Disclaimer: The Mortal Instruments y sus personajes son propiedad de la fantástica y oh-todo-poderosa Cassandra Clare.
¿Qué puedo decir? Esta idea surgió inmediatamente después de haber escuchado y de haber visto el video de la canción Everything has changed de Taylor Swift y Ed Sheeran. Cuando digo que me enamoré, grité, suspiré y di vueltas en mi habitación es porque verdaderamente grité, suspiré y di vueltas por mi habitación. Hermosa canción, no puedo dejarla de escuchar una y otra vez. No estoy segura de si esto será un One-Shot o una historia aún, pero lo averiguarán pronto.
Disfruten! Y escuchen la canción mientras leen, si gustan. Después de todo, con ella me inspiré. Espero que les guste.
Everything has changed
Clary sostuvo fuerte la mano de Jonathan cuando subieron por las escaleras del autobús que los llevaría a la escuela, alzando con dificultad sus piececitos para evitar tropezarse. Su hermano le dedicó una sonrisa mientras la veía casi saltar, luchando por no ensuciar su vestidito y apoyándose con tanta fuerza de él. Normalmente Jonathan la tomaría por la cintura para ayudarla a subir, pero Clary ya tenía seis años y quería demostrar que podía ella solita.
— ¡Buen trabajo, renacuaja! —le felicitó cuando ella saltó el último escalón exitosamente, y le revolvió el cabello con cariño. Ella rió suavemente mientras él le acomodaba cuidadosamente el vestido. —Iré a sentarme con mis amigos. Nos veremos en el descanso, ¿Está bien?
Clary asintió enérgicamente con la cabeza y se acomodó su backpack de haditas en la espalda.
— ¡Está bien! —respondió. Jonathan se inclinó y le dio un sonoro beso en la mejilla antes de darse la media vuelta e ir a ocupar su lugar en el autobús, a un lado de los demás chicos ruidosos de segundo año. Inhaló profundamente, se acomodó cuidadosamente la trencita que su mamá le había hecho esa mañana y se aseguró de que su vestido estuviese perfecto.
Luego comenzó a caminar, alejándose de los chicos más grandes y avanzando hacia donde se encontraban sus demás amiguitos de primer año. Simon e Isabelle alzaron sus manitas con entusiasmo cuando la vieron pasar, y ella les devolvió el saludo con una sonrisa nerviosa. Paseó su mirada por todos los asientos, sintiéndose acalorada de pronto.
— ¡Clary! —le llamó una vocecita, y ella alzó la cabeza al instante, como un pajarito al escuchar una nueva melodía. Sus ojos se iluminaron al voltear y ver a Jace, quien apartaba su backpack de The Avengers del asiento a su lado y la llamaba con entusiasmo. Su sonrisa era radiante, tal y como Clary recordaba, muy graciosa porque hacía poco tiempo a su amigo se le habían caído dos dientes.
Sintió que un extraño calor se extendía por su carita cuando él se levantó y le ayudó a quitarse la backpack de los hombros para dejarla a un lado, junto a la suya. Tomó asiento a un lado de su mejor amigo y observó como Jace sacaba una cajita de jugo de su mochila. Era de mango, como siempre. Era su sabor favorito.
— ¿Me ayudarás hoy en clase de arte? —le preguntó él, sus ojos dorados brillando con alegría y mucha energía. Clary asintió con la cabeza, sonriente, y él le dio un sorbo a su jugo. — Creo que hoy haremos galletas. ¡Me gustan mucho las galletas! ¿Sabías?
Le ofreció la cajita de jugo y Clary la tomó para darle un sorbo también. No le importaba compartir popote con Jace. De hecho, incluso compartían el helado, porque los mejores amigos compartían todo y eso implicaba la comida. Clary no dejaba que nadie más que Jace comiera de los preciados sándwiches de nutella que su madre preparaba.
— ¿Me acompañarás en el descanso al estanque? La maestra dijo que los patitos ya salieron de sus cascarones. ¡Muero por verlos! —dijo ella, dando saltitos emocionada en su lugar. Jace compuso una expresión de terror y volteó a verla como si estuviera loca, con una expresión tan graciosa que Clary comenzó a reír.
— ¿Patos? —preguntó, con un hilo de voz. — ¡Clary, los patos son peligrosos!
Jace consideraba muy pocas cosas "peligrosas". Correr por los pasillos mojados, tirarse del columpio, saltar de mesa en mesa, cortar él solito los mangos y hasta tirarse al agua sin saber nadar no era en lo absoluto peligroso a su juicio, pero los patos eran una situación muy diferente.
— Son patos bebés. No pueden hacer daño a nadie. —repuso ella, haciendo pucheritos. Jace se cruzó de brazos, enfurruñado y haciendo un puchero también.
—Patos son patos. —repuso él, como si fuese el mejor argumento del mundo. Jace odiaba a los patos desde el verano pasado, cuando sus padres los habían llevado a él y a sus amigos a jugar al lago y un pato lo había mordido porque él había tratado de atraparlo. Apenas y le había dejado un rasguño en el brazo, pero él había llorado por diez minutos. Todo un récord para Jace.
— ¡Por favor! —insistió Clary, sacando el labio inferior y abriendo muy grandes sus ojos, imitando a Magnus. Clary había visto a su amigo conseguir muchas cosas de los maestros cuando hacía esa cara, y es que era todo un profesional en chantajear a la gente cuando quería algo. — ¡Por favor, por favor!
Jace hizo un puchero absolutamente natural que a Clary le pareció aún más adorable que el suyo. Al final el niño se pasó una manita por el cabello torpemente, tratando de imitar a los adultos cuando se resignaban a algo.
—Está bien. Te acompañaré, pero solo porque no quiero que ninguno de esos monstruos malvados te haga daño, Clary.
— ¡Eso es fantástico! —exclamó ella, y le dio un gran abrazo de oso. Trató de apretarlo fuerte, como Luke le hacía a ella, aunque Jace era más alto que ella y eso era difícil. No notó el rubor que se extendió por la carita del niño, porque justo en ese momento algo aterrizó sobre ellos.
Era Magnus. Y sobre él cayó un asustado Alec, el hermano de Jace. Clary soltó un gritito y Jace se levantó, indignado. Magnus alzó sus grandes ojos dorado con verde, que a Clary siempre le habían recordado a los curiosos ojos de un gatito. El niño soltó una risita.
— ¿Lo ves, Alexander? ¡No hay nada que temer! Si caemos, siempre caeremos sobre alguien que detendrá el impacto. —dijo, y se incorporó rápidamente. Alec, tras él, soltó una pequeña exclamación y dio un paso hacia atrás. Sus ojitos azules evidenciaban lo mucho que dudaba que las palabras de su amigo fueran verdaderas. — ¡Vamos, ahora recorramos el camino de regreso!
Magnus dio la media vuelta y comenzó a correr, aferrando con fuerza la manita de Alec, quien soltó una exclamación antes de comenzar a correr y tratando de no tropezarse. Jace los observó irse con ambas cejas muy juntas, una expresión muy curiosa en alguien de su edad.
— ¿Te hicieron daño, Clary? —preguntó, y bajó la mirada hacia el regazo de Clary, en donde el travieso Magnus había aterrizado. Ella, riendo, negó con la cabeza.
— ¡No! Eso fue muy divertido, en realidad. —respondió, pero Jace no pareció muy feliz aún. Extendió sus manitas y, cuidadosamente, acomodó la falda del vestido de Clary, estirándosela hasta que le cubrió las rodillas. Ella sintió que sus mejillas comenzaban a arder de nuevo.
—Mejor. —dijo él, y volvió a acomodarse en su lugar. Extendió su mano y enlazó sus dedos con la mano de Clary, posesivo. —Como Alec vuelva con sus tonterías, voy a esconder su peluche favorito.
Clary sintió que las mariposas comenzaban a revolotear de nuevo en su estómago, y se limitó a contestar con una risita nerviosa.
No estaba muy segura de por qué, pero últimamente se sentía mucho más nerviosa cerca de Jace que antes. No era nerviosa en el sentido malo, sino que en el sentido bueno. Le gustaba estar cerca de él, y cuando estaba en su casa no podía parar de pedirle a su mamá que le marcara el teléfono para que ella pudiera hablar con él. Ansiaba volver a la escuela todos los días solo para verlo, cosa que Jonathan consideraba sumamente anormal, pero cuando por fin lo veía sentía aquellas extrañas mariposas en el estómago.
Pero a ella no le importaba.
Apretó con fuerza la manita de Jace. No era nada extraño, se decía siempre. Ella lo quería mucho, de esa manera en que veía que su mamá quería a Luke. Luke y su mamá eran muy buenos amigos, así que no había nada fuera de lo normal en que se sintiera así respecto a su mejor amigo, ¿No es así?
—Te quiero mucho, Jace. —soltó, con la absurda facilidad que tenían los niños pequeños. Él volteó a verla y sonrió radiante.
—Yo también te quiero muchísimo, Clary.
No se soltaron la mano. Bueno, hasta que Magnus y Alec cayeron al suelo y Alec comenzó a llorar. Entonces Jace tuvo que levantarse para ir a verlo y consolarlo junto con Magnus.
