Ésta es una historia original mía, no es un fanfic en específico, el personaje principal está ligeramente inspirado en el personaje El Corsario Negro de Emilio Salgari, que es uno de mis libros favoritos. Pero nada más eso. El protagonista sería basado en el Corsario Negro interpretado por Kabir Bedi.

De resto es una aventura mía inspirada por la historia de mi país con piratas y demás historias similares.

Esta historia la ubico en la sección de Piratas del Caribe por esta razón, y porque no hay otra sección donde ubicarlo mejor :)

De hecho tengo otra historia que sí es con Jack Sparrow :), ¡Pero será más adelante que la escriba! :) ¡eso espero! ;)

PD: Por supuesto esto lo escribo por diversión, no pretendo hacer investigaciones para hacerla certera históricamente. Así que si tiene detalles equivocados, no importa :)

Por ejemplo la galera pirata no hice ninguna investigación exhaustiva sobre la estructura verdadera de una galera del siglo XIX, ni de nada de eso.

Por lo tanto yo me creo mi propia galera, mi propio mundo del siglo XIX aquí


El Capitán Pirata

19-7-12

Capítulo I

Él era un conocido pirata, lo llamaban "El capitán pirata" pues nadie sabía quién era, ni su nombre, ni su nacionalidad. Aterrorizaba todo el Caribe en su siniestra carabela llamada "El Venganza Negra "

Todo el mundo le tenía miedo tan sólo a aquel nombre.

En el convento donde yo vivía, en el viejo y olvidado pueblo de San Isidro, ya no me sentía a salvo. Los cuentos sobre la maldad de ese hombre y su tripulación endemoniada eran interminables y decían que ni los conventos se salvaban. Mi decisión de irme allí fue precisamente para estar a salvo de un mundo cruel con las mujeres, pero las tierras Americanas eran salvajes y estaban llenas de toda clase de peligros.

Mi labor era ayudar a los indígenas, y entre ellos había encontrado amistad y amor. Pero los Españoles estaban exterminándolos y nada podíamos hacer... Decían que un Revolucionario llamado Bolívar luchaba por los derechos de los pueblos Americanos e indígenas así que las esperanzas de Venezuela y toda Latino América yacían en él y esa revolución.

Ante todo esto yo decía que sólo Dios tenía la última palabra en nuestros destinos y aún no veía cuál era el destino que tenía para mí.

Lo averiguaría pronto.


El domingo de Ramos de aquel año salí al mercado como siempre, pero el destino me jugó una muy mala pasada puesto que, en medio de terribles estruendos de cañones, todos nos vimos atrapados por un sorpresivo asalto pirata. No pude escapar, siempre pensé que era muy fácil hacerse la valiente ante los villanos pero cuán equivocada estaba, me atraparon junto con un grupo de gente sin oportunidad alguna ¿Qué harían con nosotros? ¿Para qué nos querían? Sin embargo y a pesar de todo mi miedo, yo sentí una naciente fortaleza de supervivencia que no había experimentado antes, y supe que me enfrentaría a muerte antes de permitir que me hicieran algo.

Había mucha rabia dentro de mí y todo eso salió como un torrente de energía indetenible ante aquel primer estímulo, y aquellos miserables hombres fueron ése primer y buen estímulo.

Estaba dispuesta a matar o morir.

Los piratas se apresuraron a llevarnos fuera de la ciudad y no saquearon más según pudimos ver nosotros los desafortunados. Obviamente los hombres temían que la guardia real llegara y les diera batalla, pues el rey de España le tenía la guerra declarada a todos los piratas del Caribe.

Sí, parecían tener miedo de algo, o tal vez eran ideas mías el ver eso en los rostros de unos villanos bárbaros y bestiales.

Yo ya era una mujer que no tenía nada qué temer ni nada qué perder en esta vida. De hecho, si no fuera mujer, me habría unido a los piratas hacía tiempo y de noche siempre soñaba con irme de aquel puerto en un barco pirata y que, siendo un forajido, hiciera justicia con mis propias manos.

Aterrorizada me preguntaba si el hombre llamado Capitán Pirata era el responsable de aquel saqueo al puerto ¿Estaría él entre aquellos piratas? Nadie lo sabía, nadie lo había visto nunca, no tenía rostro al igual que tampoco tenía nombre.

Decían que se dedicaba a saquear pueblos, violar mujeres y matar niños.

Yo ya me había resignado a que me enfrentaría a tal cosa...


Al llegar a la playa lo vi… el gran barco pirata llamado "El Venganza Negra" estaba allá en el horizonte, negro y terrible, y la sangre se me congeló, estaba en shock y una parte de mí se resistía a aceptar el peligro en el que me encontraba. Recé pues era el momento de rogarle a Dios por toda su protección pues lo que aquel barco negro albergaba era la torutra y la muerte.

Los piratas nos alinearon en la orilla y creí que las mujeres tendríamos la peor parte. Éramos sólo tres, mucho peor para mí, pero sorpresivamente no veía ningún indicio de que estuvieran interesados en nosotras, aquellos miserables agarraron a un hombre en específico que yo no sabía quién era, y a él se lo llevaron mientras que a nosotros nos amordazaron y maniataron.

-Mándele un mensaje a su querido alcalde, señor esbirro- le graznó al hombre el más viejo y curtido de los piratas- Si no abandonan el pueblo de San Isidro, mi Capitán no les dejará en pie país qué gobernar-

Mi mente estaba demasiado aturdida y nerviosa como para indagar en lo que ocurría, sólo sabía que nosotros éramos rehenes y que los piratas nos llevarían a las entrañas de aquella horrible y mortífera nave hasta que al gobierno Español le diera la gana de cumplir los mandatos del Capitán. Y tan sólo éramos simples criollos, así que no se apurarían mucho.

Venezuela era azotada por todos lados: por los Españoles por un lado, por los Revolucionarios por otro y los piratas por donde había espacio. Era el pueblo el que no tenía salvación.

Estuvimos allí parados sobre las blancas arenas un buen rato, acorralados mientras los invasores tenían todavía gente saqueando la ciudad, y las ideas de un terrible destino no escapaban de mi mente. Fueron los peores momentos de mi vida... Pero lucharía hasta morir antes de que me tocaran esos inmundos pues tenía un cuchillo bien guardado en mi ropa y nadie se imaginaba eso de una mujer.


La noche no tardó en caer y el fin llegó a nuestros corazones: bajo la luna se vislumbraba una caleta que se acercaba trayendo una alta figura envuelta en misterio y temor, y todos en la playa hicieron un silencio tal que parecía que el diablo mismo se había aparecido. Alguien muy importante había salido del barco y venía a nosotros.

La figura alta y negra saltó a tierra y yo no podía ver quién era debido a la oscuridad y al miedo de que reparara en mí. Yo no era joven ni bonita y esperaba que eso me salvara de algo espantoso.

Nadie habló, el hombre de negro recorrió la fila de rehenes intimidándome mucho cuando cruzó frente a mí y lo supe como por inspiración del infierno: Sí, era el capitán, y era él ¡Era el Capitán Pirata!

Nunca percibí antes cuán terrible podría llegar a ser el paradisíaco Caribe, otrora tierra mágica de mar azul y palmeras. También era tierra sangrienta.

-Esta gente estaba en el mercado, mi capitán- uno de los piratas se acerca al Capitán con sumisión. Ante él aquellos villanos eran unos simples súbditos.

El Capitán no dijo nada, se paseaba delante de nosotros los rehenes impávido y yo no podía verle la cara por la oscuridad y por el gran sombrero que llevaba y le tapaba medio rostro.

-¿Dónde está el esbirro?- habló al fin y su voz era gruesa y profunda.

Los piratas volvieron a ignorarnos a nosotras las mujeres y se enfocaron otra vez en el hombre que tenían sometido. No podía entender nada de lo que decía pero sólo rogaba a Dios que nos dejaran ir.

Para sorpresa mía vemos que al hombre lo dejan ir después de intercambiar unas palabras... y ¡También a nosotros! Un rayo de luz iluminó mi alma: estaban liberando a la gente y no nos habían hecho nada. Liberaron a mis dos compañeras que, histéricas, corrieron sin rumbo. Pero luego algo pasó...

No liberaron a más nadie, no me liberaron a mí.

El Capitán regresó a donde estaba yo y mi corazón se heló pues sentí que estaba perdida, y entonces un rayo de luz de luna le iluminó el rostro al fin y pude ver al hombre que llenaba de mitos y leyendas los pueblos del Caribe. Tal vez fue mi crucifijo lo que hizo que el Capitán Pirata se detuviera a observarme solamente a mí: el hombre de mar en realidad era joven, con una poblada barba y delineado bigote, pero joven, de facciones finas y gesto amable. Tenía unos hermosísimos ojos claros que parecían del color de la luna.

-¿Qué hacemos con ella, señor?- preguntó tímidamente el viejo pirata que siempre iba detrás de él. Todos claramente extrañados de la atención del Capitán hacia esa mujer en específico.

-La llevaremos a la galera- ordenó con su profunda voz, taimada y siniestra, y no dijo más. Los hombres obedecieron enseguida.

-Por favor- estallé yo de miedo sin poder contener mi ruego -Por favor, señor, estoy muy enferma ¿De qué le puede servir una vieja mujer como yo?- y casi lloraba de desesperación.

-¿Temes que te hagamos algo, mujer?- dijo él sorpresivamente con una sonrisa y los ojos clavados en mí -Después de todo nosotros descuartizamos gente, matamos, saqueamos, violamos mujeres y matamos niños ¿No es así?-

Una furia incontrolable se apoderó de mí y no tuve más miedo. Si se atrevía a tocarme lo mataría. Pero esperaría a que el muy miserable me llevara a su camarote haciéndome la sumisa y allí a solas sacaría mi cuchillo y... Oh Dios ¿Podía ver el Capitán las terribles intensiones en mis ojos?

-Estoy muy enferma- me empecé a sentir muy mal ante la idea de ir a aquel barco horrible. Pero no entendía a aquellos piratas, ya no se comportaban como piratas y me daba la impresión ahora de que sus intensiones eran más políticas que vandálicas.

No pude hacer nada, al poco rato me arrastraron al esquife y me llevaron al barco, y tenía la impresión de que moriría de todas maneras antes de que pudieran hacerme algo pues era como si me entregaran a las fauces de una enorme bestia.

Cuando me subieron a cubierta toda maniatada e indefensa, ya no veía casi nada y estaba casi desmallada que no me sostenía en pie.

-¿Qué le pasa?- oí la recia voz del Capitán.

-¡No lo sé, Capitán, nadie le hizo nada!- se excusaba otra voz con temor.

Cuando los hombres se me acercaron comecé a vomitar y caí al suelo.

No supe mucho más de mí, sentí que me llevaron a un sitio y me acostaron en una suave cama, pero no supe más. Me encerraron bajo llave y la oscuridad fue total.


Cuando abrí los ojos ya era de día y el ir y venir del barco ya no me era tan insoportable. La crisis me había pasado...sábanas suaves y perfumadas... un amplio y muy cómodo camarote se presentaba ante mis ojos: finas cortinas, antigüedades, hermosos muebles y cuadros en la pared. Allí estaba yo en un lugar hermoso pero prisionera de un destino terrible.

Lloré y lloré como nunca y luego corrí desesperada a corroborar que la puerta estaba cerrada y traté de mover unos muebles para bloquearla más todavía pero los muebles estaban pegados al piso.

Más allá de las cortinas estaban las ventanas, me asomé y el viento marino refrescó mi alma atormentada. Tal vez estaba ya enloqueciendo pero fue mágico, casi un sueño hermoso.

Estaba lejos, muy lejos de la costa ya, mi vida había quedado atrás por completo... para bien o para mal.

Ahora sólo me tenía mí misma y la reacción física que tuve anoche había pasado un poco y me sentía más fuerte. Observaba el mar con nostalgia, sin embargo una llama de furia se encendió en mi corazón y palpé mi cuchillo escondido entre mis ropas.

Pero aquellos piratas... aquellos hombres de mar tenían un propósito desconocido. Su estilo de vida era romper con todas las normas y leyes, sí, pero había algo más. Un misterio.

No lo sabía, y tal vez nunca lo podría saber, y ahora estaba allí en la oscuridad y el desconcierto, y el tiempo pasaba y yo sólo esperaba mi condena.

Dormía inquietamente llena de miedo... hasta que, no sé cuándo, el mismo día tal vez el otro, un golpe en la puerta me sobresalta de tal manera que casi me caigo de la cama.

Otra vez el golpe en la puerta: ésta no me protegería más, ellos tenían la llave.

Llegó mi hora de luchar y debía tener fuerzas...

-Abra señorita- era una voz de mujer y mi alma confundida se tranquilzó -Entraré de todas formas-

La puerta se abrió y yo corrí para encerrarme en el baño.

Una mujer un poco mayor que yo entró tranquilamente al camarote, escoltada por dos piratas, con una bandeja de comida que colocó sobre la mesa. Todos vieron que estaba enferma y que me había escondido en el baño. La mujer habló:

-Señores, esto es cosa de mujeres. Yo debo encargarme, para eso me trajeron- dijo con sequedad y los dos piratas obedecieron sin chistar.