Capitulo 1:

Las mujeres casadas nunca se enfrentaban esos problemas.

Los invasores se acercaban al bastión fronterizo del castillo, y la hija soltera era la única que podía levantar un dedo para detenerlos. Elizabeth Hawkeye descargo el puño con frustración, provocando que todos los floreros saltaran sobre la mesa.

¿Dónde estaba Frank Archer y su promesa de matrimonio, cuando ella mas necesitaba a un hombre que guiara a su gente a la batalla?

Un hombre mayor irrumpió en la habitación de Riza, sacándola de sus pensamientos. La rápida carrera de Tim Marco desmentía su edad. Se detuvo bruscamente a medio metro de ella.

-Los invasores exigen hablar con el señor del castillo, mi señora.

- Es una lastima que el castillo no tengas señor- dijo Riza mientas se masajeaba las palpitantes sienes esperando que algo se le ocurriera.

Era un secreto escrupulosamente guardado que el gobernador del castillo no era un hijo, sino una hija. Después de que el fuego hubiera desvastado sus tierras trae años atrás, la gente de Riza la había ayudad a perpetuar la creencia de que su hermano no había perecido en las llamas junto a sus padres. El engaño había sido una cuestión de seguridad hasta que algún día se pudiera casar con el hombre de comienza de su padre y todo volviera a ir bien.

Y ahora esto.

Para agravar aun mas sus problemas, aquella mañana se había despertado con fiebre y dolor de cabeza.

-Tenemos casi vente hombre preparados- le recordó Marco, inclinándose sobre la mesa para enderezar una urna que había volcado por el puñetazo de Riza.

Ella dio un bufido.

-La mayoría de los hombres nunca han presenciado una batalla. ¿Y que pueden hacer veinte hombres contra una horda de invasores? ¿Cuántos pueden ser?

- Mas de un centenar, mi señora- respondió Marco.

-¿Que pueden hacer veinte hombres contra mas de cien invasores?

Se volvió hacia su audiencia que en esos segundos había aumentado a mas de la mitad del personal de su casa. La gane del castillo había sido atacada por aquellos invasores con anterioridad, y a todos los aterraba enfrentarse a otra masacre. Que los santos la protegieran. No podía permitir que su gente volviera a sufrir.

Marco se aclaro la garganta.

-¿Quien hablara con los invasores?

Una sola respuesta cruzo la mente de Riza. Solo una persona podía hablar con ellos en lugar del señor.

Suspiro al pensar en Frank, tan lejos cuando mas lo necesitaba. Hijo de un noble vecino, Frank había sido como un hermano para ella durante los años que había servido para el padre de Riza. En las semanas que siguieron al incendio, Frank le había dicho que se casaría con ella cuando obtuviera el permiso del rey, y entonces podrían devolverle al castillo su antiguo esplendor. Hasta entonces se había unido a las guerras y campañas, y habían acordado hacer creer a todos que su hermano aun vivía para proteger a los habitantes del castillo de un señor tirano y cruel a elección del rey. La ficción no había sido difícil de mantener, ya que todo el mundo estaba demasiado ocupado con los conflictos.

Aun si, Riza anhelaba la seguridad que le proporcionaría ser la esposa de Frank tras tres año de miedo y pesar-. ¿Por que el no estaba allí para protegerla de la amenaza? Riza estaba cansada de librar sola todas sus batallas. Hasta que tuviera la palabra de Frank, necesitaba proteger el bastión por ella misma. No había salvaguardado tanto tiempo la amada propiedad de su padre para perderla ante las hordas que arrasaron con todo tres veranos atrás.

-Pinako, ven a la habitación de mi padre- le dijo a la mujer que se calentaba las manos junto al fuego-. Marco, acompáñanos y espera junto a la puerta.

-Pero… -empezaron a protestar Pinako y Marco al unísono.

-Yo hablare con los invasores como el señor del castillo- los acallo Riza alzando el mentón en un gesto desafiante.

Su seguridad le fallo varios minutos después cuando subió a las almenas de las murallas exteriores, ataviada con la vieja túnica de su padre. Asaltada por las dudas, se preguntó como podría disimular su vos femenina cuando el gritara al enemigo. Tal ves su garganta ronca y áspera por la enfermedad le fuera de utilidad en aquella ocasión, al menos

¿Qué haría si el jefe exigía un encuentro cara a cara?

Su ardid tal ves funcionara a distancia, pero nunca podría hacerse pasar por un hombre de cerca. Las prendas de su padre le colgaba ridículamente y aunque había escondido su cabello bajo el cuello de la túnica, su rostro la hacia parecer un muchacho de corta edad. Y tampoco la ayudaban los escalofríos de miedo y fiebre.

-Mi señora, aun estamos a tiempo de que lo haga otra persona.- le susurró Marco al oído por tercera ves desde que Riza se disfrazara con la ropa de su padre.

Riza negó con la cabeza. No podía arriesgarse a que la inminente confrontación saliera mal. Debía ser ella quien hablara por su gente.

A regañadientes, Marco extendió la mano para auparla sobre el parapeto que había sobre la garita. Estaban lo bastante lejos de los invasores para mantenerse a salvo, pero lo bastante cerca para ser oídos.

-¿Hay alguna manera de que pueda mirar hacia abajo sin mostrarme?- susurro ella. Su voz delataba su nerviosismo.

Marco asintió.

-No es posible que estén mirando hacia aquí arriba, pero de todos modos tenga cuidado.

-Subiré con cuidado- Riza se aupo para asomarse sobre las piedras del parapeto.

-Oh- ahogo un gemido al contemplar la escena que tenia lugar al pie de las murallas. Un miedo glacial la atravesó, mas agudo y escalofriante que los temblores de la fiebre. Marco había dicho que eran aproximadamente un centenar, pero a Riza le parecía que había el doble.

Los guerreros invasores se habían congregado en masa a las puertas del castillo. Muchos de ellos seguramente serian guerreros experimentados, Riza sintió pavor.

"Malditos", pensó, recordando el devastador incendio que provocaron.

Sacudió la cabeza para despejar la mente de las horrendas visiones. No había tiempo para eso ahora.

Al mirar con atención se dio cuenta de que no eran mas de cien hombres, pero el miedo junto a su aspecto aumentaba el terror que la recorría.

Aunque todos ellos parecían fundirse en un encrespado mar de rostros, un hombre llamo la atención de Riza. Tenia el cabello corto, negro y alborotado. Llevaba puesta una larga capa que llevaba sujeta por el cuello con un broche.

Franqueado por dos hombres con vestimentas similares, aquel hombre era un poco mas bajo que el que estaba a su izquierdillo, de idéntico cabello oscuro, en cambio el de la derecha era rubio. Los tres permanecían vigilantes, alertas en forma permanente, pero la mirada de Riza se quedo fija en el hombre del medio. Su aire autoritario y algo más le provocaban una inquietud incontrolable en su interior.

Miedo. Aquel hombre podía ser el responsable del asedio. Se obligo a apartar la vista de el y se concentro el encontrar las fuerzas que había reunido en los campos soleados que rodeaban el castillo.

No tenían muchos caballos, pero tampoco los había en el castillo. Pero los invasores si tenía en cambio un inmenso ariete que sin duda serviría para destrozar la empalizada.

Volvió a deslizarse al abrigo de la muralla y se agacho junto a Marco.

- Es el ariete lo que más temo- le confeso agarrando los guijarros sueltos entre dos grandes bloque de piedra-. De no ser por el, podríamos resistir el ataque hasta que se quedara sin víveres.

-¿Y si concentramos nuestras defensas sobre la empalizada? los hombres podrían arrojar flechas, y las mujer agua hirviendo y cualquier otra cosa que puedan encontrar para echar sobre sus cabezas.

De no haber estado muerta de miedo, Riza tal vez habría sonreído. Su gente disfrutaría con la oportunidad de infligir por fin a los invasores su merecido castigo. Cuando los atacaron la vez anterior, lo hicieron en medio de la noche y se retiraron dejando que el fuego lo arrasara todo por ellos.

-¿Tenemos piedras que los niños pequeños puedan arrojar?

-Por supuesto- respondió Marco, ansiosamente-. Las piedras son una de nuestras pocas defensas bien provistas. Pinako envía a menudo a los niños a que recojan piedras que luego puedan arrojar a sus atacantes A los niños les encanta cumplir con esa tarea.

-Mmm… - murmuro Riza, considerado las opciones a medida que el tiempo se agotaba.

Tendría que hablar con los invasores en cualquier momento.. ¿Debería empezar por preparar a su gente para la batalla, arriesgando sus vidas para proteger su hogar? ¿O debería renunciar al casillo tranquilamente… y arriesgar mas vidas a la triste posibilidad de mas brutalidad por parte de los invasores?

Miro a Marco, preguntándose cual seria su consejo. Su adusta expresión le dijo todo lo que necesitaba saber. Había perdido a su mujer en el incendio. Tenía el mismo miedo que Riza.

Y la misma férrea determinación de vivir a pesar de ello.

Respiro hondo, endureciéndose a si misma para una batalla que había rezado por no tener que librar jamás. Al menos, no sola.

-Intentare disuadirlos, pero si la negociación fracasa, lucharemos.

Marco asintió y bajo de la muralla con mas rapidez y habilidad que muchos hombres con la mitad de años que el. Riza lo siguió con la mirada, pensando como había llegado a quererlo como a un padre. Todos los sobrevivientes del incendio eran ahora su familia. No podría soportar perder a ninguno de ellos.

Trago salía y susurró una apresurada oración.

Al menos aquel día tenía la opción de luchar. Y luchando contra el dolor de cabeza que amenazaba su equilibrio, se irguió en toda su estatura para enfrentarse a los invasores.

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Ya chicas, fin del prime chap esta nueva adaptación del libro del mismo nombre de Joan rock y espero les haya gustado, esta ves un cambio mas radical para variar un poco.

Como en otra ocasiones las actualizaciones serna de lunes a viernes, gracias de ente menos y nos leemos mañana, ciao.