Capítulo 1

La reina no está

El regalo seguía sobre el escritorio, envuelto en un papel ostentoso. Se había negado a abrirlo, mucho más, se había negado a la idea de que Anna se enterara de su existencia. Desde lo de Hans, el nombre de las Islas del Sur no se podía mencionar. Tener una carta por parte del rey dirigida a ella y su hermana no era del todo confiable, un regalo era demasiado tonto. Leyó la carta de nuevo, apenas había unas disculpas, como todas las cartas anteriores; pero esta vez estaba el obsequio. Elsa negó, podía regalarlo, decirle a Kai que lo arrojara en el fiordo o lo olvidara en las bóvedas personales. Daba igual. Estaba cansada de lidiar con otra nación y su insolencia, cansada del hostigamiento de más de una decena de príncipes y su padre.

Se sobó el puente de la nariz y miró con agotamiento la caja, la tranquilidad del lugar sería opacada en breve, pues la cena estaba cerca y Anna entraría con estruendo en unos minutos, la miraría con esa cara de cachorrito y entonces todo su fastidio se olvidaría. Anna desaparecería cualquier síntoma de pesadez, cualquier estúpido regalo impropio. Para mañana el asunto estaría olvidado. O eso... hasta que el próximo mes llegara otra carta de disculpas.

Negó, suspiró, haciendo espacio para la fuerza de voluntad; se irguió y miró hacia adelante, era una reina. Iba a lidiar con esto sin dejarlo en el rincón, luego enviaría una carta a las Islas del Sur y enfrentaría de una vez el problema.

Abrió la caja, de prisa, sin detenerse, rompiendo todo el papel sin un poco de elegancia. Se encontró con un medallón, de oro, posiblemente. Nada del otro mundo. Le diría a Kai que lo donara a la caridad o algo por el estilo. Lo tomó entre sus dedos y rozó la piedra roja que brillaba en el centro, no parecía una que hubiera visto antes. Su pulgar repasó la superficie, deseó como nunca estar con Anna. Lejos de todo, de todos. Lejos de toda la responsabilidad.

Hubo un brillo, que se hizo más y más grande, ante de que pudiera siquiera gritar, una fuerza la absorbió, como si la gravedad se hubiera vuelto loca y todo girara hacia todos lados. La mesa, la silla, el despacho, el retrato de Anna y ella desapareció frente a sus ojos. Y después, sólo había oscuridad.

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Anna había estado en los establos esa tarde; hasta ahora se le había dado muy bien la crianza de los caballos del reino pero, justo ese día, había ido al pueblo por unas trufas rellenas que su hermana adoraba. "Hoy, sé que no se lo espera...", pensaba animada. Pagó a pesar que la dueña insistía en lo contrario.

―Muchas gracias... ¡Buena tarde! ― se despidió de la anciana.

Montó al caballo y galopó velozmente por la ciudad, saludando a algunas cuantas personas antes de ingresar a los terrenos. Llegó al castillo justo a tiempo. Diez minutos eran suficientes para alcanzar a Elsa en el comedor o en los pasillos. "Bueno... quizá me adelante un poco". Hizo una risilla, subiendo rápido hacia su habitación con dos trufas en la boca.

―Rápido... Rápidooo... Ráaapido… ―entonó mientras se cambiaba de atuendo.

Demoró cinco minutos más de lo previsto y después corrió hacia el comedor principal. "Espero que no me dé otra vez una charla de la puntualidad… porque 'fue para traerte trufas oh… gran reina Elsa'", se burlaba en murmullos para sí misma. Esquivó a unos guardias a paso veloz y llegó, al fin, a su destino. Su cuerpo se detuvo en seco mirando alrededor, algo no cuadraba. "¿Y Elsa?", caminó, despacio, mirando a la servidumbre que esperaban listos para ellas, era un silencio algo incómodo.

Se sentó y dejó las trufas en la silla cercana a ella "Bien... no debe tardar... ¿O yo me adelanté?". Miró alrededor, "¿Cuándo cambiaron las cortinas?". Era eterna la espera, cinco minutos eran demasiado para la puntualidad que la reina demandaba y cumplía.

―Kai... ¿Me he perdido algo de lo que ha dicho Elsa? ¿Dio otras órdenes en cuanto a la comida? ―El mayordomo negó

―No, princesa Anna… Las órdenes no cambiaron ―arqueó las cejas estando también consternado del acontecimiento, la pelirroja se mordió el labio.

―Oh… gracias… ―se levantó―. Iré a ver qué sucede... ―anunció―. Elsa siempre avisa-habló en voz alta y caminó hasta el despacho de su hermana. Cuando llegó, abrió la puerta sin pedir permiso―. ¿Els...?

"No está…". Alzó los hombros saliendo de nuevo al pasillo, corrió hacia el cuarto de su hermana y tocó.

―¿Elsa, todo en orden? ―volvió a tocar y espero―. ¿Elsa? ―alzó el tono de voz, mas no hubo respuesta, entró de todos modos―. ¿Elsa? ―frunció el ceño algo triste.

"¿Dónde está?", revisó el baño, el balcón; fue a la librería, a la sala de ajedrez, a las torres e incluso al recibidor y tampoco encontró rastros de su hermana, la respiración de Anna comenzó a alterarse. "Tranquila... tal vez es algo importante...", estaba comenzando a preocuparse. Se aseguró de preguntar a todos los guardias de cada sección de las salidas del palacio, cuando llegó hasta al capitán de la última salida posterior, éste le respondió un simple "no hemos visto a la reina desde ayer su majestad... La notificaré en caso de ser necesario, mi lady".

La princesa estaba alterada, devolvió sus pasos en dirección al cuarto de la rubia, mientras se preguntaba dónde estaba Elsa y por qué la había dejado sin avisar antes. Las ideas venían como ráfagas a su mente, podría estar en su castillo, ¿pero por qué iría? No habían discutido, de hecho, todo había sido paz y tranquilidad.

Sin más tiempo que perder, pidió un refrigerio, abrigos y su caballo para ir de nuevo al palacio de hielo. Iba a encontrar a Elsa, al menos para su bienestar mental. Luego tendría una charla con la reina para que no hiciera eso de nuevo.

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Kristoff se dejó caer en su silla mecedora junto al fuego, al lado de él, Sven comía con pereza una zanahoria. Había sido un día cansado después de estar recolectando hielo por dos semanas. Era el primer día después de mucho tiempo que podía llegar a la cabaña que Elsa le había otorgado después del Gran deshielo. Mañana podría ver a Anna, entregarle unos recuerdos que le había comprado en uno de los pueblos del reino y pasar un día entero sólo ellos dos juntos. Por fin. Eso claro, si Elsa no tenía una interminable charla con él acerca del trabajo hecho durante todos esos días.

Olaf se acercó al fuego y miró con maravilla cómo es que se levantaban las llamas y los reflejos de la luz se iban perdiendo en la oscuridad. Kristoff lo veía y encontraba en él la inocencia de un niño que apenas conoce el mundo. El muñeco de nieve se había ofrecido a acompañarlo en su travesía, así que mañana también vería a las dos hermanas después de bastante tiempo. Ambos estaban emocionados. El muñeco no había parado de hablar de Elsa en todo su recorrido.

―Olaf, amigo. No te acerques mucho, la nevada personal no significa que puedas permanecer tanto tiempo en altas temperaturas.

―¡Correcto! ―Obedeció el pequeño. Y se alejó apenas, sentándose al lado de Sven―. Oh, Sven, ¿crees que Elsa y Anna quieran jugar conmigo mañana? ¿O con todos los niños de la ciudad? Soñé que corríamos por horas y horas, y todo era tan cálido y tierno y feliz y...

―¿Sueñas? ―Kristoff preguntó confundido.

Olaf lo miró con sus enormes ojos sin entender el porqué de su asombro.

―uh... Yep.

―¿En serio?

―Sí, Kristoff, déjame terminar. Entonces Elsa usaba sus poderes para crear pequeños muñecos, como yo, pero tan tiernos y adorables y... Oh, Sven, quizá pueda crear...

El rubio pensó por primera vez en el poder de Elsa. No sólo había creado vida, sino también una criatura pensante. Que tenía sentimientos e incluso soñaba. Qué tanto tenía Olaf de Elsa? Cómo era posible aquello. Incluso para los trolls, la magia de la reina resultaba desconcertante y algo que jamás habían visto. Y por todo... qué tanta influencia tenía Anna en todo aquello.

―Olaf... ¿Alguna vez Elsa te habló acerca de sus poderes? Alguna explicación extraña, pasado turbio. No lo sé, ¿secreto Real?

―Lo que pasa en la realeza, se queda en la realeza ―Olaf dijo, con un mohín―. O eso dice Kai y Gerda cuando les pregunto acerca de las chicas.― Seguidamente se rió y siguió jugando a "atrapa la nariz" con Sven.

―Quizá Anna sepa algo, eres especial Olaf, y sería bueno que... ―Olaf se levantó de su sitio y lo miró un gesto que jamás había usado―. ¿Qué? ¿Qué pasa?

―Algo no está bien ―el muñeco dijo, sus manitas tocaron el centro de su pecho―. Es como... como cuando Elsa estaba muy triste por Anna. Kristoff... Tenemos que...

Dos segundos bastaron. Kristoff se congeló en su sitio cuando los ojos expresivos de Olaf perdieron todo el brillo y no fueron nada más que dos objetos inanimados; y lo que antes eran sus brazos, ahora solo eran dos ramas sólidas. No había rastro alguno de la ventisca que un día Elsa le había regalado. El muñeco de nieve, por primera vez fue solo eso.

―Oh... por... dios.

Sven había abierto la boca y miraba igual de anonadado a Olaf. No tenían idea de lo que había ocurrido.

―O- Olaf? ―Lo tocó. No hubo señales de vida―.No, no, no. Maldición, maldición. Sven, ¡Elsa! ¡Algo está pasando! Rayos, rayos, Anna me va a matar, Anna me va a matar. ―Kristoff se levantó de un salto y tomó sus cosas, tenía que ver a las chicas en ese momento―. Tenemos que llevar a Olaf a la nieve antes de que se derrita. Y luego vamos por Elsa.

Kristoff tomó las partes de Olaf, que estaba más frágil que nunca. Es como si la nieve se deshiciera en sus dedos. Gimió con angustia, mientras Sven empezaba a correr a toda velocidad hacia la montaña, donde pudiera dejar al muñeco de nieve resguardado. Después de varios minutos de recorrido, tratar de encontrar un lugar seguro y pensar en lo que le dirían a las hermanas, los dos volvieron sobre sus pasos, ahora camino al castillo de Arendelle.

Kai fue el primero en recibirlos, lucía nervioso y preocupado, quizá más que ellos mismos.

―¡Kai! ¿Dónde está Anna y Elsa? Necesito hablar con ellas en este instante. Es Olaf, Olaf ha... ―las palabras se atoraron. "¿Olaf ha muerto?". ¿Era eso siquiera posible?―. Yo no lo sé ― dijo al fin―. No sé lo que ha pasado, él simplemente estaba ahí y luego... ya no.

Kai lo tomó del brazo y lo llevó hacia uno de los recibidores.

―Lo siento, señor Bjorgman. La princesa Anna y su majestad, la reina Elsa no están. Es...

―¿Qué? ¿Dónde están? ¿Han salido?

―Algo así, me temo.

―¿Kai, qué está pasando?

―Su majestad ha desaparecido, creemos que podría estar en su palacio de hielo. La princesa ha ido por ella.

―¿Sola? ¡Sola! Han dejado que vaya sola y ya, ¡¿es todo?!

―Señor Bjorman, lo siento, la princesa Anna siempre ha sido muy clara cuando se trata de estos temas. Es mejor dejarla solucionar los... percances que pueda o no tener con su majestad.

―Por supuesto, lo que pasa en la realeza se queda en la realeza. ¿No es así, Kai? Y si los lobos persiguen a su princesa o... ¡Rayos! Elsa no tiene idea del peligro al que pone a Anna. Nevadas, corazones congelados, pérdida de memoria, ¿qué pasa con ustedes?!

Kai bajó la mirada e hizo una pequeña reverencia. Su voz se hizo más profunda y amenazante.

―Señor Bjorgman, me permito recordarle en qué lugar se encuentra. Hablar... tentativamente mal de la reina, es considerado traición a la corona.

Kristoff apretó los dientes. Su pulso se había disparado, estaba desesperado y nadie parecía verlo. Sabía que había hecho algo muy malo en ese momento, que posiblemente Anna nunca lo perdonaría por referirse así de su hermana. Pero se trataba de ella, de la pelirroja. La única persona que le importaba realmente en esa tierra.

―Lo siento, Kai... ―murmuró avergonzado―. Lo de Olaf me ha dejado mal. No ha sido normal nada de eso, algo está pasando. Y si Anna no llega pronto, iré por ella. Y ni toda la guardia real podrá detenerme.

Kai asintió, suavizando el gesto.

―Es un buen chico, señor Bjorgman, pero por ahora solo queda esperar.

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Anna demoró la mitad de lo que regularmente tardaba en llegar al palacio, tenía un muy mal presentimiento desde la cena. "Esta ahí... ¡Tiene que estar ahí!", se repetía constantemente. Justo al frente, estaba el palacio, majestuoso e imponente, la pelirroja siempre se sorprendía. Sonrió al recordar sus clases de patinaje con Elsa en ese lugar.

―¡Más te vale tengas una explicación, Elsa ! ―refunfuñó mientras amarraba su caballo. Le dejo agua y comida, ya que lo había forzado demasiado ese día. Subió la pequeña pendiente de nieve para llegar a los primeros escalones donde resbaló ―¿Qué? ¡Wuooh! ―se sostuvo del barandal de hielo donde también resbalaban sus guantes―¿Qué pasa? ―miró sus guantes y había humedad.

"¿Agua?", sacudió la cabeza "Es normal...es hielo… aunque jamás había visto eso"

Subió con más cuidado hasta llegar a la puerta y siguió llamando a su hermana, pero nadie contestó. Ni siquiera había indicios de Malvavisco. Tocó la puerta de entrada y esta vez dolió el empuje, era muy pesado y no podía abrir.

―¡Elsa, esto no es divertido! ―gritó nerviosa, insistió en abrir y nada, miró a sus alrededores y ahí estaba el montículo de nieve que custodiaba el castillo―. Tú, me vas a ayudar ―Reía bajando con mayor dificultad los escalones―. ¿Malvavisco? ―se abalanzó risueña―. ¡Hey, grandulón! Es…

Cuando Anna lo tocó, todo ocurrió muy deprisa. La gran masa de nieve que solía ser su amigo, se desmoronó en sus manos. Su corazón se aceleró considerablemente, entró en pánico.

―Elsa... ―dijo en un hilo de voz, se aseguró que fuera malvavisco―. Oh no, no, no. ¡No! ―efectivamente, había destruido la parte de uno de sus brazos―. Tiene que ser una broma... ―murmuró entre dientes, muy alterada. Notó que su cuerpo temblaba, solo escuchaba sus latidos.

En su cabeza sólo gritaba el nombre de su hermana. Fue camino a su caballo y apenas pudo desamarrarlo, tardó en subir al mismo, aún estaba procesando lo que acababa de pasar, unos retorcijones fuertes se presentaron en su vientre, la angustia comenzaba a nublarle el pensamiento. Elsa no estaba. Sollozó forzando de nuevo al corcel, no había notado desde cuándo había estado llorando, las lágrimas obstruían su visión mientras iba abrazada de la silla, no podía pensar bien. "¿Dónde está?", su llanto afligido hizo eco en el recorrido.

Llegó demasiado rápido sin haber probado bocado ni agua. Su sorpresa al ver que los arreglos arquitectónicos del palacio comenzaban a desprenderse, cayendo con sutileza, empezando por los acabados más finos fue todavía mayor. "Es una pesadilla es una pesadilla. ¡Maldición Anna, despierta!". Se bajó de un brinco del caballo sin importarle dejarlo, golpeó las puertas del palacio a pesar de que estaban ya abriéndolas para ella, estaba gritando. Varios guardias se miraron asombrados entre sí por todo el alboroto. Gerda hizo un ademán hacia ellos y la miró preocupada. Anna trataba de articular palabras, pero el capitán de guardia la sujetó suavemente y lo siguiente que sabía era que la estaba llevando en brazos hasta su habitación. Lo golpeó con fuerza el pecho, la servidumbre estaba desconcertada. Gerda intentó calmarla con palabras, pero la princesa estaba en shock, temblaba, balbuceaba en llanto y su mirada estaba perdida. Su mente quería seguir buscando a su hermana, pero su cuerpo no reaccionaba como ella lo demandaba.

Varios metros, lejos de ella, Kristoff la miraba preocupado. Nada de eso parecía tener pinta de estar bien. El muchacho apenas pudo reaccionar y, cuando intentó acercarse a la pelirroja, Kai lo detuvo y le hizo un gesto de negación. Algo había pasado con Elsa. Algo muy, muy malo. De lo único que estaba preocupado ahora era de la salud de Anna.

El llanto de la princesa inundó la habitación, como aquella primera vez que se le prohibió jugar con Elsa, hace ya más de trece años.

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Duró en ese estado por más de dos horas, rechazando comida y contacto con los demás, incluso había gritado a la servidumbre, ordenando que la dejaran sola. Elsa estaba desaparecida era un hecho, y estaba muy lejos de ahí como para preservar la magia funcionando. No había magia. Pero… ¿Dónde se había ido? Descartaba la posibilidad de que su hermana hubiera muerto, no era una opción, se negaba a creer tal idea aunque cualquiera pudiera verlo como lo más lógico, pero para Anna, era mejor seguir buscando. Creía que sólo estaba perdiendo el tiempo ahí.

Aun balbuceando, se lavó el rostro y cambió su atuendo por uno menos estorboso, no sabía por dónde empezar, pero estaba claro que iba a revisar hasta la última roca de Arendelle si con eso encontraría a su hermana.

―Ella... Ella estaba en su despacho ―pensó en voz alta―. ¡Ahí... ahí era! ―gritó y salió disparada hacia el lugar.

Efectivamente, había rastros de la reina, lo que hizo que gimoteara sin poder detenerlo. Forzó su su vista a seguir buscando con una vela en la mano; las ventanas cerradas, incluso el té que tomaba cuando Elsa necesitaba relajarse se encontraban ahí. ¿Estaba estresada? ¿Se había ido por eso? Recordar lo que pasó con malvavisco la alteró de nuevo, buscó apoyo en algún mueble, quedándose al borde del escritorio.

Volvió en sí tosiendo y lagrimeando, al erguirse, sus ojos encontraron un papel, era un regalo al parecer. Inspeccionó el papel sentándose en la silla de la reina, ahí estaba una carta.

―¿Qué es…? ―comenzó a leerla. Un enorme repudio y odio surgió en su corazón a pesar de ser siempre de nobles intenciones, al parecer, de nuevo, las Islas del sur habían hecho algo. ―¡Qué es esto, Elsa! ―alzó la voz alterada.

Sus ojos pasaban por las letras, captando fragmentos que no tenían mucho sentido para ella. El rey hablaba de otras cartas, de un obsequio. Buscó entre los cajones desesperada, encontró en un apartado todas las cartas que Elsa había escondido de ella. Su garganta se secó, su hermana se lo había estado ocultando todo este tiempo, a pesar de que había prometido que no volverían a hacerlo. No más mentiras ni secretos. El reproche vendría después de encontrarla. Entre todo, debía haber alguna pista. Leyó cada una de las cartas, algunas eran breves y otras extensas, todas pidiendo disculpas y ofreciendo regalos. Elsa estuvo en el despacho antes de desaparecer, recordó que se habían despedido por la ventana esa tarde. De nuevo, el piquete de dolor en su pecho hizo que se sintiera mareada.

Sobre la mesa también encontró una maraña de papel y, al juzgar por el desorden, pudo darse cuenta que Elsa estaba ansiosa por abrir lo que parecía ser el obsequio. La pelirroja buscó con la vista lo que contenía el regalo, pero no encontró nada, sólo la envoltura. Se levantó, rodeó el escritorio hasta que ahí, en uno de sus pasos, pateó algo.

―¿Uh? ―se inclinó para recoger el objeto―¿Un medallón?―lo analizó, ladeó la cabeza, exhalo con dificultad y lo metió en su bolsillo, todavía resguardado entre su puño―. Voy a encontrarte, Elsa ―de eso estaba segura.