Nota de la autora: No me pertenece ninguno de los personajes, etc. Solo me pertenece la trama, y la galleta que me estoy comiendo ahora. No prometo subir capítulos regularmente, porque me conozco y soy demasiado vaga, pero intentaré subir uno cada semana o cada dos semanas. Aparte de esto, soy nueva aquí, y agradecería que no fuerais muy duros con las críticas y/o insultantes. Sed felices.


Hermione ya sabía que todo esto iba a pasar. Era predecible. Era obvio. Era, al fin y al cabo, inevitable. Se veía venir, pero la sorprendió que sucediera más temprano que tarde. Se veía venir, pero se sintió avergonzada de enterarse gracias a Ginny, su leal amiga. Se veía venir, pero no pudo evitar sentirse como si la hubieran pegado un puñetazo en el estómago, de esos que cortan la respiración y te dejan por un momento sin aire, como ahogada, por un momento al borde de la muerte, para después hacerte sentir el dolor quemando tus venas, pleno e implacable, un veneno atroz, infierno quemando tu garganta.

Hermione ya sabía que todo esto iba a pasar, pero no se sintió por ello menos decepcionada. No se sintió por ello menos traicionada. No se sintió por ello menos dolida.

Ron entró en la habitación, arrastrando pies de plomo, ebrio, con la mirada al frente y la vista nublada, el pelo alborotado como si fueran puntas de fuego, y caminando lentamente, vacilante.

Hermione no le miró, no necesitaba sus estúpidas disculpas, no necesitaba sus te quiero, no necesitaba sus falsas promesas, porque esta vez no era como las demás, esta vez había ido mucho más lejos, esta vez se había acabado. No más "quédate conmigo nena" o "sin ti no soy nada". Nos más lloros y no más reproches. No le necesitaba a él, y tampoco a su estúpido ego. Siempre era la misma historia, una y otra vez, y ella estaba ya muy cansada. Cansada de él, de sus mentiras… cansada de todo.

Vacilante, como un cazador intentando acercarse a un cervatillo herido para no asustarlo, Ron cruzó la estancia, hasta situarse en frente de Hermione, y tímidamente intento abrazarla por la cintura. Como un acto reflejo, ella se apartó, su mirada llena de asco y de odio. Sus profundos ojos color caramelo lo juzgaban iracundos. Él se sentía un niño, indefenso, como cuando sabe que le han pillado con las manos en la masa y le espera un castigo.

Pero al contrario de lo que esperaba, Hermione no dijo nada. No le gritó como las otras veces, no le preguntó quién era ella, no le amenazó ni le insultó. Hermione, simplemente respiró, una, dos, tres veces, y no dijo nada. Ron se puso nervioso, y un sudor frío y pegajoso se hizo presa de su piel. Movió las manos, nervioso, sin saber muy bien qué decir o qué hacer: era más fácil cuando era ella la que lo acusaba. Pero esta vez parecía diferente. Esta vez ella estaba diferente. Había algo que brillaba en sus ojos… ¿determinación?

Se puso aún más nervioso, y decidió de una vez por todas romper el silencio que lo atravesaba como una daga de hielo, entumeciendo sus músculos y oxidando sus huesos.

"Hermione yo…yo…- intentó decir, mientras se rascaba la nuca intentando aclarar sus ideas en vano.

"Ron- le cortó ella.- No. Simplemente…no. No digas nada."- se apartó unos metros más de él, evitando mirarle a los ojos, sabiendo que si lo hacía se acobardaría y le perdonaría, como siempre. Pero no, hoy no.

"¿Qué? Pero…Hermione tú sabes que eres la única…"- dijo él, suplicante.

Ella le miró, y esta vez lo único que podía distinguir en sus orbes almibarados era odio. Un profundo odio.

"Ron. Ni se te ocurra. Ni se te ocurra decirme que soy la única. Ni se te ocurra volver a liarme en tus putas mentiras. No. Se ha acabado. Me voy. Esto se ha terminado. Vete con tus putitas, yo no pinto nada ya en tu vida Ronald. Esto se ha acabado." Dijo, y se dirigió a la puerta, mientras sentía que se hundía en un pozo sin fondo, que caía hacia un abismo infinito; pero no titubeó.

Ron intentó avanzar, detenerla, decirla que no le dejara, que todo volvería a estar bien, que no habría ninguna otra, pero supo que esta vez la había cagado de verdad. Supo que esta vez no había vuelta atrás. La había perdido, para siempre.

Hermione abrió la puerta, y se aventuró al silencio en el que se sumía la sala común de Gryffindor: hacía horas desde que había pasado el toque de queda, y no quedaba nadie en la acogedora estancia con muebles cubiertos de terciopelo rojo y parqué polvoriento. Todos debían de estar ya en sus habitaciones, durmiendo y algunos dando vueltas, o haciendo otras cosas…

En fin, no le apetecía volver a la habitación. No quería encontrarse con la mirada acusadora de sus compañeras de cuarto, ni oír sus preguntas inquisitivas o su exasperantes resoplidos. No, hoy no. Ahora no. No era el momento. Estaba cansada, y acababa de terminar una relación, en la que había puesto todas sus esperanzas, y francamente todas sus fuerzas. No estaba de humor para volver a su habitación y tener que fingir que todo iba bien, aun no estaba preparada, no podía pretender llegar allí y no derrumbarse, necesitaba estar sola, aunque fuera de noche y los pasillos a estas horas no sean el mejor lugar para deambular.

Salió de la Sala Común procurando no hacer ruido y que nadie la viera, y empezó a caminar por los laberínticos pasillos del castillo, sin saber hacia dónde iba, simplemente andando, moviéndose reproduciendo en su mente las imágenes de las últimas semanas, las imágenes de esa noche que habían tenido lugar hacia no más de media hora. Hubo más de diez veces en las que estuvo a punto de dar la vuelta y volver corriendo al dormitorio de Ron, llorando, suplicando su perdón, suplicando que volvieran juntos, y consolarse entre sus brazos, entre esos brazos a cuyo calor se había acostumbrado, cómodos, amables: por lo menos eso era cuando estaba sobrio. Se había acostumbrado a sus labios blandos y dulces, pacientes, conocidos, por lo menos cuando no había bebido.

Cuando había bebido, su ahora ex-novio, se volvía un hombre diferente, un Ron aterrador, que ahogaba sus penas en alcohol y la muerte de su hermano en vasos de whiskey de fuego. Sus brazos se volvían en cadenas que la encerraban, la ahogaban y la apremiaban. Sus labios eran ásperos, impacientes, violentos, colisionaban contra su boca de manera excesiva y ella sentía pánico y trataba de alejarse de sus caricias que llegaban a ser a veces, hasta dolorosas.

pánico y trataba de alejarse de sus caricias que llegaban a ser a veces, hasta dolorosas.

Pero eso para ella ya no era importante, ya no significaba nada, él no la volvería a tocar, jamás, se acabaron sus juegos. Pero a pesar de que debería de sentirse liberada, las lágrimas rodaban por sus mejillas, surcando sus pecas, frías como un aliento, heladas, verdaderamente heladas. La pelirroja sabelotodo no entendía por qué aquella ruptura la dolía tanto, casi como si se separase de un familiar, pero en el fondo de su corazón sabía que era lo correcto. Era lo que debía hacer.

Sin saber cómo, acabó en la Torre de Astronomía, apoyándose en la fría barandilla de hierro, mirando a la luna y permitiéndose a sí misma perderse en sus ríos de plata y su mundo de balas. Por primera vez en aquel largo, largo día, sintió que podía haber un mañana, que finalmente, llegaría algún día en el que esto mejoraría. O eso esperaba. La noche ayudaba, tenía esperanza, un sentimiento que no podía identificar apenas.

Estuvo abstraída en las estrellas, contándolas una y otra vez, y nunca llegando a su final hasta que un sollozo la sacó de sus ensoñaciones.

Al principio pensó que debía de ser ella misma, que estaba de nuevo llorando, y se había sobresaltado por el mismo sonido, pero un segundo gemido la sacó de dudas. Estaba aterrada, era muy tarde, y sin duda si la descubrían pululando por el castillo a tales horas lo más seguro es que la llevaran al despacho de la Profesora McGonagall, y preferiría evitar la mirada de decepción en los ojos que habían llegado a ser para ella, casi como los de una madre. Preferiría no enfrentarse a las palabras crudas que seguro que la dirigiría, debido a la sorpresa de que ella, Hermione Granger, hubiera incumplido una regla (cosa antes nunca vista).

Durante unos segundos dudó si darse la vuelta e ir en busca de esa alma solitaria, pero al final su innato instinto maternal y coraje que la hacían sin duda ser una Gryffindor ejemplar, la acabaron venciendo, y temerosa se giró.

Se quedó en estado de shock al verle.

No podía ser él.


Nota de la autora: Chan, chan, chaaaaan (sonidito de música aterradora) ¿Quién será? No lo sabremos hasta el próximo capítulo ;) Ya que habéis llegado hasta aquí agradecería que comentarais y tal, y si me pudierais decir si preferís los capítulos más largos o si la longitud de ahora está bien. Tened un buen día todos, y espero que os haya gustado :3