡Me moriré, y será tu culpa!

-Haz lo que quieras – dijo él, y se acostó en el sofá.

Susana esperó unos minutos, pero el frío la hizo entrar. Se acercó a Terry y decidió volver a intentarlo.

-Terry, estoy helada... abrázame, por favor.

-Susana, basta. Vete a tu cama.

-La amas, ¿verdad? – murmuró, roja la cara de furia mal contenida - ¡Amas a esa estúpida huérfana!

-Para qué me preguntas algo que ya sabes – respondió tranquilamente Terry, sin abrir los ojos. Susana saltó sobre él.

-¡Terry, te deseo tanto!

Terry, sorprendido, se levantó y la dejó caer al suelo. Un poco arrepentido de su dureza, la envolvió en una manta y la llevó a la cama.

Susana decidió intentar con la técnica de la ternura.

-Gracias, gracias, Terry... no te imaginas lo importante que eres para mí – se subió las sábanas hasta el cuello, para luego susurrar dulcemente: -Si tú me dejaras, podría hacerte tan feliz.

Terry miró fastidiado al techo.

-Susana, si sigues molestándome, tendré que llamar a tu madre y decirle que estás delirando. Mejor duérmete de una vez.

-Muy bien – dijo ella, molesta -. Buenas noches.

Susana se cubrió con las mantas hasta la cabeza, y Terry, aliviado, volvió al sofá.

-Que sueñes con ella – dijo Susana, con amargura, pero no contaba con la contestación de Terry:

-Por supuesto que eso haré. Gracias.

Continuará...