Bueno, primer capítulo de un longfic de Arthur y Ariadne, espero que les guste…hago lo que puedo, jajaja.
Capítulo 1: Un reencuentro memorable
Solo bastaba con que se recostaran sobre lo que fuese y con que alguien oprimiera el botón de aquel aparato extraño que los conectaba a todos para que comenzaran a soñar. Cuatro meses habían pasado desde que habían realizado con éxito el trabajo que Saito les encomendó, y uno desde que el turista había decidido contratarlos a todos para que trabajasen exclusivamente para él. Dom seguía siendo el líder del equipo aunque a veces se ausentara de las sesiones de prácticas para recuperar el tiempo perdido con sus hijos, Phillipa y James. En esos casos, quien tomaba las riendas de la situación era Arthur, el hombre clave y su mano derecha.
Arthur se caracterizaba por tomarse las cosas en serio, y por ser un hombre dedicado y organizado. Eames, a menudo, lo fastidiaba acusándolo de ser aburrido, aunque en realidad supiera que el hombre clave tenía mucha más personalidad de la que dejaba ver. Si había algo que le apasionaba a Arthur, era su trabajo. Encontraba fascinante el mundo de los sueños y todo lo que este conllevaba, y adoraba el hecho de poder trabajar con la gente que quería. Sentía mucho afecto por todos los miembros de su equipo, incluso por Eames, con el cual discutía diariamente por diferencias de opiniones.
Durante los tres meses en los cuales no trabajó, el vacío que experimentó fue enorme. Por eso, sintió que recibió un regalo del cielo el día que Cobb lo fue a visitar con noticias nuevas. Era un día lluvioso y Arthur se hallaba en su departamento, sentado junto a la ventana, leyendo un libro de sueños compartidos. No vestía de su traje usual, sino que llevaba puesto una remera de algodón negra y unos jeans claros. No mucho después de que un trueno resonara en toda la sala de estar, se escuchó el timbre. El hombre clave se levantó de mala gana y se dirigió a la puerta, miró por el orificio y esbozó una sonrisa de felicidad al ver de quien se trataba. Abrió la puerta y abrazó con fuerza a Dom, quien se encontraba empapado por la lluvia. Lo hizo pasar y le tendió una toalla para que se secase, luego lo invitó a sentarse y le ofreció una bebida caliente.
-Dom, que sorpresa, ¿qué haces por aquí?-le preguntó a su viejo amigo.
-Ayer me ha llamado Saito ¿sabes? Quedó muy satisfecho con el trabajo que hicimos con Fischer, así que me planteó una propuesta. Quiere que trabajemos exclusivamente para él.-Arthur se irguió sobre su silla y se inclinó hacia delante, apoyando el mentón en uno de sus puños. Chasqueó la lengua y espero a que Cobb continuase lo que estaba diciendo.-Nos va a ofrecer una gran suma por cada misión que hagamos, pero nos pide algo a cambio.
-¿Bajar como turista?-adivinó Arthur, mientras levantaba sus cejas. El hombre clave sabía analizar a la gente y no le tomó mucho tiempo acertar aquello.
-Exactamente-respondió Dom, sonriendo.- ¿Y? ¿Qué me dices? ¿Estás dentro?
-Ya sabes la respuesta.-contestó.- ¿Cuándo quiere que comencemos?
-El lunes.
-O sea…
-Pasado mañana, así es.-asintió Dom volviendo a ensanchar sus comisuras en una leve sonrisa. Arthur se había percatado de que su amigo estaba mucho más feliz de lo que estaba tres meses atrás, y supuso que eso se debía a que había vuelto a ver a sus hijos.-Aquí tienes el pasaje.-agregó inclinándose hacia él. El hombre clave lo tomó y arrugó la frente.
-¿Londres?-preguntó. Inglaterra era uno de sus países preferidos, pero hace mucho que no pisaba las calles londinenses. Sentía que los dados estaban jugando a su favor.
-Correcto. Aquí tienes la dirección y los planos de a donde debes ir, aunque no creo que los necesites. Saito me dijo que enviará a uno de sus hombres a recogerte..-le volvió a tender otro trozo de papel. Arthur lo tomó nuevamente y tras mirarlo lo dobló y lo guardó en el bolsillo de su pantalón.
-¿Qué harás con tus hijos, Dom?-preguntó Arthur.
-Los dejaré con mi madre unos días. Hasta ahora no me he despegado de ellos, quizás algún día los lleve conmigo. Por ahora, lo más prudente me parece mantenerlos alejados del negocio.
-Ya veo.-dijo Arthur en un susurro- Entonces, supongo que te veré el lunes en Londres.-Dom asintió y se paró. Arthur lo acompañó de nuevo a la puerta y lo saludó antes de que se marchase. Suspiró y regresó a su sillón para volver a leer pero luego, se dio cuenta de algo. Tragó saliva y sacó un pequeño dado rojo de su bolsillo. Lo arrojó sobre la tapa del libro y espero a ver de qué lado caía. No, no estaba soñando, eso significaba que lo que acababa de vivir en verdad había pasado. Estaba confirmado, volvería a trabajar. Arthur soltó una risa de felicidad.
Dos días más tarde, Arthur se hallaba tomando el avión de Los Ángeles rumbo a Londres. Que Saito se hubiese dado el lujo de conseguirle un asiento en primera clase, no le sorprendió en lo absoluto, sin embargo se dijo a sí mismo que debería agradárselo cuando lo viese. El hombre clave se dirigió hacia su lugar y acomodó sus cosas. Volar le aburría, ya estaba tan acostumbrado a viajar en aviones que le había dejado de encontrar la diversión al asunto. Cerró los ojos y esperó a que el sueño invadiese su mente. Soñar de esa manera no le gustaba tanto porque por lo general nunca recordaba nada al despertar. Sin embargo, últimamente, sí lograba recordar lo que había vivido mientras dormía, porque siempre trataba de lo mismo. Arthur se levantó cuando una turbulencia sacudió el avión. Maldiciendo haber despertado, arrugó los labios y llamó a una de las aeromozas para que le llevase un vaso de agua. No pudo evitar esbozar una sonrisa, siempre tenía esa reacción cuando soñaba con aquello. El resto del vuelo, se le hizo bastante rápido. Arribó a la madrugada y encontró que en la zona de desembarque lo esperaba uno de los conductores de Saito, tal y como Dom le había dicho. Se dirigió con él al auto y se mantuvo en silencio mientras éste lo llevaba a destino. Aproximadamente quince minutos más tarde, llegaron a una especie de galpón. Arthur se bajó rápidamente del vehículo y tomó su valija la cual había colocado en el baúl. Caminó hacia la construcción e ingresó sin problemas porque el portón estaba abierto. Allí ya estaban Yusuf, el químico, y Eames, el falsificador. El químico sonrió al verlo y se paró para darle un abrazo. El inglés, en cambio, se limitó a saludarlo con una leve inclinación de la cabeza. Saito entró luego, tendiéndole la mano con gran entusiasmo.
-Arthur, es un placer tenerte aquí.
-Lo mismo digo, Saito. ¿Los demás todavía no han llegado?
-Todavía no, todavía no, pero pronto lo harán.-Arthur asintió con la cabeza y se sentó junto a Eames, en una de las sillas que quedaba disponible.
El hombre inglés giró su cabeza hacia él y sonrió levemente.
-¿Y, querido? ¿Has aprendido a soñar más a lo grande, o sigues siendo igual de aburrido?
-Já, eres muy divertido-contestó, Arthur sarcásticamente-¿Tú has madurado?
-Oh, yo también te he extrañado.-bromeó el falsificador. –Arthur rodó los ojos y miró al piso. Aunque no lo admitiese, admiraba a Eames, admiraba que pudiese ser tan liberal.
oOoOoOo
La felicidad invadía todo su cuerpo. Solamente allí ella podía utilizar toda su imaginación, solo allí se podía permitir construir cosas físicamente imposibles. Tres meses atrás, Cobb le había ofrecido un nuevo trabajo, y no se había equivocado cuando le afirmó a Arthur que ella volvería porque el exterior no le bastaría. Terminó de empacar sus cosas y se subió al taxi que la llevaría al aeropuerto de París. La noche anterior, Dom la había ido a visitar informándole las nuevas noticias. Le sorprendió verlo allí, lejos de sus hijos. Aprovechó la situación para preguntarle todo sobre su vida. El extractor le había contado que ya no soñaba con Mal, que ya había logrado dejarla ir, y Ariadne estaba feliz por ello. Había tomado mucho aprecio por Dom durante la misión y se alegraba de que él, finalmente, pudiese estar reconstruyendo su vida como lo merecía. Tras dos horas de espera en el aeropuerto, cuando se subió al avión, no pudo controlar las ansias que se apoderaban de ella. Deseaba llegar a Londres lo antes posible, quería volver a reencontrarse con todos, quería volver a soñar, quería volver a diseñar todos los aspectos físicos del lugar. Por eso, agradeció que el vuelo de París a Londres durase tan poco. Sin saber que hacer, sacó el reproductor de música de su bolso, y colocándose los auriculares, comenzó a escuchar la famosa canción de Edith Piaf "Non, je ne regrette rien". Inmediatamente volvió a centrar su mente en lo que había vivido, era imposible no hacerlo, sobretodo considerando aquella era la canción que les avisaba que estaban por despertar, la que les avisaba que la patada se aproximaba. Dibujó una mueca con su boca, y decidió cambiar de música. Una azafata se le acercó para tenderle un poco de salmón ahumado y un vaso de vino tinto. Era bastante increíble cuan diferente era el servicio de primera clase que el de turista. "Se lo tengo que agradecer a Saito más adelante" pensó. Cerró sus párpados y comenzó a golpetear sus dedos sobre el brazo del asiento al compás de la música. El vino la había adormecido un poco. No recordaba que beber mientras volaba le causaba sueño, así que simplemente dejó llevarse por él. Despertó a las dos horas, cuando el avión estaba por aterrizar, habiendo vuelto a soñar con lo mismo. Hace tiempo que lo hacía, su subconsciente vivía recordándoselo todo el tiempo. Sonrió internamente porque aquello no le disgustaba en lo absoluto, sino que al contrario, le encantaba aunque no supiese bien el por qué. Minutos más tarde, obedeció al capitán quien pedía a los pasajeros que respaldasen los asientos, y tomó su bolso. Guardó su reproductor, pero sacó de uno de los bolsillos más pequeños un alfil dorado. Lo apretó fuertemente con su mano derecha y se lo metió en el pliegue interior de su saco. No podía perderlo, aquel objeto, aquel tótem, ya era parte de ella. Cuando el avión finalmente aterrizó, bajó de él y siguió al resto de los pasajeros. Dom la esperaba en la salida del aeropuerto.
-¿Cómo has viajado?-preguntó.
-Bien, gracias. ¿Tú?
-Bien, aunque me ha costado despedirme de los niños. Desde que volví no los he dejado, y ahora es un tanto…difícil.
-Comprendo…es decir, creo comprenderlo.-contestó Ariadne, sonrojándose. Dom rió, Ariadne no debía avergonzarse de aquellas cosas, sobretodo porque ella había visto gran parte de su subconsciente. La miró y le sonrió, la apreciaba mucho. No era el único del equipo que la consideraba una hermana menor.
-Ven, el auto esta por aquí.-le dijo. Ariande lo siguió unas calles hasta que dieron con un auto gris oscuro. Espero a que Dom destrabara la puerta y se subió en el asiento delantero. Al poco rato, arribaron al galpón que Saito había comprado para que el equipo trabajase.
-¿Preparada para volver a reencontrarte con todos?
-Sí-sonrió anchamente Ariadne.
-¿Y para verte con él?-dijo en un tono demasiado bajo. Ariadne fingió no haber escuchado y desabrochó el cinturón. Salió del auto lo más rápido que pudo e ingresó al galpón seguida de Dom. Allí se encontró con Eames, Yusuf y Saito.
-¡Ariadne, cariño!-exclamó Eames mientras se dirigía a ella a darle un abrazo.- ¿Cómo has estado, pequeña?
-Eames, muy bien ¡gracias!-el falsificador sonrió y le dio unos pequeños golpecitos en la coronilla de la cabeza.-Yusuf, Saito-saludó. El químico y el turista se pararon y la saludaron tendiéndole la mano, luego saludaron a Dom.
-¿Dónde está Arthur?-quiso saber Ariadne.
-¿Lo extrañas?-preguntó Eames, sonriendo. Ariadne se sonrojó levemente-Se ha ido a guardar algo al depósito, debe estar por subir…oh, mira, ahí está.-agregó señalado una puerta al fondo que se estaba abriendo. El hombre clave asomó por ella y se detuvo en seco al percatarse de que Ariadne estaba allí. Por un segundo, ambos se penetraron con la mirada. Fue un instante en el que todo se detuvo, en que solo eran ellos dos. Habían confirmado porque les fascinaba tanto soñar con el otro.
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