Odiaba la caza. Sabía que era un acontecimiento importante dentro de los círculos aristocráticos de los diferentes reinos y que él, como Príncipe, debía acudir. Pero la odiaba. No podía más que recordar aquella época (hace muy poco) en la que vivía en una humilde granja con su madre cuidando a los animales. Mataba para alimentarse. Estos relamidos mandatarios y sus hijos mataban por mera diversión. La odiaba.
- Príncipe James – la llamada del Rey Theodore le sacó de sus pensamientos- iréis con el grupo de mi hijo. Dentro de 4 horas nos vemos en este mismo lugar. A ver quien ha conseguido más piezas.
- Perfecto, así sea pues – su padre ya había respondido por él.
Cada grupo se adentró en el bosque. Él siguió a sus compañeros en silencio. Pensó que no sabía qué era peor, si aguantar 4 horas subido a un caballo persiguiendo animales o estar en el castillo soportando los malos modos de su prometida.
Durante estos últimos 30 días no había conseguido albergar sentimiento o afecto alguno por su futura esposa. Todo lo contrario, cada vez veía más lejano el momento en el que el amor surgiera entre ambos tal como su madre le había dicho; "puedes llegar a amarla". Lo dudaba. De hecho, el anillo seguía en su poder. Era lo único que le quedaba de su añorada madre y le parecía demasiado valioso para dárselo a aquella "gruñona de mala actitud". Recordar esa expresión le hizo sonreír y formar en su mente la imagen de una joven de brillantes ojos verdes y blanca piel.
Instintivamente llevó su mano al bolsillo de la chaqueta de piel. Ahí estaba, el anillo. Se prometió no perderlo de vista jamás y llevarlo siempre consigo. Aunque no le disgustaba la idea de volver a verlo en posesión de cierta muchacha…
Debía dejar de recordarla. Era un hombre joven y se suponía que pensar en una mujer bonita no podía ser malo pero estaba prometido y sus fuerzas tenían que estar centradas en intentar establecer lazos afectivos con la hija del Rey Midas, no con la princesa fugitiva.
"Una mujer bonita"…Con su atuendo de proscrita, con el pelo revuelto y la cara sucia estaba muy alejada de la icónica imagen de princesa delicada recubierta de joyas y preciosos vestidos. Pero había algo en sus preciosos ojos verdes, en su dulce sonrisa, en su determinación… que le atraía.
- ¡Ciervo!
- Príncipe James, esconderos – el Conde de Kellington le hacía señas para que no hiciera el menor ruido que pudiera espantar a la presa.
- Señores, este os lo cedo.
- Pero…
No les dejó terminar, dio media vuelta y comenzó a alejarse del grupo. A suficiente distancia espoleó con fuerza su caballo para que comenzara a galopar a gran velocidad. Necesitaba aire fresco y libertad, recordar aquello que fue hace tan poco.
Siguió galopando como alma que lleva el diablo a través del bosque. Perdió la noción del tiempo, quizás se había adentrado demasiado y por un momento pensó que podría tener dificultades en encontrar el camino de vuelta, así que aminoró la velocidad para lograr ubicarse.
Al segundo de haberse detenido notó como algo le pasaba rozando la cabeza. No le dio pero fue suficiente para que el caballo, ya inquieto por estar en un lugar desconocido, se asustara y comenzara a pegar saltos. A pesar de sus intentos, no logró controlarlo y acabó contra el suelo mientras su montura galopaba desbocada perdiéndose en el bosque.
El plan perfecto, de un insulso día de caza pasaba a estar perdido en las profundidades del bosque y sin caballo. De cualquier forma, confiaba en su instinto de la orientación, volvería al castillo sin problemas aunque le llevara unas cuantas horas. Así al menos se libraría de la cacería y de los quejidos de su prometida, no era tan mala idea.
Antes de que pudiera mirar a su alrededor para intentar descubrir dónde se encontraba, otro objeto fue lanzado hacia él pero esta vez dándole de lleno.
Cayó a tierra agarrándose la cabeza. El "proyectil" era una piedra de no gran tamaño, al menos podía estar seguro que no le había abierto la cabeza.
Alguien surgido de entre las sombras se le abalanzó, pero esta vez no le pilló desprevenido. Con un giro habilidoso logró atrapar la muñeca del atacante, en la cual blandía un palo con forma de lanza, y tirarlo a tierra.
En cualquier otro momento hubiera notado que la muñeca que agarró y el cuerpo que tenía inmovilizado contra tierra era demasiado menudo para tratarse de un soldado o de algún ladrón peligroso.
El pequeño forajido aprovechó el despiste de James y le propinó un contundente rodillazo en el muslo. Encogido de dolor soltó las muñecas del atacante permitiéndole huir. Pero antes de que se alejara lo suficiente, volvió a lanzarse contra él derribándolo. En plena pelea ambos perdieron la capa dejando al descubierto sus rostros.
- ¡Tú!
-¡Tú!
Los ojos verdes en los que había estado pensando toda la mañana le estaban mirando con bastante furia.
- ¿Siempre que me topo contigo tengo que terminar herido?
- ¿Siempre tienes que adentrarte sigilosamente en el bosque para asustarme?
- ¿Sigilosamente? Tú has sido la culpable de que mi caballo se asustara.
- ¿Yo? ¿Quién cabalgaba todo cubierto por la capa? ¿Y qué se te ha perdido aquí, tan lejos de tus tierras?
- Yo… - miró alrededor comprobando que la joven tenía razón, estaba muy lejos de casa. Pero no le diría que estaba huyendo de su prometida.
- ¡Quítate de encima!
Se había olvidado por completo de la indecorosa situación, él encima sujetándola fuertemente para impedir que le volviera a agredir. La mirada de Blancanieves le decía que no estaba precisamente contenta.
- Si te suelto… ¿prometes no volver a golpearme?
- ¡No!
Rió.
- ¿Y ahora de qué te ríes?
- Estás inmovilizada contra tierra y aún así eres lo suficientemente valiente para retarme – acercó su rostro al de ella sonriéndole.
- Suéltame – ahora su voz era más suave. Se sentía incómoda con ese hombre encima y con aquellos encantadores ojos azules mirándole.
Al cabo de unos segundos liberó sus muñecas permitiéndole levantarse.
- ¿Y bien?
- ¿Y bien qué?
- ¿Podría saber por qué me has atacado esta vez?
- ¿Un hombre armado completamente oculto por su capa cabalgando por estos parajes, parando y buscando algo alrededor? Pensé que eras otro soldado de la Reina. No han dejado de buscarme durante estas últimas semanas. Tengo que ser precavida.
- Pues has perdido puntería, esta vez me has dado a la segunda – se tocaba la cabeza mientras hablaba. Seguro que tenía una buena magulladura.
- Déjame ver.
Blancanieves se acercó con cara de culpabilidad. Disfrutaba hacerla sentir un poco culpable, gracias a ella iba a terminar con decenas de cicatrices por el cuerpo si seguía viéndola.
"Si seguía viéndola"… ¿En qué estaba pensando?
Cuidadosamente inspeccionó su cabeza.
- Espera – volvió a por su capa para cortar un pedazo de tela. Luego sacó una pequeña cantimplora de su chaqueta y mojó la tela – Tienes un poco de sangre…Yo…lo siento. No pensé que fueras tú.
Volvió a poner su atención en la herida del hombre.
- Ahora comprendo cómo has podido sobrevivir todos estos días sola en el bosque. Deben tener más miedo los soldados de ti que tú de ellos.
Ambos se sonrieron.
Esa sonrisa que tenía ella, cómo le brillaban los ojos cuando sonreía, cómo se curvaban sus labios…Debía ser la sonrisa más bonita que había visto en su vida.
Instintivamente, de nuevo, su mano fue a palpar el anillo que guardaba en su bolsillo…pero no estaba ahí.
- No…
- ¿Qué?
James comenzó a buscarlo por el suelo. Seguramente se le habría caído cuando estaba peleando con ella.
- El anillo, no lo tengo, debo haberlo perdido.
Al oírle nombrar de nuevo aquel anillo no dudó un segundo en ayudarle a buscarlo.
-Oh…
Y ahí estaba de nuevo ella con el anillo. Ya lo había encontrado y lo sostenía en la palma de la mano mirándolo ensimismada.
- Creo que tienes una conexión especial con él, siempre termina en tus manos.
No había querido que lo que había dicho sonara como sonó. Ese anillo estaba destinado a su prometida, Blancanieves no debía tener ninguna conexión con él.
- Toma – ella no hizo ninguna alusión respecto a su último comentario.
- Gracias.
- ¿No era el anillo para tu prometida? ¿Por qué lo llevas encima?
- En verdad está destinado a la persona que ame. Es lo único que conservo de mi madre…significa mucho para mí. Abigail…no lo valoraría.
- Pero es tu futura esposa.
- Es alguien con quien tengo el deber de casarme.
Guardaron silencio. Así que realmente aquello que le había insinuado estando atrapada en la red era cierto; se casaba por imposición, simplemente un acuerdo económico entre reinos. No sabía por qué, pero esa idea le agradó.
- Así que te has perdido – quiso cambiar de tema cuanto antes y borrar esos pensamientos estúpidos de su mente.
- No exactamente, creo que sé donde estoy…más o menos.
- ¿Ah sí?
- Yendo en esa…no, en aquella…
- Será mejor que te acompañe, ¿no crees? Sería un gran drama que Encantador tuviera que pasar la noche en las profundidades del bosque.
- Te sorprendería si supieras… - Blancanieves no tenía la más remota idea de cómo era su vida unos meses atrás. Como pastor estaba acostumbrado a pasar horas y horas a la intemperie.
- Deberíamos ponernos en marcha ya, si no llegarás al anochecer.
Comenzaron a caminar juntos a través del bosque. Era evidente que Blancanieves conocía perfectamente el lugar y cómo volver a su castillo.
Se mantuvieron uno al lado del otro en silencio hasta llegar a lo que parecía ser un camino.
- Es preferible que sigamos alejados de los caminos. Los hombres de la Reina acostumbran a vigilarlos.
- Claro.
De nuevo el silencio.
- Veo que no te ha ido del todo mal este último mes – él decidió romper el incómodo silencio.
- La comida escasea cada vez más, la Reina está cazando de forma indiscriminada. Ya casi no hay ciervos ni nada de lo que pueda alimentarme. Y el frío comienza a hacerse notar – acompañó esta última frase de un gesto de abrazarse a sí misma enrollándose con la capa.
Al menos llevaba una capa nueva que aparentaba ser más propia para el invierno. La prenda blanca de gruesas pieles contrastaba con su cabello negro como el ébano y con sus ojos verdes, estaba preciosa.
- Si necesitas pieles para abrigo puedo…
- No, gracias, tengo intención de encontrar una casa o alguna cueva que me pueda servir de cobijo para el frío invierno mientras termino de conseguir el dinero necesario para marcharme. Me las apañaré…
- De cualquier forma, te veo muy bien – sus ojos le sonrieron.
Un cumplido. Un cumplido que sonaba sincero y que provenía de un atractivo príncipe. No esperaba que una persona acostumbrada a las jóvenes de la corte elegantemente vestidas y peinadas fuera a reparar en ella. Nunca le atrajo toda esa pompa y circunstancia propia de los de su clase, pero ahora más que nunca desearía estar vestida como correspondía a una princesa y no con esos harapos de fugitiva.
- Así que … ¿vas a contarme la historia del anillo?
- No hay mucho que contar, era el anillo de mi madre y ella quiso que se lo entregara a la mujer que amara.
- Siento tu pérdida, yo jamás conocí a mi madre.
- Mi madre está viva, sólo que…que no puedo verla.
Una mirada de no comprender fue la única respuesta de la joven.
Pero antes de que pudiera seguir explicándole un ruido de cascos los puso en alerta.
- ¡Jinetes! – exclamaron al unísono.
Sin darle tiempo a reaccionar, James cogió del brazo a la muchacha para esconderla tras el espeso follaje de un árbol. La apretó contra el tronco ocultando ambos cuerpos y poniéndole un dedo sobre los labios en gesto de silencio.
Los jinetes galopaban a poca velocidad vigilando la zona. Por el atuendo negro y la cara cubierta estaba claro que se trataban de hombres de la Reina. Blancanieves no mentía cuando dijo que no había cesado en su búsqueda. Miró a la mujer la cual no había apartado los ojos de él. Con el reflejo del sol en la vegetación del bosque sus ojos se veían aún más verdes…y más cautivadores. Por segunda vez en lo que iba de día volvían a estar en una situación incómoda, ambos cuerpos muy juntos y en completo silencio. Los hombres de la reina seguían inspeccionando el lugar, pero ellos ya los habían olvidado por completo.
James tenía sus manos descansando sobre la cintura de la joven y la mirada fija en su rostro. Fue el sonido lejano del relinchar de un caballo lo que los sacó de su ensimismamiento. Blancanieves empujó con suavidad el pecho del príncipe para deshacer el abrazo.
- Ya se han ido.
Continuaron su camino entablando conversaciones sin trascendencia. Pasaron las horas y el sol fue cayendo. Como ya habían decidido, evitaron transitar por los caminos con la intención de no volver a toparse con hombres de la Reina. De este modo tuvieron que sortear varios obstáculos. En cada paso dificultoso, James ofrecía su mano a Blancanieves para ayudarla. Realmente ella pensaba que era innecesario puesto que llevaba meses viviendo sola en el bosque y sabía cómo moverse por él, pero no rechazaría el contacto con el príncipe.
Descubrió que le agradaba sentirse cuidada por alguien, y más si ese alguien era una persona como James.
Tras varias horas caminando, al fin divisaron las torres del castillo.
- Bueno, ya hemos llegado.
- Gracias, creo que sin tu ayuda aún estaría buscando el camino.
- Todavía no puedo creer que el Príncipe Encantador se perdiera en el bosque.
- En cierto modo ha sido más divertido que ir de cacería, al menos ha valido la pena – se sonrieron.
James buscó algo que colgaba de su cinto.
- Toma – le ofreció una daga cubierta de oro – Quiero que te la quedes. Puedes usarla para asustar a los transeúntes del bosque – rió- o puedes venderla y obtener bastante dinero de ella.
- ¿De dónde has sacado…? No, no puedo aceptarla, debe tener muchísimo valor, no…
- Insisto. Tú misma lo dijiste, tengo un castillo lleno de riquezas. Seguro que tú le das mejor uso.
Se la entregó.
- El invierno va a ser muy duro, si en cualquier momento necesitas algo…
- Sé que si estoy en dificultades, me encontrarás…
Pensó que en cualquier parte del mundo podría reconocer esos ojos verdes que le habían hechizado. No era correcto pensar de esta forma cuando el reino e incluso la vida de su madre dependían de su matrimonio con Abigail, pero aquella princesa fugitiva le intrigaba, quería conocerla más.
- Debes marcharte ya o tu prometida mandará todo el ejército en tu busca.
- Blancanieves… – hizo una ligera reverencia.
- Encantador…- imitó su gesto.
Antes de que pudiera decir nada más, ella ya se había girado y se adentraba en el bosque de vuelta a su escondite.
Definitivamente, había sido un día mucho más interesante que el que de buena mañana había esperado.
- ¿Dónde demonios te habías metido?
Nada más entrar en el patio de caballos de su castillo apareció su padre con varios oficiales del ejército siguiéndole.
- Hola padre.
- Pensábamos que ya te habías despeñado por cualquier acantilado. Tu prometida estaba preocupada.
- Lo dudo - murmuró.
-Preséntate ahora mismo en la recámara central, tenemos que hablar.
No deseaba pelear, sólo quería quitarse esas ropas y descansar un poco, había sido un día agitado. No tenía intención de ver a su prometida ni de tener que aguantar sus quejidos. Quería tumbarse y pensar en todo lo acontecido.
Pocos minutos después y tras sólo haber podido refrescarse y quitarse la capa, estaba esperando a su padre como así él le había ordenado.
- ¿Se puede saber en qué estabas pensado hoy?
- Disculpad, padre, pero entre mis planes no estaba el perderme en el bosque.
- No juegues conmigo, el hijo del Conde ha contado que diste media vuelta y comenzaste a galopar a gran velocidad.
- Quería estar solo, no perderme.
- ¿Tienes una mínima idea de lo importante que son estas reuniones para nuestro reino? ¿Acaso he faltado yo a mi palabra? ¿Acaso tu madre no vive ahora con grandes comodidades?
- Me habéis prohibido volver a ver a mi madre, a eso no le llamaría yo "comodidades".
- Vas a comportarte a partir de ahora como un Príncipe y un futuro Rey. Atenderás las reuniones sociales, al resto de monarcas y tratarás de forma exquisita a tu futura esposa.
James permaneció en silencio.
- Ahora ponte presentable para la cena, debes acordar detalles acerca de la boda con nuestros consejeros.
- Sí, padre.
Aquello que menos quería ahora mismo, ver a su prometida y concretar aspectos de su futuro compromiso, era lo que su padre acababa de ordenarle.
La velada trascurrió entre quejidos de Abigail ante cualquier detalle expuesto que no consideraba lo suficiente lujoso para su persona y las voces de los consejeros que no hacían otra cosa que decidir por él. A todo respondía que sí intentando acelerar lo máximo posible el final de la reunión.
Terminado el conclave, despidió a Abigail deseoso de retirarse a descansar por fin.
- Buenas noches.
- Querido…- se acercó en exceso a él.
Su adorada prometida no tenía en mente dejarle descansar en paz.
- Abigail, estoy muy cansado.
- Siempre tienes una excusa para no estar conmigo. Empiezo a pensar que huyes de mí – seguía teniendo sus labios peligrosamente cerca de él.
- Sólo que esto no es apropiado, debemos esperar a la boda.
- Todo un caballero…
- Buenas noches – se alejó.
Lo último que necesitaba hoy eran las atenciones amorosas de su prometida.
A pesar del cansancio acumulado, sabía que no iba a poder pegar ojo, así que antes de ir a su habitación pasó por la biblioteca a recoger un par de libros sobre las familias de los reinos adyacentes.
Ya en sus aposentos, comenzó a ojear los libros. Detuvo su mirada en las páginas que hablaban del Reino de Blancanieves, de sus padres, la muerte de su madre al darle a luz, de la posterior boda del Rey con la Malvada Reina, de la huida de la joven tras las acusaciones que la Reina hizo recaer sobre ella.
No sabía por qué, pero quería conocer la historia de aquella enigmática joven.
Las semanas pasaron entre reuniones con mandatarios, más planes para la boda, revisiones de las cuentas del reino…Cuando tenía un poco de tiempo libre volvía a los libros de historia para seguir descubriendo los orígenes de Blancanieves. Sentía lástima por ella, había crecido sin una madre y había perdido a su padre siendo aún joven quedándose sola con la Malvada Reina. No albergaba duda alguna que la Reina mentía con las acusaciones lanzadas sobre la princesa. La creía incapaz de matar a su padre, de conspirar para obtener el trono y de todo aquello por lo cual la cabeza de Blancanieves era tan buscada. No sólo su cabeza, la Reina mandaba a sus hombres para obtener el corazón de la joven. La orden era esa, arrancarle el corazón a la muchacha. Y casi lo logran aquella vez si él no hubiera llegado a tiempo.
Definitivamente, ella era inocente y aquel trono le pertenecía, era la legítima heredera.
El sonido de ajetreo de hombres en el patio de caballos le sacó de sus pensamientos.
- ¡Fuego! ¡Fuego! – gritaban los soldados.
Se asomó a la ventana para comprobar de qué hablaban y la sangre se le heló al ver la enorme columna de humo que surgía entre la arboleda. El resplandor del fuego iluminaba la noche. Todo el bosque estaba en llamas.
Corriendo bajó al patio central.
- ¿Qué ocurre?
- Un incendio está arrasando el bosque, tenemos que poner a salvo los cultivos.
- ¿Los cultivos? ¿Y la gente? En ese bosque hay poblados.
- Son órdenes del rey, Su Alteza. Debemos aislar nuestro territorio del fuego, el resto no nos debe preocupar, es asunto de los otros reinos.
- Pero hay gente que puede morir y…
Una imagen pasó fugaz por su mente; Blancanieves. Ella vivía en ese bosque ocultándose en cuevas. El fuego podía ser provocado por la Reina para lograr sacarla de su escondite o para, directamente, acabar con ella. Es más, no tenía duda alguna de ello.
No vaciló ni un segundo. Echó a correr hacia el establo para ensillar su caballo e ir en su búsqueda.
- ¡Alteza! ¡No puede marcharse, es muy peligro!
No perdió tiempo en responder, ya estaba cabalgando y atravesando el puente del castillo para adentrarse en el incendiado bosque.
Un rugido atronador seguido de ruido de animales la despertó. Nada más abrir los ojos vio una extraña niebla que la hizo toser. Inmediatamente recobró sus sentidos y se levantó. No era niebla, era humo. El bosque entero estaba en llamas.
Tenía que recoger sus escasas pertenencias. En esa cueva estaba todo por lo que había trabajado durante semanas para poder escapar a un lugar seguro, si lo perdía se quedaría sin nada en lo que apoyarse, nada por lo que luchar.
Apresuradamente comenzó a meter todos los objetos que pudieran ser valiosos en un saco. Cuando llegó a la daga que él le había dado se detuvo. Decidió colgársela al cinto, no sabía por qué pero consideraba ese objeto más importante que el resto y no quería perderlo de vista.
Nada más salir de su escondrijo una nube de humo la recibió provocándole más tos. No veía nada, todo era humo y fuego. No sabía cómo iba a lograr salir de ahí. Comenzó a caminar protegiéndose con la capa todo lo que pudiera del humo. Era imposible respirar. Intentó andar en dirección a uno de los caminos que sabía que bordeaban la cueva pero una pantalla de fuego le impedía cualquier avance.
Asustada comprobó como su capa había comenzado a arder. Lanzó el saco al suelo para deshacerse de ella antes de que le provocara quemaduras.
El abundante humo continuaba dificultándole la respiración. Si quería salir de ahí tenía que dejar el saco, no podría cargar con ese peso todo el camino. Se tocó la cintura para comprobar que la daga seguía colgando. Al menos podría salvar el obsequio que James le dio.
Con renovados ánimos pasó entre dos enormes árboles que estaban siendo reducidos a cenizas por el amenazador fuego. Continuó abriéndose paso como pudo entre el humo y el fuego hasta llegar a un punto sin salida. Giró sobre sí misma buscando un pequeño espacio libre de fuego por el que seguir. Imposible, estaba completamente atrapada.
Su mundo comenzó a oscurecerse. Le faltaba el aire, el humo le rodeada y no había salida. Cayó al suelo protegiéndose la cara y tosiendo. Poco a poco la oscuridad le alcanzó.
Galopaba sin rumbo. Gritaba su nombre esperando recibir alguna respuesta entre las llamas. Llegó al centro del incendio. El caballo se negaba a avanzar, el animal sabía que era un suicidio, el bosque entero ardía. Desmontó y permitió que huyera en dirección contraria al fuego.
El resto del camino lo haría a pie.
- ¡Blancanieves!
Sabía que era solía esconderse en cuevas protegiéndose del frío. Esa zona estaba rodeada de pequeñas montañas con decenas de ellas, no debía estar lejos… si seguía con vida.
Tenía que estar viva, era una muchacha inteligente y habría logrado ponerse a salvo, estaba seguro.
Continuó su camino bordeando las zonas de mayor peligro. El calor y el humo eran asfixiantes pero no pensaba dar media vuelta.
Y así alcanzó un claro rodeado de árboles, algunos de ellos estaban ya completamente consumidos. El corazón le dio un vuelvo cuando vio un bulto inerte en el suelo. Corrió hacia el cuerpo.
Era ella, el negro cabello, la blanca piel ennegrecida por el humo. Estaba inconsciente.
- Blancanieves… - la llamó en vano. No reaccionaba.
Rápidamente se quitó la capa y la envolvió con ella. La alzó en brazos. Iba a sacarla de ahí. Deshizo sus pasos retomando el camino por el que había venido.
Las llamas le había cerrado el paso sellando el escaso espacio que quedaba para traspasar la pared de fuego. Debía encontrar otra salida. En ese momento oyó a la muchacha moverse y toser, estaba despierta.
- Ey…
Abrió los ojos y le miró con cara de extrañeza. Volvió a toser agarrándose al cuello del hombre.
- Tranquila, estás a salvo. Saldremos de aquí.
Apoyó la cara en su hombro sin fuerzas siquiera para hablar.
Continuaron su camino. No sabían si se estaban alejando del incendio o andando en círculo, las fuerzas comenzaban a flaquear.
- Si tuviera mi espada… - James maldecía por lo bajo lo idiota que había sido al no llevar consigo arma alguna. Si pudiera cortar esos matorrales abriría camino para seguir andando.
- Aquí… - Blancanieves le indicó a James que la soltara para poder buscar algo.
Con suavidad la dejó en el suelo. Tuvo que apoyarse en él para mantener el equilibrio pero logró encontrar la daga que continuaba colgando en su cinto. Se la entregó al Príncipe.
Sin soltar a la joven, James consiguió abrir un camino lo suficientemente amplio para que ambos lo atravesaran.
Con el amanecer el fuego empezaba a extinguirse. Prosiguieron andando hasta que parecían estar lo suficientemente alejados de las llamas.
Ya en una zona segura, James se detuvo para comprobar el estado de Blancanieves. La princesa a duras penas conseguía mantenerse en pie. James se agachó a su lado sujetando su rostro entre las manos.
- Blancanieves, mírame – tos como respuesta y un desfallecimiento de la joven que le obligó a sostenerla entre sus brazos.
- Toma – le entregó una cantimplora con agua – Bebe.
El agua fresca logró aliviar su incesante tos.
James apartó con dulzura el cabello de su rostro.
- ¿Cómo estás? – la mirada del príncipe expresaba preocupación sincera. Jamás nadie, a excepción de su padre, le había mirado así.
Tan sólo pudo sonreírle como respuesta.
- Te dije que cuando estuvieras en problemas siempre te encontraría.
Su sonrisa se amplió. No sabía qué le ocurría últimamente con ese hombre pero cada vez que estaba con él sentía cosquillas en el estómago y las palabras huían de su boca.
- ¿Puedes andar?
- Sí
Con dificultad y ayudándose de su mano logró ponerse en pie. James seguía sujetándola por la cintura para evitar que desfalleciera. Los momentos íntimos entre ambos se habían intensificado en los últimos encuentros habiendo mucho más contacto físico.
- Necesitas un médico y descansar. Ven a mi castillo y podrás…
- No – no le dejó concluir la frase- Si la Reina sabe que me estás ayudando tomará represalias, no quiero ser la responsable de eso.
- Esa bruja no es quien para dictar mis actos.
- James, por favor…- era la primera vez que lo llamaba por su nombre.
- Al menos déjame quedarme contigo hasta que recobres las fuerzas.
- No sé por qué haces esto por mí. Sólo te he traído problemas.
- Más bien diversión. No sabes lo que es estar encerrado entre los muros del castillo con esa gruñona.
- Puedo hacerme una idea – le sorprendió que calificara a su prometida de la misma manera que ella había hecho en su primer encuentro.
- He visto en aquellas colinas unas cuevas que parecen bastante seguras. Descansaremos allí.
Blancanieves no tenía muchas fuerzas para subir la colina hasta la cueva, pero con la ayuda de James logró alcanzar el lugar. Era un pequeño hueco formado en la roca lo suficientemente grande para que ambos entraran y lo suficientemente escondido para que los hombres de la reina (que a buen seguro estarían inspeccionando la zona buscando el cuerpo de la princesa) lo pasaran por alto.
Se sentaron uno enfrente del otro. Blancanieves intentaba evitar su mirada. Se encontraba muy extraña, muerta de miedo ante lo que acaba de sucederle, agotada, nerviosa…y un sentimiento desconocido que no podía describir. Él había ido a salvarla, había puesto en peligro su propia vida por ella. Recordaba aquella vez en la que los hombres de la Reina le habían acorralado contra el árbol y estaban a punto de arrancarle el corazón del pecho, como apareció él en la lejanía espada en mano abatiendo a cada soldado. Ese gesto ya le intrigó pero se dijo a sí misma que lo había hecho por mero interés; ella sabía cómo recuperar el anillo y a él ese objeto parecía importarle demasiado. Pero ahora era distinto, ella no le debía nada, había ido simplemente porque le importaba.
Un escalofrío le recorrió el cuerpo. El frío del amanecer se le metía en los huesos y sin su capa la sensación era mayor.
- ¿Tienes frío? – Él no pasó por alto el gesto de Blancanieves.
- Mi capa debe estar chamuscada en mitad del bosque.
James se deslizó con cuidado de forma que quedara ahora a su lado. Cogió su propia capa y tapó con suavidad a la muchacha.
- No es necesario…
- No quisiera que después de haber sobrevivido a un incendio murieras congelada.
- ¿Y tú? Ven, podemos compartir calor…
Se acercó a él colocando parte de la capa sobre sus piernas.
Y así permanecieron un buen rato, uno al lado del otro cobijados del frío bajo la misma capa.
- Deberías marcharte ya. Me encuentro bien y tu prometida no estará contenta…
- ¿Por qué? Ni siquiera sabe dónde estoy.
- Encerrado en una cueva con una mujer…
- Prefiero estar contigo en una diminuta cueva que en el enorme castillo con ella.
- ¿No la amas?
- Pensé que fuiste tú quien dijo eso de que "el amor verdadero no existe".
- ¿Y por qué aceptas casarte con ella?
- Es mi deber como príncipe, es necesario para el reino. Debemos unir las tierras si no queremos comenzar una guerra o caer en la ruina más absoluta.
- Entiendo. Sé que los de la realeza tenéis ciertas obligaciones…
- ¿Los de la realeza? Blancanieves, tú eres princesa, eres la legítima heredera de un trono.
- ¿Princesa? ¿Qué princesa vestiría así, se escondería en el bosque y robaría para sobrevivir?
- Sólo aquellas lo suficientemente valientes.
Un ruido de cascos les hizo interrumpir la conversación. Sigilosamente se asomaron para ver pasar bajo sus cabezas un numeroso grupo de soldados. Ninguno reparó en la pequeña cueva situada en la colina.
- Siguen buscándome.
- Mira – James señaló con el dedo un jinete que llevaba agarrada en una mano su chamuscada capa blanca- pensarán que has muerto en el incendio. Con suerte te dejarán en paz.
- No conoces a la Reina…Debería marcharme antes de que descubran que sigo viva o de que den contigo.
- ¿Dónde vas a ir?
- Bosque adentro, tengo que buscar un lugar donde guarecerme.
- Ven al casti…
- No.
- Llega el invierno, no vas a lograr sobrevivir tú sola en pleno bosque. Y no tienes dinero, has perdido todas tus pertenencias.
- Pensaré en algo.
- Déjame ayudarte.
- Ya lo has hecho, has arriesgado tu vida por mí, sin ti hoy habría muerto en el incendio.
- Blancanieves…
- Tengo que irme.
Se deshizo de la capa pero cuando iba a devolvérsela él le interrumpió.
- No, quédatela, al menos sabré que tienes algo de abrigo contra el frío.
Volvió a asomarse para comprobar que no había quedado ningún soldado rezagado. Tras ver que así era, hizo una señal a Blancanieves para indicarle que comenzaría a bajar. Inmediatamente la muchacha le siguió. En el último tramo del descenso y con escasas fuerzas se dejó caer para que James, ya en tierra, le sujetara. Cuidadosamente le rodeó el cuerpo con sus brazos evitando que cayera.
- ¿Necesitas descansar? – le preguntó mientras seguía sosteniéndola.
- Empiezo a pensar que me tratas como si fuera una de esas delicadas damas de tu corte, Encantador – a pesar del reproche, no hizo ademán de deshacerse del abrazo.
- Créeme, sé en primera persona que no eres precisamente un frágil princesa.
La mirada de Blancanieves se desvió hacia la cicatriz que adornaba su barbilla. Una de sus manos ascendió hacia ella rozándola con delicadeza. Esa marca le recordaba el primer encuentro que tuvieron cuando él creyó que ella era un mugriento ladronzuelo que acababa de robarle el anillo de su prometida.
Trazó la pequeña línea dibujada con uno de sus dedos. Algo en la mirada del príncipe cambió. Hizo ademán de acercar su rostro al de la joven, pero en el último momento retrocedió. Se separó de ella mirando alrededor.
- ¿Sabes en qué dirección ir?
- Sí, me fijé hacia dónde caminada cuando te buscaba. Al oeste. ¿Y tú?
- Los jinetes cabalgaban hacia el sur, así que iré al norte. Seguro que adentrándome en esas tierras encuentro más comida para sobrevivir durante el invierno.
- El norte es una tierra gélida.
- Tengo tu capa, ¿recuerdas? – señaló con una mirada divertida la prenda roja que él le había entregado.
- ¿Cuándo volveré a verte? – preguntó con un gesto de desolación. Las tierras del norte quedaban muy alejadas de su reino, a varios días a caballo. Iba a ser muy complicado dar con ella de nuevo.
- Tienes cosas más importantes en las que ocuparte. Seguro que a tu padre no le agrada la idea de que vagabundees por el bosque con una forajida.
- ¿Pero y si quiero dar contigo?
- Sabes que siempre me encontrarás.
Silencio.
- Eh…debo marchar.
- Sí, los soldados pueden aparecer de nuevo en cualquier momento.
- Espero que todo te vaya bien… tu boda, tus planes de futuro…
- Gracias.
Sonrió a pesar de que sus ojos expresaban tristeza. No quiso retrasar más el adiós. Evitando su mirada, dio media vuelta y comenzó a alejarse de él. Llevaba su capa en el brazo, así que decidió echársela por los hombros y cubrirse con ella.
James no había apartado sus ojos de ella en ningún momento. Cuando su silueta se perdió entre la maraña de árboles fue cuando se dijo a sí mismo que debía retornar al castillo.
Una vez más se topó con la misma escena; su padre y los guardias.
-¡Dejadnos! – Los soldados se marcharon- El reino yéndose a pique y tú de excursión por el bosque.
- No estaba de excursión, intentaba ayudar – ciertamente no mentía, había salvado la vida de la princesa.
- ¡Ese no era tu cometido!
- Mi deber es para con la gente, y eso es precisamente lo que he hecho.
- Caminas sobre una delgada línea, muchacho, te recuerdo que la vida de tu madre depende de mí.
- Y a vos, "padre", os recuerdo que si se descubre el engaño vuestro reino se sumirá en la ruina. Por no hablar de que seríais condenado por traición.
Ante tales amenazas el Rey enmudeció.
- Y si ahora me disculpáis, estoy cansado.
Pasó la noche en vela. Se asomaba cada poco a la ventana mirando el oscuro bosque y pensando dónde estaría ella en ese preciso instante. Esperaba que no se topara con ningún hombre de la Reina de nuevo. Tras el incendio y tras haber encontrado la prenda de Blancanieves quemada seguramente la incesante búsqueda de la princesa fugitiva cesaría. La darían por muerta.
Alguien llamó a la puerta. Eran altas horas de la noche, dudaba que su padre estuviera levantado y preparado para retomar la discusión.
- Abigail, que…
- Ha llegado a mis oídos lo sucedido hoy. Quería comprobar si estabas bien.
Le extrañaba esa repentina preocupación por su bienestar, no era propio de ella.
- No, estoy perfectamente, tan sólo algo agotado.
- ¿Puedo hacer algo por ti? – sin que pudiera evitarlo, la joven rubia entró en su habitación.
- Abigail, es tarde.
- No podía dormir.
Él tampoco, pero su compañía era lo último que necesitaba. Se sentó en su cama.
- ¿De verdad no puedo hacer nada que te ayude a conciliar el sueño? – hizo un extraño mohín que pretendía ser seductor. A James no le pareció.
- Debes marcharte, mañana será un día duro.
- Oh, James, siempre tan perfecto.
- Buenas noches – se hizo a un lado permitiéndole cruzar el umbral de su puerta.
- Qué aburrido.
- Hasta mañana.
Ahora sí que realmente no podría pegar ojo.
El visitar las tierras dañadas por el incendio, contabilizar los gastos y elaborar planes para permitir la subsistencia de aquellos que lo habían perdido todo, casa y cultivos; le llevó varios días. Al menos tanta actividad le permitía tener la mente ocupada. A pesar de ello, siempre que acudía a los poblados limítrofes aprovechaba algún despiste de sus hombres para galopar libre en busca de rastro alguno de la princesa. Era en vano, trascurridas ya semanas desde la última vez que la vio lo más seguro es que hubiera cruzado el paso de las montañas antes de que las nevadas lo imposibilitaran.
Cuando no estaba visitando sus tierras estaba en la biblioteca trabajando en los libros de cuentas. De hecho, las cuentas comenzaban a cuadrar. Con los tesoros cedidos por el Rey Midas y bajo su administración el reino parecía resurgir. No sería un príncipe de nacimiento, pero su vida como simple pastor le había enseñado a sobrevivir con lo poco que tuviera y esos conocimientos le eran de mucha ayuda ahora.
El fuego había devorado parte del bosque de su reino y los adyacentes destruyendo importantes materias primas. Por ello se veían obligados a negociar con otros mandatarios para comprarlas. Ese era el caso del carbón. La casi inexistencia de minas en su territorio y la destrucción de aquellas pocas que quedaban era un problema que debía solucionar.
- Marcharás al amanecer hacia el Quinto Reino. Es una zona repleta de minas con abundante carbón. El Rey Wesley es un viejo amigo de modo que no pondrá muchos inconvenientes a llegar a un acuerdo.
- Como mandéis – desde el último enfrentamiento la relación con el Rey se limitaba a recibir sus órdenes y cumplirlas.
- Tu prometida te acompañará, ya es hora de que entréis en los círculos sociales de la Corte.
Un viaje de varios días acompañado de Abigail no entraba en sus planes pero se limitó a asentir y marchar a preparar sus pertenencias.
El Quinto Reino limitaba con la granja de su madre. Mirando en un plano pudo comprobar cómo el castillo del Rey Wesley estaba tan sólo a un día a caballo de allí. Si pudiera ir a verla…
Como supuso, el viaje acompañado de Abigail resultó ser una tortura.
- ¿Cuántos días de estar metida en este diminuto carruaje soportando los baches del terreno dices que nos quedan?
- No te preocupes, querida, descansaremos al anochecer en alguna posada.
Los continuos quejidos de su prometida ante las humildes posadas en las que debían descansar (en habitaciones separadas) fue la melodía predominante las siguientes jornadas del viaje.
Al quinto día por fin llegaron a su destino. Como su padre le había dicho, el Rey Wesley se deshizo en atenciones hacia su persona. Incluso la negociación resultó ser mucho más fácil y rápida de lo que pensaba; a cambio de algo de su oro se establecería una ruta para el transporte del carbón entre reinos.
El Quinto Reino era un lugar precioso bañado por el mar y con una temperatura mucho más agradable que la del frío invierno de sus tierras. Con la excusa de querer explorar los parajes pudo librarse de la guardia real y de su prometida durante un día. Más bien tenía en mente hacer una visita furtiva a su madre, sabía que era peligroso pero necesitaba ver que se encontraba bien y esta era su última oportunidad.
Quería pasar lo más desapercibido posible hasta atravesar las murallas del reino, así que se vistió con un atuendo impropio de un miembro de sangre azul.
Los puestos con vendedores de toda clase se agolpaban en el pueblo. Era una mañana de mucho trasiego. Se perdió entre la multitud, prefería no llamar la atención del nutrido grupo de guardias que había en cada calle. Tan ensimismado estaba con no perder de vista a los soldados que patrullaban que no se percató al doblar la esquina de la persona que caminaba apresuradamente como si estuviera huyendo.
- ¡Ay!
El choque fue inevitable. Una bolsa llena de manzanas y pan cayó.
- Perdonadme, yo… - se agachaba para ayudarle a recoger las manzanas esparcidas por el suelo cuando su mirada se topó con un par de brillantes ojos verdes.
- ¿Qué…?
- ¡Al ladrón! – soldados armados aparecieron al final de la calle, era evidente a quien perseguían.
Dejó las manzanas en el suelo y se levantó como un resorte para coger el brazo de Blancanieves y conducirla con rapidez a una de las callejuelas que atravesaban la calle principal.
- ¡Deprisa! – los soldados les pisaban los talones.
Siguieron huyendo a través del pueblo hasta que llegaron a un camino sin salida.
- Vete, yo los entretendré.
- Pero…
- ¡Vete!
Cuando los guardias llegaron, se interpuso en su camino provocando que tuvieran que lanzarse hacia él para derribarlo. Recibió patadas varias mientras le intentaban reducir. Cuando le alzaron le despojaron de la capa riendo por los golpes que adornaban su cara. En el instante en el que su rostro quedó al descubierto la sonrisa de los soldados se congeló.
- ¡Príncipe James! – todos hicieron una reverencia.
Formaban parte del ejército del Rey Wesley y como tal, le habían visto en palacio con su monarca.
- Disculpadnos, Alteza, no sabíamos que se trataba de vos.
- No diré ni una palabra de lo sucedido si vosotros hacéis lo mismo – habló con voz calmada.
Una mirada de extrañeza fue la respuesta de los guardias. Acababan de golpear a un miembro de la realeza, al heredero de un reino vecino y éste no pretendía castigarlos en absoluto por sus actos.
No les permitió responder, cogió su capa del suelo y echó a correr en dirección hacia donde había visto huir a Blancanieves.
Recorrió cada una de las calles repetidas veces sin lograr dar con ella. Cuando estaba a punto de darse por vencido oyó el susurro de cierta reconocible voz.
- Encantador…
Ahí estaba ella, escondida entre las sombras y con la capa ocultándole el rostro. Comprobó que no había ningún guardia cerca y se encaminó hacia el lugar en el que se escondía la princesa.
- ¿Has perdido la cabeza? ¿Qué haces aquí? ¿Y robando?
- ¡No estaba robando! Llegué a un trato por esa comida, pero el vendedor se arrepintió y mintió diciendo que no había pagado por ello – hizo una pausa – Es muy difícil encontrar alimento en el bosque y desde aquí no puedo asaltar los carruajes de la Reina para conseguir dinero…
- ¿Hace cuánto que no comes?
- No te preocupes, puedo cuidar de mí misma – respondió ante el gesto de James de palparse los bolsillos en busca de algo de dinero para comprar alimentos. No recordaba que se había puesto aquellos harapos para pasar desapercibido y que, por tanto, no llevaba oro encima.
- ¿Ah sí? No me lo ha parecido…
- Todo iba perfectamente hasta que te pusiste en medio… - detectaba cierto enfado en sus palabras.
- ¿Disculpa? Si mi memoria no me falla, más bien te he salvado.
- Tu memoria debe fallar porque…- se detuvo - … ¿qué es esto?
Cuando el sol iluminó su rostro pudo ver los moratones que se dibujaban en su cara. Era evidente que se trataban de golpes recientes y que su plan de desviar la atención de los soldados había tenido mucho que ver.
- ¿Te has peleado con ellos? – volvía a estar herido por su culpa.
- No, sólo me puse en medio – sonrió restándole importancia.
- ¿Y bien?
James no entendía a qué se refería.
- ¿A qué se deben esas ropas? Pensé que tu compromiso con la gruñona iba a sacar al reino de la ruina… - su voz sonaba divertida.
- Ah, esto…Intentaba ocultar mi identidad, pero contigo cerca veo que es complicado.
- ¿Tanto te aburre la vida de palacio?
- No es eso…bueno, en cierto modo sí. Es que quería ir a un lugar y…nadie…nadie debe saberlo.
- Ah, entonces continúa tu camino, no quisiera entretenerte.
- ¿Sabes? Ven conmigo, tú también tienes que cruzar las murallas para ir al bosque y dos personas viajando juntas y hablando son menos sospechosas que un encapuchado solitario.
- Pero… ¿a dónde vamos? – no recibió respuesta, ya le estaba arrastrando a la entrada de la ciudad donde un caballo les esperaba.
- Monta – le ofreció su mano como apoyo para ayudarla a subir a la montura. Él se situó justo detrás rodeando su cintura con los brazos para poder coger las riendas.
- ¡Arre! – cruzaron el portón sin mayor dificultad, entre mercaderes y viandantes varios no llamaron la atención.
Cabalgaron un buen rato a un trote suave. Blancanieves intentaba evitar el contacto con el príncipe, mantenía el cuerpo rígido y cada vez que su espalda se apoyaba en el pecho del hombre volvía a erguirse. Sus reacciones no pasaban desapercibidas para James y eso le hacía sentirse aún más idiota, pero estando tan cerca de él el nerviosismo le invadía.
Intentó iniciar una conversación.
- ¿Vas a decirme dónde me llevas?
- A visitar a una persona que...que es especial para mí.
- ¿Y es necesario que te acompañe? – no quería sonar enfadada pero la idea de que le estuviera llevando a ver alguna mujer…
- Así podrás comer algo. Ella es una gran cocinera
Aquel "ella" le confirmó que se trataba de una mujer. Inexplicablemente sintió cierta punzada de celos en el estómago. Realmente se sentía estúpida.
- Ya te dije que puedo cuidar de mí misma.
- Por supuesto. Ahora mantente en silencio, no deben vernos ni oírnos.
Desvió el caballo del camino principal y comenzaron a cabalgar por una ruta escarpada que serpenteaba entre los árboles hasta llegar a un claro. Una solitaria granja se dibujaba a lo lejos.
Al llegar a ella James desmontó e inmediatamente intentó ayudar a Blancanieves a hacer lo mismo, pero ella rechazó su mano. No podía creer que la hubiera arrastrado hasta allí para ver a una mujer.
Permaneció al lado del caballo mientras el príncipe se dirigía a la puerta. Una mujer mayor apareció en el umbral con cara de sorpresa, acto seguido se lanzó a abrazar al joven. James le devolvió el abrazo. Desde ahí percibió como las lágrimas asomaban a los ojos de ambos. Estaba claro que se trataba de una persona especial. Vio a la mujer señalar hacia donde se encontraba y cómo James le explicaba algo. No pensaba que fuera apropiado inmiscuirse en el íntimo momento que estaban compartiendo, así que no se movió del lugar. No hizo falta, James y aquella misteriosa mujer ya estaban a medio camino de ella.
- Blancanieves, quiero presentarte a mi madre – la joven no pudo evitar abrir los ojos de forma desmesurada ante la sorpresa. ¿Cómo todo un príncipe tenía una madre que vivía en una humilde granja?
- ¿Blancanieves?
- Sí, em...encantada – era obvio que había oído hablar de ella, seguramente habría visto su cara en alguno de esos carteles de "se busca".
- Es una larga historia, madre.
- Pero entrad, entrad, os prepararé algo de comer y así me cuentas todo con detalle.
